– No está aquí.
– No es eso lo que dijo el guardián.
Brigid se echó el pelo hacia atrás de los hombros con un movimiento de la mano.
– Bueno, pues se equivoca. Hans no está aquí.
Cassandra se volvió a Ronald, que retrocedió hasta apoyarse contra la pared.
– Estaba en la habitación del fondo, con Brigid y el muchacho -admitió Ronald.
– Déjame adivinar -le dijo Cassandra a Brigid-. Te pidió que salieras para hacer una maniobra de despiste mientras él se escapaba por la puerta de atrás. Vamos, Paige. Ha llegado el momento de cazar a un cobarde.
Nunca subestimes el poder del ego de un vampiro
La puerta trasera del Rampart daba a una callejuela.
– ¿Y qué hacemos con Ronald y con Brigid? -pregunté, cerca de la puerta-. Puede que sepan algo, y en cuanto nos hayamos ido, ellos se largarán también. Dos pájaros en mano valen definitivamente más que uno volando.
Cassandra negó con la cabeza, con la mirada puesta en la callejuela.
– Nunca traicionarían a John. Sin él, no sobrevivirían. -Se volvió hacia la izquierda-. Por aquí.
– ¿Has encontrado el rastro?
– No, pero iría por este lado.
Dimos la vuelta por detrás de una tienda de ropa y salimos a una calle de casitas en hilera, pegadas unas a otras y en estado ruinoso, que tenían el aspecto de una conejera. Las viviendas llevaban entablonadas, al parecer, desde la época en que yo iba al colegio. Al final de la callejuela, Cassandra se detuvo y examinó las casas. Se oyó el ruido de una botella que golpeaba el suelo. Pegué un salto.
– Si oyes a alguien, no es él -dijo.
– ¿Habrá alguien más por ahí?
– Muchos más, Paige. Abandonadas no significa vacías.
Como para subrayarlo, la risa de una mujer flotó por la calle. Una botella salió de una ventana de primer piso y se rompió en la calle, añadiéndose a un montón de cristales rotos. Cassandra se encaminó hacia el extremo más alejado de la vereda y atravesó la hilera de casas conmigo a sus talones. Me sentía tonta siguiendo sus pasos y peor todavía, inútil, pero no había nada más que yo pudiera hacer. Mi hechizo de percepción no funcionaba para encontrar a un vampiro, y si no iba a delatarse haciendo ruido, no tenía sentido que buscara por mi cuenta.
Dos casas antes del final de la calle, Cassandra echó una mirada hacia una de ellas. Asió la baranda enmohecida y comenzó a subir los escalones que llevaban a la puerta delantera. A medio camino, se detuvo. Miró la puerta, inclinó hacia un lado la cabeza y a continuación dio media vuelta. Me apartó de su camino, permaneció de pie en el escalón y miró la calle. Unos instantes después, se volvió nuevamente hacia la casa, la observó; luego movió la cabeza a un lado y a otro y descendió los escalones. Ya en la calle, pasó por delante de la última casa echándole apenas una mirada y cruzó a la acera de enfrente. Yo trotaba tras ella.
– ¿Puedo ayudar en algo? -pregunté.
– Sí. Quitándote de en medio.
Levanté las manos al cielo, y caminé de vuelta hacia la casa que a ella le había llamado la atención.
– Tampoco he dicho que te pongas a vagar de un lado a otro -dijo detrás de mí.
– No estoy vagando. Hubo algo en esa casa que te llamó la atención, de modo que voy a echar un vistazo mientras tú buscas en otras.
– No está allí.
– Bueno. Entonces no pasa nada por que lo compruebe.
– Lo último que quiero es andar preocupándome de que puedas pisar la aguja sucia de algún tipo.
– No soy una niña, Cassandra. Si efectivamente piso una aguja o me acogotan, te absuelvo por anticipado de toda responsabilidad. Tú busca por ese lado de la calle mientras yo vuelvo a verificar la corazonada que tuviste allí.
Cassandra suspiró diciendo algo en voz baja y se marchó. Yo subí los escalones de la casa. La puerta de delante estaba entablonada, pero alguien había abierto a puntapiés un agujero en la parte inferior. Me agaché y entré, casi arrastrándome.
Me golpeó en primer término el olor, despertándome recuerdos de un corto período de trabajo voluntario que había hecho en un refugio para personas sin hogar. Respirando por la boca, miré a mi alrededor. Estaba en el vestíbulo delantero. De las paredes colgaban trozos de empapelado, mezclados con tiras de papel atrapamoscas moteado de cuerpos de insectos momificados. Lancé un hechizo de iluminación e hice correr la bola de luz por el suelo del pasillo. La alfombra había sido arrancada hacía mucho tiempo, dejando a la vista la base del piso. A medida que avanzaba, empujaba con el pie la basura, apartándola de mi camino. Aunque no había agujas, sí había suficientes cristales rotos y deyecciones de ratas como para hacerme sentir contenta de haberme cambiado, antes de salir, las sandalias abiertas que había usado en Miami.
Desde el vestíbulo, tenía tres elecciones posibles: arriba de las escaleras, la sala de estar, o la puerta más apartada, que presumiblemente conducía a la cocina. Desde el pie de las escaleras lancé un hechizo de percepción. Podía no funcionar con los vampiros, pero en un lugar como ése, los vivos justificaban igual preocupación. Cuando el hechizo me volvió con resultado negativo, me dirigí a la sala. No había señales de vampiros, ni tampoco de ninguna otra cosa que fuese lo suficientemente grande como para que se ocultara ninguno. Lo mismo ocurrió en el área que comunicaba la cocina y el comedor. Hasta los armarios estaban vacíos, despojados de todas las puertas y estantes, presumiblemente para alimentar el fuego que alguna vez se había encendido en medio del suelo de la habitación.
Cuando me dirigí hacia las escaleras, oí un murmullo en algún punto del piso de arriba. El sonido era demasiado tenue para que fuesen pisadas…, a menos que los pies fueran en realidad de los grandes roedores peludos que habían dejado sus tarjetas de visita en los restos que había encontrado abajo. Subí la mitad de las escaleras y lancé mi hechizo de percepción. Volvió con resultado negativo. Ahora que lo pensaba, eso era raro. Deyecciones recientes de ratas significaban ratas recientes, y mi hechizo tendría que haberlas detectado. Creo que sabía cuál era la razón de esa repentina desaparición de los roedores. Las ratas no sólo huyen de los barcos que van a hundirse, también lo hacen cuando se encuentran con depredadores más fuertes que ellas.
Preparé un hechizo de repulsión y subí hasta lo alto de las escaleras. La casa seguía quieta y silenciosa. Demasiado quieta, demasiado silenciosa. La quietud preternatural me recordaba una situación ocurrida poco antes ese mismo día, cuando me pareció que el asesino estaba persiguiéndome en el aparcamiento.
Desde el punto más alto de las escaleras, podía ver las cuatro habitaciones. Quise ir hacia el frente de la casa, cosa que reduciría mis elecciones a dos habitaciones, una de las cuales era el baño, demasiado pequeño para lo que yo tenía en mente. Inspeccioné el dormitorio principal, para asegurarme de que estaba vacío, y luego entré y lancé un hechizo perimetral desde la puerta. El problema consistía en que nunca había utilizado este hechizo con un vampiro, de modo que no podía confiar completamente en él ahora. Cuando todo esto terminara, tendría que poner a prueba con Cassandra todo mi conjunto de hechizos sensoriales. No es que yo creyera que ella fuera a ofrecerse como conejillo de indias, pero había otras maneras de lograrlo.
Preparé un nuevo hechizo de repulsión. Preparar un hechizo significa empezar el encantamiento de modo que esté listo para ser lanzado sólo con unas pocas palabras finales. Los hechizos son armas maravillosas, pero en una escala de velocidad de uso ocupan un lugar bajo, están a la altura de los arcos y las flechas. Si la flecha no está ya puesta en el arco cuando te atacan, te encontrarás ante un serio problema. El otro problema reside, al mismo tiempo, en que uno no se puede detener en medio de un hechizo durante un tiempo indefinido. Lucas y yo habíamos pasado en cierta ocasión todo un fin de semana experimentando este asunto, y llegamos a la conclusión de que se puede tener listo un hechizo durante unos dos minutos. Después de eso, hay que prepararlo de nuevo. Dado que ésta era mi primera aplicación práctica de esa investigación, yo preparaba el hechizo cada sesenta segundos, para estar segura de que funcionaría.
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