– Es una relación de los contratos de transporte de la Eudora. ¿Cómo los ha conseguido?
– Me los ha prestado una de las secretarias. El capitán Bemis me ha dicho que era usted la persona de por aquí que más entendía de estas cosas. Yo no los entiendo. Esperaba que pudiera usted explicármelos.
– ¿Por qué no se lo pregunta a Phillips?
– Oh, quería que lo hiciese un experto.
Sus ojos grises eran inteligentes. Sonrió con ironía.
– Bueno, no hay mucho misterio. Se empieza con una carga en el punto A y se traslada al punto B. Nosotros, los transportistas, llevamos cualquier tipo de carga, pero la Eudora se dedica principalmente al cereal, aunque puede que ahora tengan un poco de madera y carbón. Así que estamos hablando de cereal. Bueno. En éste, el encargo se hizo al principio el diecisiete de julio, así que es la fecha de transacción inicial.
Estudió el documento unos minutos.
– Tenemos cien toneladas de semillas de soja en Peoría y queremos trasladarlas a Buffalo. La Hansel Baltic compra la carga allí y allí es donde acaba nuestra responsabilidad. Así que el representante de Phillips empieza a corretear por ahí para encontrar a alguien que lleve el cargamento. Empiezan aquí: GLSL (Great Lakes Shipping Line). Cobran cuatro dólares y treinta y dos centavos la tonelada por llevarlo de Chicago a Buffalo, y necesitan cinco navios. Con una carga tan grande, normalmente se necesitan varios transportistas. Creo que el representante andaba un poco perezoso en este contrato. Phillips tuvo que traerlo desde Peoría por tren el veinticuatro de julio y lo recogieron en Buffalo el treinta uno o antes. En nuestro negocio, los contratos se hacen y se cancelan de manera rutinaria. Por eso parece todo tan confuso, y por eso la diferencia de unos pocos centavos es tan importante. Mire, aquí, más tarde, el diecisiete, ofrecemos llevar la carga por cuatro veintinueve la tonelada. Eso fue antes de que tuviésemos el Lucelia. Ahora podemos rebajar los precios antiguos porque los barcos de mil pies son mucho más baratos de manejar. En cualquier caso, llega Grafalk el dieciocho ofreciendo cuatro treinta dólares por tonelada, pero promete llegar el veintinueve. Hilando muy fino, la verdad. Me pregunto si mantuvo su promesa.
– ¿Así que no hay nada fuera de lo corriente aquí?
Bledsoe se lo pensó bien.
– No que yo sepa. ¿Qué es lo que le hace pensar que lo haya?
El jefe de máquinas llegó en aquel momento.
– Oh, hola. ¿Qué hay?
– Hola, Sheridan. La señorita Warshawski está estudiando los contratos de transporte de la Eudora. Cree que puede haber algo incorrecto en ellos.
– No, no es eso. Sólo necesitaba comprenderlos. Estoy intentando imaginarme lo que mi primo sabía y quería decirle al capitán Bemis. Así que estuve revisando sus papeles ayer en la Eudora y me enteré de que se había mostrado muy interesado en estos documentos justo antes de morir. Me preguntaba si el hecho de que todos estos contratos con la Pole Star acabasen con Grafalk no sería importante.
Bledsoe volvió a mirar los documentos.
– No especialmente. O bien ellos ofrecían una tarifa menor, o prometían una fecha de entrega más próxima.
– La otra pregunta era por qué Boom Boom estaba especialmente interesado en unas fechas determinadas de esta primavera.
– ¿Qué fechas? -preguntó Bledsoe.
– Una era el veintitrés de abril. No recuerdo las otras de memoria. -Tenía la agenda en el bolso, pero no quería enseñársela a ninguno de ellos.
Bledsoe y Sheridan se miraron el uno al otro pensativos. Finalmente, Bledsoe dijo:
– El veintitrés fue la fecha en la que se suponía que debíamos cargar el Lucelia.
– ¿Se refiere al día en el que encontraron agua en las bodegas?
Sheridan asintió.
– Puede que las otras fechas tengan también relación con accidentes en labores de carga. ¿Hay un registro de esas cosas?
La cara de Bledsoe se retorció de tanto pensar. Sacudió la cabeza.
– Eso es mucho pedir. ¡Hay tantas líneas de barcos y tantos puertos! El Suscriptor de los Grandes Lagos habla de ello si ha habido daños en la carga o en el casco. Es lo mejor para empezar. En lo que se refiere a fechas recientes, cualquiera de nosotros podría ayudar.
Me estaba empezando a cansar de todo aquel trabajo que no llevaba a ninguna parte. Suponía que podía buscar en el Suscriptor de los Grandes Lagos y ver si encontraba accidentes de barcos, pero ¿qué me indicaría eso? ¿Boom Boom habría descubierto una banda criminal que saboteaba cargueros? Saber que tales accidentes habían ocurrido no me indicaría nada.
Winstein había vuelto a cubierta y el capitán Bemis daba vueltas para unirse a nuestro grupo.
– A este barco no van a ocurrirle más accidentes. Hemos contratado a una patrulla de seguridad sobre cubierta para cuando acaben de cargar hoy.
Bledsoe asintió.
– He estado pensando si me iré contigo de viaje -sonrió-. No me voy a meter en el gobierno del barco, John, pero el Lucelia es demasiado precioso para todos nosotros. Me gustaría ver cómo hace llegar su carga hasta Santa Catalina.
– No hay problema, Martin. Le diré al cocinero que prepare el camarote.
– No tenemos gente como camareros a bordo de los cargueros -me explicó Bledsoe-. El jefe de cocinas se ocupa de la zona del capitán y los invitados. Los demás se ocupan de sí mismos… ¿A qué hora tienes previsto zarpar, John?
El capitán miró su reloj.
– Tenemos que seguir cargando durante unas once horas más, y la Tri State no quiere pagar más que una o dos horas extras. Así que a cualquier hora a partir de las siete de la tarde mañana.
Bledsoe se ofreció a darme una vuelta por el barco, si a Bemis no le importaba. El capitán le dio permiso con una sonrisa tolerante. Sheridan nos siguió por la estrecha escalerilla de madera.
– Yo soy el que tengo que enseñar la sala de máquinas -explicó.
El puente estaba encaramado sobre la cabina. Había cuatro niveles sobre la cubierta, cada uno más pequeño que el que estaba debajo. El capitán y el jefe de máquinas tenían sus cuartos en el tercer piso, justo debajo del puente. Sheridan abrió su puerta para que yo pudiese echar un vistazo rápido al interior.
Quedé sorprendida.
– Pensé que todo el mundo dormía en estrechas literas y tenía un lavabo minúsculo. -El jefe de máquinas tenía un apartamento de tres habitaciones, con una cama enorme en el dormitorio y una oficina repleta de papeles y herramientas.
Bledsoe rió.
– Eso era así en los tiempos de Dana, pero las cosas han cambiado. Los de la tripulación duermen seis en cada camarote, pero tienen una gran sala de recreo. Tienen incluso una mesa de ping-pong, que proporciona muchos momentos de entretenimiento cuando navegan.
Los demás oficiales y el cocinero compartían el segundo piso con el camarote privado. La cocina y los comedores -el del capitán y el de la tripulación- estaban en el piso del puente, y los camarotes de la tripulación en el primer piso debajo de la cubierta.
– Teníamos que haber puesto los camarotes de los oficiales sobre la proa -le dijo Sheridan a Bledsoe cuando bajábamos por debajo del nivel del mar hacia la sala de máquinas-. Incluso arriba, donde estamos John y yo, las máquinas hacen muchísimo ruido durante toda la noche. No me imagino por qué les dejamos construirlas junto a la cabina del piloto.
Trepamos por estrechos peldaños empotrados en la pared hasta el vientre del barco, donde se encontraba la sala de máquinas. Bledsoe desapareció en aquella fase de la visita.
– Cuando el jefe se dispara con lo de las máquinas, puede pasarse hablando un mes o dos. La veré en cubierta antes de que se vaya.
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