Michael Crichton - Esfera

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En las profundidades del Océano Pacífico se descubre una misteriosa nave espacial de grandes dimensiones. Las autoridades norteamericanas envían a un grupo de científicos para que investigue el inquietante hallazgo. ¿Procede la nave de alguna civilización extraterrestre? ¿De un universo diferente? ¿Del futuro? La respuesta desafía la imaginación y escapa a cualquier intento de explicación lógica: un extraordinario y terrible poder amenaza toda la vida existente en torno al enigmático objeto.

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– ¿Ves algo?

– Todavía no.

Detrás de ellos, Tina dijo:

– Setenta metros y acercándose… Cincuenta y cinco metros. ¿Quieres el sonar?

– Sin sonar -decidió Fletcher-. Nada que nos vuelva interesantes para él.

– ¿No deberíamos, entonces, apagar todo nuestro equipo electrónico?

– Sí. Apágalo.

Las luces de la consola se apagaron. Ahora tan sólo las luces rojas de los calefactores de ambiente brillaban sobre los ocupantes del habitáculo. Todos estaban sentados en la oscuridad, mirando con fijeza hacia el exterior. Norman trató de recordar cuánto tiempo se necesitaba para la adaptación de la visión en la oscuridad, y recordó que serían unos tres minutos.

Empezó a ver formas: el contorno de la parrilla sobre el fondo del mar y, muy difusa, la elevada aleta de la nave espacial que se erguía de pronto sobre el lecho oceánico.

Y en ese instante vio algo más.

Un fulgor verde a lo lejos. En el horizonte.

– Es como un amanecer verde -comentó Beth.

La intensidad del fulgor aumentó y divisaron un objeto amorfo y de color verde, con rayas laterales. «Es exactamente como lo vimos antes. Idéntico», pensó Norman. Todavía no le era posible distinguir los detalles.

– ¿Es un calamar? -preguntó.

– Sí -contestó Beth.

– No puedo verlo…

– Lo estás viendo de frente: el cuerpo se halla delante de nosotros, y los tentáculos, hacia atrás, ocultos en parte por la masa corporal. Ésa es la causa de que no lo distingas.

El calamar se volvía cada vez más grande: era indudable que iba derecho a ellos.

Ted abandonó la portilla y volvió a las consolas.

– Jerry, ¿estás escuchando? ¡¿Jerry?!

– El equipo electrónico está desconectado, doctor Fielding -dijo Fletcher.

– ¡Pues hagamos el intento, tratemos de hablar con él, por el amor de Dios!

– Creo que ya estamos más allá de la etapa de conversaciones, señor.

El calamar era de color verde intenso y poseía una tenue luminosidad.

Ahora Norman podía ver una marcada cresta vertical en el cuerpo. Los móviles tentáculos y brazos se distinguían con claridad. El contorno se hizo más grande. El calamar se desplazaba en sentido lateral.

– Está pasando alrededor de la parrilla.

– Sí -dijo Beth-. Son animales inteligentes: tienen la facultad de aprender de la experiencia. Es probable que no le haya gustado cuando antes golpeó la parrilla, y lo recuerda.

El calamar pasó la aleta de la nave espacial, y los ocupantes del habitáculo pudieron estimar su tamaño. «Es tan grande como una casa», pensó Norman. El monstruo se deslizaba con suavidad por el agua, y se dirigía hacia ellos. A pesar de que el corazón le latía con violencia, Norman tuvo la sensación de temor reverente.

– ¿Jerry? ¡Jerry!

– Ahórrate el esfuerzo, Ted.

– Veintisiete metros -informó Tina-. Sigue acercándose.

A medida que el calamar se aproximaba, Norman pudo contar los brazos, y también vio dos largos tentáculos, que eran líneas refulgentes que se extendían mucho más allá del cuerpo. Los brazos y tentáculos parecían moverse en el agua con laxitud, en tanto que el cuerpo efectuaba rítmicas contracciones musculares. El calamar se autopropulsaba con agua y para nadar no empleaba los brazos.

– Dieciocho metros.

– Dios mío, qué grande es -exclamó Harry.

– ¿Sabes? -dijo Beth-. Somos los primeros seres humanos de la Historia que pueden ver un calamar gigante nadando con entera libertad. Éste debería ser un gran momento.

El gorgoteo y el torrente del agua se oía a través de los hidrófonos, a medida que el calamar se acercaba cada vez más.

– Nueve metros.

Durante un instante el enorme animal giró y quedó de costado, lo que permitió que vieran su perfil: el enorme cuerpo refulgente de nueve metros de largo, el inmenso ojo que no pestañeaba, el círculo de brazos que ondulaban como serpientes malignas y los dos largos tentáculos, cada uno rematado por una sección aplanada y con forma de hoja.

El calamar siguió girando hasta que sus brazos y tentáculos se extendieron en dirección al habitáculo, y entonces todos tuvieron una rápida visión de la boca, el pico masticador de filosos bordes, embutido en una masa muscular verde refulgente.

– ¡Oh, Dios…!

El calamar se desplazó hacia adelante. Entre el fulgor que penetraba por las portillas, los ocupantes del habitáculo podían verse los unos a los otros.

«Está empezando, y esta vez no podremos sobrevivir», pensó Norman.

Hubo un ruido sordo, cuando un tentáculo golpeó el habitáculo.

– ¡Jerry! -aulló Ted; su voz sonó atiplada, deformada por la tensión.

El calamar se detuvo. El cuerpo se desplazó de forma lateral y pudieron ver el enorme ojo que los escrutaba.

– ¡Jerry, escúchame!

El calamar pareció vacilar.

– ¡Me escucha! -gritó Ted. Tomó una linterna que había en una repisa, la encendió y dirigió el haz de luz hacia la portilla; la apagó, y luego volvió a encenderla y apagarla.

El gran cuerpo verde del calamar refulgió; después se oscureció un instante, para después volver a refulgir.

– Está escuchando -dijo Beth.

– Por supuesto que está escuchando: es inteligente.

Ted encendió y apagó la linterna dos veces, en rápida sucesión.

El calamar respondió encendiéndose y apagándose, también dos veces.

– ¿Cómo puede hacer eso? -preguntó Norman.

– Es una especie de célula epidérmica llamada «cromatóforo» -explicó Beth-. El animal puede abrir y cerrar esas células a voluntad e interceptar la luz [ [25] ].

Ted encendió y apagó la linterna tres veces.

El calamar hizo lo propio otras tantas veces, con su fulgor verde.

– Puede hacerlo con rapidez -comentó Norman.

– Sí, es rápido.

– Es inteligente -dijo Ted-. Se lo repito: es inteligente y quiere hablar.

Ted hizo un guiño luminoso largo, otro corto y otro corto. El calamar repitió la pauta.

– Ése es mi muchacho -dijo Ted-. Tan sólo continúa hablándome, Jerry.

Ted produjo un patrón luminoso más complejo y el calamar respondió, pero después se desplazó hacia la izquierda.

– Tengo que hacer que siga hablando -dijo Ted.

A medida que el calamar se desplazaba, también lo hacía Ted, quien saltaba de una portilla a otra, encendiendo y apagando su linterna. El gran cefalópodo todavía encendía y apagaba su refulgente cuerpo, a modo de respuesta, pero Norman sentía que ahora tenía otro propósito.

Todos siguieron a Ted, desde el Cilindro D al C. Ted hacía guiños con su linterna. El calamar respondía, pero proseguía desplazándose hacia adelante.

– ¿Qué está haciendo?

– Puede ser que nos esté guiando…

– ¿Porqué?

Fueron al Cilindro B, donde estaba situado el equipo para mantenimiento de la vida, pero no había portillas en ese cilindro. Ted avanzó al A, la esclusa de aire, pero también éste carecía de portillas. Saltó hacia abajo y abrió la escotilla que había en el suelo. Se vieron las oscuras aguas del exterior.

– Con cuidado, Ted.

– Les digo que es inteligente. -El agua que tenía a sus pies brillaba con fulgor verde tenue-. Aquí viene.

Ted encendió y apagó su linterna en el agua. La masa verde respondió con un parpadeo.

– Sigue hablando -dijo Ted-. Y mientras esté hablando…

Con pasmosa celeridad, el tentáculo irrumpió por la escotilla a través de la superficie que separaba el agua del interior del habitáculo, y describió un gran arco alrededor de la esclusa de aire. Norman tuvo la fugaz imagen de un tallo refulgente, grueso como el cuerpo de un hombre, y de una gran hoja fosforescente de casi dos metros de largo, que oscilaban a ciegas frente al propio Norman. Cuando el psicólogo se agachó para protegerse, vio cómo el tentáculo golpeaba a Beth y la lanzaba de lado. Tina estaba gritando, presa del terror. Intensas emanaciones de amoníaco hacían arder los ojos de Norman, hacia quien se agitó ahora el tentáculo. Alzó las manos para protegerse y, al hacerlo, tocó una carne viscosa y fría. El brazo gigantesco le hizo girar y lo lanzó con violencia contra las paredes metálicas de la esclusa. El animal tenía una fuerza increíble.

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