Michael Crichton - Esfera

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En las profundidades del Océano Pacífico se descubre una misteriosa nave espacial de grandes dimensiones. Las autoridades norteamericanas envían a un grupo de científicos para que investigue el inquietante hallazgo. ¿Procede la nave de alguna civilización extraterrestre? ¿De un universo diferente? ¿Del futuro? La respuesta desafía la imaginación y escapa a cualquier intento de explicación lógica: un extraordinario y terrible poder amenaza toda la vida existente en torno al enigmático objeto.

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– ¿Imaginas que la tripulación murió al pasar a través del agujero negro y que, a posteriori, la nave espacial, bajo control automático, recogió la esfera?

– Es posible.

– Es bastante atractiva -comentó Harry, observando a través del vidrio-. ¡Vaya, vaya! Los periodistas se volverían locos con esto, ¿no? Erótica mujer del futuro hallada desnuda y momificada. Vean reportaje filmado en nuestra edición de las veintitrés.

– Es alta -dijo Norman-. Debe de medir más de un metro ochenta.

– Una amazona -corroboró Harry-. Con las tetas grandes.

– Ya es suficiente -pidió Beth.

– ¿Qué pasa? ¿Te ofendes en nombre de ella? -preguntó Harry.

– No creo que haya necesidad de hacer ese tipo de comentarios.

– En realidad, Beth -agregó Harry-, se parece un poco a ti. Beth frunció el entrecejo.

– Lo digo en serio. ¿La has mirado bien?

– No seas ridículo.

Norman la contempló a través del cristal, protegiendo su mano del reflejo de los tubos púrpura de luz ultravioleta, situados en el suelo. En verdad, la mujer momificada se parecía a Beth; era más joven, más alta y más fuerte, pero, de todos modos, se parecía a ella.

– Harry tiene razón.

– Quizá eres tú, procedente del futuro -sugirió Harry.

– No. Es evidente que esa mujer es veinteañera.

– Quizá sea tu nieta.

– Nada probable -dijo Beth.

– Nunca se sabe -replicó Harry-. ¿Jennifer se parece a ti?

– En realidad, no. Pero está en esa edad desmañada… Desde luego, no se parece a esa mujer… Y yo tampoco.

A Norman le impresionó la convicción con que Beth negó cualquier semejanza o relación con la mujer momificada.

– Beth -dijo-, ¿qué supones que ocurrió aquí? ¿Por qué es esta mujer la única que queda?

– Creo que era importante para la expedición -repuso ella-. Tal vez la capitana o la subcapitana. Los demás eran hombres, en su mayoría, e hicieron algo necio, no sé qué, algo contra lo que ella los previno y, como resultado, todos ellos murieron. Esta mujer fue la única que quedó viva en esta nave espacial. Y la pilotó de regreso a la base. Pero algo le fue mal, algo que no pudo evitar, y murió.

– ¿Qué le fue mal?

– No sé. Algo.

«Fascinante», pensó Norman. En verdad, nunca antes lo había considerado así, pero aquella sala, y en realidad toda esta nave espacial, era un enorme Rorschach. O, con más precisión, un TAT (Thematic Apperception Test), un test psicológico, de percepción temática, consistente en una serie de imágenes ambiguas. Se pide a los sujetos digan lo que, según ellos, muestran esas imágenes. Dado que las láminas no ofrecen un argumento claro, son los sujetos quienes elaboraban ese argumento… y los argumentos dicen mucho más sobre quienes los narran que sobre las imágenes.

Ahora Beth les estaba narrando su fantasía sobre esta sala: que una mujer había estado a cargo de la expedición, que los hombres no le habían hecho caso y que habían muerto, y que sólo la mujer había quedado viva.

Eso no decía mucho sobre la nave espacial, pero sí decía muchísimo sobre Beth.

– Lo tengo -exclamó Harry-. Lo que quieres decir es que fue ella quien cometió el error y pilotó la nave de vuelta, pero demasiado lejos en el pasado. Una típica mujer al volante.

– ¿Tienes que burlarte de todo?

– ¿Y tú tienes que tomarlo todo con tanta seriedad?

– Esto es serio -objetó Beth.

– Te narraré un cuento diferente -dijo Harry-. Esta mujer cometió un grave error. Tenía que hacer algo, y se olvidó de hacerlo o lo hizo mal. La pusieron en hibernación. Como resultado de su error, el resto de la tripulación murió y la mujer jamás despertó de la hibernación, nunca se dio cuenta de lo que había hecho, porque no era consciente de lo que estaba pasando.

– Estoy segura de que prefieres esa historia -dijo Beth-. Es acorde con el típico desprecio que siente hacia las mujeres el varón negro.

– Tranquilidad -recomendó Norman.

– Te sientes agraviado por el poder femenino.

– ¿Qué poder? ¿A levantar pesas le llamas «poder»? Eso no es más que fuerza… y proviene de una sensación de debilidad, no de poder.

– Eres una comadreja esmirriada -murmuró Beth.

– ¿Qué vas a hacer, pegarme? ¿Es ésa tu idea del poder?

– Sé lo que es el poder -dijo Beth, mirándolo con ferocidad.

– Calma, calma -rogó el psicólogo-. No sigamos con esto.

– ¿Qué opinas, Norman? ¿También tú tienes un relato sobre el tema? -le preguntó Harry.

– No. No lo tengo.

– Oh, vamos -dijo Harry-. Apuesto a que sí lo tienes.

– No -repitió Norman-. Y no voy a mediar entre vosotros dos. Tenemos que estar todos juntos en esto; tenemos que trabajar en equipo mientras permanezcamos aquí abajo.

– Es Harry quien se propone desunirnos -acusó Beth-. Desde el comienzo de este viaje trató de crear problemas con todo el mundo, con sus comentarios maliciosos.

– ¿Qué comentarios maliciosos?

– Sabes muy bien a qué me refiero.

Norman se dispuso a salir de la sala.

– ¿Adonde vas?

– El público os abandona.

– ¿Porqué?

– Porque sois bastante aburridos.

– ¿Ah, sí? -replicó Beth-. ¿De modo que el Señor Psicólogo Indiferente decide que somos aburridos?

– Así es -admitió Norman, mientras seguía andando por el túnel de vidrio, sin mirar atrás.

– ¿Quién crees que eres? ¿Te parece que puedes juzgar a los demás? -le gritó Beth.

Norman continuó su camino.

– ¡Te estoy hablando a ti! ¡No te atrevas a irte cuando te estoy hablando!

Norman entró otra vez en el comedor, y empezó a abrir cajones buscando barras de fruta seca. Otra vez tenía hambre, y la búsqueda hizo que dejara de pensar en sus compañeros. Debía admitir que estaba alterado por el modo en que se desarrollaban las cosas. Encontró una barra, rompió el papel metálico y se la comió.

Estaba alterado, pero no sorprendido, pues ya hacía mucho que, en estudios que realizó sobre mecánica de grupo, había comprobado la veracidad del antiguo dicho: «Tres son una multitud.» En una situación de extrema tensión, los grupos de tres personas eran siempre inestables. A menos que cada uno de los integrantes tuviese responsabilidades claramente definidas, el grupo mostraba tendencia a producir lealtades fluctuantes, de dos contra uno. Eso era lo que estaba sucediendo ahora.

Terminó la barra y se apresuró a comer otra. ¿Cuánto tiempo tendrían que estar allí abajo? Por lo menos treinta y seis horas más. Norman buscó un sitio en el que llevar algunas barras de fruta seca, pero su mono de poliéster carecía de bolsillos.

Beth y Harry entraron en el comedor, muy mortificados.

– ¿Queréis una barra de fruta seca? -pregunto.

– Queremos disculparnos -manifestó Beth.

– ¿Porqué?

– Por comportarnos como niños -respondió Harry.

– Estoy turbada -explicó Beth-. Me siento muy mal por haber perdido los estribos de esa manera. Me he conducido como una idiota.

Beth había dejado caer la cabeza y miraba fijamente el suelo.

«Es interesante la manera en que cambia -pensó Norman-, y pasa de una agresiva confianza en sí misma, a lo diametralmente opuesto, la humildad de la culpa. Nada intermedio.»

– No le demos más importancia de la debida -contestó Norman-. Todos estamos cansados.

– Me siento muy mal -insistió Beth-. De verdad. Tengo la sensación de haberos fallado a los dos. No debería estar aquí, en primer lugar. No merezco hallarme en este grupo.

– Beth, toma una de estas barras y deja de sentir pena por ti misma -le sugirió Norman.

– Sí -convino Harry-. Creo que te prefiero cuando te encuentras enfadada.

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