Jake habló por el pequeño Bluetooth.
– Evan, ¿ves a Emma?
El camarero negó con la cabeza.
– Trent y Bannaconni también se han ido. Igual que los dos brutos que contrataron para esta noche.
Jake soltó una maldición.
– Drake, Joshua, hacedlos venir. Hacedlos venir, ahora. -Ya estaba abriéndose paso a través del gentío. Era un hombre grande, enormemente fuerte y sin miedo de herir a cualquiera. El mar de gente se abrió, pero Emma no estaba en el sofá. Volvió a maldecir, furioso con ella por no haberle escuchado.
Estaba casi al límite de su control, dándose cuenta de que si Emma era de verdad uno de los suyos, tenía que estar cerca de su primer celo. Él había experimentado la loca compulsión una vez antes y había sentido el carácter y la dominación de los de su clase rasgándole el estómago y revolviéndose con negra furia. Su cuerpo estaba duro y dolorido, y cada músculo y hueso le dolía por el esfuerzo de evitar el cambio. Ahora ella se había marchado y el olor a leopardo macho era fuerte.
Sus hombres convergieron de todos los lados, Drake, Conner y Joshua se abrieron camino a través de la gente. Evan saltó sobre la barra y Sean tiró a un lado la bandeja y se apresuró hacia ellos.
– Su olor es más fuerte por aquí.
La puerta estaba cerrada, pero él lo había esperado. Jake era enormemente fuerte, y cuando cedía paso a su gato, aquel se añadía a su fuerza física. Echaron la puerta abajo en segundos, haciendo astillas la dura madera. Emma estaba en el suelo, de rodillas, el rostro tan pálido que parecía un fantasma. Sus medias estaban rotas y su ropa desarreglada. Un hombre intentaba llegar hasta ella, pero se detuvo abruptamente cuando Jake y sus hombres entraron en tromba en la habitación. La cara del hombre estaba ensangrentada. Parecía como si le hubiesen roto la nariz.
El cuerpo de Jake ya se estaba contorsionando, sus ropas se hicieron jirones.
– Tómala -gritó Drake mientras Conner y Joshua se interponían entre Jake y Emma-. Sácala de aquí.
Jake observó la habitación.
– Estáis muertos -dijo en voz baja, y fue en busca de Emma.
Ella tuvo problemas para conseguir ponerse de pie, así que simplemente la recogió, acunando su cuerpo, se giró y salió, Sean abría camino con Evan flanqueándolo. Drake, Joshua y Conner mantuvieron atrás a los dos leopardos mercenarios con amenazantes gruñidos. Jake se abrió paso a zancadas entre los invitados, sin prestar atención a los jadeos y preguntas. Los hombres cerraron filas, los otros los alcanzaron cuando salían de la casa.
Jake metió a Emma en el Ferrari, cerró la puerta con más fuerza de la necesaria y encendió el motor.
– Ponte el cinturón.
Cuando Emma forcejeó con él, soltó una maldición y se lo colocó él mismo. Mirando al frente, metió el coche en la desierta calle, siguiendo el vehículo que llevaba a dos de los guardaespaldas. Detrás de ellos, otro coche los seguía de cerca.
– ¿En qué demonios pensabas para irte a una habitación a solas con ellos? -Dentro, en la cercana proximidad del vehículo, el hedor del otro hombre era sofocante. Emma apestaba a algo mitad hombre, mitad leopardo. Jake podía oler al otro felino y aquello llevaba a su propio leopardo a la locura absoluta. Apenas podía controlar el coche, los dedos contorsionados y curvados, sus garras arqueadas empujaban contra las puntas de sus dedos.
Emma se humedeció los labios, intentado hacer pasar el algodón de su boca. Aún tenía la mente confusa y negándose a funcionar apropiadamente. Sabía que la furia de Jake con ella aumentaba, pero parecía incapaz de encontrar la manera de responderle. Aún sentía los labios pesados, la droga se aferraba a su sistema a pesar de sus mejores deseos de deshacerse de ella.
Estaba al borde de las lágrimas. Rory casi la había violado. Aquella había sido su intención, con Trent, Cathy Bannaconni y el otro hombre, Clayton, observando. Si Clayton y Trent no hubiesen querido participar, en aquellos momentos, Rory podría haberlo conseguido, mientras Cathy documentaba el asalto. No sabía si su plan para hacer que Jake la rechazara habría tenido éxito, o si lo tendría sin el asalto. Él estaba a punto de perder el control, bajos y amansadores gruñidos retumbaban en su garganta.
Ella necesitaba consuelo, no rabietas y Jake estaba cerca de una muy violenta.
– Te dije que permanecieras a la vista. ¿Qué creías que estaba pasando? Después de lo de ayer, ¿creíste que esto era una especie de juego? -Su visión estaba cambiando, y veía ardientes bandas de color. Las luces de los coches le hacían daño en los ojos. Le dolía la mandíbula. Respiró con fuerza por la nariz, intentando contener el cambio. Su leopardo estaba furioso, el hedor del otro macho lo estaba volviendo loco.
Ella no respondió, y en realidad, Jake se sintió agradecido de que no buscase excusas, o aquello lo habría hecho enfurecer aún más. Condujo en silencio hasta que estuvieron en su propiedad y la seguridad se desvió, dejándolos a solas. En lugar de dirigirse a la casa, él eligió conducir hasta la parte trasera de su propiedad, alejándolos de los niños y su equipo de seguridad ahora que estaban en su rancho. Jake no confiaba en sí mismo. Su intención era salir, decirle que volviese sin él, y luego correr hasta que el gato estuviese exhausto. No confiaba en sí mismo en su estado presente.
Apretó con fuerza los frenos e hizo que el coche se deslizase hasta detenerse, abrió la puerta de un empujón y casi se cayó fuera, su leopardo empujando con fuerza contra la piel. Se arrancó la chaqueta, tirándola sobre el capó del coche, y se arrancó la camisa, haciendo saltar los botones que cayeron al suelo, esparciéndose por todas partes.
Respirando con dificultad, rodeó el coche para ir al lado del pasajero y abrió de un tirón la puerta con la intención de meterla en el asiento del conductor. La peste del otro macho le llenó los pulmones y olfateó al… leopardo . Ella tenía la marca de otro macho por todas partes. Sin siquiera ser consciente de sus acciones, la sacó de un tirón del coche. Emma intentó tirar hacia detrás, cayendo de vuelta contra el coche, luchando para sacarse de encima el letargo que le había producido la droga.
Su resistencia hizo saltar el leopardo de su interior. Gruñendo, le hizo pedazos el pecaminoso traje, rasgándolo con sus afiladas garras, haciéndolo tiras. El material cayó por todas partes mientas el viento soplaba en el cielo, llevando trozos de negro satín a los árboles. Emma no se movió, permaneció completamente quieta, observándolo con su precavida mirada. Sus ojos eran más verdes. Su piel más suave. Su cuerpo casi resplandecía y estaba tan caliente que él hizo todo lo que pudo para no tirarla sobre el capó del coche y hundirse en ella.
El cambio lo había atrapado, su cuerpo se contorsionaba, sus huesos, sus tendones, y sus nervios estallaron y chasquearon. Era incapaz de detenerlo. Gritó en su interior, aterrorizado por ella.
– Entra en el coche. Sal de aquí -intentó decir, para salvarla de la celosa furia del gato, pero ya no tenía voz, y lo que salió fue un gruñido en lugar de palabras. Se le doblaron los nudillos, las garras saltaron de sus dedos. Intentó arrancarse la camisa. Su cuerpo ya doblado, acercándose al suelo. Le dolían los zapatos, se reventaron las costuras cuando cayó.
Emma debería haber salido corriendo, gritando, pero se agachó junto a él, tirando de sus zapatos, quitándole la camisa. El leopardo, más perceptivo que el hombre, olió la droga en su sistema. La desesperación se extendió como un rayo. Había sido drogada -casi violada- y él se había comportado como un animal, arañándola y desgarrándola en lugar de atraerla a sus brazos y sostenerla, consolarla. Había fallado, no la había protegido. Ahora su leopardo estaba siendo liberado frente a ella, sus dientes afilados, su temperamento feroz.
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