Sara Paretsky - Punto Muerto

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El jugador de los halcones Negros de Chicago, Boom Boom Warshawski, fue una leyenda del hockey. Más de mil personas asisten a su funeral, consternados al enterarse de que ha resbalado en un muelle y se ha ahogado. La policía se apresura a declarar que ha sido un accidente. Y no les gusta la idea de que V.I. Warshawski, meta su nariz femenina en un caso tan evidente. Pero entre atentados contra su propia vida y tragos de scotch, la intrépida e ingeniosa detective, se abre camino a través de un mundo de silos de cereal y cargueros de mil toneladas. Se introducirá en una senda que le hará descubrir si se está tomando las cosas de un modo demasiado personal o si su adorado Boom Boom fue en realidad asesinado…

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– No las vi cuando estuve allí el martes. Puede que las llevase al banco. -Otra cuestión que comprobar con el abogado Simonds.

– Debían ser las cosas de más valor que había en la casa, aparte de la antigua cómoda que estaba en el comedor. ¿Por qué no intentas localizarlas? -me puso la mano en el brazo-. Ya sé que suena muy raro lo de las cartas. Pero es verdad. Te voy a enseñar una que tu primo me escribió cuando estábamos de viaje, si es que eso te convence -rebuscó en su gran bolso y abrió la cremallera de un departamento lateral. Sacó una carta, aún dentro de su sobre escrito a máquina, dirigida a ella en el Royal York Hotel de Toronto. Paige desdobló la carta. Reconocí la pequeña y primorosa letra de mi primo en seguida. Comenzaba «Hermosa Paige…». No me pareció que debiera leer el resto.

– Ya veo -dije-. Lo siento.

Los ojos color miel me miraron llenos de reproche y con un atisbo de frialdad.

– Yo también lo siento. Siento que no pudieses fiarte de lo que te había dicho.

Yo no dije nada. No dudaba que Boom Boom hubiese mandado la carta -su letra era inconfundible-, pero, ¿por qué la andaba ella paseando en el bolso, lista para enseñársela a cualquiera?

– Espero que no estés celosa de mí por haber sido la amante de Boom Boom.

Hice una mueca.

– Yo también lo espero, Paige. -Naturalmente, aquello explicaría mis sospechas. Por lo menos a Paige.

Nos marchamos poco después. Paige hacia un destino desconocido, y yo a casa. Qué día más desalentador. Kelvin muerto, el encuentro con la señora Kelvin y una nada satisfactoria reunión con Paige. Puede que estuviese una pizquita celosa. Si tenías que enamorarte, primo, ¿por qué tuvo que ser de alguien tan perfecto?

No podía imaginarme dónde habría guardado Boom Boom sus papeles más privados. No tenía caja de seguridad. Simonds, su abogado, no tenía documentos secretos. Myron Fackley, su agente, tampoco. Ni yo. Si Paige tenía razón acerca de las acciones, ¿dónde estaban? ¿En quién confiaba Boom Boom aparte de mí? Quizá en sus antiguos compañeros de equipo. Llamaría a Fackley al día siguiente y vería si podía ponerme en contacto con Pierre Bouchard, el tipo al que Boom Boom estaba más próximo.

Me llevé a mí misma a cenar al Gypsy, un restaurante agradable y tranquilo un poco más al sur, en Clark. Tras el día frustrante que había tenido, me merecía un poco de paz y tranquilidad. Ante un hígado de ternera con salsa de mostaza y media botella de Barolo, hice una lista de las cosas que debía hacer. Encontrar algo acerca del pasado de Paige Carrington. Que Fackley me diera el teléfono de Pierre Bouchard. Y volver al puerto de Chicago. Si la muerte de Henry Kelvin y la de Boom Boom tenían algo que ver, la relación estaba en algo que mi primo había descubierto allí.

Era una de esas raras ocasiones en que deseaba tener un socio, alguien que pudiera hurgar en el pasado de Paige mientras yo me disfrazaba de cargamento de trigo y me infiltraba en la Eudora.

Pagué la cuenta y me fui a casa para poder telefonear con tranquilidad. Con relativa tranquilidad. Murray Ryerson, periodista de sucesos del Herald Star, se había marchado ya. Me cogieron el recado en la sección ciudadana. También dejé mi nombre y mi número en el contestador de Fackley. No había nada más que pudiera hacer aquella noche, así que me fui a la cama. Una vida de emociones sin fin.

8

Aprendiendo el negocio.

Intenté localizar de nuevo a Murray la mañana siguiente a mi aventura. Me estaba levantando muy temprano últimamente: el periodista estrella no había llegado a trabajar aún. Dejé otro recado y me vestí: pantalones de lino azul marino, una camisa blanca y chaqueta Chanel azul marino. Un pañuelo púrpura y mocasines azul marino completaban el conjunto. Fuerte pero elegante, la imagen que quería dar para pasarme por la compañía Eudora. Eché una camiseta grande y las zapatillas de correr a la parte de atrás del coche para ponérmelas en el silo, No quería echar a perder mi ropa allí.

Margolis me estaba esperando. Mientras los hombres dejaban su turno para hacer la pausa de media mañana, hablé con ellos en plan informal en el patio. La mayoría se mostraron muy cooperadores: el ver a un detective, aunque fuera una mujer detective, rompía la monotonía de la jornada. Ninguno de ellos había visto nada referente a la muerte de mi primo, sin embargo. Uno de ellos me sugirió que hablase con los hombres del Lucelia. Otro dijo que debería hablar con Phillips.

– ¿Andaba por aquí? No lo recuerdo -dijo un tipo bajo con enormes antebrazos.

– Sí. Estaba aquí. Vino con Warshawski y le dijo a Dubcek que se pusiese las orejeras.

Discutieron el asunto y finalmente se pusieron de acuerdo en que el que había hablado tenía razón.

– Estaba muy cerca de Warshawski. No sé si le echaría de menos ahí fuera en el muelle. Creo que estaba dentro con Margolis.

Pregunté acerca de los papeles que Boom Boom podía haber robado. Estuvieron reticentes, pero al final les saqué la información de que Phillips y Boom Boom habían tenido una discusión horrorosa sobre unos papeles. ¿Que Phillips había acusado a mi primo de robar?, pregunté. No, dijo alguien, era más bien al revés. Warshawski había acusado a Phillips. En realidad ninguno de ellos había oído la discusión. No era más que un rumor.

Ese parecía ser el asunto. Volví a comprobarlo con Margolis. Phillips había estado con él en lo que debió ser el momento crítico. Cuando el Bertha Krupnik salió, él preguntó impaciente por Warshawski y salió al muelle para encontrárselo flotando en el agua. Izaron a Boom Boom en seguida y le suministraron los primeros auxilios, pero llevaba muerto unos veinte minutos o más.

– ¿Sabe algo de lo del agua en las bodegas del Lucelia?

Margolis se encongió de hombros.

– Creo que encontraron al tipo que lo hizo. Estaba amarrado aquí esperando la carga cuando ocurrió. Quitaron las escotillas y comenzaron a echar el grano dentro de la bodega central cuando alguien vio que allí había agua. Así que tuvieron que retirarlo y limpiarlo. Bastante jaleo; ya habían metido unas setecientas toneladas.

– ¿Mi primo no le habló de ello?

Margolis sacudió la cabeza.

– La verdad es que no hablábamos mucho. Me preguntaba cosas sobre la carga y charlábamos acerca de las posibilidades de los Halcones, pero eso era todo.

No dejaba de mirar al silo y me di cuenta de que le estaba apartando de su trabajo. No se me ocurría nadie más a quien preguntar. Le di las gracias por su interés y me dirigí a las oficinas centrales de la Eudora.

La recepcionista me recordaba vagamente de la otra vez y me sonrió. Le recordé quién era y le dije que había venido a revisar los papeles de mi primo para ver si había quedado algo personal entre ellos.

Me habló entre llamada y llamada de teléfono.

– Vaya, por supuesto. El señor Warshawski nos gustaba mucho a todos. Fue terrible lo que le ocurrió. Le diré a su secretaria que venga y se los traiga… Espero que no quiera usted ver al señor Phillips, porque no está en su oficina en este momento… Janet, la prima del señor Warshawski está aquí. Quiere echar un vistazo a sus papeles. ¿Vienes a buscarla?… Buenos días, Compañía Eudora. Un momento, por favor… Buenos días, Compañía Eudora… ¿Quiere sentarse, señorita Warshawski? Janet viene en seguida. -Volvió a sus llamadas pendientes y yo me puse a hojear el Wall Street Journal que estaba en una mesita en la sala de espera.

Janet resultó ser una mujer unos veinte años mayor que yo. Era silenciosa y llevaba un sencillo vestido camisero y zapatos de lona. No llevaba maquillaje ni medias; en el puerto la gente no se viste tanto como en el Loop. Me dijo que había asistido al funeral y que sentía no haber hablado conmigo entonces, pero que ya sabía lo que pasaba en los funerales: ya tiene uno bastante con los parientes como para tener que aguantar a un montón de extraños molestándote.

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