Sara Paretsky - Punto Muerto

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El jugador de los halcones Negros de Chicago, Boom Boom Warshawski, fue una leyenda del hockey. Más de mil personas asisten a su funeral, consternados al enterarse de que ha resbalado en un muelle y se ha ahogado. La policía se apresura a declarar que ha sido un accidente. Y no les gusta la idea de que V.I. Warshawski, meta su nariz femenina en un caso tan evidente. Pero entre atentados contra su propia vida y tragos de scotch, la intrépida e ingeniosa detective, se abre camino a través de un mundo de silos de cereal y cargueros de mil toneladas. Se introducirá en una senda que le hará descubrir si se está tomando las cosas de un modo demasiado personal o si su adorado Boom Boom fue en realidad asesinado…

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– ¿Qué está haciendo? -chilló Grafalk.

– Dejando pistas -jadeé. Arañé con la navaja la mesa de caoba y froté mi sangre por los arañazos.

Grafalk se quedó momentáneamente paralizado mientras yo cortaba la tela de una silla. Abrí las puertas rotas del armario de la porcelana y barrí con el brazo el resto de los cacharros, ignorando los cristales que me cortaban. Grafalk se recobró y corrió tras de mí. Yo le tiré una silla y me fui a la cocina.

El hornillo de gas estaba allí y a mí se me ocurrió una idea loca. Giré un mando y apareció una llama azul. Cuando Grafalk entró tras de mí, arranqué la cortina del ojo de buey y la acerqué al quemador. Se prendió inmediatamente. La agité ante mí como si fuera una antorcha, la moví hacia todos lados y prendí las otras cortinas de la cocina.

Grafalk se acercó con un aparejo y yo me aparté. Cayó pesadamente y yo volví corriendo con mi antorcha al comedor, donde incendié las cortinas. Grafalk me persiguió con un extintor. Empezó a rociarme a mí y a las cortinas. La espuma química me entró en los pulmones y me cegó a medias. Sujetándome la camisa delante de la cara, corrí por el pasillo y las escaleras hasta la cubierta.

Grafalk me pisaba los talones utilizando el extintor.

– ¡Detenla, Sandy, detenla!

El hombre de pelo color arena me miró desde el timón. Me agarró y se llevó un trozo de mi camisa nueva. Corrí hacia la popa. Era de noche y el agua estaba negra mientras el Brynulfh atravesaba. Las luces de otros barcos parpadeaban en la distancia y yo grité inútilmente pidiendo socorro.

Grafalk se precipitó en cubierta detrás de mí, con el rostro convertido en una máscara de maníaco y el extintor ante él. Contuve el aliento y salté por la borda.

28

El barco de fuego de Odín

El agua negra estaba muy fría. Me lavó la espuma química del dolorido rostro y pataleé en ella durante unos segundos, tosiendo para aclararme los pulmones. Durante un minuto sentí pánico pensando en las profundidades que se extendían debajo de mí y tragué una bocanada de agua. Escupiendo y temblando me esforcé por relajarme, por respirar profundamente.

Me quité las zapatillas deportivas de un puntapié; luego me doblé en el agua y me quité los calcetines y la camisa. El Brynulf, con las velas desplegadas, se movía a gran velocidad y me había sobrepasado unos treinta pies.

Estaba sola en el agua helada. Tenía los dedos de los pies entumecidos y el agua me hacía daño en la cara. Podía durar veinte minutos; no lo bastante como para nadar hasta la orilla. Miré por encima del hombro. El yate empezó a girar. La luz de las llamas se veía a través de los ojos de buey de estribor. Una bengala iluminó las aguas y Grafalk me localizó en seguida. Yo traté de no sentir pánico, de respirar normalmente.

El barco seguía acercándose. Nadando de espaldas, vi a Grafalk en la proa con un rifle en la mano. Cuando el Brynulf estuvo junto a mí, tomé aire y me sumergí bajo la quilla. Me fui empujando hasta que salí por la parte de atrás. El motor no estaba en marcha; cuchillas de hélice no podían hacerme rodajas.

Algo me golpeó en la cara cuando salí a la superficie. Uno de los cabos utilizados para amarrar el barco colgaba por el agua. Lo agarré y me dejé arrastrar por el Brynulf hasta que Grafalk encendió otra bengala para buscarme por el agua. Se volvió hacia la popa. Su rostro apareció por el costado. El rifle me apuntó. Yo estaba demasiado entumecida para sumergirme.

Vi un brillo cegador, pero no provenía del rifle. El hornillo de gas debía de haber explotado. El golpe hizo que me soltara de la cuerda y desvió el brazo de Grafalk. Una bala cayó en el agua junto a mí y el yate se alejó. Una escotilla reventó y una chispa rodó hasta el timón.

Trozos del yate volaron y pasaron junto a mí. Me agarré a un tablón y me subí en él, pataleando como un perro. Me dolía el hombro izquierdo a causa del frío.

El Brynulf siguió alejándose de mí con las velas aún al viento, mientras Sandy luchaba con ellas, abandonándolas al fin hasta que colgaron flaccidas. El yate flotaba en un pequeño círculo a unas quince yardas de mí, movido por el calor del fuego.

Grafalk apareció junto a Sandy. Yo estaba lo bastante cerca como para ver su mata de pelo blanco. Discutía con Sandy, lo agarraba. Lucharon a la luz parpadeante. Sandy se soltó y saltó por la borda.

Grafalk sacudió los brazos, furioso. Caminando hasta la popa rifle en mano, buscó por el agua y me encontró. Me apuntó con el rifle y se quedó así durante un largo minuto, mirándome. Yo estaba demasiado helada como para sumergirme, demasiado helada como para hacer otra cosa que mover las piernas mecánicamente arriba y abajo.

De pronto, dejó caer el rifle y alzó el brazo derecho en un saludo. Despacio, caminó hacia el timón en llamas. Hubo otra explosión que me sacudió los brazos entumecidos. Debió desfondar el casco, pues el barco comenzó a hundirse.

Creí ver a Odín, al que no le importan los crímenes, viniendo a buscar a aquel vikingo intemporal para llevárselo en su barcodragón de fuego. Cuando el barco desapareció, una repentina ráfaga incendió una de las velas, que pasó sobre mi cabeza e iluminó las tenebrosas aguas. Odín me llamaba. Me agarré a mi tablón, con los dientes castañeteando.

Unas manos extrañas me sacaron del agua. Estaba agarrada al tablón con todas mis fuerzas. Balbucía cosas acerca de dioses y barcos en forma de dragones. No había rastro del Brynulf.

29

El largo adiós

Estábamos sentadas en una terraza que dominaba el lago Michigan. El agua, azul celeste bajo el cielo veraniego, lamía suavemente la arena bajo nosotras. Un toldo verde de lona protegía nuestros rostros. El día de mayo era luminoso y claro, aunque el aire era fresco fuera de la luz solar directa. Me abroché la chaqueta de sarga verde hasta la barbilla.

Claire Grafalk inspeccionaba el carrito de cobre y teca. Vi una botella de Taittinger asomando por el costado de un cubo de hielo. Un poco de salmón, algo que parecía un pato cortado en rodajas y vuelto a unir y una ensalada eran las únicas cosas que pude identificar sin mirar con demasiadas ansias.

– Gracias, Karen. Nos serviremos nosotras mismas.

Cuando la sólida doncella desapareció por el sendero que conducía a la casa, la señora Grafalk descorchó con habilidad la botella de champán y lo sirvió en una copa estrecha.

– Yo no bebo, pero me gusta servir champán. Espero que le guste éste.

Murmuré algo apreciativo. Se sirvió agua para ella y me tendió un plato de porcelana color crema con sus iniciales entrelazadas en verde y oro. Llevaba un vestido camisero gris con un pañuelo al cuello y una hilera de gruesas perlas. Sus altos pómulos se cubrían de unos círculos de rojo que parecían un poco de muñeca, aunque elegantes y atractivos.

Inclinó la cabeza como un pájaro, hacia un lado, mirándome inquisitiva pero sin decir nada hasta que llené mi plato. Di un sorbo al champán y comí un poco de pato frío. Ambos eran excelentes.

– Ahora tiene que contarme lo que pasó. Los periódicos no dan más que detalles someros. ¿Qué le ocurrió al barco de Niels?

– Hubo un accidente en la cocina y el casco se prendió fuego. -Fue la respuesta que le había dado a la policía y a Murray Ryerson y no iba a cambiarla ahora.

La señora Grafalk sacudió la cabeza vigorosamente.

– No, querida. Eso no vale. Gordon Firth, el presidente de Ajax, vino a visitarme hace dos días con una historia de lo más extraordinaria acerca de Niels. Tiene con él a un chico inglés, Roger Ferrant. El señor Ferrant dice que usted y él descubrieron que Niels había llevado a la Grafalk Steamship a la quiebra y que sospechaban que fue él quien hizo saltar el barco de Martin.

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