Kay Hooper - Jaque al miedo

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Lucas Jordan es un reputado criminólogo con poderes paranormales que trabaja para el FBI, en la Unidad de Crímenes Especiales. Un secuestrador psicópata tiene en jaque a toda la Unidad: tras raptar a sus víctimas, y cobrar el rescate, las somete a una macabra situación letal sin escapatoria, mientras un reloj marca, inexorablemente, el tiempo de vida que les queda.
Samantha Burke, una médium que trabaja en un circo, con capacidad para ver el futuro, se cruza de nuevo en la vida de Lucas, con una inquietante premonición: el asesino conoce perfectamente el patrón mental de Lucas, y cada uno de sus movimientos forma parte de una retorcida partida de ajedrez en la que todos son piezas de tan macabro juego. Samantha se convertirá en la pieza clave del tablero y la única capaz de salvar no sólo la vida de Lucas, sino también su herido corazón.

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Consiguió hablar con Quentin al primer intento, lo cual rara vez era posible llamando a un teléfono móvil en aquella zona montañosa.

– ¿Habéis tenido noticias de Bishop? -preguntó enseguida.

– Sí, ahora mismo -contestó él-. Así que nuestro asesino es un fantasma salido del pasado de Luke, ¿eh? -Parecía un poco distraído.

– Eso parece. ¿Dónde estáis, chicos?

– En la feria.

– ¿Por qué?

– Una simple corazonada.

– Tú no tienes corazonadas, Quentin.

– El que haya dicho eso mentía como un bellaco.

– Quentin…

Él suspiró.

– Está bien, está bien. Sabía que algo estaba pasando aquí eso es todo.

Ella esperó un instante. Luego preguntó:

– ¿Qué está pasando?

– Pues es bastante curioso -contestó él pensativamente- Esto está prácticamente desierto… pero todas las atracciones están en marcha.

Capítulo 17

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Samantha.

– Lo que he dicho. La noria, los coches de choque… todo, menos los ponis. Están todas funcionando. La verdad es que da un poco de miedo, a plena luz del día y sin música ni gente.

– ¿Dónde está Leo?

– No consigo localizarle.

– ¿Qué?

– No te asustes. Un par de tipos de mantenimiento nos han dicho que se fue al pueblo esta mañana. Ahora mismo están intentando parar las atracciones.

– Todas tienen interruptores. ¿Cuál es el problema?

– Que los interruptores están trucados.

La inquietud de Samantha aumentó.

– Esto no me gusta, Quentin.

– No, a mí tampoco. Mis sentidos de arácnido cosquillean como locos.

– ¿Crees que quizás ese tal Gilbert sepa que la policía va de camino? ¿Que tal vez les esté esperando?

– Tú les has visto cargárselo en una visión, ¿no?

– Sí, pero…

– Mira, quizás esto no tenga nada que ver con lo otro, ¿sabes? -Al ver que ella se quedaba callada, Quentin suspiró y dijo-: De acuerdo, yo tampoco creo en las coincidencias. Suponiendo que consiga contactar con ellos allá arriba, Bishop les avisará de que se cubran las espaldas. Y el frente. Tú quédate ahí, Sam. Galen se quedará aquí y yo iré a buscarte.

– Estoy en la jefatura de policía.

– Sí, y está prácticamente desierta. No te muevas. Estaré ahí dentro de quince minutos.

Samantha colgó y se quedó mirando el teléfono con el ceño fruncido mientras se frotaba distraídamente las sienes. Seguía recordando aquella visión y las últimas palabras de Andrew Gilbert, que no había podido oír.

Tenía la inquietante sensación de que algo cambiaría si hubiera oído aquellas palabras.

Pero intentar pensar en ello agudizaba su dolor de cabeza y su aturdimiento, de modo que se dio por vencida y emprendió con mucha cautela el camino de regreso a la sala de descanso.

La comisaría parecía realmente desierta, pensó; sólo oía sonar de vez en cuando un teléfono, y voces amortiguadas desde el mostrador de recepción, en la parte delantera del edificio.

Dudó un momento en la puerta de la sala de descanso e intentó descubrir nuevamente el origen de su desasosiego, pero se dio por vencida y fue a echarse en el sofá.

La finca que Wyatt había vendido a Andrew Gilbert estaba, en efecto, muy apartada, pero no era, ni mucho menos, tan difícil de alcanzar como los lugares que habían estado investigando durante las semanas anteriores. Había, de hecho, una carretera decente que llevaba desde la autovía prácticamente hasta la puerta de la casa, pequeña y desvencijada, de la granja.

La policía, sin embargo, no tomó aquella ruta hasta su final. Detuvieron los vehículos a más de dos kilómetros de la casa y se aproximaron a pie, diseminándose para rodear con cautela la casa y el establo.

Era un día gélido y el humo que se alzaba de la chimenea indicaba que había alguien en el interior de la casa.

Agazapado junto a Lucas, al resguardo de una afloración de granito, Wyatt observaba la casa y el establo, situados a unos cincuenta metros de distancia.

– La casa es vieja -dijo en voz baja- y no tiene más calefacción que la chimenea, a no ser que Gilbert haya instalado algo más moderno.

Lucas asintió y dijo:

– Quiero que nos quedemos aquí unos minutos, observando. Glen… -Volvió la cabeza para mirar al joven ayudante, que estaba allí cerca-, ¿puedes dar la vuelta para ver si el establo tiene una entrada trasera? Y mira a ver si da la impresión de que haya salido o entrado un todoterreno hace poco tiempo.

– Dalo por hecho.

– ¿Te preocupa la advertencia de tu jefe? -le preguntó Wyatt a Lucas.

Habían silenciado todas las radios, pero por suerte habían descubierto que sus teléfonos móviles funcionaban, al menos intermitentemente, allá arriba, y Lucas había recibido la llamada de Bishop media hora antes.

– Me tomo en serio cualquier advertencia -contestó Lucas, pero se abstuvo de añadir que lo que más le inquietaba era la breve confesión de Bishop de que al menos otros dos agentes habían estado trabajando en la sombra desde hacía un par de semanas. No tenía, sin embargo, nada que objetar a su presencia… aunque no era el primer agente de la Unidad de Crímenes Especiales que deseaba que su jefe no fuera tan hermético para algunas cosas.

Lo que le ponía nervioso era la insidiosa certeza de que habían estado sucediendo cosas a su alrededor sin que él tuviera conciencia de ello. Quizá demasiadas cosas.

Nunca había sido capaz de desarrollar las refinadas percepciones que otros miembros de la brigada llamaban su «sentido de arácnido», porque, según Bishop, su concentración dejaba fuera los estímulos externos, en lugar de focalizarlos. Y por primera vez empezaba a preguntarse seriamente si Samantha no tendría razón al presionarle para que conectara con sus propias emociones a fin de emplear sus facultades con mayor eficacia.

Salir de sí mismo, bajar la guardia… por muy vulnerable y fuera de control que ello le hiciera sentirse.

– Mira -susurró Wyatt de repente.

Allá abajo, un hombre salió de la vieja casa y comenzó a cruzar el medio acre de terreno que le separaba del establo. A medio camino se detuvo y se quitó del cinturón el teléfono móvil, que había empezado a sonar.

Lucas arrugó el ceño.

– ¿Por qué tengo la sensación de que esto no va bien? -murmuró.

Con los prismáticos pegados a los ojos, Wyatt contestó:

– Está contento. Y ahora… parece enfadado.

Incluso sin prismáticos, Lucas vio que Andrew Gilbert miraba a su alrededor recelosamente, y confió para sus adentros en que todos los ayudantes del sheriff estuvieran bien escondidos y en silencio.

– Alguien le ha avisado -dijo Lucas.

– ¿Quién? -preguntó Wyatt.

– No lo sé.

– Dijiste que trabajaba solo.

Lucas apenas vaciló.

– Y sigo creyéndolo. No confiaría en un socio. Él no.

Gilbert apretó el paso hacia el establo mientras seguía hablando por teléfono. Después volvió a colgarse el teléfono del cinturón, abrió la puerta y desapareció en el interior del edificio.

Lucas miró su reloj y le dijo rápidamente a Wyatt:

– Haz correr la voz entre los otros jefes de grupo de que nos pondremos en marcha dentro de dos minutos, a las tres y veintidós exactamente. Conforme al plan previsto.

Wyatt cogió su teléfono móvil.

Glen regresó en ese momento.

– El establo tiene una entrada trasera -informó a Lucas rápidamente- y está bien escondida de los vecinos. Da a un camino de ganado abandonado que sube hacia las montañas. Y últimamente se ha usado mucho. Me encontré con Jaylene por el camino y su grupo va a cambiar de posición para cubrir mejor ese lado del establo. Me encargó que te dijera que Gilbert no podrá pasar por allí.

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