– Ya veo.
Volví al cubículo de Boom Boom. No había nadie en el piso. Un reloj blanco y negro sobre la entrada marcaba las doce y media. Debían estar todos comiendo. Janet había dejado un paquete muy pulcro sobre el escritorio con mi nombre escrito o, más bien, como había olvidado mi nombre, ponía: «La prima del señor Warshawski». Debajo había escrito: «Por favor (muy subrayado), devuélvalo lo antes posible.» Lo agarré y me encaminé a la puerta. Phillips no intentó detenerme.
Un negro muerto más
La Interestatal 94, de vuelta a la ciudad, iba muy tranquila a aquella hora del día. Llegué a mi oficina alrededor de la una y media y puse el contestador automático. Murray me había llamado. Le volví a llamar inmediatamente.
– ¿Qué pasa, Vic? ¿Has sabido algo de la muerte de Kelvin que me pueda interesar?
– Nada de nada. Pero espero que seas cortés con una dama y pongas a tu gente de ecos sociales a hacerme una averiguación.
– Vic, cada vez que quieres una cosa de ese tipo, siempre es una tapadera para una historia importante que no nos cuentas hasta que ha pasado.
– ¡Murray! ¡Qué cosas dices! ¿Y qué pasó con Anita McGraw? ¿Y con Edward Purcell? ¿Y con John Cotton? ¿No eran buenas historias?
– Sí, lo eran. Pero me hiciste andar en círculos al principio. ¿Sabes algo jugoso de Kelvin?
– Bueno, puede que en cierto modo sí. Quiero saber cosas del pasado de Paige Carrington.
– ¿Quién es?
– Una bailarina que andaba con mi primo antes de que muriera. Estaba buscando unas cartas de amor en su piso el otro día. Entonces mataron a Kelvin. El que lo hizo revisó el piso a conciencia. Me puso nerviosa. Me gustaría saber algo acerca de su pasado y me preguntaba también si alguien de tu gente de cotilleos, Greta Simón, por ejemplo, no se habría olido la relación entre ella y Boom Boom.
– Oh, sí. Boom Boom Warshawski era tu primo. Tenía que haberlo adivinado. Sois los dos únicos Warshawski de los que oído hablar.
Sentí saber que había muerto: le admiraba mucho… No habrá nada raro en su muerte, ¿no?
– No que yo sepa, Murray. Parece que resbaló en unas tablas mojadas y cayó bajo la hélice de un carguero.
– Jesús, qué horror! Es difícil imaginar que a alguien tan ágil como Boom Boom le ocurriese algo así… Mira, como antiguo admirador suyo, te ayudaré encantado. Pero te cobro si se descubre algo. Paige Carrington… ¿Cómo se llama su padre?
– No lo sé. Dijo algo acerca de haber crecido en Lake Bluff.
– Vale, Vic. Te llamo dentro de dos o tres días.
Desenvolví el pulcro paquete de Janet y saqué los papeles. Tres grandes carpetas de acordeón marcadas «Junio», «Julio» y «Agosto» estaban llenas de cientos de copias de hojas de ordenador. Antes de revisarlas bajé a Johnnie's Steak Joynt, donde me tomé una Fresca y un sandwich griego. Hojeando el Herald Star vi una noticia acerca del velatorio de Kelvin. Era hoy, empezaba a las cuatro, en una capilla funeraria de la parte sur. Debería ir.
De vuelta a mi oficina limpié el escritorio a base de ponerlo todo en el cajón de abajo, y extendí las carpetas ante mí. Eran informes de ordenador, todos colocados en un cierto orden. Cada uno mostraba la fecha de una transacción, un lugar de origen, un destino, un transportista, el volumen, peso, tipo, costo por peso y fecha de llegada. Reflejaban los envíos de cereal de la Compañía Eudora durante un período de tres meses. No eran documentos legales sino registros de transacciones legales. Cada registro tenía el título de «Formulario de Verificación de Contrato».
Me rasqué la cabeza pero empecé a leer. Algunos indicaban más de un transportista, muchos tres o cuatro. Por ejemplo, encontré Thunder Bay a Santa Catalina el 15 de junio vía GSL, cancelado, vía PSL, cancelado, y finalmente realizado por un tercer transportista con otra cotización. Tenía que haberme traído la lista de mi primo de las líneas marítimas de los Grandes Lagos. Fruncí las cejas. PSL debía ser la compañía de Bledsoe, la Pole Star. GSL era quizá la Grafalk Steamship. Pero había docenas de iniciales. Necesitaba un guía.
Miré la agenda de Boom Boom y saqué los formularios que coincidían con las fechas marcadas en el verano anterior. Había catorce de aquellos días. Como los formularios estaban por orden de fechas, fue fácil encontrar las que quería, aunque a menudo había más de un registro para cada fecha. Había treinta y dos registros juntos. Veintiuno eran envíos con contratos múltiples, ocho de los cuales acababan con GSL. De los otros once, cinco eran de GSL. ¿Qué significaba aquello? Si GSL era la compañía de Grafalk, la Eudora hacía muchos negocios con ellos. Pero Grafalk me había dicho que era la mayor compañía de los lagos, así que no era de extrañar. PSL había perdido siete envíos a favor de GSL pero había conseguido dos en agosto. Sus tarifas de agosto eran más bajas que las de junio; puede que aquélla fuera la razón.
Miré mi reloj. Eran casi las tres. Si iba a ir al velatorio de Kelvin, tendría que pasar por casa a ponerme un vestido. Reuní todas las carpetas y las llevé a una agencia que hay en el quinto piso de mi edificio, donde hacen servicios de secretariado para personas como yo que trabajan solas. Les pedí que me hiciesen una copia de cada uno de los formularios y los volviesen a archivar en orden de fecha. El hombre que estaba tras el mostrador pareció encantado, pero en la trastienda alguien gruñó.
Conduje hasta casa y me cambié rápidamente. Me puse el traje azul marino que me había puesto en el funeral de Boom Boom. Tardé muy poco en llegar al sur. No eran más que las cuatro y media cuando llegué a la capilla funeraria. Un bungalow de ladrillo oscuro entre la 71 y Damen, con un césped impecable en una pulgada de terreno, había sido convertido en capilla funeraria. Una parcela vacía junto al lado sur estaba repleta de coches. Encontré un lugar para el Lynx en la 71 y entré en la capilla. Era la única persona blanca que había allí.
El cuerpo de Kelvin estaba extendido en un ataúd abierto rodeado de lirios de cera y velas. Hice la parada obligatoria para mirar. Yacía vestido con su mejor traje; su rostro reposaba con el mismo aspecto inexpresivo con el que me había topado el martes por la noche.
Me volví para dar mis condolencias a la familia. La señora Kelvin estaba muy digna, envuelta en un vestido de lana negra y rodeada de sus hijos. Estreché la mano de una mujer de mi edad con traje negro y collar de perlas, de dos hombres más jóvenes y de la señora Kelvin.
– Gracias por haber venido, señorita Warshawski -dijo la viuda con su voz profunda-. Estos son mis hijos y mis nietos. -Me dijo sus nombres y yo les dije lo mucho que lo sentía.
La pequeña habitación estaba llena de amigos y parientes, mujeres de gran busto estrujando sus pañuelos, hombres con traje oscuro y niños insólitamente callados. Se acercaron un poco más a la familia en duelo mientras yo estaba con ellos: protección contra la mujer blanca que condujo a Kelvin a la muerte.
– Ayer le hablé de un modo desconsiderado -dijo la señora Kelvin-. Creía que usted debía saber algo de lo que iba a pasar en el apartamento.
Hubo un ligero murmullo de asentimiento en el grupo que estaba detrás de mí.
– Aún creo que usted debía saber algo de lo que iba a pasar. Pero culpar a la gente no devolverá la vida a mi esposo -sonrió apenas-. Era un hombre muy terco. Podía haber pedido ayuda si se dio cuenta de que alguien estaba entrando en el piso. Debía haber pedido ayuda, haber llamado a la policía -de nuevo el murmullo de asentimiento de la gente que estaba a su alrededor-. Pero una vez que supo que alguien estaba atracando, quiso solucionarlo todo él solo. Y eso no es culpa de usted.
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