Sara Paretsky - Punto Muerto

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El jugador de los halcones Negros de Chicago, Boom Boom Warshawski, fue una leyenda del hockey. Más de mil personas asisten a su funeral, consternados al enterarse de que ha resbalado en un muelle y se ha ahogado. La policía se apresura a declarar que ha sido un accidente. Y no les gusta la idea de que V.I. Warshawski, meta su nariz femenina en un caso tan evidente. Pero entre atentados contra su propia vida y tragos de scotch, la intrépida e ingeniosa detective, se abre camino a través de un mundo de silos de cereal y cargueros de mil toneladas. Se introducirá en una senda que le hará descubrir si se está tomando las cosas de un modo demasiado personal o si su adorado Boom Boom fue en realidad asesinado…

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Me estallaba la cabeza. Los ojos me dolerían terriblemente si los abría. Tenía el sarampión. Eso es lo que dijo mamá. Pronto iba a estar bien. Intenté llamarla; me salió un ruido gorgoteante y sentí su mano sobre mi muñeca, seca y fresca.

– Se está moviendo.

No era la voz de Gabriella. Claro, si estaba muerta. Y si estaba muerta, yo no podía tener ocho años y estar con el sarampión. Me hacía daño pensar.

– El volante -gemí, y me obligué a abrir los ojos.

Una mancha de figuras blancas se cernían sobre mí. Sentía la luz como puñales en los ojos. Los cerré.

– Apague las luces de la cabecera. -Era la voz de una mujer. La conocía y luché por volver a abrir los ojos.

– ¿Lotty?

Se inclinó sobre mí.

– Bueno, Liebchen. Nos has hecho pasar un mal rato pero ahora ya estás bien.

– ¿Qué ocurrió? -Apenas podía hablar; las palabras se me atragantaban.

– Te lo diré en seguida. Ahora quiero que duermas. Estás en el hospital Billings.

La Universidad de Chicago. Sentí un pinchazo en un lado y me dormí.

Cuando me desperté de nuevo, la habitación estaba vacía. El dolor de cabeza seguía allí, pero más tolerable. Intenté sentarme. Al moverme, el dolor se extendió como una oleada. Me sentí muy mal y volví a tumbarme, jadeando. Tras un intervalo, volví a abrir los ojos. Tenía el brazo izquierdo atado al techo con una polea. Lo miré soñadora. Moví los dedos de la mano derecha hasta el brazo y encontré esparadrapo grueso y una escayola. Me toqué el hombro alrededor de los extremos de la escayola y di un grito de dolor imprevisto. Tenía el hombro dislocado o roto.

¿Qué me había hecho en el hombro? Fruncí las cejas al concentrarme, haciendo que el dolor de cabeza empeorase. Pero recordé. El coche. Los frenos fallando. ¿Un sedán volcando delante de mí? Sí. No podía recordar el resto. Me debía de haber empotrado en él, sin embargo. Menos mal que llevaba el cinturón. ¿Habría sobrevivido alguien en el sedán después de aquello?

Empecé a sentirme furiosa. Necesitaba ver a la policía. Necesitaba hablar con todo el mundo. Phillips, Bledsoe, Bemis, el guarda del silo de la Tri State.

Una enfermera entró muy animada en la habitación.

– Oh, ya está despierta. Eso está muy bien. Vamos a tomarle la temperatura.

– ¡No quiero que me tomen la temperatura! ¡Quiero ver a la policía!

Me echó una sonrisa brillante y me ignoró.

– Póngaselo debajo de la lengua -apuntaba con un termómetro envuelto en plástico a mi boca.

Mi furia crecía, aumentaba por la indefensión de estar allí tendida, atada al techo, mientras me ignoraban olímpicamente.

– Puedo decirle la temperatura que tengo: sube segundo a segundo. ¿Querría tener la bondad de mandar a alguien a que, llame a la policía?

– Ahora vamos a calmarnos. No querrá usted excitarse: tiene una conmoción -me metió el termómetro en la boca a la fuerza y empezó a tomarme el pulso-. La doctora Herschel vendrá más tarde y, si cree que es prudente que empiece usted a hablar con gente, nos lo dirá.

– ¿Ha habido otros supervivientes? -le pregunté por encima del termómetro.

– La doctora Herschel le dirá lo que tiene que saber.

Cerré los ojos mientras ella anotaba solemnemente mis constantes vitales en un gráfico. La paciente sigue respirando. El corazón funciona.

– ¿Qué temperatura tengo?

Me ignoró.

Abrí los ojos.

– ¿Qué pulso tengo? -Nada-. Venga, maldita sea, es mi cuerpo. Dígame lo que pasa.

Se marchó a difundir la noticia de que la paciente estaba viva y era una desagradable. Cerré los ojos y me puse a echar humo. Mi cuerpo seguía débil. Me volví a dormir.

Cuando me desperté por tercera vez, tenía la mente más clara. Me senté en la cama, despacio y aún con dolor, y repasé mi cuerpo. Un hombro mal. Las rodillas cubiertas de gasa, sin duda completamente raspadas. Heridas en el brazo derecho. Había una mesa junto a la cama con un espejo. También un teléfono. Si me hubiese dedicado a pensar en lugar de chillar antes, me hubiese podido dar cuenta. Me miré la cara en el espejo. Un vendaje impresionante me cubría la cabeza. Heridas en el cuero cabelludo: ésa debía ser la causa del dolor de cabeza, aunque no recordaba habérmela golpeado. Los ojos estaban inyectados en sangre, pero la cara estaba intacta, gracias a Dios. Seguiría siendo hermosa a los cuarenta.

Cogí el teléfono y me lo metí debajo de la barbilla. Tuve que levantar la cama para hacerlo, pues no podía colocarme el auricular contra el hombro derecho mientras estaba acostada con el izquierdo atado al techo. Una oleada de dolor se extendió por el hombro izquierdo, pero la ignoré. Marqué el número de la oficina de Mallory. No tenía ni idea de la hora que era, pero tenía la suerte de mi parte: el teniente estaba.

– Vicky, será mejor que no me llames para tonterías. McGonnigal me ha dicho que te estás metiendo en la investigación de Kelvin. Quiero que salgas. F-U-E-R-A. Vaya mala suerte que pasase en el apartamento de Boom Boom.

Ah, Bobby. Me hacía bien oírle refunfuñar.

– Bobby, no vas a creerlo, pero estoy en el hospital.

Se hizo el silencio al otro lado mientras Mallory pensaba lo que le estaba diciendo.

– Sí. En Billings… Alguien más quería que dejara el caso, y me fastidió los frenos y el volante mientras estaba ayer en el puerto. Si es que era ayer. ¿Qué día es hoy?

Bobby ignoró la pregunta.

– Venga, Vicky. No te rías de mí. ¿Qué ocurrió?

– Por eso te llamo. Espero que tú puedas descubrirlo. Volvía a casa alrededor de las diez y media u once cuando perdí el control del volante y luego de los frenos, y acabé estrellándome contra un sedán. Creo que un camión Mack le golpeó y lo lanzó a mi carril.

– Oh, demonios, Vicki. ¿Por qué no puedes quedarte en casa a educar a una familia y mantenerte apartada de este tipo de líos? -Bobby es contrario a la idea de utilizar tacos ante mujeres y niños. Y aunque yo me niegue a hacer el papel de una mujer en casa, para él cuento como mujer.

– No puedo evitarlo, Bobby; los problemas me persiguen.

Hubo un resoplido al otro lado.

– Estoy aquí tendida con un hombro dislocado y conmoción -dije quejumbrosa-. No puedo hacer nada, ni meterme en líos ni educar a una familia; al menos de momento. Pero me gustaría saber lo que le hicieron a mi coche. ¿Puedes averiguar lo que me lanzó fuera de la Dan Ryan y asegurarte de que examinen mi coche?

Bobby respiró fuerte durante unos instantes.

– Sí, supongo que puedo hacer eso. ¿En Billings, dices? ¿Cuál es el número?

Miré el teléfono y se lo leí. Volví a preguntarle qué día era. Era viernes; las seis de la tarde.

Lotty debía haber vuelto a su clínica de la parte norte. Es la persona a la que yo llamaría en caso de emergencia y supongo que también puedo decir que es mi médico. Me pregunté si podría convencerla de que me soltase. Necesitaba marcharme.

Una enfermera de mediana edad metió la cabeza por la puerta.

– ¿Cómo vamos?

– Unos mejor que otros. ¿Sabe cuándo vuelve la doctora Herschel?

– Probablemente hacia las siete. -La enfermera entró a tomarme el pulso. Si no tienen nada mejor que hacer, se aseguran de que el corazón del paciente late aún. Sus ojos grises brillaban con una alegría sin sentido en su cara roja- Bueno, desde luego, estamos más fuertes que hace unas horas. ¿Nos duele el hombro?

La miré amargamente.

– Bueno, a mí no. A usted, no sé. -No quería que nadie me metiese codeína ni Darvon. En aquel momento me dolía lo suyo.

Cuando se marchó, utilicé el teléfono para llamar a la Pole Star y preguntar por Bledsoe. La eficiente empleada de su oficina me dijo que estaba en el Lucelia, que tenía una línea directa con la costa. Me dio el número y me dijo cómo conseguir que un operador me pusiera con ellos. Iba a ser complicado. Tendría que facturarlo al teléfono de mi oficina.

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