Qiu Xiaolong - Seda Roja

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Un asesino en serie acecha a las jóvenes de Shanghai. Sus crímenes han creado gran expectación y alarma en la prensa y entre los ciudadanos, sobre todo porque suele abandonar a los cadáveres enfundados en un vestido muy llamativo, rojo y de estilo mandarín. Cuando el caso comienza a complicarse, el inspector jefe Chen Cao está de permiso: acaba de matricularse en un máster sobre literatura clásica china en la Universidad de Shanghai. Pero en el momento en que el asesino ataca directamente al equipo de investigadores del Departamento, a Chen no le queda más remedio que volver al trabajo y ponerse al frente de la investigación. Mientras intenta dar con el asesino antes de que se cobre nuevas víctimas, irá descubriendo que la raíz de estos asesinatos se remonta al trágico y tumultuoso pasado reciente del país.

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– Negrito . La comida está lista.

La tapa del recipiente de paja se levantó, y de debajo salió un gato. El animal empezó a restregar la cabeza contra la pierna de la anciana.

Chen se levantó para irse, muy a su pesar. La señora Kong no le pidió que se quedara.

Mientras abría la puerta, Chen echó una última mirada a la cocina. Había dos mesas destartaladas, cubiertas de verduras sin preparar, sobras, tofu fermentado y palillos y cucharas sin lavar.

Al salir del edificio, Chen vio el letrero de madera del comité vecinal al otro lado del callejón y se dirigió con paso firme hasta el despacho. Era casi un acto reflejo para un policía.

Chen mostró su tarjeta al entrar en el despacho. Para su sorpresa, la tarjeta no impresionó al presidente del comité, un hombre demacrado de cabello gris apellidado Fei. Chen le habló de la tía Kong, recalcando que su marido había sido un artista galardonado, e instó al comité a ayudarla a mejorar sus condiciones de vida.

– ¿La tía Kong es pariente suya? -preguntó Fei con sequedad, pasándose la mano por el pelo. Chen se fijó en que tenía los dedos quemados por el frío.

– No. La he conocido hoy, pero creo que debería tener acceso a la cocina comunitaria.

– Permítame que le diga una cosa, camarada inspector jefe Chen. Las peleas entre vecinos por el uso de la zona común son difíciles de resolver. Por lo que yo sé, el hombre que ocupaba la habitación que ahora ocupa la tía Kong no disponía de espacio en la cocina común. Era un cuadro del Partido que prácticamente trabajaba y vivía en su fábrica. Además, los vecinos de la tía Kong aún usan cocinas con briquetas de carbón. Sería peligroso para ella tener la bombona de propano en la misma habitación.

– Está bien -dijo Chen después de reflexionar unos segundos-. ¿Puedo usar su teléfono?

Chen llamó al jefe de la comisaría del distrito, que era a su vez jefe de seguridad del comité vecinal. Después de pedir que le pusieran con el director, Chen le pasó el teléfono a Fei, quien escuchó con expresión sorprendida.

– Ahora lo recuerdo, inspector jefe Chen -dijo Fei con otro tono de voz-. Tendrá que disculpar a un hombre de mi edad. Como dice el refrán, a un viejo los ojos sólo le sirven para no reconocer la montaña Tai. Claro, lo he visto por la tele, y también he oído hablar de usted.

– Tal vez usted haya oído alguno de los rumores que circulan sobre mí -repuso Chen-. Según dicen, siempre devuelvo los favores.

– No tiene que devolverme ningún favor, inspector jefe Chen. Es difícil mediar en las disputas de los vecinos, aunque deberíamos esforzarnos al máximo. En eso tiene razón. Vayamos a la habitación de la tía Kong.

Chen no se molestó en preguntar qué le había dicho el director a Fei. Los dos volvieron juntos al edificio de la viuda.

Todos los vecinos de la vivienda salieron de sus habitaciones al ver que Fei y Chen se detenían en el estrecho pasillo. Fei anunció que el comité vecinal y la comisaría del distrito habían acordado de forma conjunta habilitar un pequeño espacio en la cocina común para la tía Kong. No tenía por qué ser muy grande, bastaría con que cupiera una bombona de gas propano. Por razones de seguridad, el comité levantaría un tabique entre la bombona y las cocinas de carbón. No hubo ni una sola protesta.

Tras anunciar esta decisión, Chen se disponía a marcharse cuando la tía Kong se le acercó con sigilo.

– ¿Camarada inspector jefe Chen? -preguntó la anciana.

– ¿Sí, tía Kong?

– ¿Podemos hablar un momento?

– Por supuesto. -Chen se dirigió a Fei y agregó-: Márchese, yo me quedaré un rato más. Gracias por su gran ayuda.

– Así que es usted alguien importante -repuso ella, cerrando la puerta tras entrar ambos en la habitación-. Llevo más de diez años cocinando en esta habitación, y usted me ha solucionado el problema en media hora.

– No tiene importancia. Soy un gran admirador del trabajo del señor Kong -afirmó Chen-. El despacho de la comisión vecinal está al otro lado del callejón, así que entré un momento y les conté sus problemas.

– Supongo que quiso granjearse mi agradecimiento -dijo ella-, y la verdad es que le estoy agradecida. No caen bollos blancos desde el cielo azul, ya lo sé.

El gato negro entró de nuevo. La tía Kong lo cogió y se lo puso en el regazo, pero el gato bajó de un salto y salió corriendo hasta el alféizar de la ventana, donde se ovilló contra el cristal.

– No, no se preocupe por eso. Era mi deber como policía.

– Tengo que hacerle otra pregunta. No va a usar la foto para perjudicar a otras personas, ¿verdad? Ésa era la peor pesadilla de mi marido.

– Déjeme contarle algo, tía Kong -respondió Chen poniendo la mano en la pared. Le pareció que estaba muy pringosa: quizá fuera de tanto cocinar en la habitación-. Esta tarde, hace un rato, he estado en el templo Jin'an, y le he hecho una promesa a Buda: ser un buen policía, un policía concienzudo. Me crea o no, poco después de hacer la promesa me he enterado de la existencia de la fotografía.

– Le creo, pero ¿realmente es tan importante para usted esta fotografía?

– Podría arrojar luz sobre una investigación de asesinato. Si no fuera importante no me habría presentado en su casa sin avisar.

– ¿Una fotografía tomada hace casi treinta años guarda relación con un caso de asesinato ocurrido en la actualidad? -preguntó la viuda con tono de incredulidad.

– Ahora mismo no es más que una posibilidad, sin embargo no podemos permitirnos pasarla por alto. Se lo aseguro: no creo que tenga nada que ver con usted ni con su marido.

– Si aún recuerdo algo sobre esta foto -empezó a decir la tía Kong con voz vacilante- es por la pasión que sentía mi marido por ella. Dedicó todos sus días de vacaciones a ese proyecto, trabajó como un poseso. Yo llegué a sospechar que se había enamorado de alguna modelo desvergonzada.

– Un buen artista tiene que involucrarse totalmente en su proyecto, lo sé. Requiere mucha energía producir una obra maestra como ésta.

– La modelo resultó ser una mujer decente de buena familia. Y mi marido se burló de mis sospechas: «¿Enamorarme de ella? No, sería como un sapo del color del fango que babea por un inmaculado cisne blanco. Si estoy tan entusiasmado es porque ningún fotógrafo se ha puesto en contacto con ella todavía. Para un fotógrafo, es como descubrir una mina de oro».

– ¿Le contó cómo la descubrió?

– Creo que fue en un concierto. Ella era violinista, y estaba en el escenario. Al principio se negó a posar para él. A mi marido le costó dos semanas conseguir que cambiara de opinión. Finalmente accedió, con la condición de que en la foto apareciera también su hijo. Esto inspiró aún más a mi marido: una madre y un hijo en lugar de una mujer hermosa.

– Esa mujer debía de querer mucho a su hijo.

– Yo también lo pensé. Al mirar la fotografía, la gente no podía evitar conmoverse.

– ¿Le dijo su marido el nombre de la mujer?

– Debió de decírmelo, pero ahora no lo recuerdo.

– ¿Sabe algo acerca de los preparativos de la sesión fotográfica? Por ejemplo, ¿cómo se eligió el vestido mandarín?

– Bueno, a él le entusiasmaba la idea de fotografiar a una belleza oriental, y pensaba que el vestido mandarín realzaría sus encantos, pero supongo que ella ya debía de tener el vestido en su casa. Mi marido no podría habérselo permitido. Lo siento, no sé a quién se le ocurrió la idea de elegir ese vestido.

– ¿Dónde tomó la fotografía?

– Ella vivía en una mansión, así que probablemente la sacó en el jardín trasero. Mi marido pasó un día entero allí. Usó cinco o seis carretes, y después se pasó una semana en el cuarto oscuro, como un topo. Estaba tan entusiasmado que una noche trajo todas las fotografías a casa y me pidió que eligiera una. Para el concurso.

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