Según mi amiga Arlene, casada cuatro veces, a los hombres les daba igual eso. Evidentemente, a algunas mujeres también.
– Tengo que salir de aquí -susurré pegada a la boca de Eric. Sabía que me oiría.
– No te despegues de mí -replicó, y fue casi como si lo hubiera oído dentro de la cabeza.
Me levantó y me echó sobre su hombro. Mi pelo colgaba hasta llegar a la altura de su muslo.
– Salimos fuera un minuto -le dijo a Jan, y escuché un fuerte sonido de succión. Le había dado un beso.
– ¿Puedo ir yo también? -preguntó, con voz a lo Marlene Dietrich. Menos mal que no se me veía la cara.
– En un rato. Sookie es un poco tímida -respondió Eric con un tono tan lleno de promesas como una bañera llena de un nuevo sabor de helado.
– Caliéntala a conciencia -comentó Mike Spencer con voz aterciopelada-. Todos queremos verla desmelenada.
– Lo haré -prometió Eric.
– La queremos caliente como un horno -apostilló Tom Hardaway desde las piernas de Tara.
Entonces, Dios bendijera a Eric, salimos por la puerta y me descargó sobre el capó del Corvette. Se puso sobre mí, pero la mayoría de su peso lo soportaban sus manos, que se apoyaban sobre el coche a la altura de los hombros.
Me estaba mirando; la cabeza le bailaba como la cubierta de un barco durante una tormenta. Tenía los colmillos fuera. Los ojos abiertos de par en par. Como el blanco de los ojos era tan intenso, lo podía apreciar a la perfección. Sin embargo, había demasiada oscuridad como para ver el azul de sus pupilas, aunque hubiera querido.
No quería.
– Eso ha sido… -comencé, y tuve que parar. Inhalé profundamente-. Llámame antigua si quieres, y no te culparé; después de todo fue idea mía. ¿Pero sabes qué pienso? Pienso que esto es algo horrible. ¿En realidad les gusta esto a los hombres? ¿Y a las mujeres? ¿Es divertido tener sexo con alguien que ni siquiera te gusta?
– ¿Te gusto yo, Sookie? -preguntó Eric. Se dejó caer sobre mí un poco más.
Oh-oh.
– Eric, ¿recuerdas por qué estamos aquí?
– Nos están mirando.
– Da igual. ¿Lo recuerdas?
– Sí, lo recuerdo.
– Tenemos que irnos.
– ¿Tienes alguna pista? ¿Has averiguado algo?
– No tengo más pistas que las que tenía esta noche, al menos que pueda usar en un tribunal. -Coloqué los brazos en torno a sus costillas-. Pero sé quién lo hizo. Fueron Mike, Tom y tal vez Cleo.
– Interesante -dijo Eric, con una total falta de sinceridad. Su lengua golpeó contra mi oreja. Era algo que me encantaba, por lo que el pulso se me aceleró. Tal vez no fuera tan inmune al sexo por el sexo como había pensado. Pero Eric me gustaba cuando no le tenía miedo.
– No, odio esto -dije, tras llegar a una conclusión interna-. No me gusta nada en absoluto. -Empujé a Eric con fuerza, pero no sirvió de mucho-. Eric, escúchame. He hecho todo lo que he podido por Andy Bellefleur y Lafayette, aunque no ha sido mucho. Tendrá que utilizar lo poco que he averiguado. Es policía. Encontrará algo que sirva ante un tribunal. No soy tan buena persona como para seguir con esto.
– Sookie -dijo Eric. No había escuchado ni una palabra-. Entrégate a mí.
Al menos era directo.
– No -dije, con el tono más decidido posible-. No.
– Te protegeré de Bill.
– ¡Tú eres quien va a necesitar protección! -Cuando me di cuenta de lo que había dicho, no me sentí muy orgullosa de la frase.
– ¿Crees que Bill es más fuerte que yo?
– No estoy teniendo esta conversación. -No tardé mucho en tenerla-. Eric, aprecio tu ayuda, y también el que hayas venido a un sitio tan horrible como este.
– Créeme, Sookie, esta mierda no es nada, nada en absoluto, comparada con algunos sitios en los que he estado.
Y no tuve duda alguna.
– De acuerdo. Pero es un lugar horrible para mí. Ahora me doy cuenta de que debería haber sabido que esto, ah, alentaría tus esperanzas, pero sabes que no he venido aquí para follar con nadie. Bill es mi novio. -Aunque las palabras «novio» y «Bill» sonaran ridículas en la misma frase, «novio» era la función que cumplía Bill en mi vida.
– Es un placer oír eso -dijo una voz fría y familiar-. No obstante, la escena que estoy viendo me haría dudar.
Estupendo.
Eric se quitó de encima de mí y yo me despegué del coche y salí corriendo en la dirección de la voz de Bill.
– Sookie -me dijo cuando me acerqué-, está visto que no te puedo dejar sola ni un momento.
Aunque no había demasiada iluminación, juzgué que no estaba muy contento de verme. Pero tampoco lo podía culpar por ello.
– He cometido un grave error -reconocí, hablando con el corazón. Lo abracé.
– Hueles como Eric -me dijo entre el pelo. Demonios, para Bill siempre olía a otros hombres. Una ola de vergüenza y pesar me recorrió, y me di cuenta de que algo iba a pasar.
Pero lo que ocurrió no era lo que esperaba.
Andy Bellefleur salió de entre los arbustos con una pistola en la mano. Sus ropas estaban rotas y manchadas, y el arma que portaba parecía enorme.
– Sookie, aléjate del vampiro -ordenó.
– No. -Me enrollé en torno a Bill. No sabía si lo estaba protegiendo a él o si era al revés. Pero si Andy nos quería separados, yo me quedaría pegada a Bill.
Hubo un súbito alboroto en el porche de la cabaña. Alguien estaba mirando fuera de la ventana (me pregunté si Eric sería el causante) porque, aunque no podían haber oído nuestras voces, la confrontación del claro había atraído la atención de los de dentro. Mientras Eric y yo estábamos en el patio, la orgía había seguido su curso. Tom Hardaway estaba desnudo, y Jan también. Huevos Tallie parecía borracho.
– Hueles como Eric -repitió Bill, con voz siseante.
Me aparté de él y me olvidé por completo de Andy y su pistola. Y también perdí la calma.
Es algo raro, pero no tan raro como solía. Casi había pasado a ser hilarante.
– Ya, claro ¡¿y tú a qué hueles?! ¡Por lo que sé te has tirado a seis mujeres! Eso no es jugar limpio, ¿no?
Bill se quedó con la boca abierta, aturdido. Detrás de mí, Eric comenzó a reírse. La multitud del porche estaba muda. Andy no se creía que todo el mundo ignorara al hombre de la pistola.
– Todos juntos -ordenó. Andy había bebido mucho.
Eric se encogió de hombros.
– ¿Te has enfrentado alguna vez a vampiros, Bellefleur? -preguntó.
– No -dijo Andy-. Pero te dispararé hasta que mueras. Tengo balas de plata.
– Eso es… -comencé a decir, pero la mano de Bill me tapó la boca. Las balas de plata solo eran fatales para los hombres lobo, aunque los vampiros tampoco reaccionaban bien ante la plata, por lo que un impacto en una zona vital les haría daño de verdad.
Eric alzó una ceja y se dirigió hacia los orgiásticos de la cubierta. Bill me cogió la mano y fuimos con él. Por una vez, me hubiera gustado saber lo que Bill estaba pensando.
– ¿Quién fue el culpable? ¿O fuisteis todos? -bramó Andy.
Todos guardamos silencio. Yo estaba al lado de Tara, que temblaba en ropa interior. Tara estaba asustada, algo nada sorprendente. Me pregunté si conocer los pensamientos de Andy sería de ayuda, y comencé a concentrarme en él. Los borrachos no son buenos emisores ya que solo piensan en estupideces, y sus ideas suelen ser muy confusas. Sus recuerdos también. Andy no pensaba en muchas cosas en este momento. No le caía bien nadie del claro, hasta se repugnaba a sí mismo, y estaba decidido a obtener la verdad de quien fuera.
– Sookie, ven aquí -gritó.
– No -negó Bill de forma expeditiva.
– ¡O está junto a mí en treinta segundos o le dispararé! -chilló Andy, señalando con la pistola en mi dirección.
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