Me había pasado el día dándole las gracias a todo el mundo. Aparqué detrás y rodeé la casa hasta llegar delante.
– ¿Lo metes en bolsas de basura o lo quemas? -me gritó Amelia.
– Oh, lo quemo cuando se levanta la prohibición de encender fuego -dije-. Es muy amable por vuestra parte haber pensado en hacer esto. -No pretendía ser efusiva… pero que hagan por ti la tarea que menos te gusta es una delicia.
– Necesito hacer ejercicio -dijo Octavia-. Ayer estuvimos en el centro comercial de Monroe y ya caminé un poco.
Tenía la sensación de que Amelia trataba a Octavia más como una abuela que como una maestra.
– ¿Ha llamado Tray? -pregunté.
– Por supuesto. -Amelia esbozó una amplia sonrisa.
– Le gustas.
Octavia se echó a reír.
– Estás hecha una femme fatale, Amelia.
Se la veía contenta y dijo:
– Me parece un tipo interesante.
– Un poco mayor que tú -dije, simplemente para que lo supiera.
Amelia se encogió de hombros.
– No me importa. Estoy dispuesta a salir un día con él. Pienso que Pam y yo somos más colegas que pareja. Y desde que encontré esa carnada de gatitos, estoy abierta a tratar con chicos.
– ¿Crees de verdad que Bob eligió? ¿Que no fue más bien una cuestión de instinto? -pregunté.
Justo en aquel momento apareció en el jardín el gato en cuestión, curioso por averiguar qué hacíamos allí fuera teniendo en la casa un sofá estupendo y unas cuantas camas.
Octavia soltó un sonoro suspiro.
– Oh, demonios -murmuró. Se enderezó y extendió las manos-. Potestas mea te in formam veram tuam commutabit natura ips reaffirmet Incantationes praeviae deletae sunt -dijo.
El gato parpadeó mirando a Octavia. Emitió a continuación un sonido muy peculiar, una especie de grito que jamás había oído salir de la garganta de un gato. De pronto quedó rodeado por una atmósfera espesa y densa, nublada y llena de chispas. El gato volvió a gritar. Amelia miraba al animal boquiabierta. Me dio la impresión de que Octavia estaba resignada y un poco triste.
Pero el gato se retorció sobre la hierba descolorida y de pronto apareció una pierna humana.
– ¡Por todos los santos! -dije, y me tapé la boca con la mano.
Ahora tenía ya dos piernas, dos piernas peludas, y a continuación apareció el pene, y después, sin dejar de gritar, empezó a convertirse en hombre. Transcurridos dos horribles minutos, el brujo Bob Jessup estaba tendido sobre el césped, tembloroso pero con su forma humana totalmente recuperada. Transcurrido un minuto más, dejó de gritar para sólo retorcerse. No era un gran avance, la verdad, pero nuestros tímpanos lo agradecieron.
Entonces se incorporó, se abalanzó sobre Amelia decidido a estrangularla hasta acabar con ella.
Lo agarré por los hombros para apartarlo de ella.
– ¿No querrás que utilice de nuevo mi magia, verdad? -preguntó Octavia.
Fue una amenaza de lo más efectiva. Bob soltó a Amelia y se quedó jadeando.
– ¡No puedo creer que me hicieras eso! -dijo-. ¡No puedo creer que haya pasado estos últimos meses convertido en gato!
– ¿Cómo te encuentras? -le pregunté-. ¿Te sientes débil? ¿Necesitas ayuda para entrar en la casa? ¿Quieres algo de ropa?
Se miró por encima. Llevaba un tiempo sin utilizar ropa y de repente se puso colorado, casi por completo.
– Sí-dijo secamente-. Sí, me gustaría ponerme algo de ropa.
– Ven conmigo -dije. Cuando entré con Bob en casa empezaba a anochecer. Bob era un tipo más bien pequeño y pensé que tenía un par de sudaderas que le irían bien. No, Amelia era algo más alta y era justo que fuera ella quien realizara la donación de ropa. Me fijé que Amelia había dejado en la escalera una cesta llena de ropa doblada para subir cuando fuera de nuevo a su habitación. Y mira por dónde, había una sudadera vieja de color azul y unos pantalones de chándal negros. Le entregué las prendas a Bob sin decir palabra y él las cogió con manos temblorosas. Seguí inspeccionando el montón y encontré un par de calcetines sencillos de color blanco. Bob se sentó en el sofá para ponérselos. Y hasta ahí pude llegar en cuanto a vestirle. Tenía los pies más grandes que yo y que Amelia, por lo que los zapatos quedaron descartados.
Bob se rodeó con sus propios brazos como si temiera volver a desaparecer. Tenía el pelo pegado a la cabeza. Pestañeó, y me pregunté qué habría sido de sus gafas. Confiaba en que Amelia las hubiera guardado en algún lado.
– ¿Te apetece beber algo, Bob"? -le pregunté.
– Sí, por favor -dijo. Le costaba que su boca articulara palabras. Se llevó la mano a la boca con un gesto curioso y me di cuenta de que era un movimiento igual al que realizaba mi gata
Tina cuando levantaba la pata para lamérsela antes de utilizarla para peinarse. Bob se dio cuenta entonces de lo que estaba haciendo y bajó de golpe la mano.
Pensé en traerle leche en un cuenco, pero decidí que resultaría insultante. Le serví un poco de té con hielo. Lo bebió, pero puso mala cara.
– Lo siento -dije-. Debería haberte preguntado si te gusta el té.
– Me gusta el té -dijo, y se quedó mirando el vaso como si acabara de relacionar el té con el líquido que acababa de tener en la boca-. Lo que pasa es que ya no estoy acostumbrado.
Sí, ya sé que es horroroso, pero abrí la boca dispuesta a preguntarle si le apetecían unas croquetas para gato. Amelia guardaba una bolsa de 9Lives en una estantería del porche de atrás.
– ¿Qué tal un bocadillo? -le pregunté. No sabía de qué tema podía hablar con Bob. ¿De ratones?
– Claro que sí -respondió. Vi que no sabía qué hacer a continuación.
Le preparé uno de mantequilla de cacahuete y mermelada, y otro de jamón y encurtidos con pan integral y mostaza. Se los comió los dos, masticando muy despacio y con cuidado.
– Perdóname -dijo entonces, levantándose en busca del baño. Cerró la puerta y permaneció allí un buen rato.
Amelia y Octavia ya estaban en casa cuando apareció de nuevo Bob.
– Lo siento mucho -dijo Amelia.
– Yo también -dijo Octavia. Parecía más vieja y más menuda.
– ¿Durante todo este tiempo has sabido cómo transformarle? -Intenté que mi voz fuese equilibrada e imparcial-. ¿Tu intento fracasado no fue más que un fraude, entonces?
Octavia movió afirmativamente la cabeza.
– Temía no poder venir más por aquí si no me necesitabas. Habría tenido que quedarme en casa de mi sobrina. Y esto es mucho más agradable. Pero me remordía la conciencia y sabía que tenía que hacer algo pronto, sobre todo porque estoy viviendo aquí. -Movió su canosa cabeza de un lado a otro-. Soy una mala mujer por haber permitido que Bob siguiera unos días más en forma de gato.
Amelia estaba conmocionada. Era evidente que la caída en desgracia de su maestra era algo asombroso para Amelia, algo que eclipsaba su sentimiento de culpa por lo que en su día le había hecho a Bob. Amelia era, sin lugar a dudas, una persona que vivía el presente.
Bob salió del baño y se acercó a nosotras.
– Quiero regresar a mi casa de Nueva Orleans -dijo-. ¿Dónde demonios estamos? ¿Cómo llegué hasta aquí?
El rostro de Amelia perdió toda su expresividad. Octavia estaba seria. Salí sin hacer ruido de la estancia. Cuando las dos mujeres le contaran a Bob lo del Katrina, la situación sería desagradable. No me apetecía estar presente mientras Bob, además de todo lo que le había caído encima, intentaba procesar aquella terrible noticia.
Me pregunté dónde viviría Bob, si su casa o apartamento seguiría aún en pie, si sus propiedades continuarían intactas. Si su familia estaría viva. Escuché la voz de Octavia subiendo y bajando de volumen, y después un terrible silencio.
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