Charlaine harris - Corazones muertos

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Tex Sookie tiene una racha de mala suerte. Su compañero de trabajo ha sido asesinado, la ataca una criatura que la inflige un corte venenoso y la salvan unos vampiros que le chupan el veneno de las venas. Cuando estos le piden un favor, acepta. Y pronto estará usando sus habilidades telepáticas buscando a un vampiro desaparecido. Solo pone una condición: los vampiros deben prometer que se van a comportar y dejar a los humanos indemnes… Más fácil de decir que de hacer.

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– De hacer eso, morirás en menos de treinta segundos.

Lo creí. Andy también.

– No me preocupa -respondió Andy-. No sería una gran pérdida para el mundo.

Bueno, aquello estaba pasando de castaño a oscuro. Mi mala leche se había estado evaporando, pero aquello la hizo resurgir con renovadas energías.

Me liberé de la mano de Bill y me dirigí al patio con pasos decididos. No estaba tan cegada por la ira como para ignorar la pistola, aunque estuve tentada de agarrar a Andy por las pelotas y retorcerlas. Me dispararía, pero él también saldría herido. No obstante, eso era tan autodestructivo como la propia bebida. ¿Valdría la pena el exiguo momento de satisfacción?

– Ahora, Sookie, lee las mentes de todos esos y dime quién lo hizo -exigió Andy. Me agarró por la parte de atrás del cuello con sus grandes manos, como si fuera un cachorro, y me giró la cara para que mirara hacia la cubierta-. ¿Qué coño creéis que hago aquí, estúpidos cabrones? ¿Pensáis que es así como me divierto, con mierdecillas como vosotros?

Andy me zarandeó por el cuello. Soy muy fuerte y tendría bastantes posibilidades de zafarme y agarrar la pistola, pero no estaba tan segura como para arriesgarme. Decidí esperar un poco más. Bill trataba de decirme algo con la cara, pero no sabía el qué con certeza. Eric intentaba comunicarle algo a Tara. O tal vez a Huevos. No sabría decir.

Un perro ladró en la linde del bosque. Giré los ojos hacia allí, ya que no podía hacerlo con la cabeza. Estupendo. Sencillamente estupendo.

– Es mi collie -le dije a Andy-. Dean, ¿recuerdas?

Podría haber conseguido ayuda en forma humana, pero ya que Sam había llegado allí en forma de collie, tendría que mantenerse así o correr el riesgo de que lo descubrieran.

– Claro. ¿Qué está haciendo tu perro aquí?

– No lo sé. No le dispares, ¿vale?

– Nunca dispararía a un perro -dijo, impresionado.

– Oh, pero a mí sí, ¿no? -respondí con amargura.

El collie se acercó a donde estábamos. Me pregunté qué pasaba por la mente de Sam, si retenía la estructura mental humana mientras estaba en su forma favorita. Miré la pistola y los ojos de Sam/Dean me siguieron, pero no pude estimar si me entendía o no.

El collie comenzó a gruñir. Enseñó los dientes y se quedó mirando al arma.

– Atrás, chucho -dijo Andy, molesto.

Si pudiera agarrar a Andy durante un momento, los vampiros se encargarían de él. Traté de evaluar todos los movimientos en mi mente. Tendría que agarrar la mano de la pistola con las dos manos y obligarlo a apuntar hacia arriba. Pero con Andy sujetándome no iba a ser nada fácil.

– No, cariño -dijo Bill.

Mis ojos relumbraron en su dirección. Me sobresalté. Los ojos de Bill fueron de mi cara a algún punto detrás de Andy. Sabía algo.

– Oh, ¿a quién le han agarrado como a un cachorro? -preguntó una voz tras Andy. Maravilloso.

– ¿Es mi mensajera? -La ménade rodeó a Andy en un amplio círculo y se situó a su derecha, a un metro de él. No se encontraba entre Andy y el grupo de la cubierta. Aquella noche no llevaba nada puesto, iba desnuda. Supuse que Sam y ella habían estado en los bosques pasándoselo de miedo, y que oyeron el jaleo que estábamos montando. El pelo negro le caía en un revoltijo hasta llegar a sus caderas. No parecía tener frío. El resto de nosotros (salvo los vampiros) nos estábamos congelando. Habíamos venido a una orgía, no a una fiesta al aire libre.

»Hola, mensajera -me dijo la ménade-. Olvidé presentarme la última vez. Mi amigo canino me lo ha recordado. Me llamo Calisto.

– Señorita Calisto… -dije, ya que no tenía ni idea de cómo dirigirme a ella. Debería haber inclinado la cabeza, pero Andy aún me sostenía por el cuello. Comenzaba a dolerme.

– ¿Quién es el resuelto guerrero que te retiene? -Calisto se acercó un poco más.

No sabía cómo había reaccionado Andy, pero todo el mundo en la cubierta estaba asustadísimo, con excepción de Bill y Eric. Ellos dos retrocedieron, alejándose de los humanos.

– Andy Bellefleur -gruñí-. Tiene un problema.

Diría que la ménade se había adelantado algo más, ya que se me puso la piel de gallina.

– Nunca me habías visto antes, ¿verdad?

– No -admitió Andy. Sonaba confuso.

– ¿Soy bella?

– Sí -dijo él sin dudar.

– ¿Merezco tributo?

– Sí -dijo.

– Me encanta la embriaguez. Y tú estás muy borracho -dijo alegre Calisto-. Me encantan los placeres de la carne, y esa gente de ahí está llena de lujuria. Este es mi lugar.

– Bien -dijo Andy con ciertas dudas-. Pero uno de estos es un asesino, y necesito saber quién.

– No solo uno -musité. Para recordarme que estaba al final de su cañón, Andy me volvió a zarandear. Ya me estaba cansando de todo aquello.

La ménade se había acercado lo suficiente como para tocarme. Me palpó la cara y olí tierra y vino en sus dedos.

– No estás borracha -observó.

– No, señora.

– Y no has gozado de los placeres de la carne esta noche.

– Oh, solo necesito algo más de tiempo -aseguré.

Se rió. Su risa era profunda, eufórica. No cesaba.

La presa de Andy se debilitaba a medida que su desconcierto a causa de la ménade aumentaba. No sé lo que la gente de la cubierta creía estar viendo, pero Andy sabía que estaba ante una criatura de la noche. Me dejó ir de repente.

– Ven aquí, chica -me gritó Mike Spencer-. ¿Cómo estás?

Me encontraba sobre un montículo del terreno junto a Dean, que me lamía la cara con entusiasmo. Desde ese punto de vista, observé el serpentino brazo de la ménade alrededor de la cintura de Andy, que se pasó la pistola a la mano izquierda para poder devolver el cumplido.

– ¿Y qué es lo que quieres saber? -le preguntó ella. Su voz sonaba calmada y razonable. Levantó la larga vara con el penacho en su extremo. Se llamaba thyrsis ; había buscado «ménade» en la enciclopedia. Ahora ya podía morir sabiendo que rebosaba de conocimientos.

– Una de estas personas mató a un hombre llamado Lafayette, y quiero saber quién -dijo Andy con la vehemencia de un borracho.

– Por supuesto que sí, cariño -canturreó la ménade-. ¿Lo averiguo para ti?

– Por favor -rogó.

– De acuerdo. -Escudriñó a la gente y señaló con el dedo a Huevos. Tara se agarró a su brazo para mantenerse junto a él, pero Huevos se encaminó hacia la ménade sin dejar de sonreír.

– ¿Eres una mujer? -preguntó.

– No, ni remotamente -dijo Calisto-. Has bebido mucho vino. -Lo tocó con el thyrsis .

– Sí -convino él. Ya no sonreía. Miró a los ojos a Calisto y comenzó a temblar. Los ojos de ella brillaban. Miré a Bill; tenía la mirada fija en el suelo. Eric miraba al capó de su coche. Ignorada por todo el mundo, repté hacia Bill muy despacio.

Era una situación muy complicada.

El perro me siguió, golpeándome con la nariz de manera ansiosa. Quería que me moviera más rápido. Llegué hasta las piernas de Bill y las abracé. Sentí su mano en mi pelo. Estaba tan asustada que ni me puse en pie.

Calisto envolvió con sus delgados brazos a Huevos y comenzó a susurrarle. Él asintió y le susurró algunas palabras. Después la besó y se quedó rígido.

Ella se paró ante Eric, que estaba más cerca de la cubierta que nosotros. Lo miró de arriba abajo y sonrió con aquella horrible sonrisa suya. Eric la miró a la altura del pecho, sin pasar la vista por sus ojos. Cuando Calisto lo dejó volver a la cubierta él se quedó totalmente quieto, con la mirada perdida en los bosques.

– Encantador -dijo-, encantador. Pero no para mí, trozo de carne muerta.

Entonces se dirigió a la gente de la cubierta. La ménade inspiró con fuerza e inhaló los olores de la bebida y el sexo. Olisqueó como si estuviera siguiendo un rastro, y luego se giró para encararse con Mike Spencer. Su cuerpo de mediana edad no resistía bien el frío de la noche, pero Calisto pareció encantada con él.

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