– Estoy asqueada de estas barras de fruta seca -dijo Beth-. Antes de que llegarais me comí once.
– Pues haz la docena completa -propuso Norman-, y regresaremos al habitáculo.
Mientras caminaban por el lecho oceánico, estaban tensos y no dejaban de vigilar para ver si se acercaba el calamar. Pero a Norman lo reconfortaba el hecho de estar armados. Y había algo más: sentía una especie de confianza interior, que le surgía de su reciente enfrentamiento con el calamar.
– Sostienes ese lanzador neumático como si supieras qué hacer con él -comentó Beth.
– Sí. Así lo creo.
Toda su vida, Norman había sido un académico, un investigador universitario, y nunca había pensado en sí mismo como un hombre de acción. Por lo menos no se sabía capaz de una acción que fuese más allá de un ocasional partido de golf. Ahora, al sostener el lanzador neumático listo para disparar, descubría que la sensación le agradaba.
Mientras caminaba se percató de la profusión de gorgonias que había en el tramo que iba de la nave espacial al habitáculo, hasta el punto de que los tres científicos se veían obligados a caminar dando rodeos. Algunos de esos celentéreos alcanzaban una altura de un metro veinte a un metro cincuenta. A la luz de las linternas presentaban brillantes colores púrpura y azul. Norman estaba completamente seguro de que las gorgonias no estaban allí abajo cuando llegaron por primera vez al lugar.
Ahora no sólo había coloridas gorgonias, sino también cardúmenes de peces grandes, la mayoría de color negro con una banda rojiza a lo largo del lomo. Beth dijo que la presencia de ese tipo de peces era normal en aquella región del Pacífico.
«Todo está cambiando -pensó Norman-, todo está cambiando alrededor de nosotros.» Pero no estaba seguro de eso. A decir verdad, allí abajo Norman no confiaba en su memoria: existían demasiadas cosas que le alteraban las percepciones: la atmósfera de alta presión, las lesiones que había sufrido, así como la tensión y el miedo persistentes con los que vivía.
Algo pálido atrajo su mirada, y al dirigir la linterna hacia el lecho del mar, vio una línea blanca que se retorcía sobre sí misma, provista de una larga cola, delgada y con bandas negras. En el primer momento Norman pensó que era una anguila, pero enseguida descubrió la diminuta cabeza y también la boca.
– Quietos -ordenó Beth, poniendo la mano sobre el brazo de Norman.
– ¿Qué es?
– Una serpiente marina.
– ¿Son peligrosas?
– Por lo común, no.
– ¿Venenosas? -preguntó Harry.
– Muy venenosas.
La serpiente se mantuvo cerca del fondo, como si buscase comida. No prestó atención a los científicos, y a Norman le resultó muy agradable observarla, en especial cuando se alejaba de ellos.
– Me da escalofríos -confesó Beth.
– ¿Sabes de qué clase es? -preguntó Norman.
– Puede ser una de Belcher. Todas las serpientes marinas del Pacífico son venenosas, pero la de Belcher lo es más que ninguna. De hecho, algunos investigadores creen que es el reptil más letal del mundo, ya que su veneno es cien veces más poderoso que el de la cobra real o el de la serpiente tigre negra.
– De modo que si te pica…
– Dos minutos, como máximo.
Observaron que la serpiente se alejaba escurriéndose entre las gorgonias. Después, desapareció.
– Por lo general, las serpientes marinas no son agresivas -explicó Beth-. Algunos buzos hasta las tocan, juegan con ellas; pero yo nunca lo haría. ¡Dios, víboras!
– ¿Por qué son tan venenosas? ¿Para inmovilizar a la presa?
– ¿Sabes? Es muy interesante -repuso Beth-. Los seres más tóxicos del mundo son, todos, habitantes del mar. En comparación, el veneno de los animales terrícolas no es nada, y aun entre éstos, el veneno más letal proviene de un anfibio, un sapo, el Bufotene marfensis. En el mar hay peces venenosos, como el pez erizo, que es un bocado exquisito en el Japón; hay moluscos venenosos, como el cono estrellado, el Alaverdis lotensis. En una ocasión, yo estaba en un barco, en Guam, y una mujer sacó del agua un cono estrellado. Las valvas son muy bellas, pero la mujer no sabía que hay que mantener los dedos lejos del borde. El animal hizo sobresalir su espina ponzoñosa y picó a la mujer en la palma; ella dio tres pasos, antes de caer presa de las convulsiones, y murió al cabo de una hora. También hay plantas venenosas, esponjas venenosas, corales venenosos. Y además, las serpientes. Hasta las más débiles de las marinas son letales.
– ¡Qué agradable! -exclamó Harry.
– Bueno, pero tienes que reconocer que el mar es un ambiente en el que hay vida desde mucho antes que en la Tierra. En los océanos la vida tiene tres mil millones y medio de años, mucho más que en la tierra firme. Los métodos de competencia y defensa han alcanzado, por ello, un desarrollo superior.
– ¿Quieres decir que, dentro de algunos miles de millones de años, también en tierra firme existirán animales así de ponzoñosos?
– Si llegamos tan lejos en el tiempo…
– Limitémonos a regresar -sugirió Harry.
Ahora el habitáculo estaba muy cerca: podían ver las columnas de burbujas que surgían de las fisuras.
– Está perdiendo como un miserable -dijo Harry.
– Creo que tenemos aire suficiente.
– Voy a comprobarlo.
– Como quieras -aceptó Beth-, pero yo hice un trabajo concienzudo.
Norman pensó que estaba a punto de iniciarse una nueva discusión, pero Beth y Harry abandonaron la cuestión. Los tres supervivientes llegaron hasta la escotilla y, a través de ella, treparon al DH-8.
– ¿Jerry?
Norman concentró la mirada en la pantalla de la consola. Permanecía en blanco, salvo por un cursor que parpadeaba.
– Jerry… ¿Estás ahí?
La pantalla siguió en blanco.
– Me pregunto por qué no sabemos nada de ti, Jerry -dijo Norman.
La pantalla seguía sin animarse.
– ¿Estás aplicando un poco de psicología? -inquirió Beth, que estaba revisando los controles de los sensores exteriores y repasando los gráficos-. Yo creo que con quien deberías usar tu psicología es con Harry.
– ¿Qué quieres decir?
– Lo que quiero decir es que no me parece muy bien que Harry ande toqueteando nuestros sistemas para mantenimiento de la vida. No creo que sea una persona estable.
– ¿Estable?
– Eso es un truco de psicólogo, ¿no? Repetir la última frase de una oración. Es un modo de hacer que la otra persona siga hablando.
– ¿Hablando? -dijo Norman, sonriéndole.
– Muy bien. A lo mejor estoy un poco estresada. Pero te digo en serio que antes de que yo saliera hacia la nave, Harry entró en esta habitación y dijo que ocuparía mi lugar en la consola. Le expliqué que estabas en el submarino, pero que no había ningún calamar a la vista, y que yo quería ir a la nave. Me contestó que estaba bien y que él se haría cargo. Así que salí. Y ahora no recuerda nada de eso. ¿No te parece bastante extraño?
– ¿Extraño? -dijo Norman.
– Basta ya. Habla con seriedad.
– ¿Seriedad?
– ¿Estás tratando de evitar esta conversación? Ya me di cuenta de cómo te escurres de aquello de lo que no deseas hablar. A todo el mundo lo mantienes dentro de un carril; diriges la conversación para alejarla de los tópicos peliagudos. Pero creo que deberías prestar atención a lo que estoy diciendo, Norman. Hay algún problema con Harry.
– Estoy escuchándote muy atento, Beth.
– ¿Y qué?
– Yo no estaba presente cuando ocurrió ese episodio; así que, en realidad, no sé lo que pasó. Por lo que ahora veo, Harry tiene la apariencia de siempre: arrogante, desdeñoso y muy inteligente, inteligentísimo.
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