Michael Crichton - Esfera

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En las profundidades del Océano Pacífico se descubre una misteriosa nave espacial de grandes dimensiones. Las autoridades norteamericanas envían a un grupo de científicos para que investigue el inquietante hallazgo. ¿Procede la nave de alguna civilización extraterrestre? ¿De un universo diferente? ¿Del futuro? La respuesta desafía la imaginación y escapa a cualquier intento de explicación lógica: un extraordinario y terrible poder amenaza toda la vida existente en torno al enigmático objeto.

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– ¿¡Qué demonios están haciendo!?

– Encontramos a Rose Levy -informó Norman.

– Pues vuelvan de inmediato, ¡maldición! -rugió Barnes-. Los sensores se han activado. No están solos ahí afuera… y lo que sea que haya con ustedes es tremendamente grande.

Norman se sentía torpe y lento.

– ¿Y qué hacemos con el cuerpo de Levy?

– ¡Larguen el cuerpo y métanse otra vez aquí!

«Pero el cuerpo…», pensaba con morosidad. Tenían que hacer algo con el cuerpo. No podían abandonarlo.

– ¿Qué pasa con usted, Norman? -preguntó Barnes.

El psicólogo murmuró algo y sintió vagamente que Beth lo aferraba con fuerza por el brazo y lo conducía de vuelta al habitáculo. Ahora el agua se hallaba invadida por huevos blancos. Las alarmas vibraban en los oídos de Norman y el sonido era muy intenso. En ese instante se dio cuenta de que era una nueva alarma… y ésta estaba sonando dentro de su traje.

Empezó a tiritar; los dientes le castañeteaban de manera incontrolable. Trató de hablar, pero se mordió la lengua y sintió gusto a sangre. Se sentía lerdo y estúpido. Todo estaba ocurriendo a cámara lenta.

A medida que se aproximaban al habitáculo pudo ver que los huevos se estaban adhiriendo a los cilindros, sobre los que formaban masas densas, capas llenas de protuberancias.

– ¡Aprisa! -gritó Barnes-. ¡Aprisa! ¡Está viniendo para acá!

Cuando ya estaban debajo de la esclusa de aire, Norman empezó a sentir intensas corrientes de agua. Allí había algo muy grande. Beth lo empujaba hacia arriba, y por fin su casco emergió de pronto sobre el nivel de agua de la esclusa y Alice Fletcher lo aferró con sus fuertes brazos. Un instante después subieron a Beth y cerraron la escotilla con violencia. Alguien le quitó el casco y Norman oyó la alarma, que zumbaba estridente en sus oídos. Para entonces todo su cuerpo se sacudía a causa de los espasmos, y daba sordos golpes sobre la cubierta. Le quitaron el traje, lo envolvieron en una manta plateada y lo sostuvieron hasta que el temblor fue disminuyendo y al fin cesó. Y, de forma repentina, a pesar de la alarma, Norman se quedó dormido.

CONSIDERACIONES MILITARES

– No es su maldito trabajo, ése es el porqué -dijo Barnes-. Usted no tenía autorización para hacer lo que hizo. Ninguna en absoluto.

– Levy podría haber estado viva aún -argumentó Beth, que se enfrentaba con calma a la furia de Barnes.

– Pero no estaba viva y, al ir al exterior, arriesgaron en forma innecesaria la vida de dos miembros civiles de la expedición.

– Fue idea mía, Hal -explicó Norman.

Seguía envuelto en mantas, pero como le habían dado bebidas calientes y le habían hecho descansar, ya se sentía mejor.

– Y en cuanto a usted -dijo Barnes-, tiene suerte de estar vivo.

– Supongo que es así -reconoció Norman-, pero no sé qué ocurrió.

– Esto es lo que ocurrió -respondió Barnes, blandiendo ante sí un pequeño ventilador-: el circulador de su traje hizo cortocircuito y usted experimentó un rápido enfriamiento cerebral debido al helio. Dos minutos más, y habría muerto.

– Fue tan rápido… -comentó Norman-. No me di cuenta…

– Ustedes son unos malditos -dijo Barnes-. Quiero dejar una cosa clara: éste no es un congreso científico; ésta no es la Posada para Vacaciones Submarinas, en la que pueden hacer lo que les plazca. Ésta es una operación militar, y va a ser mejor que obedezcan órdenes militares. ¿Entendido?

– ¿Ésta es una operación militar? -preguntó Ted.

– Lo es ahora -repuso Barnes.

– Espere un momento. ¿Lo fue siempre?

– Lo es ahora.

– No ha respondido a mi pregunta -dijo Ted-. Porque si es una operación militar, creo que necesitamos saberlo. Personalmente, no deseo que se me relacione con…

– Entonces vete -le aconsejó Beth.

– Mire, Ted, ¿sabe cuánto le está costando esto a la Armada? -le preguntó Barnes.

– No, pero no veo…

– Se lo diré: un ambiente con gas saturado, situado a gran profundidad y con pleno apoyo operativo cuesta alrededor de cien mil dólares la hora. Para el momento en que nos larguemos de aquí, el coste total del proyecto será de ochenta a cien millones de dólares. No se consigue que los militares asignen esa clase de presupuesto sin lo que ellos denominan «seria expectativa de beneficio militar». Es así de sencillo: no hay expectativa, no hay dinero. ¿Se da cuenta?

– ¿Como si se tratara de un arma? -preguntó Beth.

– Algo así -repuso Barnes.

– Bueno -dijo Ted-, personalmente nunca me habría unido…

– ¿Es eso cierto? Si usted hubiera hecho el vuelo hasta Tonga y yo le hubiera dicho: «Ted, ahí abajo hay una nave espacial que podría contener vida procedente de otra galaxia, pero es una operación militar», ¿usted habría respondido que lo lamentaba pero que no quería ser incluido? ¿Es eso lo que habría dicho, Ted?

– Pues…

– Entonces es mejor que se calle -le aconsejó Barnes-, porque ya estoy hasta la coronilla de sus poses.

– Atiendan, atiendan… -pidió Beth.

– En lo personal, opino que usted está sumamente nervioso -dijo Ted.

– Y en lo personal, yo opino que usted es un ególatra y un imbécil -replicó Barnes.

– Cálmense todos -aconsejó Harry-. Lo primero que debemos averiguar es por qué Rose Levy fue al exterior. ¿Alguien lo sabe?

– Estaba en un BNC -respondió Tina.

– ¿Un qué?

– Un Bloqueo Necesario del Cronointerruptor -aclaró Barnes-. Es el organigrama de servicio: Levy era el apoyo de Jane Edmunds, y cuando ésta murió fue tarea suya ir al submarino cada doce horas.

– ¿Ir al submarino? ¿Por qué? -preguntó Harry.

Barnes señaló por la portilla:

– ¿Ven el DH-7 por allá? Bueno, al lado del único cilindro hay un hangar en forma de cúpula invertida, y debajo de la cúpula se halla un minisubmarino que dejaron atrás los buzos. En una situación como ésta, las reglamentaciones navales exigen que, cada doce horas, todas las cintas y grabaciones se transfieran al submarino. El vehículo está en Modalidad CDSL (Caída y Desprendimiento Sincronizados del Lastre), que se fija cada doce horas en un temporizador. De ese modo, si alguien no llega allí cada doce horas transfiere las últimas cintas que se grabaron y aprieta el botón amarillo de «Retardo», el submarino, de forma automática, suelta el lastre, inyecta gas en los tanques y va, sin tripulación, hacia la superficie.

– ¿Por qué se hace eso?

– Si ocurriera un desastre aquí abajo, si algo nos sucediese a todos nosotros, por ejemplo, entonces el submarino emergería automáticamente al cabo de doce horas, con todas las cintas acumuladas hasta ese momento. La Armada recuperaría el submarino en la superficie y tendría, por lo menos, un registro parcial de lo que nos sucedió aquí abajo.

– Entiendo. El submarino es nuestra «caja negra».

– Podría llamarlo así. Pero también es la forma de escapar, nuestra única salida de emergencia.

– ¿Así que Levy se dirigía al submarino?

– Sí. Y tuvo que haber llegado, porque el submarino aún está allí.

– Transbordó las cintas, apretó el botón de «Retardo» y murió en el camino de regreso.

– Sí.

– ¿Cómo murió? -preguntó Harry, mirando fijamente a Bames.

– No estamos seguros -contestó el capitán.

– Todo su cuerpo fue aplastado -explicó Norman-. Era como una esponja.

– Hace una hora -le dijo Harry a Barnes-, usted ordenó que los sensores de DSPE se volvieran a cero y se ajustaran. ¿A qué se debió eso?

– En la hora anterior habíamos tenido una lectura extraña.

– ¿Qué clase de lectura?

– Indicaba que había algo ahí afuera. Algo muy grande.

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