Daniel Silva - Juego De Espejos

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Novella d’espionatge amb dues virtuts importants: no és de John Le Carré (algun dia escriuré la ressenya dels llibres que he llegit d’ell, però aviso que no sortirà massa ben parat) i que està ambientada en uns fets reals: la Segona Guerra Mundial i la necessitat dels aliats d’evitar que, de la manera que sigui, el punt del desembarcament a les costes franceses sigui conegut pels alemanys o, millor encara, aquests creguin que serà per un lloc diferent del planificat.
El protagonista és el director del contra-espionatge anglès (si no ho recordo malament), un acadèmic convertit a espia si us plau per força com suggereix el títol original. Al bàndol contrari hi ha una xarxa clandestina d’espies alemanys infiltrats a Anglaterra. L’autor juga amb ambigüetats calculades per tal d’induir el lector a sospitar que diferents pesonatges són traïdors i revelaran el secret del lloc real del desembarcament.
És una novella d’acció continuada, que fa pensar fins i tot en la necessitat d’informació que tenim -i l’efecte que ens pot causar tenir informació parcial sobre les coses que fem. Fins al final no es desvetllen alguns punts foscos de la trama, i just aleshores vénen ganes de rellegir la novel·la per veure fins a quin punt l’acció dels diferents personatges és coherent amb aquesta realitat.

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Eligió la segunda disyuntiva.

Al llegar a Marble Arch, pagó al taxista y se apeó. El crepúsculo se desvanecía rápidamente, para fundirse con el oscurecimiento. En Marble Arch confluían cierto número de líneas de autobús, incluida la del coche del que salió huyendo. Con un poco de suerte, Rose Morely se apearía allí para hacer transbordo. El autobús en el que iba estaría entonces doblando para bajar por Park Lane hacia Hyde Park Comer. Si Rose se quedaba en el autobús, Catherine intentaría subir a él sin que la viese.

El autobús se acercó. Rose Morely seguía ocupando el mismo asiento. El vehículo redujo la marcha y la mujer se puso en pie. Rose se apeó por la puerta de atrás.

Catherine se adelantó.

– Eres Rose Morely, ¿verdad? -dijo.

La mujer se quedó boquiabierta a causa de la sorpresa.

– Sí… y tú eres Anna. Sabía que eras tú. Tenías que serlo. No has cambiado nada desde que eras niña. ¿Pero cómo has llegado aquí sin…?

– Cuando me di cuenta de que eras tú, seguí al autobús en un taxi -la interrumpió Catherine.

El sonido de su propio nombre, pronunciado en medio de la gente, la hizo estremecerse. Tomó a Rose Morely por un brazo y la llevó hacia la penumbra de Hyde Park.

– Demos un paseo -dijo Catherine-. Ha pasado tanto tiempo, Rose.

Aquella tarde, Catherine mecanografió el informe para Vogel. Lo fotografió, lo quemó en la pila del lavabo e hizo lo propio con la cinta de la máquina, tal como le había enseñado Vogel. Al levantar la cabeza vio su rostro reflejado en el espejo. Apartó la mirada. La tinta y la ceniza habían ennegrecido la pila del lavabo. También tenía negros los dedos y las manos.

Catherine Blake, espía.

Cogió la pastilla de jabón y empezó a frotarse los dedos con ella,

No fue una decisión difícil. Cumplirla fue peor de lo que había podido imaginar. «Emigré a Inglaterra antes de la guerra -había explicado, mientras caminaban por un sendero y la noche acentuaba la oscuridad-. No pude seguir soportando la idea de vivir por más tiempo bajo el gobierno de Hitler. Las cosas que estaba haciendo, especialmente a los judíos, eran verdaderamente horribles.»

Catherine Blake, embustera.

«-Deben de habértelo hecho pasar muy mal.

»-¿Qué quieres decir?

»-Las autoridades, la policía. -En un susurro-: La Inteligencia militar.

»-No, no fue nada difícil. En absoluto.

»-Ahora trabajo para un hombre llamado Higgins, el comandante Higgins. Cuido de sus hijos. Su esposa murió durante un bombardeo, pobrecilla. El comandante Higgins está en el Almirantazgo. Dice que se daba por supuesto que toda persona que entró en el país antes de la guerra tenía que ser un espía alemán.

»-¿De veras?

»-Estoy segura de que al comandante Higgins le interesará saber que no se metieron contigo.

»-No hay ninguna necesidad de mencionarle esto al comandante Higgins, ¿no te parece, Rose?»

Pero no había escapatoria. El pueblo británico tenía plena conciencia de la amenaza que representaban los espías. Estaba en todas partes: en los periódicos, en la radio, en las películas. Rose no era tonta. Comentaría el encuentro al comandante Higgins, el comandante Higgins telefonearía al MI-5 y el MI-5 rastrillaría todo el centro de Londres en su busca. La minuciosa preparación con que creó su cobertura saltaría por los aires a causa de un encuentro casual con una criada que había leído demasiadas novelas de espías.

Hyde Park durante el oscurecimiento. Podía tratarse del bosque de Sherwood si no fuera por el distante zumbido del tráfico que llegaba desde Bayswater Road. Habían encendido sus linternas, dos frágiles líneas de luz amarilla. Rose sostenía en la otra mano la bolsa en la que llevaba la compra. «Dios mío, intenta alimentar a los niños con ciento catorce gramos de carne a la semana. Me temo que se van a quedar atrofiados y canijos.» Por delante de ellas se destacó un grupo de árboles, una informe mancha negra recortada contra la última tenue claridad del cielo occidental. «Tengo que irme ya, Anna. Me ha alegrado mucho volver a verte.» Avanzaron juntas un poco más. Hazlo ahí, entre los árboles. Nadie lo verá. La policía lo atribuirá a algún malhechor o a algún refugiado. Todo el mundo sabe que, con la guerra, el índice de criminalidad ha alcanzado niveles alarmantes en el West End. Llévate su comida y su dinero. Que parezca un robo que se complicó. «Ha sido estupendo verte de nuevo después de tantos años, Rose.» Se despidieron en la arboleda. Rose siguió hacia el norte; Catherine, hacia el sur. Luego, Catherine dio media vuelta y siguió a Rose. Introdujo la mano en el bolso y sacó la Mauser. La muerte tenía que ser rápida. «Rose, se me ha olvidado una cosa.» Rose se detuvo y se volvió. Catherine alzó la pistola y antes de que Rose pudiese emitir un sonido recibió un certero balazo que le atravesó el ojo.

La maldita tinta no se iba. Se enjabonó las manos una vez más y las frotó con un cepillo hasta dejárselas casi en carne viva. Se preguntó por qué aquella vez no se sintió enferma. Vogel dijo que al cabo de una temporada todo resultaba más sencillo. El cepillo acabó con la tinta. Se volvió a mirar en el espejo, pero en esa ocasión no apartó la vista. Catherine Blake, homicida. Catherine Blake, asesina.

33

Londres

Alfred Vicary pensó que una tarde en casa podría sentarle bien. Deseaba andar un poco, de modo que salió de la oficina una hora antes de la puesta de sol, con tiempo suficiente para adentrarse en Chelsea antes de que le sorprendiera el oscurecimiento y se quedara desamparado. Era una tarde estupenda, fresca pero sin lluvia y prácticamente sin viento. Vagaban por las alturas del West End hinchados nubarrones grises en cuyo vientre ponían tonos rosados los resplandores del sol poniente. La vida hormigueaba en Londres. Observó la multitud de personas que circulaban por la plaza del Parlamento, admiró las baterías antiaéreas de Birdcage Walk, atravesó los silenciosos desfiladeros georgianos de Belgravia. El aire invernal le sentaba de maravilla a sus pulmones y recurrió a su fuerza de voluntad para abstenerse de fumar. Había contraído una tos seca como la que solía aquejarte en Cambridge durante los exámenes finales y se prometió renunciar a todas aquellas malditas cosas cuando acabase la guerra.

Cruzó la plaza de Belgravia y se dirigió hacia la plaza de Sloane. El encanto se había roto; el caso volvía a darle vueltas en la cabeza. En realidad nunca había dejado de pensar en él. A veces lograba apartarlo un poco más lejos que en otras ocasiones. Enero había desembocado en febrero. Pronto llegaría la primavera y luego la invasión. Y era posible que su triunfo o su fracaso cayera de lleno sobre los hombros de Vicary.

Pensó en el último mensaje descifrado por los criptógrafos de Bletchley Park. Aquel mensaje lo enviaron la noche anterior a un agente que operaba dentro de Inglaterra. En él no figuraba ningún nombre en clave, pero Vicary daba por sentado que el destinatario era uno de los espías a los que estaba persiguiendo. El mensaje decía que la información recibida era muy buena, pero que se necesitaban más detalles. También solicitaba un informe acerca del modo en que el agente entró en contacto con la fuente. Vicary buscó un resquicio de esperanza. Si Berlín necesitaba más datos era porque no tenía el cuadro completo. Y si no tenía el cuadro completo, aún se contaba con un margen de tiempo para que Vicary taponase la filtración. La naturaleza del caso era tan desoladora que la lógica de aquello le permitió cobrar ánimos.

Atravesó la plaza de Sloane y se aventuró por Chelsea. Pensó en otras tardes como aquella, mucho tiempo atrás -antes de la guerra, antes del puñetero oscurecimiento-, cuando volvía a casa tras salir del University College con una cartera rebosante de libros y papeles. Sus preocupaciones eran entonces mucho más simples. ¿He dormido a mis alumnos con la lección de hoy? ¿Acabaré mi siguiente libro antes de la fecha tope de entrega?

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