Charlaine harris - Corazones muertos

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Tex Sookie tiene una racha de mala suerte. Su compañero de trabajo ha sido asesinado, la ataca una criatura que la inflige un corte venenoso y la salvan unos vampiros que le chupan el veneno de las venas. Cuando estos le piden un favor, acepta. Y pronto estará usando sus habilidades telepáticas buscando a un vampiro desaparecido. Solo pone una condición: los vampiros deben prometer que se van a comportar y dejar a los humanos indemnes… Más fácil de decir que de hacer.

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La mirada de Portia se clavó en mí.

– Espero que no lo pasaras muy mal, Sookie -dijo, sorprendiéndome.

– Fue horrible -admití. Portia se encogió-. Pero se acabó.

– Gracias por ayudar a Andy.

– No estaba ayudando a Andy. Estaba ayudando a Lafayette -restallé.

Ella tomó aire.

– Por supuesto -dijo con cierta dignidad-. Era tu compañero de trabajo.

– Era mi amigo -corregí. Su espalda se envaró.

– Tu amigo -repitió.

El fuego devoraba la cabaña, y pronto acudirían la policía y los bomberos. Era hora de largarse.

Me percaté de que ni Eric ni Bill se proponían eliminar los recuerdos de Andy.

– Mejor que salgáis de aquí -le dije-. Vete a casa con Portia y decidle que jure que estuvisteis allí toda la noche.

Sin decir una palabra, hermano y hermana se subieron al Audi de ella y se marcharon. Eric se metió en el Corvette para volver a Shreveport, y Bill y yo nos fuimos en dirección a su coche, oculto en los árboles próximos a la carretera. Me llevó a cuestas, como le gustaba hacer. Tenía que admitir que a mí también me gustaba de cuando en cuando. Sin lugar a dudas, esta era una de esas veces.

No faltaba mucho para que amaneciera. Una de las noches más largas de mi vida estaba a punto de concluir. Me apoyé contra el asiento del coche, extenuada.

– ¿Adónde ha ido Calisto? -pregunté a Bill.

– Ni idea. Va de un sitio a otro. Son pocas las ménades que sobrevivieron a la pérdida de su dios; las que lo hicieron se dispersaron entre los bosques, y desde entonces vagan por ellos. Antes de que su presencia sea advertida, cambian de lugar. Se les da bien. Les encantan la guerra y su locura. Siempre están cerca de un campo de batalla. Creo que todas se irían a Oriente Medio si allí hubiera más bosques.

– Y Calisto estaba aquí porque…

– Solo pasaba por la zona. Se ha quedado dos meses, ahora se marcha. ¿Quién sabe adónde? A las Everglades, o tal vez siga el río hasta las Ozark.

– Me resulta difícil de creer que Sam…, eh, hiciera buenas migas con ella.

– ¿Así lo llamas? ¿Nosotros solo hacemos buenas migas?

Lo agarré del brazo, lo que se parecía bastante a apretar un tarugo de madera.

– Tú… -dije.

– Tal vez solo quisiera desmelenarse un poco -comentó Bill-. Para Sam es complicado encontrar a alguien que sea capaz de aceptar su auténtica naturaleza. -Bill hizo un alto significativo.

– Tienes razón. -dije. Recordé a Bill cuando volvía a la mansión de Dallas, todo rosado, y tragué saliva-. Pero la gente que se ama no se separa a la ligera. -Pensé en cómo me había sentido cuando supe que se le había visto con Portia, y también en cómo reaccioné cuando lo vi durante el partido. Extendí la mano sobre su muslo y le di un apretoncito suave.

Con los ojos fijos en la carretera, sonrió. Sus colmillos salieron un poquitín.

– ¿Qué pasó con los cambiaformas de Dallas? -pregunté tras un momento.

– Lo arreglamos en una hora, o más bien lo hizo Stan. Les ofreció su rancho las noches de luna llena durante los cuatro meses siguientes.

– Qué amable.

– Eso no le cuesta nada. Y además él no puede cazar a cierto ciervo, como Stan mismo señaló.

– Oh -dije al comprenderlo-. Oooooh -añadí después de un instante.

– Ellos sí lo pueden cazar.

– Lo pillo.

* * *

Cuando volvimos a casa, faltaba muy poco para que amaneciera. Eric ya estaría en Shreveport. Mientras Bill se duchaba, comí un poco de mantequilla de cacahuete y gelatina, ya que llevaba sin tomar nada desde ya no recordaba cuándo. Luego me cepillé los dientes.

Al menos Bill no tenía que irse corriendo. Había dedicado varias noches a crear un hueco para él en mi casa. Quitó el fondo del armario de mi antiguo dormitorio, el que había usado durante años antes de que mi abuela muriera y yo me mudara al suyo. Había transformado el suelo del armario en una trampilla, para así poder abrirla, trepar dentro y cerrarla después. Nadie lo sabía excepto yo. Si aún estaba despierta cuando él se iba a dormir, le colocaba un par de zapatos y una maleta en el armario para darle un aspecto más natural. Bill dormía dentro de una caja, lo que no era un lugar muy limpio. Aunque solo lo utilizaba de vez en cuando.

– Sookie -me llamó desde el baño-. Ven, voy a cepillarte.

– Pero si me cepillas me costará dormir.

– ¿Por qué?

– Porque me frustrarás.

– ¿Te frustraré?

– Porque estaré limpia pero… me sentiré falta de cariño.

– Amanecerá en breve -afirmó Bill, con la cabeza por fuera de la cortina del baño-. Tendremos más tiempo mañana a la noche.

– Si Eric no nos hace ir a algún sitio -musité cuando su cabeza se hallaba bajo el agua de nuevo. Como de costumbre, acababa con casi toda mi agua caliente. Me quité los pantalones cortos y decidí tirarlos al día siguiente. Me saqué la camiseta por la cabeza y me tendí en la cama para esperar a Bill. Al menos mi nuevo sujetador estaba intacto. Me giré hacia un lado y cerré los ojos para atenuar la luz que provenía de la puerta del baño.

– ¿Cariño?

– ¿Ya has salido de la ducha? -pregunté medio dormida.

– Sí, hace unas doce horas.

– ¿Qué? -Abrí los ojos de par en par. Miré a las ventanas. No era noche cerrada pero sí estaba muy oscuro.

– Te has quedado dormida.

Tenía una manta encima, y aún llevaba puestos el sujetador azul acero y las bragas de la otra noche. Me sentía como un trozo de pan enmohecido. Mire a Bill. Estaba desnudo.

– No te vayas lejos -dije y fui a hacer una visita al baño. Cuando volví, Bill me estaba esperando en la cama, apoyado sobre un codo.

– ¿Has visto lo bien que me queda la ropa que me conseguiste? -Di una vuelta para que me apreciara en su justa medida.

– Encantador, pero creo que llevas demasiada ropa para la ocasión.

– ¿Qué ocasión es esa?

– El mejor sexo de tu vida.

Una ola de lujuria me recorrió, pero no dejé que mi cara lo reflejara.

– ¿Estás seguro de que será el mejor?

– Por supuesto -dijo él, con una voz tan fría y suave que era casi como si el agua fluyera entre las rocas-. Estoy seguro, y te lo voy a demostrar.

– Adelante -lo invité con una sonrisa en los labios.

No veía sus ojos, pero sí advertí que me devolvía la sonrisa.

– Encantado -dijo.

Poco tiempo después yo trataba de recuperarme y él estaba tirado sobre mí, con un brazo sobre mi estómago y una pierna sobre mi brazo. Tenía la boca tan cansada que apenas podía besarle el hombro. La lengua de Bill se dedicaba a lamerme las pequeñas marcas de mordiscos con suma delicadeza.

– ¿Sabes lo que necesitamos? -dije, demasiado perezosa para moverme siquiera.

– ¿Qué?

– Un periódico.

Después de un largo silencio, Bill se desenrolló de mí y se acercó a la puerta principal. La chica de los periódicos se para en el camino de mi casa y me lanza el periódico al porche, ya que le pago una muy buena propina.

– Mira -dijo Bill, y abrí los ojos. Sostenía un plato recubierto de papel de aluminio. Llevaba el periódico bajo el brazo.

Salí de la cama y fuimos a la cocina. Me puse la bata rosa y lo seguí. Él aún estaba desnudo, y disfruté del espectáculo.

– Hay un mensaje en el contestador -advertí mientras preparaba café. Lo más importante ya estaba hecho. Después, desenvolví el papel de aluminio y vi un pastel recubierto de chocolate y tachonado de pacanas que se agrupaban en forma de estrella.

– Este es el pastel de chocolate de la señora Bellefleur -dije, impresionada.

– ¿Sabes de quién es solo con mirarlo?

– Claro. Es un pastel famosísimo. Una leyenda. Nada está tan bueno como el pastel de la señora Bellefleur. Cuando participa con él en la feria del condado siempre se lleva el premio. Y siempre lo hace cuando una persona muere. Jason dice que vale la pena morirse solo para conseguir un pedazo del pastel de la señora Bellefleur.

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