Michael Crichton - Esfera

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En las profundidades del Océano Pacífico se descubre una misteriosa nave espacial de grandes dimensiones. Las autoridades norteamericanas envían a un grupo de científicos para que investigue el inquietante hallazgo. ¿Procede la nave de alguna civilización extraterrestre? ¿De un universo diferente? ¿Del futuro? La respuesta desafía la imaginación y escapa a cualquier intento de explicación lógica: un extraordinario y terrible poder amenaza toda la vida existente en torno al enigmático objeto.

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– ¡Jesús! ¡Debe de tener nueve, doce metros de ancho!

– No hay pez en el mundo que posea ese tamaño -dijo Beth. -¿Una ballena?

– No es una ballena.

Norman vio que Harry estaba sudando: el matemático se quitó las gafas y las secó en su mono. Después volvió a ponérselas y las empujó hacia arriba para colocarlas en el puente de la nariz, pero volvieron a deslizarse hacia abajo. Harry lanzó una mirada a Norman y se encogió de hombros.

– Cuarenta y cinco metros, y acercándose -informó Tina.

¡Pong! ¡Pong! ¡Pong! ¡Pong!

– Veintisiete metros.

¡Pong! ¡Pong! ¡Pong! ¡Pong!

– Veintisiete metros.

¡Pong! ¡Pong! ¡Pong! ¡Pong!

– Conservando posición a veintisiete metros, señor.

¡Pong! ¡Pong! ¡Pong! ¡Pong!

– Sigue conservando posición.

– Apagar activo.

Una vez más oyeron el siseo de los hidrófonos. Después, un claro chasquido. A Norman le ardían los ojos porque en ellos había entrado sudor. Se secó la frente con la manga del mono. Los demás también transpiraban. La tensión era insoportable. Norman volvió a echar un vistazo al monitor del vídeo: la esfera seguía cerrada.

Se oyó el siseo de los hidrófonos, y luego un suave sonido de fricción, como el que produce una bolsa pesada al ser arrastrada por un suelo de madera. Después, volvió el siseo.

– ¿Quiere que lo vuelva a poner en imagen? -susurró Tina.

– No -contestó Barnes.

Escucharon: más sonido de fricción. Un instante de silencio, seguido por un gorgoteo de agua, muy intenso, muy cercano.

– ¡Dios mío! -susurró Barnes-. Está ahí afuera.

Hubo un golpazo sordo contra el costado del habitáculo.

La pantalla se encendió:

ESTOY AQUÍ.

El primer choque llegó de forma súbita e hizo que todos perdieran el equilibrio, se desplomaran y rodaran por el suelo. En derredor de ellos, todo el habitáculo crujía y los sonidos eran de una intensidad aterradora. A tientas, Norman se puso en pie, y vio que Alice Fletcher tenía la frente ensangrentada. En ese momento se produjo el segundo choque. Norman fue arrojado de costado contra el mamparo. Cuando su cabeza tropezó con él, produjo un sonido metálico. Sintió un dolor agudo, y entonces Barnes aterrizó sobre su cuerpo, gruñendo y maldiciendo. Cuando el psicólogo pugnaba por ponerse en pie, Barnes se dio impulso apoyándole la mano sobre la cara; Norman se volvió a deslizar hasta el suelo y un monitor de televisión se estrelló a su lado despidiendo chispas.

En esos momentos todo el habitáculo se estremecía como un edificio durante un terremoto y los tripulantes se agarraban a consolas, paneles y marcos de puertas, en su intento por mantener el equilibrio. Pero era el ruido lo que a Norman le resultaba más aterrador: la increíble intensidad de los crujidos del metal cuando los cilindros se movían, a pesar de estar amarrados.

El extra-terrestre estaba sacudiendo todo el habitáculo.

Barnes se encontraba en el extremo opuesto de la cabina, tratando de llegar hasta la puerta del mamparo. A lo largo de uno de los brazos tenía una gran herida que sangraba. Daba órdenes a gritos, pero Norman no podía oír otra cosa que no fuera el pavoroso sonido del metal. Vio que Alice Fletcher se abría paso a través del mamparo; después, lo hizo Tina, y luego Barnes logró forzar su entrada, dejando impresa sobre el metal la sanguinolenta huella de su mano.

Norman no alcanzó a ver a Harry; Beth se le acercó tambaleándose, alzando un brazo y gritando:

– ¡Norman! ¡Norman! Tenemos que…

Pero en ese momento cayó de bruces sobre Norman, quien, como consecuencia del topetazo, se precipitó sobre la alfombra, debajo del diván, y se deslizó hacia la fría pared exterior del cilindro; allí se dio cuenta, horrorizado, de que la alfombra estaba mojada. En el habitáculo se estaba filtrando agua del mar.

Norman comprendió que tenía que hacer algo. Pugnó por volver a ponerse en pie y se irguió bajo una fina llovizna sibilante que salía de una de las junturas de la pared. Miró rápidamente en derredor y vio otras filtraciones en el techo y en las paredes.

El lugar estaba a punto de abrirse de un extremo a otro.

Beth se aferró a Norman y gritó:

– ¡Tenemos filtraciones de agua! ¡Dios mío, tenemos filtraciones!

– Lo sé -respondió Norman.

Barnes gritó a través del intercomunicador:

– ¡Presión positiva! ¡Obtener presión positiva!

Justo antes de tropezar con él y de caer contra las consolas del ordenador, Norman vio a Ted en el suelo, con la cara cerca de la pantalla, en la que volvieron a aparecer unas grandes y brillantes letras:

NO TENGA MIEDO.

– ¡Jerry! -gritó Ted-. ¡Deten esto, Jerry! ¡Jerry!

De repente la cara de Harry, con las gafas torcidas, estuvo al lado de la de Ted:

– ¡Ahorra tu aliento! ¡Nos va a matar a todos!

– Jerry no entiende -gritó Ted, mientras caía de espaldas sobre la litera, agitando los brazos.

El terrible desgarramiento del metal prosiguió sin pausa, y arrojaba a Norman de un lado a otro. Continuaba tratando de encontrar dónde asirse, pero tenía las manos mojadas y no lograba asirse a cosa alguna.

– ¡Atiendan todos! -dijo Barnes a través del intercomunicador-. ¡Chan y yo vamos afuera! ¡Fletcher asume el mando!

– ¡No salgan! -gritó Harry-. ¡No vayan al agua!

– Abriendo la esclusa ahora -dijo Barnes, lacónicamente-. Tina, usted me sigue.

– ¡Los va a matar! -gritó Harry; pero en ese momento se vio lanzado hacia Beth.

Norman volvió a caer al suelo y se golpeó la cabeza en una de las patas del diván.

– Estamos fuera -dijo Barnes.

De repente el martilleo cesó. El habitáculo estaba inmóvil. Nadie se movió. Con el agua surgiendo a través de una docena de finas fisuras brumosas, los supervivientes alzaron la vista hacia el altavoz del intercomunicador, y escucharon.

– Alejados de la esclusa -dijo Barnes-. Nuestra situación es buena. Armamento: lanzas J-19, con cabeza explosiva provista de cargas Taglin-50. Le vamos a enseñar un par de cositas a este bastardo.

Silencio.

– Agua… Visibilidad, mala. Visibilidad inferior al metro y medio. Parece estar… revuelto el sedimento del fondo y… muy negro, muy oscuro. Avanzamos a tientas a lo largo de las construcciones.

Silencio.

– Lado norte. Yendo al este ahora. ¿Tina?

Silencio.

– ¿Tina?

– Detrás de usted, señor.

– Muy bien. Ponga su mano sobre mi tanque, de modo que… Bien, muy bien.

Silencio.

Dentro del cilindro, Ted suspiró y dijo en voz baja:

– No creo que deban matarlo…

Norman pensó: «No creo que puedan.»

Nadie más dijo nada; sólo escuchaban la respiración amplificada de Barnes y Tina.

– Ángulo nordeste… Muy bien. Siento corrientes fuertes: agua en movimiento, activa… Hay algo en las proximidades… No puedo ver… Visibilidad inferior al metro y medio. Apenas veo el puntal al que me agarro. Sin embargo, puedo sentir a Jerry. Es grande. Está cerca. ¿Tina?

Silencio.

Un sonido alto y claro de crepitación estática. Después, silencio.

– ¿Tina? ¿Tina?

Silencio.

– He perdido a Tina.

Otro silencio muy prolongado.

– No sé qué… Tina, si me puede oír, quédese donde está; yo desde aquí… Muy bien… El ser se encuentra muy cerca… Lo siento moverse… Este tipo desplaza un montón de agua. Es un verdadero monstruo.

Otra vez silencio.

– Ojalá pudiera ver mejor.

Silencio.

– ¿Tina? ¿Es…?

Y entonces se oyó un golpe apagado, que podría haber sido una explosión. Todos se miraron entre sí, tratando de saber qué significaba; pero el habitáculo empezó enseguida a balancearse y retorcerse otra vez. Norman, que no estaba preparado, salió despedido de lado y pegó en el borde cortante de la puerta del mamparo. El mundo se volvió gris. Vio cómo, contra la pared que tenía a su lado, se golpeaba Harry, cuyas gafas cayeron sobre el pecho de Norman, el cual trató de cogerlas para dárselas a su dueño, pues las necesitaba. Luego, Norman perdió el conocimiento y todo se volvió negro.

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