– Bueno, por lo menos sabemos que no está realizando actividades sexuales allí dentro en este momento. Pienso que sería necesario abrirlo para eso. Bueno, ¿cuál es el ceremonial para hacer que un vampiro se levante de su sarcófago? ¿Deberíamos llamar primero?
Cassandra asió la tapa del cajón y estaba a punto de abrirlo cuando levantó la cabeza.
– ¡Paige…! -gritó.
Eso fue lo único que oí antes de que un cuerpo chocara contra el mío. Al inclinarme hacia delante, sentí un dolor agudo en los desgarrados músculos de mi estómago. Volví la cabeza y capté un atisbo de un muslo desnudo y el movimiento de un cabello rubio y largo. Inmediatamente una mano me agarró desde atrás y una cabeza se me acercó al cuello.
Reaccioné instintivamente, no con un hechizo, sino con un movimiento casi olvidado de las clases de defensa personal. Alcé el codo y golpeé a mi agresor en el pecho, y a continuación le aplasté la nariz con la palma de la otra mano.
Un grito de dolor y mi atacante cayó hacia atrás. Me di la vuelta, preparando un hechizo de inmovilización, y vi a Brigid encogida en el suelo, desnuda y agarrándose la nariz con ambas manos.
– ¡Zorra! Creo que me has roto la nariz.
– Deja de lloriquear -dijo Cassandra, alargando la mano para ayudarme a levantarme-. Se te habrá curado en menos tiempo del que te lleva vestirte. -Movió la cabeza de lado a lado-. Dos vampiros derrotados en dos días por una bruja de veintidós años. Me avergüenzo de mi raza.
Yo podría haber dicho que tenía veintitrés, pero no merecía la pena sacarla de su error. Por lo menos Cassandra tenía una vaga idea de mi edad. La mayoría de las veces había que felicitarla si se molestaba en recordar los nombres de las personas.
Detrás de nosotros el sarcófago se abrió con un chirrido.
– ¿Qué diablos está…? -protestó John, quitándose un antifaz de los ojos-. ¿Cassandra? -gruñó-. ¿Qué es lo que he hecho ahora?
– Han entrado sin permiso, Hans -dijo Brigid-. Estaban merodeando por todos lados, mirándolo todo…
– No estábamos merodeando -dijo Cassandra-. Y estábamos esforzándonos para no mirarlo todo. Ahora sal de ese cajón, John. No puedo hablar contigo cuando estás en esa cosa.
Él suspiró, se apoyó a ambos lados del cajón y salió. A diferencia de Brigid, no estaba, afortunadamente, desnudo, porque si así hubiera sido yo no habría podido resistir la tentación de hacer ciertas comparaciones entre él y las estatuas que se hallaban en el jardín delantero. Aunque John no llevaba camisa, sí vestía un par de ondulantes pantalones de seda negra, ceñidos a la cintura. Me imaginé que él suponía que le daban un aire gallardo, pero yo no podía evitar que me recordara a MC Hammer.
– Necesitamos cierta información -dijo Cassandra-. La otra noche no fuimos del todo claras por razones de seguridad. Pero, después de hablar contigo, me resultó obvio que podía haber subestimado tu… estatus en el mundo de los vampiros.
– Suele ocurrir -dijo John.
– Sí, bueno, ésta es la situación. Un vampiro ha estado asesinando a los hijos de las camarillas…, a los hijos adolescentes de los empleados de las camarillas.
– ¿Desde cuándo? -dijo John, y luego tosió-. Quiero decir que me han llegado noticias, por supuesto.
– Por supuesto. De momento, las camarillas no se han dado cuenta de que están persiguiendo a un vampiro. El Consejo Interracial desearía mantener la situación de esa manera, para poder apresar al responsable sin mayor alharaca. Sabemos que a las camarillas no les agradan los vampiros. No queremos darles una excusa para que nos persigan.
– Déjalos que lo hagan -dijo Brigid, avanzando hacia nosotros-. Si quieren guerra, se la daremos…
John la hizo callar con un gesto de la mano. Cuando nos miró, me di cuenta de que, como yo había supuesto, Cassandra realmente lo había subestimado. El hecho de que se hiciera el tonto no significaba que lo fuera.
– Si lo atrapan, ¿qué es lo que van a hacer con él? -preguntó John-. No voy a ayudarte a encontrar a un vampiro para que puedas matarlo. Hasta podría argumentar que nos está haciendo un favor.
– No, si las camarillas lo encuentran.
John hizo una pausa, y después dijo que sí con la cabeza.
– De modo que supongo que quieres saber quién tiene tanta inquina a las camarillas.
– ¿No deberías saberlo ya? -dijo Brigid, lanzándole a Cassandra una mirada-. Ese es su trabajo, como representante nuestro, ¿no es así? Saber quién se ha portado mal y quién bien.
Cassandra respondió a la burla de Brigid con un solemne movimiento de la cabeza que indicaba asentimiento.
– Sí, lo es, y si he sido remisa en el cumplimiento de mis obligaciones, pido disculpas. Desde ahora en adelante, aseguraos de que lo hago, y si no, pedid al Consejo que me despida. Asimismo, podríais pensar en buscar un co-delegado.
– Te lo agradecemos, Cassandra -dijo John-. Todos hemos hablado de eso. Nos gustaría tener un segundo delegado en el Consejo. Yo estoy dispuesto, por supuesto.
– Yo… te agradezco el ofrecimiento -dijo Cassandra-. Pero, en este mismo momento, lo que necesitamos es resolver otro asunto más apremiante. Si conoces a alguien que haya tenido algún problema con las camarillas…
– En primer lugar, quiero que me des tu palabra de que quienquiera que sea el responsable no será ejecutado.
– No puedo hacerlo. La ley del Consejo…
– Al demonio con la ley del Consejo.
Cassandra me miró. Negué con la cabeza. No podíamos hacer eso. Las dos sabíamos que el asesino tenía que ser entregado a las camarillas. Si se obraba de otra manera se correría el riesgo de que las camarillas se volviesen contra ambos, los vampiros y el Consejo. Lo único que podíamos hacer ahora era negociar con ellas para reducir el conflicto a su mínima expresión.
– No podemos prometer la absolución -respondió Cassandra-. Pero nos aseguraremos de que se haga justicia…
– No hay trato.
– Puede que no entiendas la importancia que tiene esto. Cuantos más chicos mate el vampiro, más empeorará la situación. Tenemos que detenerlo…
– Entonces detenlo tú -dijo Brigid-. No deberías necesitarnos, y no creo que nos necesites. Creo que todo esto es una pequeña comedia que haces ante tus compinches del Consejo, para que no se enteren de la verdad.
Cassandra aguzó los ojos.
– ¿Qué verdad?
– Que sabías exactamente lo que estaba ocurriendo. Sabías lo graves que eran las cosas. Ahora quieres que nosotros se lo contemos a tu amiguita la pequeña bruja para que tú puedas fingir que no sabías nada. Bueno, no es posible que estés tan al margen…
– Me temo que sí -dijo una voz de hombre a nuestras espaldas.
Giramos sobre nuestros talones y vimos que Aaron entraba en el sótano, seguido de Lucas.
– Cassandra no sabe lo que ha estado ocurriendo -dijo Aaron-. Pero yo sí.
Hola, Aaron -dijo Brigid, deslizándose hasta donde él se hallaba y haciendo correr uno de sus dedos por su pecho-. Tienes buen aspecto…, como siempre.
Aaron levantó el dedo de Brigid, apartándolo de su camisa, y lo soltó.
– Vístete un poco, Brigid -dijo.
Ella le sonrió.
– ¿Por qué? ¿Te sientes tentado?
– Sí, a taparme los ojos.
Brigid sopló por la nariz y se desplazó hacia Lucas.
– ¿De modo que éste es el príncipe de la corona de la Camarilla, verdad? -Lo miró de arriba abajo-. Nada que no pueda arreglarse con unas lentes de contacto y un vestuario mejor. -Dio un paso hacia él.
– No, gracias -murmuró Lucas.
– ¿Brigid? -dijo John-. Por favor, vístete.
– No te molestes -dijo Cassandra-. Si Aaron tiene lo que necesitamos, entonces os dejaremos para que disfrutéis de vuestro sueño inmortal.
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