– ¿Qué clase de relación tiene usted con él?
– Ninguna en absoluto.
– Pero han hablado alguna vez, ¿no?
– Apenas. Ada siempre lo paraba en la puerta. Decía que era un intruso.
– ¿Y qué le parecía a usted?
Holland se retorcía en la silla como si su propia debilidad se hiciera incómodamente visible.
– Me parecía mal. Él no quería perjudicarnos, sólo pretendía ver a Sølvi de vez en cuando. Ahora ya no tiene nada. Creo que también perdió su trabajo.
– ¿Y Sølvi? ¿Ella quería verlo?
– Me temo que Ada le quitó las ganas. Puede ser bastante dura si se lo propone. Supongo que Bjørk ya se ha resignado. Pero estuvo en el entierro, así que la vería un momento.¿Sabe?, no resulta fácil llevar la contraria a Ada. No es que le tenga miedo -añadió dejando escapar una risa corta e irónica-, pero se pone completamente fuera de sí. No es fácil de explicar. Se pone tan fuera de sí que no lo soporto.
Volvió a callarse, y Sejer esperaba sin decir nada, mientras intentaba imaginarse ese complejo juego que existe entre las' personas, cómo miles de hilos se van entrelazando a través de los años, formando resistentes redes de mallas finas, en las que uno se sentía atrapado. Los mecanismos que se escondían detrás le fascinaban. Y también la intensa aversión de los seres humanos a coger el cuchillo, cortar la red y salir de ella, aunque añoraran tanto la libertad que hasta llegaran a enfermar. Seguramente Holland deseaba salir de la red de Ada, pero un sinfín de pequeñas cosas le retenía. Había hecho su elección, se quedaría para el resto de su vida entre esos hilos viscosos, y esa determinación le pesaba tanto que toda su figura se había encorvado.
– ¿No tienen nada todavía? -preguntó por fin.
– Desgraciadamente no -contestó Sejer de mala gana-. Lo único que tenemos es una larga lista de personas que hablan muy bien y con mucho afecto de Annie. Los hallazgos técnicos son muy pocos y no nos han conducido a nada, y no existen motivos visibles. No abusaron sexualmente de Annie ni recibió otra clase de malos tratos. No se ha observado ese día nada en las cercanías de la colina que pueda facilitarnos alguna pista, y todos los que pasaron por allí en coche ese día se han presentado ante nosotros y han sido excluidos del caso. Bien es verdad que hay una excepción, pero ese coche ha sido descrito tan vagamente que no nos lleva a ninguna parte. El motorista visto junto a la tienda de Horgen ha desaparecido de la faz de la tierra. Tal vez fuera un turista de paso. Nadie vio la matrícula, quizá fuera extranjero. Hemos buceado en la laguna en busca de la mochila de Annie, pero sin ningún éxito, razón por la cual suponemos que está en poder del homicida. Pero no tenemos cargos por sospecha contra nadie,así que tampoco podemos proceder al registro de ninguna casa. Ni siquiera tenemos una teoría concreta. Tenemos tan poco que sólo podemos imaginarnos cosas. Existe la posibilidad, por ejemplo, de que Annie se hubiera enterado de alguna información delicada, tal vez por pura casualidad, y alguien la matara para asegurarse su silencio. En ese caso tendría que haberse tratado de información altamente comprometedora, ya que dio lugar a un asesinato. Estaba desnuda, pero nadie la había tocado, lo que podría significar que el homicida quisiera guiarnos hacia el móvil sexual, posiblemente con el fin de desviar la atención del verdadero motivo. Por todo esto -concluyó-, estamos tan interesados en el pasado de Annie.
Se detuvo y se rascó el dorso de la mano, donde tenía una mancha roja y agrietada del tamaño de una moneda de veinte coronas.
– Usted es una de las personas que mejor la conocía. Y tendrá miles de pensamientos en la cabeza. Tengo que preguntarle de nuevo si hay algo, cualquier cosa, en el pasado de Annie, sucesos, amistades, declaraciones, impresiones, que le hayan extrañado. No piense en cosas muy especiales, sólo en algo que le extrañara. Desentierre las cosas más minúsculas, aunque le parezcan tonterías, lo único importante es si le han sorprendido. Una reacción inesperada, comentarios, alusiones, gestos que se le hayan quedado grabados. Annie sufrió una alteración de conducta. Tengo la impresión de que se trataba de algo más que de los cambios normales de la pubertad. ¿Puede usted corroborarlo?
– Ada dice…
– Pero ¿y qué dice usted? -Sejer seguía mirándole a los ojos-. Dejó a Halvor, abandonó el equipo y se encerró en sí misma. ¿Ocurrió algo en esa época que se saliera de lo corriente?
– ¿Han hablado ustedes con Jensvoll?
– Sí.
– Bueno, es que… se oyeron algunos rumores, pero no creo, que sean ciertos. Los rumores corren muy deprisa en nuestro pueblo -añadió, perplejo y ruborizado.
– ¿Qué quiere decir con eso?
– Algo que Annie mencionó, que había estado en la cárcel hace mucho tiempo. No sé por qué.
– ¿Annie lo sabía?
– Entonces, ¿es verdad que estuvo en la cárcel?
– Sí, es verdad. Pero yo ignoraba que alguien lo supiera. Estamos investigando a toda la gente del entorno de Annie para ver si tienen coartada. Hemos hablado con más de trescientas personas. Pero desgraciadamente nadie ha destacado como sospechoso en este caso.
– Arriba, en el camino de la colina vive un hombre -murmuró Holland- que no es del todo normal. Dicen que ha intentado acercarse a las chicas.
– También hemos hablado con él -replicó Sejer pacientemente-. Él fue quien encontró a Annie.
– Sí, ya lo había oído.
– Tiene coartada.
– Espero que la coartada sea fiable.
Sejer pensó en Ragnhild y no dijo a Holland que la coartada era una niña de seis años.
– ¿Por qué cree usted que Annie dejó de cuidar niños?
– Supongo que se hizo mayor y ya no le apetecía.
– Pero tengo la impresión de que le gustaba especialmente. Por eso me resulta un poco extraño.
– Durante varios años no hacía otra cosa. Primero los deberes, y luego salía a la calle para ver si algún crío necesitaba una vuelta en el cochecito. Y cuando había peleas y problemas en la calle, ella aparecía y siempre conseguía que las aguas volvieran a su cauce. El pobre que hubiera tirado la primera piedra tenía que confesar. Luego recibía el perdón y todo acababa siempre felizmente. Annie era una buena mediadora. Tenía autoridad y todos la obedecían. Los chicos también.
– ¿Una naturaleza diplomática, en otras palabras?
– Exactamente. Le gustaba poner orden. Odiaba los conflictos no resueltos. Cuando ocurría algo con Sølvi, por ejemplo, siempre nos buscaba alguna solución acertada. Era una especie de intermediaria. Pero en cierta manera -añadió despacio-, también en ese aspecto perdió el interés, dejó de implicarse en las cosas.
– ¿Cuándo? -preguntó Sejer.
– En el otoño pasado.
– ¿Qué ocurrió el otoño pasado?
– Ya se lo he contado. No quiso seguir en el club deportivo, ni quería estar con la gente como antes.
– ¿Pero por qué?
– No lo sé -contestó Holland afligido-. Le estoy diciendo que nunca lo entendí.
– Intente mirar más allá de usted mismo y de su familia, más allá de Halvor, del club y de los problemas con Axel Bjørk. ¿Sucedió algo en el pueblo en esa época, algo que no necesariamente tuviera que ver con ustedes?
Holland extendió los brazos.
– Sí, algo pasó, pero no tiene nada que ver con esto. Uno de los niños a los que Annie solía cuidar murió en un trágico accidente. Desde luego, no mejoró el estado de las cosas. Annie ya no participaba en nada. Lo único que le interesaba era ponerse las zapatillas de deporte y correr, alejarse de la casa y de la calle.
Sejer notó que su corazón empezó a latir más deprisa.
– ¿Qué ha dicho? -le preguntó, apoyando los codos en la mesa.
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