Se dirigió hacia la puerta.
– Espera -dijo John-. Puedo tener detalles que no tenga Aaron. Mi trato sigue encima de la mesa.
– ¿Trato? -dijo Aaron.
Yo hice un gesto con la cabeza.
– Quiere que le prometamos que no ejecutaremos al asesino ni lo entregaremos a las camarillas.
– Vamos, Hans, sabes que no podemos hacer eso. Vendrían a por nosotros. Nos cazarían como a animales.
Brigid se rió.
– ¿Y tú crees que tenemos miedo de las camarillas? Somos vampiros, los dioses del mundo sobrenatural, inmunes a cualquier daño…
– Sí, hasta que alguien nos corta la cabeza, y nos convertimos en alimento para los gusanos como cualquier otro. Hans, es posible que le hayas hecho creer a Brigid toda esa basura sobre la superioridad de los vampiros, pero sé que tú eres demasiado listo para creerlo.
– No hace falta que pasemos por esto -dijo Cassandra-. Si sabes de alguien…
– Lo sé, pero Hans puede saber más aún. Quiero encontrar a ese tipo antes de que mate a otro chico de las camarillas.
– ¿Por qué? -dijo Brigid-. ¿A quién le importa que muera otro chico de las camarillas?
– A las camarillas. -John vaciló, y luego movió la cabeza asintiendo-. Hablemos.
* * *
Ante la insistencia de Cassandra, salimos del sótano. John sugirió el jardín de atrás, de modo que lo esperamos allí. Como el delantero, el jardín de atrás estaba rodeado por un alto muro. Pero ahí, ese muro había sido levantado por John, no por sus vecinos. El jardín producía un shock casi tan impactante como la oficina que habíamos visto arriba, y ése era, probablemente, el motivo de que lo mantuviese oculto.
Era pequeño, de menos de doscientos metros cuadrados. En lugar de césped, tenía jardines de rocas y estanques koi rodeados por senderos de piedra. En el centro del jardín había una pagoda con una mesa de pino y un juego de sillas, donde esperamos a John.
Brigid había dejado claro que no nos acompañaría. Aparentemente, se tomaba muy en serio su papel de verdadera mujer vampiro, con lo que nunca se aventuraba al exterior durante el día. Sospeché que ésa era la razón por la cual John había elegido que nos reuniéramos fuera, de modo que pudiese hablar sin las interrupciones de Brigid.
Mientras esperábamos, Lucas explicó cómo nos habían encontrado. Aaron lo había llamado a primera hora de esa mañana, pensando que nosotras estaríamos durmiendo después de pasarnos la noche persiguiendo a John. Se pusieron de acuerdo y decidieron venir juntos a Nueva Orleans. Lucas sabía que nos dirigíamos a la casa de John, pero no tenía la dirección. Aaron, en cambio, sí la tenía.
Estaba deseando saber lo que Aaron había averiguado, pero antes de que pudiese preguntárselo, volvió John. Estaba vestido con pantalones de cuero negro y una camisa de lino blanca. Bastante gótico, todavía, pero no tan teatral como el conjunto de la noche anterior. Sospeché que había mucha pose en la imagen de John. La noche anterior se había mostrado sumamente efusivo con respecto a Aaron, pero cuando éste se presentó, Brigid había sido la única que se había comportado como una vampiresa.
– Es Edward, ¿verdad? -dijo Aaron en cuanto John tomó una silla y se sentó.
– Eso es lo que yo diría -repuso John-. No lo conozco lo bastante como para afirmarlo con certeza…
– Nadie los conoce lo bastante como para hablar con certeza -replicó Aaron.
– ¿Los conoce? -pregunté.
– Edward y Natasha. Son una pareja. Hace mucho que están juntos.
– He oído esos nombres -dije-. En las minutas del Consejo. Son buscadores de la inmortalidad.
– ¿Los ha investigado el Consejo? -preguntó Lucas.
– Los ha investigado y los ha exonerado, si no recuerdo mal -contesté-. Ocurrió hace treinta o cuarenta años por lo menos. Otro vampiro expresó su preocupación con respecto a la búsqueda que ellos hacían…, no eran acusaciones propiamente dichas, sino cierta animadversión. En cualquier caso, Edward y Natasha no estaban infringiendo ningún código, sino que lo único que hacían era buscar respuestas, como la mayor parte de los buscadores.
– Bueno, ha ido más allá de la animadversión -replicó Aaron-. Según parece, hace tiempo que en la comunidad de los vampiros circulan ciertos rumores, según los cuales los dos se han metido en una situación sumamente grave en Ohio. -Aaron captó mi mirada-. Sí, han estado viviendo en Cincinnati. Ya me ha dicho Lucas que ése es el lugar de donde vosotros pensáis que puede ser el asesino. Yo diría que nosotros tenemos un sospechoso.
– ¿Está el asunto vinculado con su búsqueda? -pregunté.
– Es posible -respondió Lucas-. Pueden haber descubierto un ritual que requiere sangre sobrenatural.
– Entonces, ¿dónde está la conexión con las camarillas? Sin duda entrar en los archivos de empleo de las camarillas es una buena manera de encontrar sobrenaturales, pero parece más inteligente quedarse en la periferia e ir a por chicos que se han escapado de casa, como Dana. Atacar a la familia de un CEO no haría más que subir las apuestas.
– Eso podría ser un efecto colateral del asesinato mismo -dijo Lucas-. Después de Dana y Jacob, Edward vio el caos que estaba creando y no pudo resistir la tentación de un desafío más grande.
– O tal vez el ritual no funcionaba y pensaron que sangre real de las camarillas podría ayudarlos.
– Ellos no -dijo John-. Edward solamente.
Cassandra negó con la cabeza.
– Esos dos no hacen nada solos.
– Ahora sí -dijo Aaron-. Nadie ha visto a Natasha desde hace meses. Corre el rumor de que al final estaba harta, pues todo había salido mal, y se largó.
– Lo encuentro difícil de creer -dijo Cassandra-. Hace más de cien años que están juntos. Después de un tiempo así, uno no… -Su mirada se dirigió a Aaron-. Lo que quiero decir es que me parece improbable que esos dos se hayan separado.
– Bueno, de un modo u otro, ella ha desaparecido -dijo John-. Y dudo mucho que Edward esté contento.
La búsqueda de la inmortalidad
Escala siguiente: Cincinnati, Ohio. Utilizando los alias conocidos de Edward y Natasha, que Aaron nos había proporcionado, Lucas había encontrado dos direcciones de dos vampiros en el área de Cincinnati. Allí, esperábamos encontrar o más pruebas o alguna pista sobre su paradero en aquel momento. Aaron se ofreció a acompañarnos, y Cassandra ya se había incorporado a la búsqueda, de modo que íbamos los cuatro, lo cual parecía una propuesta costosa…, hasta que Lucas nos condujo a la pista privada del aeropuerto Lakefront.
– Me preguntaba cómo habíais llegado vosotros dos a Nueva Orleans tan rápido -dije mientras nos acercábamos al jet de los Cortez.
Lucas evitó mi mirada y cambió de hombro nuestras bolsas.
– Sí, bueno, después de hablar contigo, mi padre me llamó, y cuando le dije que estábamos tras una pista, me ofreció que usásemos el jet. Me pareció una idea acertada, pues nos permitiría eludir los horarios y las restricciones del vuelo comercial. -Volvió a cambiar de hombro las bolsas-. Tal vez tendría que haber…
– Hiciste lo correcto -dije-. Cuanto más rápido nos movamos, tanto mejor.
– No veo la razón de tanto alboroto -dijo Cassandra, mientras el personal de vuelo se afanaba en bajar la rampa de embarque-. Todo ese asunto de negarte a entrar en tu propia Camarilla no tiene ningún sentido, si quieres saber mi opinión…
– Estoy completamente seguro de que no le interesa, Cass -dijo Aaron.
– Bueno, solamente iba a decir que…
Con oportunidad impecable, el piloto llamó a Lucas para hablar con él sobre los detalles de vuelo de última hora. Un miembro de la tripulación cogió nuestras bolsas, y enseguida la azafata nos condujo a nuestros asientos. Para cuando Lucas volvió, el avión estaba ya rodando por la pista. La azafata lo siguió, tomó nota de lo que queríamos beber y se puso a charlar brevemente con Lucas mientras el avión despegaba. Si creen ustedes que todo esto distrajo a Cassandra de su intención de dar a conocer su opinión sobre la situación de Lucas, es que no conocen a Cassandra.
Читать дальше