Mai había encontrado la fórmula hacía poco más de un mes, pero le dio el sobre marrón a Kitty en el mes de noviembre, ¡hacía cinco meses!
El diario se deslizó entre sus dedos, que de pronto se habían quedado sin fuerza. Even sintió que se le nublaba la vista. Se apoyó en la taza del váter y se incorporó con gran esfuerzo, consiguió abrir el grifo y se echó agua fría en la cara. El sobre en casa de Kitty le había conducido a Londres. Unos ojos inyectados en sangre le miraron fijamente desde el espejo. Sintió ganas de rugir, gritar, llorar, destrozar todo lo que le rodeaba. ¡Le entregaron la fórmula de Newton en Londres! Su pelo grasiento, que necesitaba las tijeras de un peluquero, se erizaba salvajemente, una barba cana de varios días cubría sus mejillas hundidas. Parecía un profesor loco. Un profesor de matemáticas chiflado que acababa de descifrar la ecuación con una incógnita de Mai: quién estaba detrás de su muerte.
Y eso era lo que era. Y eso era lo que tenía.
Dio un rugido y aporreó el espejo con el puño y los cristales se desparramaron por el fregadero; la piel de los nudillos se le desgarró y apenas sintió dolor. La lava candente en su pecho tapaba todo lo demás. La mano cayó fláccida sobre el borde del lavabo, la sangre corría de la herida profunda, mezclándose con el agua salada que goteaba de su cara. Even levantó la cabeza con un aullido gutural. El profesor loco lo miró fijamente desde los fragmentos del espejo que lo deformaban y lo descomponían en un mosaico macabro. Le faltaba un ojo, el otro estaba dividido en tres facetas desfiguradas; un pedazo de la mandíbula había desaparecido y la boca se torcía en una sonrisa maligna y fea. Partes de la frente eran campos negros por donde había desaparecido el cerebro. Even era negro y era blanco. Un pedazo de espejo se soltó y cayó en el lavabo. Se estaba descomponiendo.
Por fin se veía a sí mismo, tal como realmente era.
Sonó el teléfono mientras se comía una manzana durante la pausa del almuerzo.
El inspector Molvik examinó la manzana; en realidad, no le gustaban las manzanas, pero un ejemplar especialmente rojo le había suplicado, por así decirlo, que lo cogiera; y eso fue lo que hizo al pasar por el puesto de frutas de camino al trabajo. Esos verduleros no deberían disponer sus productos de aquella manera en la acera. No estaba mal la manzana. Era jugosa y dulce. Se secó las comisuras de los labios y dirigió la mirada hacia Mohamad Saikh, haciendo un gesto imperativo con la cabeza en dirección al teléfono. El agente suspiró, dejó a un lado un trozo de pan con queso y se acercó a la mesa del inspector.
– Sí, ¿dígame? Aquí el teléfono del inspector Molvik. El agente escuchó un rato antes de decir «sí» y «muy bien» y luego colgó.
– Debemos presentarnos en el despacho de la jefa inmediatamente -dijo y recogió el resto del almuerzo.
– ¿Qué quiere? -preguntó Molvik, mientras subían las escaleras.
– No lo ha dicho, pero sonaba…
– ¿Contenta?
Mohamad no se molestó en contestar. Cuando llegaron al despacho de la jefa de policía, llamó a la puerta. Alguien dijo «¡Adelante!» y él dejó pasar primero al inspector.
La jefa de policía no parecía estar de buen humor. En realidad, nunca lo parecía, pero su mirada de pocos amigos tenía diferentes grados y en este caso, sin lugar a dudas, había alcanzado el grado máximo. Mohamad decidió que diría cuanto menos mejor y que se mantendría en un segundo plano.
– Me han contado que le habéis hecho una visita a una persona llamada Even Vik.
La jefa de policía levantó un papel que había sobre su escritorio y lo sostuvo, de manera que no pudieran leer su contenido ni ver ningún logo. Su tono de voz parecía exigir una respuesta y Molvik gruñó un «sí» y miró con acritud a su superior.
– ¿Con qué excusa?
– Es sospechoso del asesinato de Susann Stanley, en Frogner.
– ¿Por qué…?
– Se conocían. Vik fuma los puritos que encontramos en el lugar de los hechos, y gasta el mismo número de zapatos que las pisadas que dejó allí el asesino.
«Casi -pensó Mohamad-, casi el mismo número.»
– He recibido una carta del instituto forense. Están buscando los documentos que demuestren que las pruebas biológicas que se recogieron en casa de Vik se consiguieron de forma legal.
– Pero si es sospechoso, maldita sea, y además…
– ¿Él sabía que estabais tomando muestras biológicas en su casa?
Molvik no contestó, y la jefa de policía miró a Mohamad Saikh.
– No, no lo sabía -dijo Saikh.
Molvik lo miró de reojo. La mirada de la jefa de policía volvió a posarse en Molvik.
– Supongo que estarás al corriente del parentesco entre ese tal Even Vik y Sverre Vik, tu antiguo compañero en el cuerpo de policía.
Molvik adoptó un semblante con el que pretendía parecer sorprendido, aunque cambió de opinión y dijo que sí lo sabía.
– Pero eso no tiene importancia para el caso que tenemos entre manos -añadió.
– ¿De verdad? -Las cejas pintadas de la jefa de policía se arquearon unos segundos hasta que de pronto volvieron a relajarse-. Soy más joven que tú, Molvik, y yo no estaba en este cuerpo en los ochenta, ni siquiera en esta ciudad, pero conozco la historia de Sverre Vik. Es una historia que conocen todos, aquí, en la comisaría. A la semana de estar aquí, ya hubo alguien que utilizó su historia como ejemplo aterrador de hasta qué punto el poder de un uniforme es capaz de corromper a un ser humano. -La jefa de policía se echó tranquilamente hacia atrás en la silla y el cristal de sus gafas lanzó un breve destello al mirar a Molvik a los ojos-. Sverre Vik era un cerdo. Resulta difícil encontrar una palabra que lo describa mejor, y tú fuiste su compañero. Por ahí, en las calles, al referirse a él utilizaban el nombre de Himmler, porque a algunos de nuestros ciudadanos más ancianos les recordaba la guerra. En casa, Sverre Vik tiranizó a su hijo y a su esposa todo lo que pudo, y lo hizo durante muchos años, hasta que finalmente acabó por asesinar a su mujer y por acusar a su hijo de haberlo hecho. El único que no quiso comprenderlo fuiste tú, Molvik.
El inspector se había puesto rojo. Miraba fijamente a la mujer que se sentaba al otro lado de la mesa de escritorio.
– No tengo por qué aguantar esa clase de insinuaciones de una… una…
– ¿De una mujer? -preguntó la jefa de policía con la boca levemente torcida en una sonrisa afilada-. Sí, Molvik, sí tienes. Y para tu información te diré que he recogido diversos sucesos e incidentes en una carpeta que, a lo mejor por separado no, pero sí en su conjunto, bastan para que tu puesto en el cuerpo sea reconsiderado. Mi consejo es que, a partir de ahora, mantengas un perfil cuanto más bajo mejor, que sigas las normas a rajatabla y te olvides de emprender cualquier movimiento a favor de tu deseo de venganza. Y también se ha terminado lo de trabajar con el puño cerrado. Esto es una orden. -Miró un instante a Mohamad Saikh, como si estuviera considerando aprovechar la ocasión para darle, a él también, una reprimenda. Finalmente, decidió dejarlo e inclinó la cabeza secamente-. Podéis iros.
Molvik y Saikh ya estaban saliendo por la puerta cuando la voz de la jefa de policía les hizo detenerse:
– En cuanto al análisis realizado por los forenses, resulta que las muestras tomadas del purito y de las servilletas de papel no coinciden. Es decir, que no fue Even Vik quien se fumó el purito. -Les ofreció una hoja de papel y Mohamad Saikh volvió sobre sus pasos y la cogió-. Tendréis que buscar por otro lado.
Se había puesto en marcha un proceso alquímico.
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