Qiu Xiaolong - Seda Roja

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Un asesino en serie acecha a las jóvenes de Shanghai. Sus crímenes han creado gran expectación y alarma en la prensa y entre los ciudadanos, sobre todo porque suele abandonar a los cadáveres enfundados en un vestido muy llamativo, rojo y de estilo mandarín. Cuando el caso comienza a complicarse, el inspector jefe Chen Cao está de permiso: acaba de matricularse en un máster sobre literatura clásica china en la Universidad de Shanghai. Pero en el momento en que el asesino ataca directamente al equipo de investigadores del Departamento, a Chen no le queda más remedio que volver al trabajo y ponerse al frente de la investigación. Mientras intenta dar con el asesino antes de que se cobre nuevas víctimas, irá descubriendo que la raíz de estos asesinatos se remonta al trágico y tumultuoso pasado reciente del país.

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– Es increíble.

– Son las vicisitudes propias de este mundo, y también del más allá -comentó Duan-. Últimamente el presidente Mao no puede descansar en paz en su ataúd de cristal.

– No mezcle a Mao en sus historias rocambolescas.

– Se trata de una historia rocambolesca, le guste o no. Este momento, este lugar… ¿Por qué? La gente cree que la raíz de todo esto se encuentra aquí. Creen que los fantasmas han salido para vengarse, y que los asesinatos son una represalia del mundo sobrenatural. ¿Quién si no podría haber cometido estos crímenes y haber arrojado los cuerpos en todos esos lugares consiguiendo escabullirse después? Me parece incomprensible. ¿Tiene alguna pista, subinspector Yu?

– Eso no son más que gilipolleces propias de gente supersticiosa. Todas esas atrocidades pasaron durante la Revolución Cultural. Si realmente hubiera fantasmas en busca de venganza, podrían haberla buscado hace más de veinte años. ¿Por qué esperar tanto?

– Eso es algo que usted no entiende. En aquella época, mientras la estrella de Mao brillaba en el firmamento, esos fantasmas no se atrevieron a aparecer para causar problemas. Pero ahora que Mao ya no está, les ha llegado el turno -explicó Duan-. También circula una teoría nueva, de la que me he enterado hace sólo veinte minutos. Al parecer, todas las víctimas vestidas con el qipao rojo son hijas de Guardias Rojos.

Así que algunos situaban la historia en un nivel más colectivo. En lugar de una mujer infeliz enterrada en el cementerio, como sostenía aquel viejo profesor de historia local, ahora se trataba de todos los fantasmas del cementerio profanado, los cuales se estaban vengando en las hijas de quienes los persiguieron durante la Revolución Cultural.

– Estas interpretaciones son totalmente infundadas -señaló Yu.

– Permítame hacerle una pregunta, subinspector Yu. ¿Significa algo para usted el nombre de Wenge Hongqi?

– ¿A qué se refiere?

– ¿Se fijó en un extraño anuncio que apareció en el Shanghai Evening News? Lo publicaron bajo ese nombre. Si piensa en las otras víctimas que llevaban un vestido mandarín rojo, una acompañante para karaokes y una acompañante para comidas, el mensaje del anuncio tiene sentido -sugirió Duan-. El grupo de Guardias Rojos que «llevaron la revolución» al cementerio se llamaba Wenggehongqi. La conexión es obvia. Estas interpretaciones no son tan infundadas.

– Son especulaciones descabelladas y simples coincidencias -observó Yu con tono enfático, aunque no creyera en las coincidencias-. ¿Cómo es que se fijó en ese anuncio?

– No existe ninguna pared que no permita pasar el aire. Su gente preguntó en el Shanghai Evening News, con el que compartimos el mismo edificio de oficinas. Creo que los asesinatos son una llamada de atención a las atrocidades cometidas en la Revolución Cultural, particularmente contra alguna mujer vestida con un qipao rojo. ¿Su interés en el anuncio forma parte de la investigación?

– Venga ya. Hubo muchas organizaciones de Guardias Rojos con nombres así. Se lo advierto, Duan. Si estas historias tan descabelladas salen a la luz usted será el responsable.

– Tonterías, camarada subinspector Yu. Si el caso no se resuelve, cada vez saldrán a la luz más historias. Creo que ahora vienen algunos de mis colegas -comentó Duan señalando una furgoneta que aparcaba junto a la entrada del cementerio-. Por cierto, ¿cómo es que el inspector jefe Chen no está hoy aquí con usted? Por favor, salúdelo de mi parte.

Al comprobar que se acercaba un tropel de periodistas, Yu prefirió marcharse. Mientras se dirigía apresuradamente hacia la salida del cementerio, decidió llamar a la madre de Chen.

– Es muy amable por llamar, subinspector Yu, pero estoy bien. No tiene que preocuparse -le aseguró la anciana, como si hubiera estado esperando su llamada.

– Llevó días buscando a Chen, tía. ¿Sabe dónde está?

– ¿No sabe dónde está? Vaya, estoy muy sorprendida. Hará dos o tres días me llamó diciendo que tenía que irse por algo importante. Fuera de Shanghai, creo. Pensé que se lo habría dicho. ¿Qué ha pasado?

– No, no ha pasado nada. Seguro que habrá tenido que irse a toda prisa. No se preocupe, tía. Chen se pondrá en contacto conmigo.

– Llámeme cuando tenga noticias suyas -dijo la mujer, obviamente preocupada. Al parecer, ella también pensaba que, a menos que hubiera sucedido algo inusual, su hijo habría mantenido informado a Yu.

– La llamaré -prometió Yu.

Yu recordó que Chen se había mostrado algo distinto últimamente. Demasiado estrés, en opinión de Peiqin, pero Yu no pensaba lo mismo. ¿Quién no estaba estresado?

– ¡Ah! Nube Blanca me llamó ayer -añadió la anciana, musitando como si hablara sola-. Dijo que Chen estaba muy bien.

– Sí, Chen debe de haberla telefoneado -respondió Yu-. La llamaré más tarde.

Pero Yu tenía problemas más urgentes de los que preocuparse. El secretario del Partido Li lo llamó para ordenarle que se encargara de la conferencia de prensa que debía celebrarse ese día.

– Nunca me he ocupado de eso, secretario del Partido Li.

– Venga hombre, el inspector jefe Chen lo ha hecho muchas veces. Sin duda habrá aprendido las tácticas necesarias de él. -Luego añadió-: Por cierto, ¿dónde diantre está Chen?

– Acabo de dejarle un mensaje -repuso Yu sin entrar en detalles-. No tardará en devolverme la llamada.

Mientras volvía al Departamento, llamó a Peiqin y le pidió el teléfono de Nube Blanca.

Ser el compañero de Chen no era tan envidiable como pudiera parecer, pensó Yu.

21

Chen, consternado por la noticia de la muerte de Hong, viajaba en un taxi que apenas avanzaba entre el denso tráfico de Shanghai.

Miércoles por la mañana. Una semana antes, el inspector jefe iba de camino al complejo de vacaciones en el coche que le había enviado Gu, preocupado por su crisis nerviosa; ahora volvía a su casa, angustiado por los últimos acontecimientos en el caso de los asesinatos en serie. Habían sucedido tantas cosas en Shanghai… Entretanto, él había pasado la mayor parte del tiempo durmiendo como un idiota y elucubrando sobre historias de amor de miles de años de antigüedad.

Chen se estremeció al pensar en el dinero del más allá que había comprado en el mercado el viernes por la mañana. No era supersticioso, pero la coincidencia lo enervó.

Nube Blanca no fue consciente de lo desesperado de la situación hasta que Yu consiguió contactar con ella. Aun así, le preocupaba demasiado la salud de Chen como para comunicarle el mensaje de inmediato. No era policía, así que no tendría que dar cuentas por ello. Aquella mañana, después de que Chen le hablara de su recuperación en el complejo de vacaciones, Nube Blanca le dio la noticia sobre lo que había sucedido en el club Puerta de la Alegría. Chen interrumpió de inmediato sus vacaciones y tomó el primer autocar de largo recorrido con rumbo a Shanghai, sin siquiera despedirse de su anfitrión.

Mientras viajaba en el taxi no dejó de pensar en Hong. No empezó a conocerla un poco hasta que coincidieron en el caso del vestido mandarín rojo.

Al parecer, el novio de Hong, un cirujano que operaba en un Hospital para la Amistad Sinojaponesa, la había presionado para que dejara la policía. El novio argumentaba que el sueldo de Hong no compensaba todo lo que él se preocupaba por ella. Pero Hong creía en su trabajo. Durante una fiesta organizada por la comisaría para celebrar el Fin de Año chino, Hong leyó un poema sobre el hecho de ser «una policía para el pueblo». El poema no era demasiado bueno, pero expresaba la pasión de una joven agente que patrullaba la ciudad. Uno de sus estribillos, recordó Chen, rezaba así: «El sol es nuevo cada día».

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