Kay Hooper - Jaque al miedo

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Lucas Jordan es un reputado criminólogo con poderes paranormales que trabaja para el FBI, en la Unidad de Crímenes Especiales. Un secuestrador psicópata tiene en jaque a toda la Unidad: tras raptar a sus víctimas, y cobrar el rescate, las somete a una macabra situación letal sin escapatoria, mientras un reloj marca, inexorablemente, el tiempo de vida que les queda.
Samantha Burke, una médium que trabaja en un circo, con capacidad para ver el futuro, se cruza de nuevo en la vida de Lucas, con una inquietante premonición: el asesino conoce perfectamente el patrón mental de Lucas, y cada uno de sus movimientos forma parte de una retorcida partida de ajedrez en la que todos son piezas de tan macabro juego. Samantha se convertirá en la pieza clave del tablero y la única capaz de salvar no sólo la vida de Lucas, sino también su herido corazón.

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– Bueno, funcionó -le recordó Jaylene-. Si os hubierais quedado en la casita que teníais alquilada, habríais visto claramente la parte de atrás del departamento del sheriff. Y a Brady le habría resultado mucho más difícil sacar a Sam del edificio sin que le vierais.

– Además, no tenía nada que perder intentando distraernos -continuó Bishop-. Dado que Sam estaba aparentemente a salvo en comisaría, era probable que estuvierais dispuestos a alejaros, aunque sólo fuera una hora. El tiempo que necesitaba Brady.

– Lo que no entiendo -dijo Samantha- es por qué Gilbert estaba matando el tiempo en su casa mientras su hijo me acechaba.

Bishop respondió:

– Creo que es porque no sabían cuándo se les presentaría la oportunidad de secuestrarte. La tumba estaba preparada y Brady Gilbert tenía órdenes: vigilar aquí y aprovechar la primera ocasión que viera.

– ¿No avisó a su padre en cuanto nos fuimos todos a la montaña? -preguntó Jaylene.

– Seguramente no se dio cuenta de lo que había pasado -contestó Bishop-. Le habían asignado una misión rutinaria, acompañar un entierro, y cuando regresó a comisaría, después de pasarse rápidamente por la feria para encender todas las atracciones y trucar los interruptores, se había ido casi todo el mundo. El sargento de guardia se limitó a decirle que otra partida de rastreo estaba buscando al asesino. Sin duda le alegró que su maniobra de distracción hubiera funcionado y que se le hubiera presentado la ocasión de llevarse a Samantha.

– Sólo cuando la llevaba abajo, a su coche patrulla, en el garaje, y pasó por la armería, se dio cuenta de que estaba prácticamente vacía. Eso debió hacer saltar sus alarmas.

– ¿Se sabe algo de él? -preguntó Lucas.

– No. Hemos difundido la orden de busca y captura, pero no me sorprendería que se quedara en las montañas, al menos una temporada. Pero le cogeremos. Tarde o temprano. Por si os sirve de algo, tengo el presentimiento de que puso la bombona de oxígeno en el ataúd en contra de la voluntad de su padre.

– Porque -dijo Samantha lentamente- matarme despacio no era lo que perseguían esta vez. Su propósito era asesinarme y torturar a Luke. Eso era lo que quería Gilbert.

Bishop asintió con la cabeza.

– También tengo el presentimiento de que, cuando hayamos revisado las pruebas que encontramos en casa de Gilbert y cojamos a Brady, descubriremos que su padre le utilizaba para reunir información y para ayudar a transportar la maquinaria, pero que el chico nunca mató a nadie, ni ayudó siquiera a transportar o a secuestrar a ninguna de las víctimas. Menos a Samantha.

– ¿Por qué no sospechaste de Gilbert? -le preguntó Lucas-. Supongo que habrás investigado mis casos anteriores desde que Sam se puso en contacto contigo, así que…

– Andrew Gilbert estaba presuntamente muerto -contestó Bishop-. Simuló su propia muerte con mucha destreza, hace casi cuatro años. Un incendio en uno de sus almacenes, un cuerpo de la estatura y el sexo adecuados encontrado con su reloj y su anillo de casado. Tendremos que contactar con las autoridades de allí y hacer exhumar el cuerpo para intentar identificarlo. Seguramente tendrá alguna relación con Andrew Gilbert. Si necesitaba un cuerpo, es probable que buscara cerca de casa. Posiblemente fue su primer asesinato.

– Ya entonces estaba poniendo su plan en marcha -dijo Quentin, sacudiendo la cabeza-. Las cosas que se propone la gente.

– Por cierto -dijo Jaylene-, yo tengo el propósito de cenar. Ahora que se ha acabado la bronca y que todos habéis salido a la luz, ¿quién quiere invitarme a un filete?

Era un intento evidente de sacarlos de la habitación de Samantha, y ésta agradeció el esfuerzo y le sonrió.

Jaylene dio el brazo a Quentin y Galen y dijo:

– ¿Vienes, jefe?

– Nos vemos en el ascensor.

– De acuerdo. Hasta mañana, Sam.

– Buenas noches.

Cuando se fueron, Bishop le dijo a Samantha:

– Lo que dije antes iba en serio.

– ¿Con turbante y todo?

El sonrió.

– Puede que algún día ese turbante nos sea útil como tapadera.

– ¿Y qué hay de la cuestión de la credibilidad?

– Creo que la Unidad tiene ya una reputación bastante sólida. Eres bienvenida, Samantha. Nos vendría muy bien otro vidente, sobre todo uno tan poderoso como tú. Piénsalo en serio.

– Lo haré.

– Además, podríamos ayudarte con los dolores de cabeza y las hemorragias. Técnicas de meditación, de biorretroalimentación… Esos métodos funcionan con nuestros agentes.

– También lo tendré en cuenta. Gracias, Bishop.

– Buenas noches a los dos. -Salió de la habitación.

Lucas se quedó mirándolo un momento mientras se alejaba; después se sentó al borde de la cama de Samantha y la miró.

– Formamos un buen equipo -dijo.

– Sólo porque te saco de quicio -repuso ella, pero sonrió.

– Únete al grupo, Sam. Te necesito.

– Pero no quieres necesitarme. Ésa es la cuestión.

– Hoy te encontré porque te necesitaba. Porque no podía concebir mi vida sin ti. Y te encontré porque tenías razón sobre mis facultades. Lo que la Unidad de Crímenes Especiales no ha podido poner al descubierto en cinco años, tú lo has desenterrado en menos de dos semanas.

– Es sólo un comienzo -dijo ella.

– Lo sé. Esto llevará tiempo. El que yo afronte el dolor que he llevado conmigo todos estos años, y lo nuestro. Tenemos muchas cosas que resolver, creo, muchas cosas que aclarar.

Samantha respiró hondo.

– Yo estoy dispuesta, si tú lo estás.

Lucas tomó suavemente sus manos vendadas y dijo con voz firme:

– Entonces quiero hablarte de mi hermano gemelo, Bryan, y del hombre que lo secuestró, lo torturó y lo asesinó cuando teníamos doce años.

De modo que Samantha se quedó allí sentada, en su cama del hospital, y escuchó el relato de la tragedia que había dado origen a la obsesión de Lucas por encontrar a las almas perdidas… y a sus facultades psíquicas para hacerlo. Y, mientras él hablaba despacio, dolorosamente, ella intuyó que empezaba a sanar.

Y comprendió que lo demás llegaría a su debido tiempo.

Epílogo

Viernes, 5 de abril

– Maldita sea -dijo Samantha.

– Te estás esforzando demasiado -dijo Lucas, y le dio su pañuelo.

Ella se lo llevó a la nariz y lo miró con leve regocijo.

– No conozco otro modo de intentarlo, igual que tú. ¿Qué es, por cierto? -Con la mano libre, señaló un trozo de metal retorcido que había sobre la mesa, delante de ella.

– ¿Qué has visto?

– Humo, llamas. Oía un ruido, como de algo que se aplastara. Entreví de lejos a un hombre, creo, que se movía entre el humo. Parecía llevar una lata de gasolina.

Lucas sonrió.

– Un incendio provocado. El jefe de policía que nos lo mandó creía que era eso, pero no ha podido demostrarlo. Había gasolina almacenada en la finca, así que encontrar rastros de combustible no demostraba que el incendio hubiera sido obra de un pirómano.

– Está bien. Pero la visión tampoco es una prueba.

– No, pero lo único que quería el jefe de policía era confirmar sus sospechas. Dirigirá la investigación a la manera tradicional y, con suerte, encontrará la prueba que necesita.

– Aún no me has dicho qué es esto.

– Había un coche viejo aparcado en el garaje del edificio, y el jefe de policía sospechaba que el fuego se había originado ahí. Es un trozo del coche. -Lucas recogió el metal retorcido y lo devolvió a la bolsa de plástico para pruebas-. Haré que se lo devuelvan.

Samantha volvió a doblar el pañuelo y se lo acercó un momento a la nariz; después miró la tela y le devolvió el pañuelo a Lucas.

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