Graham Masterton - La Pesadilla

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El juez O`Brian, famoso por su lucha contra el narcotráfico, es nombrado para ocupar una vacante en el Tribunal Supremo de Estados Unidos. Pero el helicóptero en el que se dirige a Washington junto con su mujer y su hija se estrella.
La compañía de seguros encarga el caso a un investigador, Michael, caso que, en principio, no presenta grandes dificultades: tanto las Fuerzas Aéreas como la policia defienden la hipótesis de que el siniestro fue un accidente.
Pero las cosas se complican cuando, pasado algún tiempo, aparece la hija de O`Brian con señales de haber sido cruelmente torturada.
Extraños individuos de tez pálida, en los que no hacen mella las balas, empiezan a perseguir a Michael. Una serie de coincidencias acabarán poniendo el descubierto una poderosa organización responsable de magnicidios a lo largo de la historia. La suerte está echada y la sombra del mal sumerge al lector en una verdadera pesadilla.

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– Hola, Joe -lo saludó con las manos enterradas en los bolsillos de los pantalones cortos.

Joe se acercó y se quedó de pie a su lado, con una mano extendida. Esperó inútilmente y al final dijo:

– ¿Qué te parece, Michael? ¿Acaso andar jugueteando con el capullo es más importante para ti que saludar a un antiguo colega?

De mala gana, Michael alargó la mano y estrechó la del visitante. Joe sonrió, luego se quedó mirando durante unos instantes la palma de su propia mano y dijo:

– Confío en que en realidad no estuvieras jugueteando con el capullo.

– No parece que esté quedándome ciego, ¿no es así? -repuso Michael.

– Pero eso es sólo porque no lo haces como es debido. -Joe dejó caer el grasiento sombrero que llevaba sobre el escritorio, justo encima del bloc de Michael; luego dio unos pasos, se acercó a la ventana y se puso a admirar la vista-. Un día precioso, ¿no es cierto? Esta casa es el mismísimo cielo en verano. ¿Qué tal resulta en pleno invierno? Apuesto a que se convierte en un infierno. ¿Cómo os calentáis?

– Con mantas.

– ¿Con mantas?

– Eso es. Desde el Día de Acción de Gracias hasta el Memorial Day nos quedamos en la cama.

– Ah, es un buen sistema, especialmente con Patsy, si no te importa que lo diga. Sigue estando tan guapa como cualquier hombre pueda soñar.

– Oh… ¿la has visto?

– Claro, y hemos estado hablando un rato. Está en el jardín lavando el coche. Es decir… ¿cómo lo diría? Está lavando los pedacitos que hacen que toda esa herrumbre se aguante en una sola pieza.

– ¿Qué te trae por aquí? -le preguntó Michael-. Espero que no hayas venido a enseñarme la chaqueta.

– ¿Te importa que acomode el trasero en algún sitio? -le preguntó Joe. Y acto seguido se acomodó en el sofá de cuero. Cogió la revista que Michael había estado leyendo y frunció el ceño al contemplar la portada.

¿Mushing? -preguntó incrédulo.

– Sí, ya sabes -repuso Michael-. ¡Mush, mush! Es como se arrea a los perros esquimales para que tiren del trineo, y esas cosas. ¡Mush, mush!

– ¿La gente se dedica mucho a eso por aquí? -le preguntó Joe con la cara muy seria.

– Olvídalo, Joe… sólo es una idea en la que he estado trabajando.

Muy bien -convino Joe. Sacó un pañuelo arrugado y se limpió con él la frente-. Supongo que será mejor que te diga por qué he venido.

– Has mencionado Rocky Woods. Mi hijo se creyó que te llamabas así.

– Vaya, lo siento. No es un nombre para hacer bromas con él, ¿verdad?

Michael no respondió, sino que se dio la vuelta y se puso a mirar la cometa, que hacía piruetas sobre la línea de la costa. Podía suponer, más o menos, lo que Joe iba a pedirle, y no estaba seguro de querer mirarlo a la cara cuando lo hiciese.

– Me imagino que habrás oído hablar del asunto de John O'Brien -comenzó a decir Joe-. Ese que iba a ser juez del Tribunal Supremo.

– Desde luego. ¿Y quién no ha oído hablar de ese asunto? Era un hombre de suerte, por regla general, ¿no? Al Señor no le importó dársela, pero, desde luego, el Señor se aseguró de quitársela toda de una vez.

– El helicóptero estaba asegurado por nosotros en Plymouth, y reasegurado por Tyrell & Croteau. En realidad era propiedad de Reveré Aeronautic Services, que era la compañía que lo utilizaba, pero aquel día había salido para prestarle un servicio al departamento de Justicia.

– He oído por televisión que fue un fallo del motor.

– Eso es lo que has oído en televisión.

– ¿Quieres decir que no fue exactamente un fallo del motor?

– Quiero decir que eso fue lo que oíste por televisión. El fallo del motor forma parte de la historia, desde luego. Probablemente fue la causa principal de la caída del helicóptero, aunque todavía no sabemos por qué falló el motor, ni siquiera cómo, o si es posible que hubiera algún tipo de sabotaje. Pero es lo que pasó después de caer lo que está dándonos dolor de cabeza.

– Se quemó, ¿no? Los helicópteros que van cargados con ochocientos litros de queroseno de alta graduación, como el que se usa en aviación, tienen, desde luego, tendencia a arder.

– Éste en concreto no se incendió hasta nueve minutos y medio después del impacto.

– ¿Nadie llegó hasta el lugar del impacto hasta nueve minutos y medio después?

– Ahí está el misterio. Los servicios de salvamento no llegaron al lugar del accidente hasta nueve minutos y medio después. La caída tuvo lugar más allá del final de Sagamore Head, sobre la arena, y todavía hay algo más, alguien había abandonado un destartalado Winnebago atravesado en el camino que va desde la playa de Nantasket, de manera que los bomberos perdieron más de cinco minutos tan sólo en apartarlo y dejar despejado el camino. -Dobló el pañuelo y volvió a enjugarse con él la frente-. Sin embargo… alguien salió de entre los restos del helicóptero antes de que hiciera explosión. Los tripulantes de varios yates informaron de que habían visto un Chevy Blazer negro, u otro vehículo parecido, aparcado al lado del helicóptero siniestrado puede que dos o tres minutos después del impacto. Es más, hay un individuo que había anclado el yate a unos setenta metros de la orilla, y dice que estuvo remando hacia la costa en un bote neumático para ver si podía ayudar en algo. Y cuenta que vio con toda claridad un vehículo negro con tracción a las cuatro ruedas, y también a una persona vestida con un impermeable negro que salía de entre los restos acarreando algo parecido a una bolsa o un saco. Unos veinte segundos más tarde, el helicóptero estalló, y se produjo tanto humo y tantas llamas que ya no consiguió ver nada más. Cuando llegó a la orilla, el vehículo ya había desaparecido y el helicóptero estaba quemado casi por completo.

Michael se frotó las sienes con la punta de los dedos, como cualquier hombre que siente que se le avecina una migraña.

– ¿De manera que lo que estás diciéndome es que una o varias personas desconocidas llegaron al helicóptero antes de que lo hicieran los servicios de salvamento y sacaron un bulto o algo así de entre los restos?

– Eso es exactamente lo que estoy intentando decirte. Exactamente eso.

Michael permaneció pensativo y en silencio durante un buen rato. Joe lo miraba, se enjugaba el sudor y, de vez en cuando, se aclaraba la garganta.

– ¿Quién lleva el caso?

– Kevin Murray y un tipo nuevo, Rolbein.

– Kevin es bueno -observó Michael-. Él os lo resolverá.

– Kevin es bueno, sí, pero no es un hombre inspirado.

Michael se volvió de nuevo hacia él.

– ¿Y por eso es por lo que has hecho este viaje en coche hasta aquí, hasta Ningún Sitio del Mar? ¿Para verme? ¿Para obtener inspiración gratis?

Joe abrió los brazos exageradamente.

– Lo admito. -Tenía las axilas de la chaqueta a rayas manchada con semicírculos de sudor-. ¿No soy una mierda?

– Nada cambia -observó Michael.

Vale. De acuerdo, Michael. Pero procura mirarlo desde mi punto de vista. En esta reclamación hay por medio cientos de millones de dólares. Tendrías que ver hasta dónde alcanza la póliza del seguro de vida de O'Brien; solamente ella constituye el doble de las reservas nacionales de Haití y de la República Dominicana juntas, y también parte de las de Cuba, si me apuras. Además están las pólizas del seguro de vida de su esposa, Eva O'Brien, y de la hija de ambos, Sissy; por no hablar de todas las restantes reclamaciones por pérdidas, daños y negligencia. -Se sonó ruidosamente la nariz-. Todo esto no sería tan grave si las cosas estuvieran claras, si fuesen tan sólo algo rutinario. Pero todo este asunto tiene un olor muy sospechoso. ¿Sabes esa sensación que se tiene cuando se investiga el incendio de un edificio de apartamentos, y uno tiene la impresión de que hay flotando en el aire un ligero tufillo a gasolina, o a disolvente de pintura, o a alcohol? Pues yo ahora noto esa misma clase de olor. Y es que existen demasiadas inconsistencias, demasiadas cosas raras en este asunto. No esa clase de inconsistencias normales con las que uno se tropieza en la vida diaria, sino inconsistencias que le hacen pensar a uno y decir… «Espera un momento, ¿cómo ha podido ser eso?»

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