Crucé la habitación hasta la ventana. Estaba entablonada, pero alguien había aflojado el tablón del centro para que entrara la luz del sol. Yo estaba de lado, para poder ver la ventana y la puerta al mismo tiempo, y entonces volví a dirigir mi hechizo de iluminación a mis espaldas, para tener luz también en esa parte de la habitación.
Una vez que mis ojos se adaptaron a la oscuridad de abajo, distinguí la figura de Cassandra que caminaba por la calle vacía, taconeando impacientemente con sus zapatos de Prada, y su chaqueta de Dolce & Gabbana agitándose tras ella. ¿Cuántas personas estarían ocultas detrás de las ventanas de esa calle, atraídas por los ruidos que habíamos hecho antes y observando ahora a esa atractiva mujer de cuarenta años, impecablemente vestida, paseando sin compañía? Hablando de blancos fáciles. Sin embargo no salió nadie. Tal vez no se atrevían.
A juzgar por el ángulo que describía Cassandra y su modo resuelto de caminar, se dirigía hacia donde yo estaba, presumiblemente porque no había encontrado nada en ningún sitio. Eso indicaba que mi intuición con respecto al lugar donde podía encontrarse John era probablemente correcta, y significaba que tenía que moverme con rapidez.
Me volví de espaldas a la puerta y moví mi bola de luz hasta ver el reflejo de la puerta en el cristal de la ventana. Entonces saqué mi teléfono móvil. Preparé un nuevo hechizo, llamé a nuestro apartamento, y empecé antes de que el contestador automático se pusiese en funcionamiento
– Hola, soy yo. Sigo en Nueva Orleans. Cassandra ha encontrado la pista de un vampiro y la está siguiendo. Se suponía que iba a estar en el bar de que te hablé, pero se escapó por la puerta de atrás. ¿Puedes creerlo? El señor Soy-un-Vampiro-Malo escurriéndose por la puerta de atrás. -Hice una pausa y luego reí-. En serio. ¡Vaya con los vampiros!
A través del reflejo que se producía en la ventana vi una forma que cruzaba la puerta. Preparé un nuevo hechizo y continué hablando al contestador.
– Apuesto a que está -dije a medida que la sombra se aproximaba- escondido en algún rincón, con la esperanza de que no le muerdan las ratas. Me sorprende que esta clase de tipos no haya desaparecido y…
Lancé el resto del hechizo de inmovilización, y al darme la vuelta vi a un hombre paralizado a punto de atacar. Delgado, de poco más de treinta años, con el pelo negro recogido en una cola de caballo, una camisa de lino blanco, una chaqueta de cuero negro larga hasta las rodillas, y con pantalones de cuero negro a juego. Rímel, tal vez. Delineador de ojos, sin duda.
– John, supongo -dije-. Te olvidaste de que los vampiros proyectan un reflejo, ¿verdad?
Sus ojos marrones se hicieron más oscuros a causa de la luna. En el piso de abajo, se oyó el ruido de una puerta que se cerraba.
– ¡Aquí arriba! -llamé-. Lo he encontrado.
Los tacones de Cassandra resonaron por las escaleras al doble de la velocidad habitual. Cuando giró al llegar al rellano de la planta alta, se la veía casi preocupada. Entonces vio a John y se acerco más lentamente.
– ¿Te gusta mi estatua? -dije-. El-no-tan-astuto-vampiro lanzándose en picado sobre su no-tan-desprevenida-presa.
– Veo que tu hechizo de inmovilización ha mejorado. -Miró a John y suspiró-. Suéltalo.
Levanté el hechizo y John cayó de bruces. Cassandra volvió a suspirar, en voz más alta esta vez. John se puso torpemente de pie y se sacudió los pantalones.
– Me ha atrapado -dijo.
– No -dije-. Tu ego te ha atrapado.
John se alisó la chaqueta, y me miró con el ceño fruncido al ver un reguero de grasa que ensuciaba su camisa blanca.
– Más vale que esto salga -dijo.
– Vamos, no es culpa mía -dije-. Eso es lo que se consigue cuando uno anda arrastrándose por lugares como este.
– No estaba arrastrándome. Y no me escapé por la puerta de atrás. Yo…
– Ya está bien -dijo Cassandra-. Bueno, John…
– Prefiero Hans.
– Y yo prefiero no tener que perseguirte por edificios abandonados, pero parece que esta noche ninguno de los dos va a ver realizados sus deseos. He venido para hablar contigo de…
– El Rampart. -John alzó los ojos al cielo y se apoyó con violencia contra la pared, entonces se dio cuenta de que su camisa estaba arrugada y corrigió su postura desgarbada. Déjame adivinar, fuisteis a ver a San Aaron. ¡Qué desperdicio de vampiro!, con lo buen mozo que es. Yo podría reformarlo, por supuesto. Sonrió, mostrando todos los dientes-. Mostrarle su camino errado, o el camino hacia errores deliciosos. Mostrarle lo que ese cuerpo perfecto…
– No eres gay, John. Deja eso. Ahora, no sé qué le pasa a Aaron con el Rampart, y no es asunto mío. En lo que a mí concierne, no veo motivo de preocupación.
John se enderezó.
– ¿Cómo?
– Lo que he venido a discutir se refiere a las camarillas.
– ¿Las camarillas? -John juntó las cejas-. ¿Qué pasa con las camarillas?
– Ella -movió una mano hacia mí- es Paige Winterbourne. Conoces a su madre.
En los ojos de John brilló un chispazo de reconocimiento, pero desapareció enseguida y se encogió de hombros.
Cassandra continuó:
– Por supuesto, no espero que recuerdes a una persona que no es vampiro, pero la madre de Paige fue Líder del Aquelarre estadounidense. Aunque estoy segura de que no estás al tanto de los chismes que tienen que ver con los hechiceros, Paige está liada con Lucas Cortez, el hijo menor, y heredero, de Benicio Cortez.
A juzgar por la expresión de John, nada de todo esto era algo nuevo para él, pero se mantuvo imperturbable y dejó que Cassandra continuase.
– El joven Lucas tiene algunas disputas éticas con la organización de su padre y participa en actividades anticamarillas. Ésa es la razón por la cual Paige se acercó a mí. Como integrante del Consejo, está perfectamente al tanto de mi fuerte postura anticamarillas.
Yo asentí con la cabeza, aunque el pensamiento de que Cassandra adoptara una postura fuerte ante cualquier cosa me obligaba a esforzarme para mantenerme seria.
– Paige quería que yo me uniese a su pequeña cruzada, pero difícilmente puedo yo unir mis fuerzas a los lanzadores de hechizos. Entonces me dijo que tú y tus… socios habéis formado vuestra propia liga anticamarillas. Naturalmente, estoy intrigada, aunque no puedo comprender por qué tú no te pusiste en contacto conmigo con respecto a esto.
– Yo…, nosotros… ¿Nadie te lo dijo? Le dije a Ronald…
– Por ahora, aceptaré esa excusa, aunque yo sugeriría que lo intentaras de nuevo. Ahora bien, con respecto a esta campaña, he oído que habéis estado bastante ocupados. Ocupados y con éxito.
John vaciló, y luego se encogió de hombros.
– No sé de qué te extrañas. Son un blanco tan fácil…
– ¿Pero este último asalto? Verdaderamente inspirado.
Nuevamente, John vaciló y vi por su expresión que no tenía ni idea de lo que le estaba diciendo Cassandra. Tosió para cubrir su confusión, y luego continuó.
– Sí, bueno, fue un esfuerzo hecho en equipo. Meses de planificación. Pero nos sentimos satisfechos con los resultados, y esperamos mejorar ese éxito en nuestros futuros esfuerzos.
– Sí, sí, seguramente será así.
Cassandra caminó hasta la ventana y miró hacia fuera, pensando y organizando su próximo movimiento. La dejé hacer. Esa llamada fingida había puesto a prueba los límites de mi capacidad de engaño.
John se subió las mangas de la chaqueta.
– Hemos dejado que esas camarillas fueran demasiado lejos. Ha sido divertido verlas, pero han olvidado el lugar que les corresponde en el mundo sobrenatural. Tendríamos que haberles parado los pies desde el principio, tendríamos que haberles exigido tributo, algo que les recordara quién manda. No es que te eche la culpa… -Cassandra miró a John. Él levantó las manos y retrocedió-. De ningún modo. Te confundieron, como al resto de nosotros. Cuando dijeron que no querían vampiros entre su personal, no nos importó. ¿Por qué iba a importarnos? Desde luego los vampiros no van a ir a fichar en organizaciones de hechiceros. Pero fuimos incapaces de ver adónde podía conducir todo eso.
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