De pronto, a Even se le reveló el trasfondo malsano del asunto.
– ¿Quieres decir que…? ¿Sabíais desde el momento en que implicasteis a Mai en el asunto que tendría que morir si encontraba la fórmula… que era la manera en que podíais convencerme de que yo la decodificara? Estáis mal de la cabeza, ¡estáis locos!
– Yo no lo sabía. Seguramente, ellos sí lo sabían, ahora me doy cuenta. Sea como sea, cuando Mai optó por no involucrarte en el libro de Newton, firmó a la vez su propia sentencia de muerte. Creíamos que se pondría en contacto contigo, que querría contar con tus conocimientos. Sin embargo, eso no sucedió y entonces… supongo que fue entonces cuando cambiaron los planes. -Kitty se acercó un poco más, ahora que sólo les separaba la mesa de trabajo. Volvió a buscar la mirada de Even-. No subestimes a la hermandad, Even. Es posible que cada uno de nosotros tenga su grado de locura, pero el plan que urdieron no era una locura. Inmoral y despreciable, sí, pero no demente. Todo fue como lo habían previsto, al menos hasta que descubrimos que Mai-Brit había escondido su trabajo para que no lo encontráramos.
– Pero era tu amiga, joder, erais como hermanas, os criasteis juntas…
– Éramos como hermanas, es cierto, sí. -Kitty lo miró gravemente-. Pero cambiamos, nos fuimos distanciando, podríamos decir, y tú la influenciaste fuertemente en este proceso. Algunos incluso dirían que la pervertiste, que hiciste que olvidara su Dios y su fe, como asegura su hermana. Yo no diría tanto, pero si quieres repartir la culpa, no deberías excluirte. Tu pasado no es precisamente… -Even la vio colocar las manos encima del banco y mirarse los dedos que se extendían sobre el tablero de la mesa como líneas en un sistema de coordenadas, levantar la cabeza y contemplarlo apesadumbrada-. Sé que has tenido problemas…, que tienes tus explicaciones para justificar por qué las cosas fueron como fueron. Creo que te comprendo y quiero… -Miró al francés de reojo y bajó la voz-. Quiero ayudarte. La verdad es que has empezado a gustarme de verdad, Even. -Sus dedos se juntaron entrelazándose-. Tienes razón, han pasado cosas terribles. Las cosas se han desarrollado como nunca debían haberlo hecho, pero… tenemos que seguir adelante desde donde nos hallamos ahora. -Kitty inspiró y volvió a mirar por encima del hombro al barbudo antes de decir-: Espero que sepas ver tus posibilidades y tomes las decisiones correctas. Necesitamos a una persona como tú, y sabremos apreciar tu trabajo.
Even no contestó, pero echó el pie hacia atrás. Kitty desvió la mirada a la mesa.
– Veo que has encontrado el sobre. Sí, te seguimos hasta la oficina de correos. Pierre se encargó de despistarte. -Kitty sonrió débilmente, como si compartieran una anécdota graciosa desconocida para los demás-. Resulta fácil distraerte, eres una persona sensible. Me gustas, Even. Hacemos una buena pareja. -Su mano hizo un movimiento en dirección al sobre-. ¿Has leído su contenido, todo, también la clave?
Even la miró fijamente sin contestar.
Su sonrisa se heló en una mueca y Kitty metió la mano en el sobre.
– No hace falta que digas nada. Sólo tienes que echarle un vistazo. -Sacó un folio A5 y se lo pasó a Even por encima de la mesa. Even no lo tocó-. Muy bien -murmuró Kitty, sobre todo para sí misma.
Kitty extendió el brazo y se lo acercó para que pudiera leerlo. Las letras eran grandes y legibles:
UNUFNJPERLQRISPNJISFR TR AMSIBR KMNIB NKNS ASCON
– Como podrás ver, se trata de una clave, una de las que necesitan de una palabra clave, una palabra de apertura. Sistema de cifras de sustitución, creo que se llama. Es tu mundo, Even, aquí tú eres el experto. Te necesitamos para encontrar la palabra. Dime qué quieres a cambio.
Even evitó mirar el folio. La última clave. Hacia la que habían señalado todas las pistas de Mai. Una clave que habían encontrado entre los dos, ella y él, nadie más. Una clave que cerraba el paso del enemigo hacia el objetivo.
– ¿Cómo conseguiste que a Odin Hjelm se le ocurriera la idea del libro sobre Newton?
Kitty se quedó pasmada. Entonces levantó las manos.
– De acuerdo, muy bien. Podemos dejar la clave para más adelante. Tenemos tiempo. Odin, dices… -Kitty miró resignada al cielo, como si se avergonzara sólo con pensarlo-. Fue tan fácil… Se enamoró de mí, locamente. Todo lo que yo decía era, para él, una perla. Una noche que estábamos borrachos, sobre todo él, empezamos a hablar de Newton, y yo le propuse que le pidiera a Mai-Brit que escribiera un libro sobre sus lados ocultos. Al día siguiente, se acordó de la idea y se la apropió. -Kitty sonrió con ironía-. Es tan típico de los hombres. Fui a verle un par de veces a la editorial durante el otoño, de noche, cuando sabía que estaba solo. Me paseaba por allí intentando pasármelo bien mientras esperaba que él terminara. Al menos era así como él lo vivía. Entonces yo aprovechaba para colarme en el despacho de Mai-Brit y echar un vistazo a su trabajo y averiguar hasta dónde había llegado. Encontré poco material nuevo entre sus papeles y me di cuenta de que todo iba muy lento; eso empezó a preocuparme. -Señaló por encima del hombro-. Sin embargo, Pierre me contó que, a pesar de todo y aunque no lo pareciera, hacía progresos. Él seguía sus pasos desde muy cerca, durante algunos períodos se convirtió casi en su sombra y era de la opinión de que guardaba prácticamente todo su trabajo en el maletín. Optamos por no interferir ni revolver sus cosas, podría decirse que elegimos confiar en ella.
Mientras Kitty hablaba, Even volvió a retroceder, casi imperceptiblemente. De pronto, el teléfono zumbó débilmente y los tres miraron unos breves segundos el aparato gris que había al lado del ordenador. Otro led rojo se encendió en el adaptador. La mano de Kitty se estaba acercando a su bolsillo trasero cuando empezó a sonar una melodía digital. Miró la pantalla del móvil, frunció la frente un instante antes de apagarlo y lo devolvió al bolsillo trasero. El silencio que siguió se prolongó de forma incómoda, como cuando un conferenciante pierde el hilo de su discurso. Even sentía la boca seca, todo el cuerpo seco.
– ¿Cómo supiste que era yo?
Kitty lo miró como si se le hubiera metido un grano de arena en el ojo.
Even suspiró hondo, abrió los brazos en una maniobra de despiste mientras sus pies volvieron a desplazarse y finalmente notó la mesa de trabajo contra la espalda.
– Mai me lo contó. Los diarios mostraban que había encontrado la fórmula de Newton en París, hace más a menos un mes. Tú dijiste que te había dado el sobre en el mes de noviembre, hace cinco meses. Una ecuación sencilla que no salía. -Even se calló un momento-. Pero incluso una ecuación imposible tiene un resultado, o algo que se le parece, Kitty. El sobre que me diste lo llenaste tú misma con copias de papeles que encontraste en el despacho de Mai para que yo sintiera curiosidad y me interesara por ello. Y apuntaste el nombre de la librería de Londres para que pudiera encontrar la fórmula. Sólo podías haber sido tú. Sin embargo, para asegurarme del todo llamé a la escuela superior de deportes, donde me contaron que habías asistido a un curso en Londres hace tres semanas y, además, me dijeron que has estado dando clases esta misma mañana. No sabían nada de un viaje a Sudáfrica.
– Estuve bastante hábil con esas claves, ¿no te parece? -Kitty lo miró como si esperara recibir algún elogio-. Recuerdo lo irritante que me resultaban aquellos ridículos nombres en clave, November Ocean, y todo eso. -Frunció el ceño y lo miró con franqueza-. De hecho, fue un alivio cuando Mai-Brit se fue de aquí; empezaba a estar seriamente harta de vosotros dos.
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