Sara Paretsky - Punto Muerto

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El jugador de los halcones Negros de Chicago, Boom Boom Warshawski, fue una leyenda del hockey. Más de mil personas asisten a su funeral, consternados al enterarse de que ha resbalado en un muelle y se ha ahogado. La policía se apresura a declarar que ha sido un accidente. Y no les gusta la idea de que V.I. Warshawski, meta su nariz femenina en un caso tan evidente. Pero entre atentados contra su propia vida y tragos de scotch, la intrépida e ingeniosa detective, se abre camino a través de un mundo de silos de cereal y cargueros de mil toneladas. Se introducirá en una senda que le hará descubrir si se está tomando las cosas de un modo demasiado personal o si su adorado Boom Boom fue en realidad asesinado…

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Fruncí la cara.

– ¿Park Forest South? Me dijo que había crecido en Lake Bluff.

– Puede que lo hiciera. El otro es sólo el lugar en el que vive su madre… En lo que se refiere a ella y a tu primo, se habló de ellos un mes más o menos antes de que él muriera. No iban a ninguno de los lugares más conocidos, así que a Greta le costó un poco descubrirlo, pero alguien la vio con él en el Stadium en marzo. Si iban en serio, lo llevaban con mucha discreción. Hablé con alguno de los demás jugadores. Les parece que ella le perseguía; él no estaba tan implicado.

Al oír eso sentí un innoble estremecimiento de placer.

– Tu turno. -Los ojos azules de Murray brillaban divertidos. Le dije todo lo que sabía del accidente.

– ¿Quién te vació el líquido de frenos?

– La policía dice que unos vándalos del puerto.

– ¿Y qué dices tú?

– Yo digo que fue el que empujó a mi primo bajo el Bertha Krupnik -pero eso me lo dije a mí misma-. Ni idea, Murray. No me lo puedo imaginar.

– Vic, se lo creería a cualquier otro. Pero a ti no. Has sacado de quicio a alguien que te rompió la dirección. Dime: ¿quién?

Cerré los ojos.

– Puede que haya sido el teniente Mallory. Quiere que me mantenga apartada del caso Kelvin.

– Alguien del puerto.

– Soy una inválida, Murray.

– Alguien relacionado con Kelvin.

– Sin comentarios.

– Te voy a seguir de cerca, Vic. Quiero ver lo que ocurre antes de que ocurra.

– Murray, si no sales de aquí ahora mismo, voy a decir a las enfermeras que te echen. Las de este hospital son malvadas.

Se rió y me alborotó el pelo.

– Ponte bien en seguida, Vic. Te voy a echar de menos si te vas a tu novena vida… Aunque sólo sea en broma, voy a ir a hablar con tu guarda de la cara roja en la Compañía Tri State.

Abrí los ojos.

– Si descubres algo, será mejor que me lo digas.

– Léelo en el Star, Vic. -Se rió y se fue antes de que pudiese pensar en una réplica ingeniosa.

Cuando se marchó reinó la tranquilidad durante un rato. Alcé la cabecera de la cama y luché con la mesilla para colocarla de modo que pudiera escribir. Nunca me había roto un brazo antes y no me había dado cuenta de lo difícil que era hacer las cosas con una sola mano. Menos mal que hay coches automáticos, pensé, y luego recordé que no tenía coche. Llamé a mi agente de seguros para informar de la pérdida. Esperaba que mi póliza cubriese el vandalismo.

Hice unos garabatos en una hoja de papel barato del hospital: un carguero en alta mar, unos cuantos cocodrilos. Cualquiera de los del puerto podía haberme saboteado el coche. Phillips sabía que estaba allí, me había visto fuera de las oficinas de la Pole Star. Se lo podía haber dicho a Grafalk o a cualquiera de los de Grafalk, el expedidor, por ejemplo.

Añadí un tiburón con muchas filas de feroces dientes y unas mandíbulas lo bastante grandes como para tragarse al carguero. Todos los del Lucelia sabían que yo estaba allí. Aquello incluía a Bledsoe. El problema era que Bledsoe besaba muy bien. ¿Puede alguien que bese bien ser lo bastante canalla como para hacer perder el control a mi coche? Además, en el Lucelia no estaba todo el personal de máquinas en la sala. Sheridan o Winstein -incluso Bemis- podían haberse ocupado de mi coche mientras Bledsoe me llevaba a cenar.

Luego estaba Phillips. Se comportaba de modo extraño cada vez que hablaba con él. Puede que se hubiera enamorado de mí y no pudiera expresarlo, pero no me parecía. Además, Boom Boom y él habían discutido a causa de los contratos el día antes del accidente de mi primo.

Dibujé una bola redonda y añadí un mechón de pelo. Se suponía que era Phillips. Le puse el nombre por si acaso alguna de las enfermeras quería conservar el dibujo para sus nietos. La verdad es que iba a tener que hablar con todos ellos: Grafalk, Phillips, Bemis, Sheridan y Bledsoe, y pronto.

Me miré tétricamente el brazo izquierdo. No podía hacer gran cosa mientras yacía allí atada a mi polea. Pero, ¿qué pasaba con aquellos contratos de embarque de la Eudora? Alguien habría recogido mi bolsa de lona de los restos del Lynx. En aquel momento, yacía en el estante de abajo de mi mesilla.

Bajé la cama, torcí la cabeza hacia el costado para pescar la agenda en el bolso, volví a levantar la cama y miré fijamente las fechas marcadas en la primera página del libro. Yo suelo seguirles la pista a mis períodos marcando las fechas en que los tengo en el calendario del escritorio, pero eso no valía en el caso de mi primo. Sonreí por dentro, imaginando la reacción de Boom Boom si le hubiese sugerido algo parecido.

Las fechas puede que no siguiesen la pista del ciclo menstrual de Boom Boom, pero tenían que indicar algún otro hecho periódico. Las copié todas en una hoja de papel. Algunas diferían en dos días, otras en diecisiete, once, cinco; todos números primos… no, seis, tres, cuatro, de nuevo dos. Empezaban a principios de marzo y acababan en noviembre; luego volvían a empezar en abril.

Aquello significaba la estación de embarques en los Grandes Lagos. Elemental, querida Warshawski. Empezaba a finales de marzo o a principios de abril y acababa alrededor de Año Nuevo, cuando el hielo de la parte alta de los lagos se volvía demasiado espeso como para que nadie anduviese por allí rompiéndolo.

La Eudora trabajaba durante todo el año, claro, pero sólo mandaban las cargas por barco nueve meses al año. Así que la pelea con Phillips había tenido algo que ver con los contratos de embarque. Pero ¿qué?

Mi cabeza empezaba a sentirse peor; bebí un poco de agua y bajé la cama para descansar. Dormí durante un rato. Cuando me desperté, un joven estaba sentado en la silla de los visitantes mirándome con preocupación. Su rostro suave y redondo, de nariz rota y ojos castaños perrunos, me parecía vagamente familiar. Traté de recordar.

– ¡Pierre Bouchard! Me alegro de verte. Myron me dijo que estabas fuera.

Sonrió y me resultó mucho más familiar. Nunca le había visto junto a Boom Boom sin una sonrisa.

– Sí, bueno, volví ayer por la noche. Y Anna vio lo de tu accidente en el periódico -sacudió la cabeza con tristeza-. Lo siento muchísimo, Vic. Primero lo de Boom Boom y ahora esto.

Sonreí con embarazo.

– Mi hombro se curará; no te preocuparás por un simple hombro dislocado cuando tú has tenido una pierna escayolada durante semanas y te has roto la nariz tres veces…

– Cuatro -me corrigió con un guiño.

– ¿Así que Myron te dijo que quería verte?

– ¿Myron? No. ¿Cómo habría podido decírmelo si acabo de volver a Chicago? No, Vic, vine sólo por ti -cogió un paquete del suelo y me lo tendió.

Lo abrí. En su interior había una foca tallada en la esteatita que usan los esquimales. Me sentí muy emocionada y se lo dije.

– Bueno, en el hospital se cansa uno de tantas flores. Lo sé bien. Esta pequeña fue tallada por los esquimales hace dos o trescientos años. Espero que te traiga suerte.

– Gracias, Pierre. Yo también lo espero. Y espero que me ayude a recordarte para siempre.

Resplandeció.

– ¡Bueno, bueno! Pero que Anna no te oiga decir eso -se detuvo un minuto-. Vine además a darte un recado de Boom Boom. Yo había estado dos semanas en Quebeq, vine para el funeral, ¿sabes?, y volví allí otra vez. Bueno, pues cuando llegué a casa anoche tenía una carta suya esperándome. La había echado al correo el día antes de morir. -Rebuscó en el bolsillo de arriba de su chaqueta de tweed marrón, sacó la carta y me la tendió.

Boom Boom me perseguía desde la tumba con sus cartas. Todo el mundo me traía su correspondencia personal. ¿Por qué nunca me escribió a mí? Saqué la hoja blanca del sobre y leí en su letra pequeña y cuidada:

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