Sara Paretsky - Punto Muerto

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El jugador de los halcones Negros de Chicago, Boom Boom Warshawski, fue una leyenda del hockey. Más de mil personas asisten a su funeral, consternados al enterarse de que ha resbalado en un muelle y se ha ahogado. La policía se apresura a declarar que ha sido un accidente. Y no les gusta la idea de que V.I. Warshawski, meta su nariz femenina en un caso tan evidente. Pero entre atentados contra su propia vida y tragos de scotch, la intrépida e ingeniosa detective, se abre camino a través de un mundo de silos de cereal y cargueros de mil toneladas. Se introducirá en una senda que le hará descubrir si se está tomando las cosas de un modo demasiado personal o si su adorado Boom Boom fue en realidad asesinado…

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Me dio un pase por si acaso alguien me hacía preguntas. Deseé haber sido una espía soviética; era un sitio muy fácil de entrar.

Seguí la tortuosa carretera pasando junto a barracones desnudos. Los marineros paseaban en grupos de dos o tres. También pasé junto a algunos niños. No sabía que vivían familias en la base.

La carretera llevaba hasta los muelles, como dijo el guardia. Antes de llegar al agua, vi los mástiles de los barcos sobresaliendo. Más pequeños que los cargueros, cubiertos de torretas y equipos de radar, los barcos de la Armada parecían amenazadores incluso a la dorada luz de la tarde primaveral. Al conducir junto a ellos me estremecí y me concentré en la carretera. Estaba llena de baches a causa de los vehículos pesados que rutinariamente la utilizaban, y el Omega iba dando saltos de hoyo en hoyo.

Unas cien yardas más allá, en espléndido aislamiento, estaba el Brynulf Nordemark. Era un hermoso navio de dos mástiles, con las velas cuidadosamente enrolladas. Pintado de blanco con una raya verde, era un barco esbelto que flotaba airoso tirando de las cuerdas que lo ataban al muelle, como un cisne o cualquier otro pájaro acuático, natural y grácil.

Aparqué el Omega al otro lado de la carretera y caminé hasta el pequeño embarcadero al que estaba amarrado el Brynulf. Tirando suavemente de uno de los cabos para acercarlo, me agarré a la barandilla de madera y subí a cubierta.

Todos los detalles eran de teca, barnizados y pulidos hasta brillar. La caña del timón tenía una base de bronce resplandeciente y el panel de instrumentos, también de teca, contenía una colección de chismes a la última: girocompás, anemómetro, sonda de profundidad y otros instrumentos que no conocía. Recordé que el abuelo de Grafalk había comprado el barco; Grafalk debía haber puesto al día el equipamiento.

Sintiéndome como la caricatura de un detective, saqué la lupa de mi bolso y empecé a examinar la cubierta de rodillas, como Sherlock Holmes. La exploración me llevó algo de tiempo y no descubrí nada ni remotamente parecido a la sangre sobre la bien pulimentada cubierta. Seguí la inspección por los costados. Justo cuando iba a abandonar la cubierta, me fijé en dos cabellos rubios enganchados en la barandilla de estribor. El pelo de Grafalk era blanco, el del chófer, color arena. Phillips había sido rubio, y aquél era un buen sitio para que le golpeasen la cabeza cuando le arrastraban fuera del barco. Gruñendo de satisfacción, cogí un par de pinzas de depilar de mi bolso, pillé los cabellos y los metí en una bolsita de plástico.

Un corto tramo de escaleras junto al timón conducía a la cabina. Me detuve un minuto, con la mano en la rueda, para mirar por la cubierta antes de bajar. Nadie me miraba. Al empezar a bajar por las escaleras, me llamó la atención un gran almacén que estaba al otro lado de la carretera. Era un edificio de uralita ondulada, como los demás edificios de la base. Marcado con triángulos rojos, tenía un cartel muy claro sobre la entrada: DEPÓSITO DE MUNICIONES, EXPLOSIVOS. PROHIBIDO FUMAR.

Ningún guardia patrullaba ante el depósito. Evidentemente, si uno tenía entrada libre a la base, no iba a llevarse las municiones. Grafalk pasaba ante el lugar cada vez que salía a navegar. Su chófer tendría seguramente herramientas para poder romper el candado de las puertas correderas. Como amigo del almirante, Grafalk podría incluso haber entrado con alguna excusa verosímil. Me preguntaba si tendrían un inventario de sus explosivos. ¿Sabrían si les habían desaparecido cargas de profundidad suficientes como para volar un barco de mil pies?

Bajé por las escalerillas y llegué a una puerta cerrada que conducía a las habitaciones. Eran más de las seis y el sol empezaba a ponerse. No entraba mucha luz por la caja de la escalera y tuve que actuar un rato con las ganzúas en las cerraduras antes de que la puerta se abriera. Un gancho en la pared se enlazaba con otro gancho en la puerta para que se mantuviera abierta.

Lo que se me había olvidado era una linterna. Busqué una luz y finalmente encontré una cadena conectada a una lámpara en el techo. Al tirar de ella vi que estaba en un pequeño pasillo enmoquetado de verde, a juego con la raya del barco. Una puerta cerrada a mi derecha se abría al dormitorio principal con una cama grande, paredes cubiertas de espejos y remates de teca. Una puerta de armario corredera se abría para mostrar una buena colección de ropa de hombre y de mujer. Miré dudando la ropa de mujer: Paige y la señora Grafalk eran las dos bajas y delgadas. La ropa podía haber sido de cualquiera de las dos.

El dormitorio principal tenía un baño anexo con una bañera y un lavabo de grifos dorados. No me parecía probable que Grafalk y Phillips se hubiesen peleado allí.

Volví al pasillo y encontré otros dos dormitorios, menos lujosos, cada uno con cuatro camas, a babor. Un comedor con una vieja mesa de caoba atornillada al suelo y un juego completo de porcelana Wedgwood en un bonito aparador estaba junto a ellos, cerca ya de la popa. Al lado, en el extremo de la popa, había una cocina muy bien equipada con hornillo de gas. Entre el dormitorio principal y la cocina, a estribor, había una sala en la que los marineros podían leer o jugar al bridge o beber cuando hacía mal tiempo. Un armario abierto poco profundo mostraba unos cuantos decantadores y una buena colección de botellas. El whisky era JB. Me sentí decepcionada: la primera muestra de mal gusto por parte de Grafalk. Puede que Paige escogiera el whisky.

A menos que hubieran golpeado a Phillips en la cubierta, me parecía que lo más probable era que lo hubiesen hecho en el comedor o en la sala. Empecé por la sala. Contenía una mesa de juego cubierta de cuero y un escritorio, varias sillas, un sofá y una pequeña chimenea con fuego eléctrico.

El suelo de la sala estaba cubierto con una alfombra verde gruesa. Mientras inspeccionaba la habitación, intentando decidirme por el mejor sitio para empezar, me di cuenta de que la parte de alfombra de delante de la chimenea estaba recién cepillada y en otro sentido que el resto de la alfombra. Aquello parecía prometedor. Fui hacia la parte cepillada y empecé a revisarla con mi lupa. Encontré otro cabello rubio. Nada de sangre, pero sí un olor a un limpiador fuerte, tipo Top Job. La alfombra estaba ligeramente húmeda al tacto, aunque ya habían pasado tres días tras la muerte de Phillips. Olisqueé otras partes de la alfombra, pero el olor a limpiador y la humedad estaban sólo en la parte de delante de la chimenea.

Me puse de pie. Ahora el problema iba a ser conseguir que viniese la policía a hacer un registro más serio. Con su equipo podían detectar sangre en la alfombra en cantidades microscópicas. Puede que lo que debiera hacer fuese cortar un pedazo de la alfombra y llevarlo para que lo examinasen. Si había sangre en él, sería más probable que quisieran ver de dónde provenía el pedazo. Utilizando mi navaja, corté una pequeña sección de fibras del lugar donde había encontrado el cabello rubio.

Al poner el trozo de tela en una de mis bolsitas de muestras, oí un golpe en la cubierta. Me senté muy quieta y me puse a escuchar. La cabina estaba tan bien aislada que no se oía gran cosa. Luego, otro golpe más suave. ¿Niños de la base jugando por los muelles?

Me metí la bolsa de muestras en el bolsillo. Agarrando firmemente la navaja, fui hacia la puerta y apagué la luz. Esperé dentro de la habitación, escuchando. Al otro lado del pasillo oía un débil murmullo de voces masculinas. Eran personas mayores, no niños.

Los pasos avanzaban sobre mí hacia la proa. A popa, un motor se puso en marcha. El barco, que había estado flotando sobre el agua, se puso a vibrar y empezó a moverse lentamente hacia atrás.

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