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Torsten Pettersson: Dame Tus Ojos

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Torsten Pettersson Dame Tus Ojos

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El comisario Harald se enfrenta al caso más difícil de su carrera: en un apacible paraje de la ciudad de Forshälla, en Finlandia, ha sido hallado el cadáver de una mujer joven, sin ojos y con una «A» grabada en el estómago. A este cadáver le siguen otros dos que presentan mutilaciones similares. El veterano policía, famoso por meterse en la piel del asesino más allá de los límites de lo razonable, solo cuenta con una pista: unas cartas halladas en casa de las víctimas donde estas confiesan sus secretos más íntimos, sus culpas y sus pecados. Cuando él también recibe una carta, la trama da un giro inesperado que conducirá al desconcertado lector a descubrir al asesino, antes que el propio comisario Harald, en un sorprendente final.

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Mi despacho ocupaba una esquina en el último piso del edificio, así que tenía vistas en dos direcciones: sobre la ciudad y sobre la llanura. Eso me importaba poco ese día, pero en otras circunstancias sí me gustaba quedarme allí de pie mirándolas. Apenas había entrado y me había quitado el abrigo, cuando vi algo sobre el escritorio. Dos cráteres de color marrón rojizo, como un primer plano oscuro de la superficie lunar. Sonja me había dejado un nuevo caso. Me senté y leí el corto informe con fotografías.

El domingo por la mañana, temprano, un corredor había encontrado un cadáver en Stensta: una mujer joven completamente desnuda en mitad de un sendero. Yacía sobre su espalda y miraba el cielo con manchas de color marrón rojizo por ojos. Las manos, enlazadas, estaban orientadas hacia arriba, hacia una fina herida roja que le recorría el cuello. Por lo demás, a primera vista no se detectaban abusos evidentes, aunque la sangre coagulada llenaba cual una palangana la cavidad del estómago entre las costillas y el pubis. ¿La habían apuñalado en el estómago?

Entonces vi que la primera foto de los cráteres era un primer plano de las cuencas de los ojos llenas de sangre. A esa mujer le habían sacado los ojos. Según el informe, no estaban en el escenario del crimen ni en sus cercanías. Las fotos panorámicas mostraban que no había objetos dispersos, ni ropa, ni un bolso de mano ni cosas que hubieran caído de él. El vómito a pocos metros de la cabeza era del corredor que había encontrado el cadáver.

El cuerpo estaba atravesado sobre el sendero, en el que se veían rastros sinuosos de color marrón oscuro. Habían arrastrado a la mujer hacia atrás. Ella había luchado, pero al final el cordel alrededor del cuello la había vencido.

Ahogarse. Recordaba esa sensación de una vez en que un interrogatorio se torció y un psicópata estuvo a punto de ahogarme con sus dedos tremendamente fuertes. Era como hundirse bajo el agua, sumergirte en un agua oscura que mana de ti mismo. Había ocurrido hacía diez años, pero a veces la sensación y el pánico se apoderaban de mí y tenía que respirar hondo buscando el aire mientras nadaba o tomaba una sauna realmente caliente.

Llamé a Sonja. Era una de mis «ayudantes de campo», como los llamaba para mis adentros en mis momentos de grandeza, es decir, era investigadora adjunta. Iban y venían, camino de ascender al puesto que por ahora yo estoy ocupando; aunque, por otro lado, después de pasar con nosotros tres, cuatro años, adquirían tal experiencia que podían llegar a comisarios criminalistas en una ciudad pequeña. A veces me llamaban cuando se topaban con un caso realmente complicado; entonces me repantigaba en la silla, les daba consejos y les planteaba preguntas ingeniosas. Después me sentía al mismo tiempo orgulloso y horriblemente viejo. El mentor. La voz de la experiencia. Der Alte.

Sonja Alder era relativamente joven, de veintiocho años, una estrella de las calificaciones en la academia de policía, que había conseguido la recién creada plaza de «comisario auxiliar». Había trabajado en Björneborg y además había estudiado los asesinatos en serie en Atlanta, en Estados Unidos. También tenía lazos con este país por su padre, un americano que había venido aquí para evitar la llamada a filas cuando la guerra de Vietnam. Era soltera, tenía el pelo castaño oscuro, lo llevaba corto y era de tez ligeramente morena, con rasgos finos y regulares (su madre era del Líbano). A veces su cara se transformaba por una sonrisa de dientes muy blancos, pero esas ocasiones eran pocas porque ponía empeño en ser inteligente y objetiva. Mostrarnos a todos los hombres que ella también podía, que no esperaba ningún trato especial, y menos aún coquetear.

No hacía falta que lo señalase. Todo el mundo podía ver que era lista y seria, que no solo quería hacer carrera. Además, yo sentía que tenía madera, y eso es importante para resistir año tras año en esta profesión. Uno tiene que creer que lo que hace tiene sentido.

No sabía mucho más de ella. Llevaba en Forshälla dos meses, pero ningún caso había requerido en ese período una colaboración estrecha. Ahora las cosas iban a cambiar, lo presentía. Ese era uno de los casos difíciles, nos llevaría tiempo, ocuparía nuestra mente cada hora en vela, se comentaría y pasaría como una pelota entre los colegas, resurgiría cada vez desde las capas más profundas de nuestra personalidad. Especialmente una agresión de esta naturaleza contra una mujer. Crecería la desconfianza hacia cierto tipo de personas, reavivaría recuerdos de amigas a las que molestaron, de maltratos contra la mujer en el ámbito familiar. En algún momento se inmiscuirían los medios de comunicación y con ello aumentaría la presión. «Mujer desnuda.» «Cuencas de los ojos vaciadas.» Esa información llegaría a los titulares a cambio de unos pocos asquerosos billetes de mil. «Violador suelto.» Tendríamos aquí al Iltasanomat y al Iltalehti y nos airearían cual ropa tendida de vivos colores.

Al poco tiempo entró Sonja; vestía un traje pantalón azul oscuro. Había tenido guardia el domingo y había visitado el escenario del crimen. Seguro que había estado esperando a que la llamara para ponerse en marcha. ¿Eran imaginaciones mías o estaba contenta y esperanzada? Su primer gran caso.

Nos pusimos manos a la obra enseguida, tras un rápido y casi vergonzoso «hola». La cosa ahora iba en serio, la cortesía estorbaba, el contacto directo se estableció de inmediato, como si nos conociéramos mejor de lo que en realidad nos conocíamos.

– ¿Qué opinas? -le pregunté cuando se hubo sentado sin necesidad de que se lo pidiera.

– Probablemente, un intento fallido de violación -empezó, y parecía bien preparada-. El autor lo había planeado, estaba preparado con el cuchillo y el cordel para asustar a la mujer y dominarla. Pero apretó excesivamente y la mató demasiado pronto cuando ella se resistía. Desapareció enseguida del lugar, pero tuvo la suficiente sangre fría para llevarse el monedero y la documentación y usar el cuchillo para sacarle los ojos, así dificultaba aún más la identificación. Por otra parte, dejó clara la agresión sexual al desnudarla, ultrajar el cuerpo, y llevarse la ropa como una especie de trofeo.

– ¿Quedaba algo en el lugar?

– No, solo el cuerpo.

– ¿Qué tipo de persona crees que es?

– La mezcla de planificación y de pánico apunta a que es su primera vez; es bastante inteligente, pero física y quizá psíquicamente es menos fuerte de lo que él pensaba llegado el momento. Lo que a su vez quizá indique que no tiene experiencia anterior en abuso sexual o en maltrato a mujeres, en caso contrario habría manejado mejor la resistencia. Creo que ha estado fantaseando sobre esto mucho tiempo y luego se lanza directo a fullscale onslaught sin etapas intermedias. Un tipo peligroso.

– ¿Qué gana con dificultar la identificación si se trata de una víctima de violación elegida al azar?

– También eso es una mezcla de pánico y astucia. Cuando el intento sale mal, tiene que hacer algo, en parte por su amor propio. Ha fallado miserablemente en cuanto a la violación, pero puede demostrar que es listo y confundir a la policía. Y, con todo, al desnudar y ultrajar a la mujer puede sentir que la domina. Así lo veo yo.

Estaba claro que Sonja había estado pensando en esto todo el domingo. Y no era una mala hipótesis.

– Puede ser. ¿Cómo era el lugar?

– El clásico escenario de una violación. Un sendero del parque en la oscuridad entre dos farolas, con arbustos alrededor. Hay edificios a uno de los lados, pero justo ahí la vista queda tapada por algunos árboles que aún no han perdido las hojas. Una elección inteligente, pues los edificios, con sus ventanas iluminadas, dan tal sensación de seguridad que una mujer puede plantearse caminar o ir a correr por allí aunque esté oscuro y desierto. Pero ese lugar en concreto queda al abrigo de las miradas.

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