Kay Hooper - Jaque al miedo

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Lucas Jordan es un reputado criminólogo con poderes paranormales que trabaja para el FBI, en la Unidad de Crímenes Especiales. Un secuestrador psicópata tiene en jaque a toda la Unidad: tras raptar a sus víctimas, y cobrar el rescate, las somete a una macabra situación letal sin escapatoria, mientras un reloj marca, inexorablemente, el tiempo de vida que les queda.
Samantha Burke, una médium que trabaja en un circo, con capacidad para ver el futuro, se cruza de nuevo en la vida de Lucas, con una inquietante premonición: el asesino conoce perfectamente el patrón mental de Lucas, y cada uno de sus movimientos forma parte de una retorcida partida de ajedrez en la que todos son piezas de tan macabro juego. Samantha se convertirá en la pieza clave del tablero y la única capaz de salvar no sólo la vida de Lucas, sino también su herido corazón.

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«Quédate quieta, Sam. Cierra los ojos. Te prometo que… te prometo que llegaré a tiempo.»

Fue una de las cosas más difíciles que había hecho en toda su vida, pero Samantha lo logró: cerró los ojos y obligó a sus manos doloridas a permanecer quietas junto a sus costados.

Le quedaba la fe justa para confiar en que Luke diera con ella a tiempo.

Pero sólo la justa.

Una docena de palas y manos dispuestas a actuar le seguía cuando, pasada más de una hora, Lucas detuvo de pronto el Jeep en la carretera que salía de Golden y corrió unos veinte metros, hacia un lado del asfalto. No tuvo que decirles dónde cavar, porque la tierra recién removida, con su escalofriante forma de tumba, se veía claramente.

Los hombres se pusieron a cavar enseguida, frenéticamente, impulsados por sus propios temores y por el rostro macilento y torturado del agente federal que usaba sus manos para apartar la tierra que colmataba la tumba de Samantha.

Otros hombres esperaban pertrechados con palancas y, en cuanto quedó al descubierto la madera, comenzaron a levantar las tablas. Un gemido colectivo se oyó cuando, en respuesta a sus esfuerzos, aparecieron el rostro blanco y los ojos cerrados de Samantha; en ese instante, casi todos pensaron que estaba muerta.

Pero Lucas sabía que no era así. De rodillas junto a la tumba poco profunda, bajó los brazos, la cogió de las muñecas evitando tocar la carne magullada de sus manos y tiró de ella hacia arriba.

Sólo entonces ella abrió los ojos y parpadeó a la luz mortecina del día. Luego, mientras Lucas murmuraba su nombre, respiró una honda bocanada del aire limpio del campo y le rodeó el cuello con los brazos.

Capítulo 18

Pero no quiero pasar la noche en el hospital -dijo Samantha.

– Porque, naturalmente -repuso Lucas-, unos cuantos huesos de las manos rotos no son nada, ¿verdad?

Ella se miró con el ceño fruncido las manos, que, cubiertas con gruesos vendajes, descansaban sobre su regazo.

– Ya has oído al médico. En los humanos, los huesos de la mano pueden ser muy frágiles y romperse fácilmente. Pero acaban soldándose. Y voy a recuperarme. Así que no tengo por qué pasar la noche aquí.

Bishop dijo:

– Tómate la libertad de detenerla, Luke.

– No va a ir a ninguna parte -dijo Lucas-. Voy a quedarme aquí toda la noche para asegurarme de ello.

Samantha suspiró y abandonó sus protestas.

– Bueno, si no queda más remedio, al menos es una suerte que me hayan dado una habitación grande. Si Wyatt y Caitlin no se hubieran ido a llevar a Leo a la feria, habríais cabido todos. -Miró a la gente que rodeaba su cama y se dirigió a Bishop al decir-: Me preguntaba cuándo ibas a asomar la cara.

– Me pareció que ya era hora -respondió él con calma-. Tu secuestro no formaba precisamente parte del plan.

Galen, que estaba al otro lado de la cama, dijo:

– Y quizás así aprendas a no ser tan críptico la próxima vez. «Esperad una señal. Y no dejéis que os distraiga.» Santo cielo.

– La verdad -dijo Bishop- es que lo de la feria tampoco estaba previsto. La señal que os dijimos que esperarais no llegó a darse. Se suponía que sería una exhibición de fuegos artificiales en toda regla: un par de cajas de munición quemadas, suponíamos, para distraeros a todos mientras Gilbert escapaba.

Galen parpadeó y le dijo a Quentin:

– Podría habérnoslo dicho antes.

– Nunca lo hace -contestó Quentin.

– Si eso es lo que visteis Miranda y tú -dijo Samantha-, ¿por qué no sucedió?

– Lo vimos al principio. -Bishop sonrió y la sonrisa suavizó su bello rostro, pero intimidatorio-. Antes de que tú empezaras a cambiar el futuro que habías visto. Cuando eso sucedió, todo lo que nosotros habíamos visto ya no sirvió de nada.

– Eso también podrías habérnoslo dicho -refunfuñó Galen.

Lucas, que había escuchado en silencio, intervino para decir:

– ¿Y cuál era el plan, si no os importa que os lo pregunte?

– Bishop rompió una de sus normas -respondió Quentin-. Esa de que algunas cosas tienen que suceder como suceden. A mí me dejó perplejo.

Lucas miró a Samantha.

– Tu visión -dijo.

Ella asintió con la cabeza.

– Todo lo que te dije era cierto, pero no te lo conté todo -dijo-. Cuando Leo recibió el chantaje, los dos decidimos olvidar el asunto, no venir a Golden. No sabíamos qué estaba pasando, pero fuera lo que fuese nos daba mala espina. Luego, esa noche, cuando ya habíamos tomado la decisión de seguir adelante, tuve un sueño. Sólo que no era un sueño normal, era una visión. Y supe sin sombra de duda que había visto lo que sucedería si no iba a Golden.

– Fue entonces cuando me llamó -murmuró Bishop.

Lucas le lanzó una mirada y volvió a fijar los ojos en el rostro de Samantha.

– ¿Por qué? ¿Qué es lo que viste?

– Asesinatos. -Ella intentó refrenar un escalofrío-. Asesinatos que se sucedían durante años, cada vez más crueles. Hombres, mujeres… niños. Todos morían en esas horribles máquinas que él construía, y no sólo ellos, sino también otros.

– ¿Por qué no…? -Lucas se interrumpió y desdeñó lo que iba a decir con un gesto, añadiendo-: Da igual. Continúa.

– No sé qué hizo tomar a Gilbert ese camino, pero los asesinatos acabaron por destruir la poca humanidad que le quedaba. Había empezado, o empezaría, a matar por puro placer. Eso fue lo que me mostró la visión. -Suspiró-. Cuando me desperté, comprendí que solamente había… una pequeña oportunidad de detenerlo. Lo supe sin lugar a dudas. Había que detenerlo aquí, en Golden. Si salía de aquí libre, los asesinatos se sucederían durante años.

– ¿Qué más? -preguntó Lucas con firmeza.

– Díselo -dijo Bishop al ver que Samantha vacilaba-. No puede haber muchos secretos entre un grupo de videntes.

– Excepto los tuyos -masculló Galen en voz baja.

Ella suspiró de nuevo y le dijo a Lucas:

– En el sueño, en la visión, también le veía matarte. Ganaba su pequeño juego. Y el hecho de ganar no le detenía.

– Samantha no estaba dispuesta a permitir que nada de eso ocurriera -dijo Bishop-. Y nosotros tampoco. Así que decidimos intervenir, intentar cambiar lo que había visto.

– ¿Y me lo ocultasteis para minimizar interferencias? -preguntó Lucas, inexpresivo.

– A ti y a Jay. Estábamos razonablemente seguros de que cuanta menos gente supiera lo que intentábamos hacer, y menos gente intentara activamente cambiar lo que había visto Sam, tanto mejor. Más control tendríamos. Pero…

– Pero -prosiguió Samantha-, con el primer cambio, cuando la feria y yo llegamos a Golden, el futuro que yo había visto comenzó a transformarse. Y, excepto por un par de constantes, como mi convicción de que el único modo de salvarte era obligarte a utilizar tus capacidades de otro modo, y el juego demente de Gilbert, todo estaba en el aire. Lo único que podía hacer era seguir el plan y confiar en que estuviéramos haciendo lo correcto y no empeorando las cosas.

– Y lo único que podíamos hacer nosotros -añadió Bishop- era vigilaros a todos con la mayor discreción posible. Era evidente que Gilbert había hecho sus deberes y conocía bien la Unidad; lo último que queríamos era que supiera que Jay y tú no erais los únicos miembros del equipo que estaban aquí.

– Pero lo sabía -dijo Jaylene con sorna. Miró a Samantha-. Eso es lo que significaba la advertencia de Lindsay. «Él lo sabe.» Sabía lo de nuestros escoltas. Sabía que tendría que distraerlos para llegar hasta ti. Y para entonces estaba deseando ponerte las manos encima.

– ¿Por eso fue lo de las atracciones de la feria? -preguntó Quentin-. ¿Para alejarnos del pueblo?

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