Torsten Pettersson - Dame Tus Ojos

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El comisario Harald se enfrenta al caso más difícil de su carrera: en un apacible paraje de la ciudad de Forshälla, en Finlandia, ha sido hallado el cadáver de una mujer joven, sin ojos y con una «A» grabada en el estómago. A este cadáver le siguen otros dos que presentan mutilaciones similares.
El veterano policía, famoso por meterse en la piel del asesino más allá de los límites de lo razonable, solo cuenta con una pista: unas cartas halladas en casa de las víctimas donde estas confiesan sus secretos más íntimos, sus culpas y sus pecados. Cuando él también recibe una carta, la trama da un giro inesperado que conducirá al desconcertado lector a descubrir al asesino, antes que el propio comisario Harald, en un sorprendente final.

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¿Qué opinaba yo de Gunnar? Un funcionario de la vieja escuela, un policía capaz y experimentado que podría haber sido comisario y jefe de investigación, pero al que le faltaba la última chispa de energía y riqueza de ideas. Bueno en el trato con la gente, en llamar a las puertas, realizar interrogatorios sencillos, detectar cuando alguien mentía. Pero, por otra parte, algo perdido en los momentos cruciales, frente a los criminales más retorcidos. Quizá era incapaz de imaginar la verdadera maldad. Cuando uno se enfrenta a ella no puede basarse únicamente en su experiencia con los otros delincuentes. Tiene que situarse realmente en ella, en el brillante y oscuro núcleo del mal. Canalizar su brillante negrura y comprender cómo piensa el criminal. Quizá Gunnar llevara una vida demasiado buena para poder hacerlo. Britta y él, por lo que yo sabía, estaban felizmente casados, tenían dos hijos ya adultos y varios nietos.

También yo tenía hijos y nietos, pero Inger y yo nunca fuimos tan felices.

Además, Gunnar tenía su tren de juguete. Lo había visto una vez: ocupaba como seis mesas de pimpón y llenaba una habitación bastante grande de su sótano. Todo un mundo de casas y gente, paisajes verdes y, por supuesto, decenas de vagones. Marklin, la única marca que vale la pena, decía Gunnar, que algo sabría de eso. Había ganado varias veces una especie de premio o competición nacional finlandesa con su vía férrea, que siempre mantenía en las mejores condiciones con aceites y pulimentos.

Gunnar era un hombre que había escogido la vida antes que el trabajo, bien por una temprana decisión consciente, bien como resignación ante los varapalos en su carrera. No es mala elección, pensaba yo a veces, aunque, para ser sincero, no me habría cambiado por él. Yo no podría imaginarme seguir en el mismo escalafón de inspector que colegas que tenían veinte años menos que yo. En ese punto yo era algo vanidoso, lo admito. Orgulloso de haber sido el comisario y jefe de investigación más joven del que nadie había oído hablar.

Sin embargo, me daba cuenta de que había tenido que pagar un precio. Desde luego no era el mejor hombre con el que casarse, aunque Inger nunca protestó, nunca directamente. Yo solía tener la cabeza en otras cosas. Yo me concentraba en el trabajo y ella en los hijos. Cuando primero Mattias y luego Marta se fueron de casa, ella enfermó ya al año siguiente. Como si su cuerpo quisiera decir que su vida ya no tenía sentido, que yo solo, su marido, no bastaba. Al año y medio nos dejó, y por mucho que me sentase junto a su cama, nuestros mejores años ya habían pasado.

Con todo, éramos el uno para el otro. Aunque hace ya tres años que murió, a veces en la calle levanto la mirada hacia nuestro piso para ver si la luz del comedor está encendida, si ella está en casa. Durante unos segundos doy por hecho que está viva. Cuando la realidad se impone, la pena es casi tan fuerte como al principio, un puño enorme que me atenaza el pecho.

Luego entraron juntos los dos jóvenes, Markus Fredriksson y Hector Borges. Asistentes de los que vienen y van, asignados por el jefe de personal cuando alguna investigación los necesitaba. Cada año eran más altos, los jóvenes: como torres ambulantes, pensaba yo con mi metro setenta y seis. Una semana actuaban en avisos de violencia familiar o de peleas en bares, y a la siguiente participaban en una investigación. Eran ellos los que habían peinado el bosque de Stensta, serían ellos los que harían las tareas más duras físicamente y peligrosas, y al final, en el momento de capturar al culpable, allí estarían ellos empuñando el arma. Tendrían que haber sido más, pero esto era todo lo que «permitían los recursos».

Markus tenía algo menos de treinta años y era ex jugador de fútbol en un club de alto nivel. Más de uno noventa de altura, espalda ancha, pelo rubio ondulado. Era tan guapo como un modelo y se preocupaba tanto por su aspecto como si lo fuera. Limpiaba a menudo sus perfectos dientes blancos con largas tiras de hilo dental. Extrañamente amigable y atento, ¿era gay o solo muy amable: «No olvides nunca ser educado con los mayores, Markus»? Para nada tonto, pero algo infantil, curiosamente alegre y con una sonrisa positiva tras las muchas esposas amoratadas que debía de haber visto y todos los drogadictos a los que tenía que haber ayudado a levantarse en la calle. ¿Podría ser religioso? Una página aún sin escribir, una brillante y enorme superficie que la vida tendría que trabajar. Este caso podría grabar en ella las primeras líneas.

Hector también estaba en los treinta. Solo algo más bajo que Markus y, claro está, más moreno y con el pelo negro y brillante. Había llegado de Argentina a la edad de doce años y hablaba un sueco excelente, con un acento apenas perceptible. Ambicioso, leal, pedante, quería seguir el reglamento al pie de la letra. Estaba casado y tenía dos hijos. Por otro lado, montaba en moto y cuando llegaba al trabajo con cazadora de cuero y casco parecía que fuera uno de los del otro lado. Difícil de entender, pero posiblemente un hombre con recursos inesperados. Probablemente guardaba duras experiencias de la dictadura vividas por su familia, o quizá en su propia piel.

Al final entró Sonja con un montón de carpetas en los brazos. Buscó con la mirada un sitio libre que fuera el adecuado para quien ocupaba el segundo lugar en la jerarquía. Resultó ser el otro extremo de la mesa. Algo bastante inútil. Gunnar no representaba ningún peligro y los dos chicos pertenecían a una categoría menor. Pero, en cualquier caso, en la brigada criminal hay una competencia feroz y es a la vez un trampolín para el que quiera llegar lejos. Que es, por supuesto, lo que haría Sonja. Además de ser inteligente, sabía lo que quería conseguir en su carrera. O quizá incluso algo más, hacer algo que diera sentido a su vida. Eso me había parecido entender durante los días pasados. Make a difference . Una manera de conseguirlo es atrapar a los delincuentes, hacer que la vida sea mejor para sus víctimas reales y sus víctimas potenciales. Quizá por eso viajó a Estados Unidos para especializarse en asesinos en serie. Son una pesadilla, pero te aportan más que ningún otro caso. ¿Qué puede ser más satisfactorio que capturar a un psicópata antes de que vuelva a matar? Entonces uno siente verdaderamente que su vida tiene sentido.

Yo mismo lo había experimentado varias veces. La mayoría de los asesinos a los que había capturado habían matado una sola vez, gente que había asesinado por hallarse bajo presión en circunstancias excepcionales. Pero también había cogido a cinco o seis que habían matado a más de una persona en diversas ocasiones, e incluso a otros que, desde un punto de vista racional, tenían tan pocos motivos para lo que hicieron que, seguramente, de no haber sido capturados enseguida, lo habrían hecho de nuevo movidos por una compulsión interna.

Esa sensación me reconfortaba independientemente de lo que estuviera pasando en mi vida: ahí fuera, cierto número de personas siguen viviendo sus tranquilas vidas porque yo he conseguido capturar a un loco que las hubiera matado. Era un sentimiento que le deseaba también a Sonja. Cuando un día llegue a ser jefa de investigación, seguramente podrá experimentarlo, conocer esa sensación de triunfo. Sí, tal vez incluso ahora, si traía una idea que hiciera caer al asesino de Gabriella Dahlström.

¿Podría tratarse de un loco, de un asesino en serie en ciernes? Los rituales así parecían indicarlo. Y su ansia, que sentí en la oscuridad en Stensta, seguía dentro de mí. Era un hilo invisible y vibrante entre el otro que andaba suelto y yo que pensaba en lo que había hecho y lo que aún no se había producido. Quizá cogerle no era solo una cuestión de justicia, también era salvar vidas.

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