Chen sacó el móvil y llamó al presidente Wang de la Asociación de Escritores Chinos. Wang no cogió el teléfono, por lo que Chen le dejó un mensaje recalcando que, además de todo lo que ya habían comentado, la imagen del vestido mandarín rojo podría haber sido polémica a principios de la década de los sesenta.
Animado, Chen intentó repetir su experimento, pero la segunda vez no obtuvo resultados. Lo modificó de nuevo bajando hasta el patio, donde se sentó en la posición del loto con las piernas cruzadas y comenzó a repasar el caso desde el principio. No como un investigador, sino como un hombre sin la mente obstruida por años de formación policial. Seguía sin obtener resultados, aunque ahora era capaz de pensar con mayor claridad. Sacó del maletín el expediente del caso y empezó a leer allí mismo, como un monje, mientras la campana del templo comenzaba a tocar.
Al pasar una página, Chen dio con lo que buscaba: la mala suerte de Jazmín. Los budistas hablan siempre del castigo merecido. «El justo castigo llega, pero a su debido tiempo.» En una especie de versión budista secular, los chinos creen que los individuos son castigados o recompensados por lo que hacen en la vida presente, o incluso por lo que han hecho en una vida anterior.
La terrible suerte de Tian podría explicarse así. Sin embargo, el castigo fue inmerecido y desproporcionado en el caso de Jazmín. Chen no creía en el castigo por las acciones de una vida anterior. Y tampoco le parecía una coincidencia que tanto el padre como la hija hubieran tenido tan mala suerte.
Chen pensó en una novela que había leído en sus años de instituto: El conde de Montecristo. Detrás de una serie de desastres inexplicables se escondía el cerebro de Monte Cristo, planificando su venganza implacable.
¿Le había sucedido algo así a Jazmín?
A Jazmín, y también a su padre. Tian, miembro de la Escuadra de Mao en aquella época, podría haber perseguido o herido a alguien que luego diera rienda suelta a su venganza. De ser así, tanto el estilo como la tela del vestido tenían una explicación.
Sin embargo, ¿por qué la larga espera, si es que la venganza guardaba relación con algo que sucedió durante la Revolución Cultural?
¿Y por qué asesinaron a las otras chicas?
Chen no encontró una respuesta inmediata. Con todo, la última pregunta le permitió ver lo que diferenciaba a Jazmín de las otras víctimas bajo otra perspectiva.
Tal vez esas chicas no tuvieran relación alguna con Jazmín.
El viento trajo de nuevo el tañido de la campana. La idea que comenzaba a acariciar lo estremeció.
Había llegado el momento de volver al Departamento. Hablaría con el subinspector Yu, cuya frustración ante sus vacaciones no anunciadas era más que evidente en los mensajes que le había dejado en el móvil. No sabía si podría ofrecerle a su compañero una explicación satisfactoria. No le parecía buena idea mencionar su crisis nerviosa, ni siquiera a él.
Cuando salía del templo recibió una llamada del presidente Wang en respuesta a su mensaje.
– Siento no haber descolgado a tiempo, inspector jefe Chen. Estaba en el baño, pero he oído su mensaje sobre la posible controversia. Me ha recordado algo. Xiong Ming, un periodista jubilado de Tianjin, ha estado compilando un diccionario de controversias relacionadas con la literatura y con las artes. Es un viejo amigo, así que me puse en contacto con él de inmediato. Según Xiong Ming, años atrás se publicó una fotografía ganadora de un premio en la que aparecía una mujer joven vestida con un qipao, y esa fotografía más tarde fue muy controvertida. Este es su número de teléfono: 02-8625252.
– Gracias, presidente Wang. Me ha sido de gran ayuda.
Chen introdujo otro billete en la reluciente caja de donativos de la salida y marcó el número de Xiong.
Después de presentarse, Chen fue al grano.
– El presidente Wang me ha dicho que usted podría hablarme de cierta fotografía controvertida en la que aparece una mujer vestida con un qipao rojo. Ha estado compilando un diccionario de controversias, ¿verdad?
– Sí, así es -respondió Xiong desde el otro lado de la línea, en Tianjin-. Hoy en día la gente apenas recuerda o comprende las absurdas controversias que se produjeron durante aquellos años en que todo podía distorsionarse a través de las interpretaciones políticas. ¿Recuerda la película Primavera temprana en febrero?
– Sí, la recuerdo. La prohibieron a principios de los sesenta. Entonces yo aún era un alumno de la escuela elemental, y tenía una fotografía de aquella bella heroína escondida en mi cajón.
– La fotografía creó polémica por la supuesta elegancia burguesa de la heroína -explicó Xiong-. Lo mismo sucedió con la fotografía de la mujer vestida con el qipao.
– ¿Podría decirme algo más acerca de esa foto? -preguntó Chen-. ¿Se trata de un qipao rojo?
– Es la fotografía de una mujer hermosa vestida con un qipao elegante, junto a su hijo, un Joven Pionero que lleva un pañuelo rojo. El niño le tira de la mano y señala hacia el horizonte lejano. La fotografía se titula «Madre, vayamos allí». El fondo parece un jardín particular. Es una fotografía en blanco y negro, por lo que no estoy seguro del color del vestido, pero es muy elegante.
– ¿Cómo pudo causar controversia una foto así? -preguntó Chen-. No es una película, no tiene ninguna trama.
– Permítame que le haga una pregunta, inspector jefe Chen. ¿Cuál era el prototipo ideológico para las mujeres en la época de Mao? Chicas de hierro, masculinas, militantes, vestidas con los mismos trajes Mao que los hombres. Estos trajes, holgados como sacos, no permitían adivinar las formas femeninas, ni reflejaban ningún tipo de sensualidad o de pasión romántica. Por tanto, el ambiente político no era el más propicio para el mensaje implícito de la fotografía, particularmente cuando fue nominada para un premio nacional.
– ¿Qué mensaje implícito?
– Para empezar, representaba a la madre ideal como una mujer femenina, elegante y burguesa. Además, el fondo del jardín también era muy sugerente.
– ¿Podría describir la foto con más detalle?
– Lo siento, es todo lo que recuerdo. No la tengo delante. Pero la puede encontrar fácilmente. Se publicó en 1963 o 1964 en la revista Fotografía de China. Era la única revista de fotografía en aquella época.
– Gracias, Xiong. Su información podría ser muy relevante para nuestra investigación.
Tras despedirse de Xiong, Chen decidió ir a la biblioteca, que no se encontraba demasiado lejos de allí.
En la biblioteca, con la ayuda de Susu, encontró un ejemplar de aquel número en concreto de Fotografía de China en sólo diez minutos. Normalmente llevaba horas encontrar una revista publicada en los años sesenta.
Era una fotografía en blanco y negro, tal y como la había descrito Xiong. La mujer que llevaba el vestido mandarín en la foto era toda una belleza. Chen no podía saber el color exacto del vestido, pero no parecía de color claro.
La mujer estaba de pie en un jardín, descalza, frente a un minúsculo arroyo serpenteante donde tal vez acabara de mojarse los pies. El niño que le daba la mano tendría unos siete u ocho años, y llevaba el pañuelo rojo de un Joven Pionero. En la fotografía no salía nadie más.
Chen le pidió prestada una lupa a Susu y estudió cuidadosamente el vestido mandarín.
Parecía un diseño idéntico a los que llevaban las víctimas de los asesinatos: mangas cortas y aberturas bajas, con un aspecto convencional. Incluso los botones de tela en forma de peces invertidos parecían iguales.
Si había alguna diferencia, ésta radicaba en que la mujer llevaba el vestido con elegancia, abotonado de forma recatada. Iba descalza, pero el hecho de que estuviera de pie al fondo del jardín, en compañía de su hijo, indicaba que se trataba de una joven madre feliz.
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