Giorgio Scerbanenco - Muerte en la escuela

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La señorita Matilde Crescenzaghi, maestra de la escuela nocturna Andrea y Maria Fustagni, ha sido brutalmente violada y asesinada. En el momento de los hechos, los once alumnos de la clase se encontraban en el aula, pero una férrea ley del silencio sume en el desconcierto a los investigadores. Duca Lamberti tendrá que enfrentarse en esta nueva entrega a un mundo de marginación, miserias y venganzas si quiere encontrar la verdad.

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– Ya no irás al Beccaria – contestó Duca y le hizo otra caricia-. Te lo juro.

Nunca en su vida había dicho "te lo juro", ni siquiera "palabra de honor" ni tampoco "lo prometo". Pero en aquel momento sintió el impulso de decir: "Te lo juro".

8

– Ahora hay que encontrar inmediatamente a esa mujer – dijo Càrrua.

También él sentía una profunda náusea. El relato taquigráfico de Mascaranti sobre lo que había contado Carolino, le había impresionado. Había ensañamientos y ensañamientos. Había estado en Rusia y visto ensañamientos mucho peores que el de una sola mujer, como la maestra Matilde Crescenzaghi. Sin embargo, el numero no era lo que contaba en un ensañamiento, sino el modo y el espíritu de éste. Y el ser más sanguinario que había conocido en su vida era aquella mujer, Marisella Domenici. Acaso sólo Ilse Koch, la hiena de Buchenwald, que durante la guerra se hizo hacer pantallas con la piel de las jóvenes hebreas hechas prisioneras por los nazis, acaso sólo ésta había superado a Marisella.

– Tendrás todos los hombres y medios que quieras, pero has de encontrármela en seguida.

En la vieja, caldeada y suntuosa oficina, la noche era caliente y quieta, y en la butaca, ante la mesa de Càrrua, Duca se hallaba relajado, casi durmiendo y casi infeliz.

– Estoy hablando contigo, Duca – dijo Càrrua con cansada paciencia.

– Sí, lo sé – respondió Duca.

– Entonces contesta.

Duca se acomodó con menos abandono en la butaca.

– ¿Por qué quieres buscar a esa mujer? No hay ninguna necesidad de buscarla.

– ¡Ah! ¿No? – exclamó Càrrua. Más que nervioso estaba inquieto -. ¿Qué debo hacer? ¿Dejarla que se mueva libremente por la Alta Italia? ¿Despreocuparme de ella?

Duca asintió, y Càrrua esperó calmarse antes de responder. Aunque estaban solos en el despacho no había un motivo fundado para ponerse a aullar en aquella insólita noche milanesa, mitad primavera y mitad invierno, en la que era menester un poco abrir las ventanas y otro poco encender la estufa eléctrica, porque la calefacción central estaba averiada. Por tanto, no gritó, pero dijo con voz alterada, aunque baja:

– Duca, no bromees. Esa mujer ha cometido una monstruosidad; es un monstruo en circulación. Debemos detenerla lo antes posible.

– ¡Ah, vaya! – repuso Duca-. Tú quieres detenerla. Yo no. – Se levantó y él sí hubiese querido aullar de furor. Siempre resultaba muy difícil ser sincero, profundamente sincero. – Yo no quiero detenerla. Quiero la muerte de esa mujer – y se volvió a mirar a Càrrua a la cara -. Tú quieres detener a Marisella Domenici. Y ¿sabes lo que sucederá deteniéndola? Que viene primero el juez instructor y vienen luego los abogados defensores. Para los abogados defensores hay una sola esperanza: hacer que su defendida sea declarada loca. Lo conseguirán fácilmente: sólo una loca puede causar semejante estrago en una clase. Por si fuera poco es una toxicómana y una luética, y Marisella Domenici se saldrá con el internamiento en un manicomio. Eso por unos años. Además los manicomios están llenos, demasiado llenos; no hay sitio; hay que despejarlos, crear puestos libres para locos realmente peligrosos y mandar a casa a los que no lo sean tanto. La loca Marisella Domenici, dentro de siete, u ocho años todo lo más, estará todavía en circulación – y Duca volvió a sentarse en la butaca ante la mesa -. En cambio, una infeliz maestra continuará bajo tierra, después de haber sufrido una muerte inhumana, y once jovenzuelos, aunque ya estén corrompidos, crecerán todavía más corrompidos y delincuentes que nunca a causa de la espantosa lección de sadismo que ella les ha dado. Y tú sólo quieres detenerla. Detenla. No tienes necesidad de mí para hacerlo.

Càrrua respondió en seguida y con imprevisible moderación:

– Sí, yo sólo quiero detenerla. Yo soy un agarraladrones, y mi oficio es detener a los ladrones y delincuentes, y los detengo. Pero aunque quisiera matar a esa mujer, y muy bien podría sentir ese deseo, no resucitaría a la pobre maestra.

Malamente, demasiado desdichado para ser cortés, Duca dijo:

– Vete a hacer estos razonamientos a las asociaciones contra la pena de muerte. A mí no.

– De acuerdo, no te soltaré ningún discurso. Sólo te pido un favor: que me digas lo que harías tú en mi lugar, en vez de buscar a esa mujer y ponerla en manos de la justicia. Si no quieres hacerme este favor, paciencia y barajar.

Pero con Càrrua siempre se podía hablar, hasta con absoluta sinceridad.

– Te diré en seguida lo que haría: no daría un paso por buscarla; no molestaría por ella ni al más torpe de nuestros agentes; no haría siquiera una llamada de teléfono, y si la viese pasar por la calle ni aun la seguiría; es más, me iría por otro lado.

Càrrua lo miró.

– Me temo que serás tú el que acabará yendo al manicomio – pero lo dijo a sabiendas de que sólo decía una tontería.

Duca hablaba muy en serio y había que seguir su razonamiento.

– ¿Qué ha sucedido realmente? – y la voz de Duca era todavía más baja -. Hemos encontrado a un muchacho acuchillado que nos ha contado cómo mataron a una joven maestra. Y entonces hemos de decírselo a la gente. Hay que convocar a los periodistas, celebrar una conferencia de prensa, explicar lo que ha sucedido, dar a los periódicos la foto de Marisella Domenici, sugerir sugestivos titulares, como, por ejemplo, "La hiena de la escuela nocturna", y sobre todo contar toda la verdad, realmente toda, todo lo que nos ha contado Carolino, todos los detalles, hasta los más horrendos. La opinión pública ha de saber que no se trata sólo de un delito un poco más feroz que los demás, sino que se trata de algo monstruoso y nefando que exige ser realmente castigado. Sabes cómo se dice hoy, ¿verdad? Hay que sensibilizar a la opinión pública; todos deben conocer todos los detalles del asesinato, no sólo cuatro gatos como nosotros, tú, yo, Mascaranti, el forense y pocos más.

Càrrua asintió.

– Es justo y lo haré. Mañana por la mañana a las ocho se celebrará la conferencia de prensa. Pero ¿y qué? Con la conferencia de prensa no detenemos a esa mujer. ¿O qué esperas? ¿Enfurecer a la gente y provocar un linchamiento en cuanto alguien descubra a esa mujer?

Duca sonrió. La rabia de Càrrua le daba a él tranquilidad.

– No, nada de linchamiento – dijo.

– Entonces ¿qué? ¿Qué esperas de la conferencia de prensa y de los periódicos? – preguntó Càrrua.

– Soy médico – respondió Duca-. He conocido a unas cuantas mujeres drogadas, anormales, con tendencia al sadismo. Piensa en esa mujer, en Marisella Domenici, en lo que pensará apenas lea en todos los periódicos que ha sido descubierta, que Carolino lo ha contado todo, con todo detalle, todo lo que sucedió aquella noche, que destrozó las ropas de la maestra, que la desnudó, que inició las torturas valiéndose de su hijo (no lo olvides, su hijo) que se movía entre los jóvenes delincuentes azuzándolos con palabras y aturdiéndolos con su infernal bebida, ella que estudió y premeditó aquel crimen durante semanas y meses, ella que, por último, con un puntapié bestial dado a aquella pobre muchacha dio fin al monstruoso asesinato… ¿Qué imaginas que pensará cuando lea en los periódicos todas estas cosas sobre ella?

Càrrua no respondió,

– Piensa que es una drogada, una mujer ya entrada en años, corroída por la sífilis, que se siente sola porque su último explotador, su marido, está muerto, y que nunca pensó que sería tan completamente descubierta. Tu sabes que esa clase de gente confía siempre en salirse de rositas, pero cuando por los periódicos sepa que la policía lo sabe todo, que no tiene escapatoria, que más tarde o más temprano acabarán echándole el guante, que no puede dar ni un paso para obtener droga, ¿sabes lo que se le ocurrirá hacer?

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