Kelley Armstrong - Algo más que magia

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Brujas, hechiceros, vampiros… Descendientes de una antigua raza que lucha por su supervivencia en un mundo hostil.
Cuando a Paige Winterbourne la obligan a renunciar a su cargo de Líder del Aquelarre Norteamericano de Brujas, lo único que quiere hacer es alejarse del mundanal ruido durante una buena temporada y pensar en la posibilidad de formar un aquelarre alternativo con sus seguidoras. Pero, claro está, el destino tiene otros planes para ella.
Un psicópata con poderes sobrehumanos e imparables deseos de venganza anda suelto. Al enterarse de que las víctimas del despiadado asesino son adolescentes, Paige decide involucrarse en la investigación junto con Lucas Cortez, el más joven de la súper poderosa Camarilla Cortez.
Deseosa de proteger a aquellos que ama, Paige se introduce en un mundo de arrogantes hechiceros, nigromantes borrachuzos, dioses druidas con mal genio y turbadores vampiros enfundados en cuero que gustan de celebrar espeluznantes orgías de sangre.

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– Por favor, dime que la presión del agua no funciona bien -dijo Cassandra.

– No, yo creo que es un efecto buscado. -Seguí el recorrido del agua por encima del camino-. Entonces, ¿se supone que debemos agacharnos o pasar corriendo cuando se interrumpen los chorros?

Cassandra eludió la estatua izquierda, pasando tras ella y siguiendo un sendero que indudablemente había sido creado por el paso de incontables repartidores.

– ¡Vaya! -dije mientras pasaba agachándome entre las estatuas-. Eso me resulta familiar.

Cassandra me miró toda seria.

– No -dije-. Eso no. La cara. Fíjate en las caras de las estatuas. Es John, ¿no es cierto? Hizo que le tomaran a él de modelo.

Cassandra bajó la mirada.

– No en todos los detalles.

Me sonreí.

– Cassandra, ¿tú y John…? Dime que no.

– Ojalá no esté nunca tan desesperada. Quería decir que si estuviese dotado así de bien, seguramente me habría enterado. La comunidad de los vampiros no es muy grande.

– Y, al parecer, tampoco John.

Subimos al porche, y ambas nos quedamos mirando la aldaba, una cabeza de vampiro estilo Nosferatu, mostrando los dientes.

– ¿Sabes? -dije-. Puede que no estemos reconociendo plenamente los méritos de John. Todo esto podría ser un ejemplo de psicología invertida. Nadie sospecharía nunca que un verdadero vampiro fuera tan estúpido como para vivir de esta manera.

– Sería de esperar que nadie fuera tan estúpido como para vivir de esta manera.

Levantó la aldaba.

– Un momento -dije adelantando la mano para detenerla-. ¿Realmente es buena idea?

– No -dijo, volviéndose y dirigiéndose hacia los escalones-. No lo es. He visto una estupenda boutique a la vuelta de la esquina. ¿Por qué no vamos a hacer algunas compras, esperamos que Aaron nos conteste la llamada y…?

– Me refería a que tal vez no sería prudente que nos anunciemos. Si escapó de nosotros anoche, hoy podría hacer lo mismo.

– No tendremos esa suerte.

– Creo que deberíamos entrar directamente.

– Posiblemente eso sea lo único que podría hacer aún más insoportable esta excursión. Si tenemos que arrastrarnos para pasar a través de la ventana rota de un sótano, me agradaría mencionar en este momento que estos pantalones sólo pueden lavarse en la tintorería, no he traído más ropa y ciertamente no voy a…

Terminé de murmurar un hechizo de apertura y abrí la puerta. Dentro, todo estaba oscuro y silencioso.

– Es de día -murmuró Cassandra-. Estará durmiendo.

Supongo que debería haberlo sabido. Tendría que poner al día mis conocimientos sobre los vampiros.

La casa estaba fresca, casi fría comparada con el cálido día otoñal del exterior. Se podría atribuir el descenso de temperatura al frío ultramundano, puesto que habíamos entrado en la morada de los no muertos, pero sospechaba que en realidad John había puesto el aire acondicionado demasiado alto.

Eché un hechizo de iluminación y miré a mi alrededor. Las paredes estaban cubiertas de papel aterciopelado y con relieves de color carmesí, y decoradas con pinturas que probablemente habrían violado los códigos de obscenidad en una docena de estados.

– Yo no sabía que los carneros podían hacer eso -dije, dirigiendo la luz sobre una de las pinturas-. Y tampoco estoy segura de por qué querrían hacerlo.

– ¿Podrías ajustar esa luz y hacerla más tenue? -dijo Cassandra-. ¿Por favor?

– Lo lamento, no se pueden alterar los vatios de este hechizo -respondí-. Pero podría vendarte los ojos. Ehh, mira, hay una caperuza de cuero allí en el perchero. ¡Ooohh! Fíjate en el azote con nueve ramales. ¿Crees que John se dará cuenta si me lo llevo?

– Estás disfrutando demasiado con todo esto.

– Resulta alentador ver a un vampiro que abraza por completo su herencia cultural. -Impulsé con la mano mi bola de luz hacia las escaleras-. ¿Vamos a ver si podemos despertar a los no muertos?

Cassandra me lanzó una mirada que decía que estaba replanteándose seriamente su política de treinta y tantos años. La miré con una sonrisa y me dirigí hacia las escaleras.

* * *

Arriba encontramos más papel aterciopelado rojo, más pinturas de mérito artístico cuestionable, más chucherías con temas de sexo y sangre, pero no encontramos a John. Había cuatro dormitorios. Dos estaban amueblados como tales, pero parecía que sólo se los usaba como vestuarios. Al tercero podría describírselo como un museo de fetiches de vampiros, y es mejor no describirlos con detalle. La cuarta puerta estaba cerrada con llave.

– Éste debe de ser el suyo -le susurré a Cassandra-. O bien eso, o lo que guarda allí es aun peor que lo que hemos visto en la última habitación.

– Dudo que eso sea posible -dijo Cassandra mientras señalaba con los ojos la habitación de los fetiches-. Aunque, tal vez, yo debería esperar en el vestíbulo. Por si regresa John.

Sonreí.

– Es un buen plan.

Lancé un hechizo de apertura simple, suponiendo que se tratara de una cerradura sencilla, de las que se pueden abrir con una horquilla. Como falló, utilicé el hechizo que le seguía en intensidad, y después el siguiente. Finalmente, la puerta se abrió.

– Maldición -murmuré-. Sea lo que sea lo que tiene aquí, realmente no quiere que nadie lo vea.

Abrí la puerta, guiada por mi bola de luz, y me encontré dentro de… una oficina. Una oficina doméstica, moderna, corriente, una alfombra gris, paredes pintadas de azul, luz fluorescente, un escritorio de metal, dos ordenadores y un fax. Una pizarra blanca sujeta a la pared más alejada contenía la lista de las obligaciones de John: recoger la ropa limpia en la lavandería, pagar los impuestos de la propiedad, renovar el contrato de limpieza, alquilar un lavavajillas nuevo. Ni una sola mención a cosas tales como chupar sangre, violar a las vírgenes locales, convertir a los vecinos en adictos a los no muertos. No era de sorprender que John no quisiera que nadie entrara en esta habitación. Una rápida mirada habría bastado para que se fueran al traste todos sus esfuerzos por construirse una imagen.

Salí y cerré la puerta tras de mí.

– No entres allí -dije.

– ¿Es muy malo?

– Lo peor. -Recorrí el vestíbulo con la mirada-. Así pues, no está, y da la impresión de que no ha dormido aquí desde hace un tiempo. ¿Dónde duerme un vampiro fiel a su cultura? No habrás visto un mausoleo fuera, en la parte de atrás, ¿verdad?

– No, gracias a Dios. Parece haber tenido el sentido común de trazar allí la línea.

– Probablemente porque no pudo obtener el permiso de construcción. Bueno, vale… -La miré-. Ayúdame a salir del atolladero. No entiendo muy bien los estereotipos de los vampiros.

Se detuvo un momento, como si le costara responder, y luego suspiró.

– El sótano.

* * *

Estábamos de pie en mitad del sótano. Mi bola de luz permanecía en el aire sobre el único objeto de la habitación, un sarcófago grande, de caoba negra, brillante, con adornos de plata.

– Justo cuando pensabas que no podíamos encontrar nada peor, ¿no es cierto? -dije-. Por lo menos no es un mausoleo.

– Está durmiendo en una caja, Paige. Ni mejor ni peor que eso. Un mausoleo por lo menos se puede reparar, añadirle algunas luces, quizás una bonita cama de plumas con sábanas de algodón egipcio…

– Aquí también puede tener sábanas de algodón egipcio -dije-. Ah, y, ¿sabes?, no es preciso que sea tan malo como tú piensas. Tal vez no duerma aquí. Tal vez sea sólo para su actividad sexual.

Cassandra me miró con ojos severos.

– Gracias, Paige. Si esas pinturas de la planta alta no hubieran bastado para contaminar mi vida sexual para varias semanas, esa imagen ciertamente lo hará.

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