Karim Fossum - No Mires Atrás

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Ragnhild, una niña de seis años, desaparece sin dejar rastro. Mientras la policía, encabezada por el inspector Konrad Sejer, inicia la búsqueda de la pequeña, ésta se encuentra jugando en casa de Raymond, un individuo algo retrasado que vive en el bosque con su padre. El caso parece resuelto cuando la pequeña Ragnhild regresa a su casa sana y salva esa misma noche, pero en realidad la pesadilla no ha hecho más que empezar. La niña recuerda haber visto a una chica desnuda en la orilla del lago y la policía no tarda en descubrir el cadáver de Annie Holland. Al principio Sejer no cuenta con ninguna pista que explique el atroz asesinato, pero a medida que se suceden los interrogatorios va destapando el sórdido pasado de varios miembros de la pequeña comunidad noruega…

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– Un niño al que Annie cuidaba a menudo murió en un accidente. Se llamaba Eskil.

– ¿Ocurrió mientras Annie lo estaba cuidando?

– ¡No, no! -Holland lo miró espantado-. ¡Está usted loco! Annie era extremadamente prudente cuando se hacía cargo de los hijos de otras personas. No apartaba la vista de ellos ni un momento.

– ¿Y cómo ocurrió el accidente?

– En casa del niño. Sólo tenía algo más de dos años cuando sucedió. Annie lo sintió muchísimo. Bueno, todos nosotros, que también los conocíamos.

– ¿Y cuándo fue eso?

– Ya se lo he dicho, en el otoño pasado. Cuando ella lo dejó todo. En realidad sucedieron muchas cosas, no fue una buena época para ninguno de nosotros. Halvor llamaba, Jensvoll llamaba. Bjørk se puso muy pesado con lo de Sølvi y Ada estaba inaguantable -se calló; de repente pareció avergonzado.

– ¿Exactamente cuándo sucedió esa muerte, Eddie?

– Creo que fue en noviembre, pero no recuerdo la fecha.

– ¿Ocurrió antes o después de que Annie abandonara el club?

– No me acuerdo.

– Entonces intentaremos averiguarlo. ¿Qué clase de accidente fue?

– El niño se atragantó con algo y no pudieron sacárselo. Creo que estaba comiendo solo en la cocina.

– ¿Por qué no me ha contado esto antes?

Holland lo miró infeliz.

– Porque usted está investigando la muerte de Annie -susurró.

– Eso es lo que estoy haciendo. Descartar posibilidades es igual de importante.

Hubo una larga pausa. La alta frente de Holland sudaba y él se frotaba los dedos constantemente, como si hubiera perdido la sensibilidad en ellos. Una serie de imágenes estúpidas aparecían constantemente en su mente, imágenes de Annie en traje rojo y gorro de graduación, y de Annie vestida de novia. De Annie con un bebé en los brazos. Imágenes, fotos, que jamás podría hacer.

– Hábleme de cómo reaccionó Annie.

Holland se enderezó en la silla y pensó.

– No recuerdo la fecha, pero me acuerdo de aquel día, porque nos dormimos por la mañana. Yo tenía el día libre. Annie llegó tarde al autobús, y además volvió pronto del colegio porque no se encontraba bien. No se lo conté inmediatamente. Se acostó, dijo que quería dormir un poco.

– ¿Estaba enferma?

– Bueno, nunca estaba enferma. Supongo que fue algo pasajero. Se despertó un rato después y yo estaba en el cuarto de estar temiendo el momento. Por fin entré en su habitación y me senté en el borde de la cama.

– Continúe.

– Se quedó como paralizada -prosiguió-. Paralizada y asustada. Se dio la vuelta y se tapó la cabeza con el edredón. Bueno, ¿que vas a decir al enterarte de algo así? En los días siguientes no mostró mucho sus sentimientos, fue más bien como si sufriera en silencio. Ada quiso que llevara flores a la casa, pero se negó. Tampoco quiso asistir al entierro.

– ¿Asistieron usted y su mujer?

– Sí, estuvimos. Ada estaba molesta porque Annie no quiso ir, pero yo intenté explicarle que es muy duro para una niña asistir a un entierro. Annie sólo tenía catorce años. No saben qué decir, ¿verdad?

– Mm -murmuró Sejer-. Tal vez visitara la tumba más adelante.

– Sí, sí. Varias veces. Pero jamás volvió a ir a su casa.

– Pero tuvo que haber hablado con ellos, tratándose de un niño a quien había cuidado con tanta frecuencia…

– Supongo que sí. Había tenido mucho que ver con la familia, sobre todo con la madre. Por cierto, se marchó del pueblo. Se separaron al cabo de un tiempo. Debe de ser muy difícil volver a encontrarse después de una tragedia así. De alguna manera hay que empezar la relación de nuevo. Y ninguno de los dos está como antes -se olvidó de la conversación y era como si hablara consigo mismo, como si el otro ya no estuviera-. Sólo Sølvi es la misma. Me asombra que pueda seguir siendo la misma después de todo lo sucedido. Pero claro, ella es especial. Habrá que aceptar a los chicos como son, ¿no?

– ¿Y Annie? -intervino nuevamente Sejer.

– Bueno, Annie -murmuró-, Annie nunca volvió a ser la misma. Creo que se dio cuenta de que todos vamos a morir. Recuerdo cuando era pequeño y murió mi madre, lo peor fue eso. No que ella hubiera muerto y desaparecido, sino que yo también me moriría. Y mi padre, y todos a los que conocía.

Su mirada era distante y Sejer lo escuchaba con las manos apoyadas en la mesa.

– Tenemos más cosas de qué hablar, Eddie -dijo por fin-. Pero primero he de contarle algo.

– No sé si tengo fuerzas para enterarme de más cosas.

– No puedo ocultárselo, de verdad que no puedo.

– ¿De qué se trata?

– ¿Recuerda si Annie alguna vez se quejaba de dolores?

– No, no lo recuerdo. Excepto antes de usar zapatillas que amortiguaran los golpes. Entonces sí que le dolían los pies.

– Me refiero en concreto a si tenía dolores en el bajo vientre.

Holland lo miró, inseguro.

– Nunca oí nada de eso. Tendría que preguntárselo a a Ada.

– Se lo pregunto a usted porque estaba más unido a ella.

– Sí. Pero esas cosas de mujeres… nunca oí nada de eso.

– Tenía un tumor -confesó Sejer en voz baja.

– ¿Un tumor? ¿Quiere decir un bulto?

– Un bulto del tamaño de un huevo. Maligno. Con metástasis en el hígado.

Holland se puso completamente rígido.

– Deben de estar equivocados -replicó con firmeza-. Annie tenía una salud de hierro.

– Tenía un tumor maligno en el bajo vientre -repitió Sejer-. Y habría caído gravemente enferma en poco tiempo. Las posibilidades de que la enfermedad fuera mortal eran considerables.

– ¿Quiere decir que habría muerto de todos modos? -preguntó Holland en tono agresivo.

– Eso es lo que dicen en el Anatómico Forense.

– ¿Debo alegrarme entonces de que se librara de los sufrimientos? -gritó fuera de sí de rabia. Una gota de saliva alcanzó a Sejer en la frente. Holland se tapó la cara con las manos-. No, no, no quise decir eso -añadió con voz entrecortada-, pero no entiendo nada de lo que está pasando. No entiendo que haya tantas cosas que no supiera.

– O ella tampoco lo sabía, o se aguantó los dolores negándose a visitar al médico. No hay nada registrado en su historial.

– Supongo que no -dijo Holland despacio-. Nunca tuvo nada. Le pusieron un par de vacunas en el transcurso de los años, y pare usted de contar.

– Hay un par de cosas que quiero que haga -prosiguió Sejer-. Quiero que hable con Ada y le diga que venga aquí, a la comisaría. Necesitamos sus huellas dactilares.

Holland sonrió cansado y se reclinó en la silla. No había dormido en mucho tiempo, y las cosas se movían suavemente en la habitación. La cara del inspector jefe oscilaba, lo mismo que las cortinas de la ventana, o tal vez fuera la corriente, no estaba seguro.

– En la hebilla de Annie encontramos dos huellas dactilares. Una era de la propia Annie. Otra puede ser de su mujer. Nos dijo que preparaba a menudo la ropa de la chica por las mañanas, así que pudo haber dejado sus huellas en la hebilla. Si no es de ella, puede que pertenezca al homicida. Él la desnudó. Tuvo que tocar por fuerza la hebilla.

Por fin Holland comprendió.

– Dígale a su mujer que venga cuanto antes. Puede preguntar por Skarre.

– Para ese eccema que padece -dijo Holland de repente, señalando la mano de Sejer-, he oído decir que va muy bien la ceniza.

– ¿Ceniza?

– Hay que untar con ella las manchas. No hay nada más limpio que la ceniza. Contiene sales y minerales.

Sejer no contestó. Era como si los pensamientos de Holland dieran una vuelta y desaparecieran en su interior. Sejer lo dejó en paz con ellos. La habitación estaba tan silenciosa que podían oír a Annie.

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