Sara Paretsky - Punto Muerto

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El jugador de los halcones Negros de Chicago, Boom Boom Warshawski, fue una leyenda del hockey. Más de mil personas asisten a su funeral, consternados al enterarse de que ha resbalado en un muelle y se ha ahogado. La policía se apresura a declarar que ha sido un accidente. Y no les gusta la idea de que V.I. Warshawski, meta su nariz femenina en un caso tan evidente. Pero entre atentados contra su propia vida y tragos de scotch, la intrépida e ingeniosa detective, se abre camino a través de un mundo de silos de cereal y cargueros de mil toneladas. Se introducirá en una senda que le hará descubrir si se está tomando las cosas de un modo demasiado personal o si su adorado Boom Boom fue en realidad asesinado…

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– ¿Tiene la policía alguna pista? -pregunté.

La joven de negro sonrió amargamente. Hija o nuera; no lo recordaba.

– No van a hacer nada. Tienen las fotos, la película de la cámara oculta que estaba mirando papá, pero los asesinos llevaban las manos y las caras cubiertas. Así que la policía dice que si nadie puede reconocerlos, no hay nada que hacer.

La señora Kelvin habló tristemente:

– No dejamos de decirles que allí pasaba algo; que usted lo sabía. Pero no van a hacer nada. Se lo toman como un asesinato más de un negro y no van a mover un dedo.

Miré hacia el grupo. La gente me miraba fijamente. No con hostilidad; más bien como si fuera un bicho raro, quizá un íbice.

– Ya sabe que mi primo murió la semana pasada, señora Kelvin. Cayó desde un muelle bajo la hélice de un carguero. No hubo testigos. Estoy intentando averiguar si se cayó o fue empujado. Si lo descubro, y descubro quién lo hizo, serán con toda probabilidad los mismos que mataron al señor Kelvin. Ya sé que atrapar al asesino es magro consuelo en medio de su gran dolor, pero es lo mejor que puedo ofrecer, tanto para usted como para mí.

– La niñita blanca triunfará allí donde la policía ha fallado -la persona que estaba detrás de mí hablaba suavemente pero en alta voz y unos cuantos se rieron.

– iAmelia! -la señora Kelvin fue muy rotunda-. No es necesario ser grosera. Ella no quiere más que ser amable.

Miré a mi alrededor fríamente.

– Soy detective y he conseguido muy buenos resultados -me volví de nuevo hacia la señora Kelvin-: Le haré saber lo que voy descubriendo.

Le estreché la mano y me marché, dirigiéndome hacia la Dan Ryan y el Loop. Ya eran las cinco pasadas y el tráfico apenas se movía. Catorce carriles y todos parachoques con parachoques entre altos muros de cemento. El humo de los camiones se mezclaba con el aire quieto y húmedo. Cerré las ventanillas y conseguí quitarme la chaqueta. A la orilla del lago hacía mucho frío, pero en la hondonada de la autopista el aire era sofocante.

Avancé pulgada a pulgada hasta el centro y me salí de la autopista en Roosevelt Road. Las oficinas centrales de la policía están entre State y Roosevelt, buen sitio, muy cerca de la delincuencia. Quería ver si alguien me daba información sobre Kelvin.

Mi padre había sido sargento, y trabajaba sobre todo fuera del distrito veinticinco, en la parte sur. El edificio de ladrillo de la calle 12 me trajo una punzada de nostalgia. Allí seguía el mismo linóleo, los mismos muros cenicientos con pintura amarilla descascarillada. Unos pocos hombres agobiados y gordos tras los escritorios atendían a todo el mundo, desde los conductores que pagaban una fianza por su carnet hasta mujeres que intentaban ver a hombres detenidos por asalto. Esperé mi turno en la cola.

El oficial de turno con el que al fin hablé llamó por un micrófono:

– Sargento McGonnigal, aquí una señora que quiere verle referente al caso Kelvin.

McGonnigal salió unos minutos más tarde, grande, musculoso, vistiendo una camisa blanca arrugada y pantalones marrones. Nos habíamos conocido un par de años antes, cuando él estaba en la parte sur, y me reconoció inmediatamente.

– ¡Señorita Warshawski! Me alegro de verla. -Me condujo por los pasillos de linóleo hasta una diminuta habitación que compartía con otros tres hombres.

– Encantada de verle, sargento. ¿Cuándo le destinaron al centro?

– Hace seis o siete meses. Me asignaron el caso Kelvin anoche.

Le expliqué que el asesinato había tenido lugar en el apartamento de mi primo y que quería saber cuándo podría volver y ordenar sus papeles. McGonnigal expresó las condolencias habituales por la muerte de Boom Boom. Era admirador suyo, etc., y dijo que casi habían acabado de revisar el apartamento.

– ¿Ha encontrado algo? Creo que en las filmaciones aparecen dos hombres entrando. ¿Hay huellas?

Hizo una mueca.

– Eran demasiado listos para eso. Encontramos la huella de un zapato en los papeles. Uno de ellos lleva botas de montaña Arroyo del número doce. Pero eso no nos dice gran cosa.

– ¿De qué murió Kelvin? No le dispararon, ¿verdad?

Sacudió la cabeza.

– Alguien le dio un golpe fortísimo en la mandíbula y le rompió el cuello. Puede que sólo quisieran dejarle inconsciente. ¡Dios! ¡Vaya puño! No coincide con ninguno de nuestros fichados.

– ¿Cree que es un vulgar atraco?

– ¿Qué otra cosa podría ser, señorita Warshawski?

– No se llevaron nada de valor. Boom Boom tenía un estéreo, algunos gemelos de fantasía y otras cosas, y todo seguía allí.

– Bueno, suponga que Kelvin sorprendió a los chicos. Luego se dieron cuenta de que le habían matado en lugar de dejarle sin sentido, como pretendían. Así que se pusieron nerviosos y se marcharon. No sabían si iba a venir alguien más a buscar al tipo si él no bajaba en un cierto tiempo.

Entendía lo que quería decir. Puede que estuviese haciendo una montaña de un grano de arena. Puede que estuviese trastornada por la muerte de mi primo y quisiera convertirla en algo más que un accidente.

– No estará usted pensando en meterse en esto, ¿verdad?

– Estoy metida, sargento: ocurrió en el apartamento de mi primo.

– Al teniente no le va a gustar si se entera de que está usted revolviendo el caso. Ya lo sabe.

Lo sabía. El teniente era Bobby Mallory, y a él no le gustaba que me metiese en el trabajo de la policía, sobre todo en los casos de asesinato.

Sonreí.

– Si me encuentro con cualquier cosa rebuscando entre los papeles de mi primo, no creo que le moleste mucho.

– Dénos al menos la oportunidad de hacer nuestro trabajo, señorita Warshaswki.

– Hablé con la familia de Kelvin esta tarde. Ellos no están muy seguros de que ustedes se estén molestando demasiado.

Dio una palmada sobre su escritorio. Los otros tres hombres de la habitación hicieron como que seguían trabajando.

– ¿Por qué demonios fue usted a hablar con ellos? Uno de los hijos vino por aquí a meterse conmigo. Hacemos lo que podemos. ¡Pero, por Dios, no tenemos ni una maldita cosa para empezar más que dos fotos que nadie puede identificar y una bota de la talla doce!

Sacó de mala manera una carpeta de un montón de papeles de encima de su escritorio, cogió una fotografía y me la tendió. Yo la cogí. Era una foto fija de la película de TV, con los dos hombres entrando en casa de Boom Boom. Dos hombres, uno con vaqueros y el otro con pantalones de trabajo. Ambos llevaban cazadoras de cuero y pasamontañas sobre la cara. McGonnigal me tendió otras dos fotos fijas. En una se les veía saliendo del ascensor, de espaldas. Otra les mostraba caminando por el pasillo, encogidos para disimular su altura. Se les veían muy bien las manos: llevaban guantes de cirujano.

Devolví las fotos a McGonnigal.

– Buena suerte, sargento. Se lo haré saber si me encuentro con algo… ¿Cuándo puedo recuperar las llaves de la casa?

Dijo que el viernes por la mañana y me advirtió que fuese muy, muy prudente. La policía siempre me está diciendo lo mismo.

10

Por las escotillas

Desde mi apartamento intenté llamar de nuevo al agente de Boom Boom, aunque ya eran las seis pasadas. Igual que yo, Fackley trabajaba a horas poco corrientes. Estaba, y contestó él mismo al teléfono. Le dije que quería ponerme en contacto con Pierre Bouchard, estrella de los Halcones y cliente suyo. Fackley me dijo que estaba en su ciudad natal, Quebec, jugando el Coeur d'Argent, un torneo de exhibición de hockey. Fackley me dio su número de teléfono de Chicago y acordó verme el miércoles siguiente para revisar los papeles de Boom Boom.

Intenté llamar a la Pole Star pero nadie contestó. No había mucho más que pudiese hacer aquella noche. Llamé a Lotty y nos fuimos a cenar juntas y luego a ver Carros de fuego.

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