Thomas Harris - Hannibal

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Han pasado diez años desde que el Doctor Lecter escapó de sus captores. La agente Sterling no ha podido dejar de pensar en volver a atraparle y cuando aparece un rastro en Florencia comienza la caza.

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Siéntate a la mesa, Clarice. Mira dentro de la sartén. Si está bien curada, será como un pozo negro, ¿no es así? Es como mirar al fondo de un pozo. Tu reflejo no está en el fondo, pero estás allí arriba, ¿verdad?

La luz te llega de detrás y tu rostro esta oscuro, con un halo de luz, como si te ardiera el pelo.

Somos combinaciones de carbono, Claríce. Tú, la sartén, tu padre muerto y enterrado, tan frío como la sartén. Todo sigue ahí. Escucha. Cómo hablaban, cómo vivían realmente tus padres, que tanto se afanaron. Los recuerdos concretos, no los fantasmas que habitan tu corazón.

¿Por qué no llegó tu padre a ayudante del sheriff, ni a codearse con la piara de los juzgados? ¿Por qué tuvo tu madre que limpiar moteles para manteneros, aunque no consiguió evitar que os desperdigarais antes de ser mayores?

¿Cuál es tu recuerdo mas vivido de la cocina? No del hospital, de la cocina.

Mi madre lavando el sombrero ensangrentado de mi padre.

¿Cuál es tu mejor recuerdo de la cocina?

Mi padre pelando naranjas con su vieja navaja, que tenía la punta partida, y repartiendo los gajos entre nosotros.

Tu padre, Clarice, era un vigilante nocturno. Tu madre, una fregona.

Hacer carrera en el FBI, ¿era tu ilusión o la de ellos? ¿Cuánto se hubiera rebajado tu padre para medrar en una burocracia que apesta? ¿Cuántos culos hubiera lamido? ¿Lo viste alguna vez hacer la pelota o ser rastrero?

¿Han mostrado tus superiores tener alguna clase de valores, Clarice? y tus padres, ¿te enseñaron alguno? Si fué asi, ¿son los mismos?

Mira dentro de la sartén, que no engaña, y respóndeme. ¿Les has fallado a tus muertos? ¿Querrían ellos que se la chuparas a tus jefes? ¿Cual era su punto de vista respecto a la fortaleza de carácter? Tú puedes ser tan fuerte como lo desees.

Eres una guerrera, Clarice. El enemigo ha muerto, la criatura está a salvo. Eres una guerrera.

Los elementos más estables, Clarice, aparecen en el centro de la tabla periódica, más o menos entre el hierro y la plata.

Entre el hierro y la plata. Creo que eso te cuadra a la perfección.

Hannibal Lecter

PD. Sigues debiéndome cierta información, ¿recuerdas? Cuéntame si aún te despiertas oyendo a los corderos. Cualquier domingo pon un anuncio en la sección de contactos del Times , el International Herald-Tribune y el China Mail . Dirígelo a A. A. Aaron, asi irá en primer lugar, y firma Hannah.

Mientras leía, Starling tuvo la sensación de estar oyendo la misma voz que se había burlado de ella y la había desgarrado, que había hurgado en su pasado y la había iluminado sobre sí misma en la celda de máxima segundad del hospital psiquiátrico, cuando tuvo que comerciar con sus recuerdos más dolorosos a cambio de los insustituibles conocimientos de Hannibal Lecter sobre Buffalo Bill. La aspereza metálica de aquella voz que tan poco se prodigaba seguía persiguiéndola en sueños.

Había una telaraña nueva en una esquina del techo de la cocina. Starling fijó la vista en ella mientras sus pensamientos se atrepellaban. Contenta y triste. Triste y contenta. Contenta por la ayuda, contenta al vislumbrar lo que podía sanarla. Contenta y triste porque el servicio de reenvío de Los Angeles que había empleado el doctor Lecter parecía poco cuidadoso en la selección de su personal; esta vez habían utilizado una máquina de franqueo automático. Jack Crawford se frotaría las manos al ver la carta, lo mismo que las autoridades postales y el laboratorio.

CAPITULO 6

La habitación en que Mason pasaba los días era silenciosa, pero tenia su propio, suave pulso, los siseos y suspiros del respirador que le proporcionaba oxígeno. Era oscura excepto por el resplandor del enorme acuario, en cuyo interior una exótica anguila daba vueltas y más vueltas, trazando continuos ochos que parecían siempre el mismo y haciendo ondular su sombra como una cinta por las paredes del cuarto.

El pelo trenzado de Mason formaba una gruesa rosca sobre el caparazón del respirador que cubría su pecho en la cama elevada. Suspendido ante él, había un sistema de tubos semejante a una flauta de Pan.

La larga lengua de Mason asomó entre los dientes. La pasó alrededor del final del tubo del extremo y sopló aprovechando un suspiro del respirador.

Al instante, una voz procedente de un altavoz de la pared le respondió.

– ¿Sí, señor?

– El Tattler -la te inicial se había perdido, pero la voz era profunda y resonante como la de un locutor de radio.

– En portada viene…

– No quiero que me lo leas. Ponió en el monitor -las emes y la pe también habían desaparecido de las frases de Mason.

Se oyó crepitar la amplia pantalla del monitor elevado. El resplandor verde azulado se volvió rosa conforme iba apareciendo la roja cabecera del Tattler .

– «EL ÁNGEL DE LA MUERTE: CLARICE STARLING, LA MÁQUINA ASESINA DEL FBI» -leyó Mason entre tres lentas exhalaciones del respirador.

El aparato permitía ampliar las fotografías. Mason tenia un brazo fuera de la colcha, y esa mano conservaba algo de movimiento. Como una araña de mar blancuzca, avanzó arrastrada por los dedos más que gracias a la fuerza del brazo contrahecho. Como apenas podía girar la cabeza para mirar, el índice y el corazón tantearon como si fueran antenas, mientras pulgar, anular y meñique tiraron con fuerza de la mano por la ropa de la cama. Por fin, encontró el mando a distancia, con el que podía ampliar y pasar las páginas.

Mason leyó despacio. El protector de cristal que cubría su único ojo producía un siseo dos veces por minuto, al vaporizar humedad sobre el globo ocular, que no tenía párpado, y a menudo empañaba la lente. Necesitó veinte minutos para leer el artículo principal y la columna lateral.

– Pon las radiografías -ordenó, acabada la lectura.

Hubo que esperar unos instantes. Había que colocar la ancha placa de rayos X sobre una mesa luminosa para que pudiera verse adecuadamente en el monitor. La primera radiografía mostraba una mano, al parecer dañada. La otra, la misma mano y todo el brazo. Una flecha dibujada en la placa señalaba una antigua fractura de húmero a medio camino entre el codo y el hombro.

Mason la contempló durante muchas inhalaciones.

– Pon la carta -ordenó al fin.

La elegante letra redonda apareció en el monitor, absurdamente magnificada.

– « Querida Clarice -leyó Mason-: He seguido con entusiasmo el desarrollo de los acontecimientos que han provocado tu caída en desgracia y pública vergüenza …» -El ritmo de su propia voz despertó viejos pensamientos que hicieron girar su cabeza, la cama, la habitación, arrancaron la costra que cubría sus sueños más ocultos y dieron a su corazón un ritmo más rápido que el de la respiración. La máquina detectó su agitación y bombeó oxígeno a sus pulmones aún.más deprisa.

Leyó la carta de cabo a rabo a un ritmo penoso por encima de los movimientos de la máquina, como si leyera a lomos de un caballo. Mason no podía cerrar el ojo, pero cuando acabó la lectura su mente se retiró unos instantes para poder pensar. El respirador funcionó más despacio. Al cabo de un rato, Mason sopló en el tubo.

– Dígame, señor.

– Pégale un toque al congresista Vellmore. Tráeme los auriculares del teléfono. Cierra el altavoz.

– Clarice Starling -dijo con la siguiente inhalación que le concedió la máquina.

Aquel nombre no tenía sonidos implosivos, así que pudo emitirlo completo. Fonema tras fonema. Mientras esperaba que le trajeran el teléfono, dormitó unos instantes, con la sombra de la anguila deslizándose por la colcha, por su rostro, por el pelo enroscado.

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