– Yo estoy al frente aquí -insistió Barnes. En la pantalla se imprimió:
¿ESTÁ SU VIAJE LEJOS DE DONDE ESTÁ AHORA SU SITIO?
– Dígale que espere un minuto, por favor. Ted tecleó:
POR FAVOR ESPERE. ESTAMOS HABLANDO.
SÍ. YO TAMBIÉN LO ESTOY. ESTOY ENCANTADO DE HABLAR CON MUCHAS ENTIDADES DE MADE IN USA. ESTOY DISFRUTANDO MUCHO ESTO.
Ted volvió a teclear:
GRACIAS.
ESTOY COMPLACIDO DE ESTAR EN CONTACTO CON SUS ENTIDADES. ESTOY FELIZ DE HABLAR CON USTEDES. ESTOY GOZANDO MUCHO ESTO.
– Interrumpamos el contacto directo -ordenó Barnes. En la pantalla se leyó:
POR FAVOR, NO DETENERSE. ESTOY GOZANDO MUCHO ESTO.
Norman pensó: «Apuesto a que quiere hablar con alguien después de trescientos años de aislamiento… ¿O habrá pasado más tiempo aún? ¿Habría estado flotando en el espacio durante miles de años, antes de que lo recogiera la nave espacial?»
Esto le planteaba a Norman toda una serie de interrogantes: si la entidad extra-terrestre tenía emociones y, por cierto, aparentaba tenerlas, entonces existía la posibilidad de que tuviera toda clase de reacciones emocionales aberrantes, entre ellas neurosis y hasta psicosis. Cuando se aisla totalmente a un ser humano, en la mayoría de los casos se revelan muy pronto graves perturbaciones. Esta inteligencia de otro planeta había estado aislada centenares de años. ¿Qué le habría ocurrido durante ese tiempo? ¿Se había vuelto neurótica? ¿Era ése el motivo de que ahora se mostrara infantil y exigente?
NO SE DETENGAN. ESTOY DISFRUTANDO MUCHO ESTO.
– ¡Tenemos que detenernos, por el amor de Dios! -exclamó Barnes.
Ted tecleó:
NOS DETENEMOS AHORA PARA HABLAR ENTRE NUESTRAS ENTIDADES. NO ES NECESARIO DETENERSE. NO ME INTERESA DETENERME.
Norman creyó haber descubierto un tono irritado y petulante. Quizá hasta un tanto imperioso. «No me interesa detenerme»: este ser extra-terrestre sonaba como Luis XIV.
Ted tecleó:
ES NECESARIO PARA NOSOTROS.
YO NO LO DESEO.
ES NECESARIO PARA NOSOTROS, JERRY.
YO ENTIENDO.
La pantalla quedó en blanco.
– Así está mejor -dijo Barnes-. Ahora reagrupémonos y formulemos un plan. ¿Qué queremos preguntarle a este tipo?
– Creo que será mejor que aceptemos que está exhibiendo una reacción emocional a nuestra interacción -dijo Norman.
– ¿Qué significa eso? -preguntó Beth, interesada.
– Creo que, al tratar con Jerry, necesitamos tener en cuenta el contenido emocional.
– ¿Quieres psicoanalizarlo? -preguntó Ted-. ¿Ponerlo sobre el diván y descubrir por qué tuvo una niñez desdichada?
Con dificultad, Norman reprimió su enojo. «Detrás de ese aspecto exterior de muchacho… hay un muchacho», pensó.
– No, Ted, pero si Jerry tiene emociones, entonces es mejor que tomemos en consideración los aspectos psicológicos de su reacción.
– No pretendo ofenderte -dijo Ted-, pero yo no creo que la psicología tenga mucho que brindar. La psicología no es una ciencia, sino una forma de superstición o religión. Carece, lisa y llanamente, de buenas teorías o de datos fehacientes sobre los que se pueda hablar. Todo es abstracto, y en cuanto a tu insistencia acerca de las emociones puedes decir cualquier cosa sobre ellas y nadie está en condiciones de demostrar que estás equivocado. En mi carácter de astrofísico, no creo que las emociones sean muy importantes. No considero que importen gran cosa.
– Muchos intelectuales estarían de acuerdo contigo -dijo Norman.
– Sí -reconoció Ted-. Y aquí estamos tratando con un intelecto superior, ¿no?
– En general -dijo Norman-, la gente que no está en contacto con sus emociones tiene tendencia a creer que sus emociones carecen de importancia.
– ¿Estás diciendo que no estoy en contacto con mis emociones? -le preguntó Ted.
– Si crees que las emociones no tienen importancia, no lo estás,no.
– ¿Podemos dejar esta polémica para más tarde? -propuso Barnes.
– Nada existe, pero el pensamiento hace que sí exista -dijo Ted.
– ¿Por qué no te limitas a decir lo que tienes en mente -preguntó Norman con furia- y dejas de citar lo que dijeron otros?
– Ahora me estás lanzando un ataque personal -le reprochó Ted.
– Pero al menos no negué la validez de tu campo de investigación -respondió Norman-, aunque podría hacerlo, y sin mucho esfuerzo; pues los astrofísicos tienen tendencia a concentrarse en el Universo remoto, como una forma de evadir la realidad de la vida que llevan. Y puesto que nada de lo que dice la astrofísica se puede siquiera probar de modo concluyente…
– Eso es absolutamente falso -protestó Ted.
– ¡Suficiente! ¡Ya basta! -exclamó Barnes, dando un puñetazo en la mesa.
Se hizo un incómodo silencio.
Norman seguía enojado, pero también estaba turbado: «Ted me irritó -pensó-. Al fin logró irritarme. Y lo hizo de la manera más sencilla posible: atacando mi campo de investigación.» Norman se preguntó por qué lo había conseguido. Durante todos los años pasados en la universidad había tenido que escuchar cómo científicos «concretos» (físicos y químicos) le explicaban, con aire paciente, que la psicología era algo vacío, mientras esos mismos hombres saltaban de un divorcio a otro, o tenían esposas que les engañaban e hijos que se suicidaban o se hallaban en problemas a causa de las drogas. Hacía ya mucho que Norman había dejado de tomar parte en esas polémicas.
Sin embargo, Ted había logrado irritarlo.
– … regresar al asunto entre manos -estaba diciendo Barnes-. La cuestión es: ¿qué le queremos preguntar a ese tipo?
¿QUÉ LE QUEREMOS PREGUNTAR A ESE TIPO?
Clavaron la mirada en la pantalla.
– Huy -exclamó Barnes.
HUY.
– ¿Significa eso lo que yo opino que significa?
¿SIGNIFICA ESO LO QUE YO OPINO QUE SIGNIFICA?
Apoyándose en la consola se impulsó hacia atrás sobre su silla con ruedas, y dijo en voz alta:
– Jerry, ¿puede entender lo que estoy diciendo?
SÍ, TED.
– Grandioso -murmuró Barnes, meneando la cabeza-. Lo que se dice grandioso.
YO TAMBIÉN ESTOY FELIZ.
LAS GESTIONES CON EL EXTRA-TERRESTRE
– Norman -dijo Barnes-, me parece recordar que usted trató esto en su informe, ¿no? Me refiero a la posibilidad de que un ser de otro planeta nos pudiera leer la mente.
– Sí, lo mencioné.
– ¿Y cuáles fueron sus recomendaciones?
– No di recomendaciones. Fue algo que el Departamento de Estado me pidió que incluyera como posibilidad. Tan sólo lo hice por eso.
– ¿En su informe no agregó ninguna recomendación?
– No -dijo Norman-. A decir verdad, en aquel momento pensé que la idea era una broma.
– No lo es -declaró Barnes, y se sentó pesadamente, con la mirada fija en la pantalla-. ¿Qué diablos vamos a hacer ahora?
NO TENGAN MIEDO.
– Para él no es problema decirlo, ya que escucha todo lo que decimos. -Barnes miró la pantalla-. ¿Nos está escuchando ahora, Jerry?
SÍ, HAL.
– ¡Qué complicación! -exclamó Barnes.
– Creo que es un acontecimiento emocionante -dijo Ted.
– Jerry, ¿nos puede leer la mente? -preguntó Harry.
SÍ, NORMAN.
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