Sara Paretsky - Punto Muerto

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El jugador de los halcones Negros de Chicago, Boom Boom Warshawski, fue una leyenda del hockey. Más de mil personas asisten a su funeral, consternados al enterarse de que ha resbalado en un muelle y se ha ahogado. La policía se apresura a declarar que ha sido un accidente. Y no les gusta la idea de que V.I. Warshawski, meta su nariz femenina en un caso tan evidente. Pero entre atentados contra su propia vida y tragos de scotch, la intrépida e ingeniosa detective, se abre camino a través de un mundo de silos de cereal y cargueros de mil toneladas. Se introducirá en una senda que le hará descubrir si se está tomando las cosas de un modo demasiado personal o si su adorado Boom Boom fue en realidad asesinado…

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Me fui al cuarto de baño a lavarme los dientes y la cara. Necesitaba sentirme fresca y alerta para tener una conversación con Bobby. Bajé corriendo las escaleras hasta el coche de McGonnigal. El hombro ya no me daba más que débiles tirones. Me di cuenta sombría de que iba a poder empezar a correr de nuevo a la mañana siguiente.

McGonnigal tenía el motor en marcha. Salió con un ostentoso chirrido de goma antes de que cerrase la puerta. Me puse el cinturón.

– Tendría que ponerse el suyo si va a conducir así -le dije-. Los de los seguros y la policía son las personas que más accidentes ven, y nunca llevan el cinturón de seguridad puesto.

McGonnigal no contestó. De hecho, la conversación decayó en el camino hacia el centro. Intenté que se interesara en las oportunidades de los Cubs ahora que tenían a Lee Elia y Dallas Green. No quiso hablar de ello.

– Espero que no sea usted hincha de los Yankees, sargento. Si es así, tendrá que detenerme para que me meta en un coche con usted.

Su única respuesta fue conducir más deprisa. Mantuve un monólogo acerca de la perfidia de los Yankees hasta que llegamos a la calle 12, absteniéndome de comentar el hecho de que iba demasiado deprisa para una carretera en condiciones normales. Aparcó el coche a medio metro del bordillo y salió dando un portazo. Le seguí por la puerta trasera de la comisaría de la calle 12.

– Por cierto, sargento, ¿han encontrado a alguien relacionado con la muerte de Kelvin?

– Sigue abierto -dijo lacónicamente.

Mallory disponía de un pequeño despacho en el laberinto de la división de homicidios. La pared trasera estaba cubierta con un plano de la ciudad, con los límites de su zona subrayados con una gruesa línea negra y las zonas conflictivas marcadas en rojo. Mallory hablaba por teléfono cuando entramos. Me acerqué a mirar a mi vecindario.

Teníamos una tasa de homicidios muy alta. También había muchas violaciones. Puede que hiciera mejor marchándome a Melrose Park con seis niños.

Bobby colgó el teléfono y cogió un montón de papeles. Se puso las gafas de montura de alambre y empezó a leer unos informes.

– Ven aquí y siéntate, Vicki.

Me senté al extremo de su escritorio de metal mientras él seguía leyendo.

– Estabas en la Plymouth Steel esta mañana cuando se descubrió el cuerpo de Clayton Phillips.

Yo no dije nada y él dijo con viveza:

– Estabas allí, ¿no?

– Creí que estabas haciendo una afirmación, no una pregunta. Claro que estaba allí. Yo llamé a la policía y en ningún momento oculté quién era.

– No te hagas la lista conmigo. ¿Qué estabas haciendo allí?

– Puse el cuerpo de Phillips en la bodega el domingo por la mañana y quería ver la cara de la gente cuando apareciera en la cinta transportadora.

Bobby golpeó la superficie del escritorio con la mano abierta.

– Vicki, estás a punto de ir a la cárcel como testigo presencial -acercó el pulgar al índice para indicar una distancia muy pequeña-. Dime lo que estabas haciendo allí.

– Había ido a buscar a Martin Bledsoe. Es el dueño de la Pole Star Line.

Bobby se relajó un poco.

– ¿Por qué?

– Yo estaba a bordo del Lucelia cuando saltó por los aires la semana pasada. El barco es suyo. Alguien puso cargas de profundidad bajo su casco el viernes en Sault Ste. Marie y…

– Sí, ya sé todo eso. ¿Para qué querías ver a Bledsoe?

– Se me había caído la bolsa en el fondo del barco. Quería saber si la habían recuperado.

Mallory se puso rojo al oír esto.

– No vas a ir a molestar al dueño de una línea naviera por semejante tontería. Corta el rollo y dime la verdad.

Sacudí la cabeza con formalidad.

– Te estoy diciendo la verdad. Nadie sabía nada de ello, por eso fui a verle a él. Mi Smith & Wesson estaba en la bolsa. Me costó trescientos dólares y no podré comprarme otra.

Sabía que aquello iba a distraer la atención de Bobby. No le gusta la idea de que yo vaya por ahí con pistola. Sabe que mi padre me enseñó cómo usarla. Tony creía que la mayoría de los accidentes con armas de fuego ocurrían porque las manejaban niños que no sabían utilizarlas. Como tenía que guardar su revólver de policía en casa algunas veces, me enseño cómo limpiarlo, cargarlo y dispararlo. A pesar de todo, la idea de una mujer andando por ahí con una Smith & Wesson es contraria a cualquier noción de Bobby de lo que debe ser el comportamiento de una dama. Saltó al oír aquello, preguntándome por qué llevaba la pistola en el barco y qué estaba haciendo de cualquier modo a bordo del Lucelia.

Ese era un terreno más fácil. Le recordé mi accidente de coche.

– Vosotros os empeñasteis en decir que fueron gamberros. Yo creía que era alguien relacionado con el puerto. Fui hasta Thunder Bay para hablar con el capitán y el jefe de máquinas del Lucelia. Como podía haber sido uno de ellos el que quiso matarme, me llevé la pistola.

Hablamos de ello durante un rato. Insistí en mi convencimiento de que a Boom Boom le habían empujado bajo el Bertha Krupnik. Le dije que pensaba que Henry Kelvin, el vigilante nocturno de su edificio, había sido asesinado cuando sorprendió a unos intrusos que buscaban pruebas del asesinato de Boom Boom. Bobby seguía sin estar convencido. Por lo que a él le concernía, Boom Boom se había caído accidentalmente, yo había sido víctima de unos gamberros y Kelvin había interrumpido un asalto rutinario. En aquel punto me dominó una decisión inquebrantable de guardarme toda la información que tenía. Si iban a ser tan cabezas cuadradas, yo lo sería también.

Cuando Bobby volvió sobre lo de mis huellas en el despacho de Phillips, me fui por otro lado.

– ¿Por qué estabais tomando las huellas de la oficina de ese hombre?

– Le asesinaron, Vicki -dijo Bobby sarcásticamente-. Tomábamos huellas de su oficina y hacíamos todo lo que podíamos por averiguar si lo asesinaron allí.

– ¿Y?

Mallory dibujó un garabato en su cuaderno.

– Murió ahogado en la bodega del barco. No sabemos dónde le hicieron la herida de la cabeza. Habría muerto de eso de todas formas si no se hubiese asfixiado.

Se me revolvió el estómago. ¡Qué muerte más horrible! No me gustaba Phillips, pero no le hubiera deseado un final así. Aunque si era él el que empujó a Boom Boom…

– ¿Cuándo creen que ocurrió?

– A eso de las seis de la mañana del domingo. Unas horas más o menos. Y ahora, Vicki, quiero saber lo que estabas haciendo en la oficina de ese hombre. Y cuándo lo estabas haciendo.

– A eso de las seis de la mañana del domingo fui allí a hablar con él de la muerte de mi primo. Cuando se negó a contestar a mis preguntas, me enfurecí y le pegué en la cabeza con un objeto de bronce que tenía en el escritorio.

Bobby me echó una mirada tan furiosa que volví a sentir el estómago revuelto. Llamó a McGonnigal, que esperaba fuera.

– Toma nota de todo lo que diga. Si vuelve a hacerse la lista, enciérrala como testigo presencial. Me estoy hartando de todo esto. -Se volvió hacia mí-. ¿Cuándo estuviste allí?

Me miré las uñas de la mano derecha. Tenía que hacerme la manicura. La izquierda no estaba mucho mejor.

– El sábado por la noche.

– ¿Y qué estabas haciendo allí?

– Si hubiera ido a robar, habría sido lo bastante espabilada como para ponerme guantes. No fui a robar. Buscaba información que pudiera demostrarme que Phillips llevaba una vida delictiva.

Hablamos de ello durante un rato. Seguía pensando en Boom Boom como mi cliente, pero no pensaba decírselo a Bobby por nada del mundo. Antes me dejaba encerrar.

– No puedes llevar un cuerpo a rastras al puerto sin que nadie se dé cuenta -dije en un momento dado-. Hay un policía de guardia en la verja. ¿Le habéis preguntado los nombres de las personas que fueron al puerto el domingo por la mañana temprano?

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