– Bueno, mi media naranja se ha ido a una reunión de negocios -respondió ella inclinándose hacia Chen por encima de la mesita, lo que acentuaba la turgencia de sus pechos-. Así que me ha dejado aquí sola.
La marea siempre cumple
su palabra de que volverá.
De haberlo sabido,
me habría casado con un joven que surcara la marea.
Era una cita de otro poema de la dinastía Tang, la primera mitad del cual rezaba así:
¡Cuántas veces
me ha decepcionado
este mercader de Qutang tan ocupado
desde que me casé con él!
Una cita sorprendentemente inteligente que revelaba su capacidad de burlarse de sí misma al insinuar que su marido era un hombre ocupado e insensible, y que ella se sentía muy sola aquí.
– Pero un hombre joven que surcara la marea no podría permitirse traerla a un lujoso complejo de vacaciones.
– Eso es muy cierto, y muy triste. Me llamo Sansan. Doy clases de estudios sobre la mujer en la facultad de Magisterio de Shanghai.
– Yo me llamo Chen Cao. Soy estudiante a tiempo parcial en la Universidad de Shanghai.
– Me gusta viajar, por eso me considero afortunada de tener un marido capaz de pagar estas vacaciones. Por cierto, ¿de verdad está interesado en hacer carrera en el mundo académico?
– Bueno, lo cierto es que no lo sé -respondió Chen-. Usted acaba de citar un verso sobre la posición social de una mujer en la dinastía Tang. En aquella época, puede que esa mujer no tuviera la capacidad de elegir. ¿Cree que el problema se debía a su matrimonio concertado?
– ¿A un matrimonio concertado? No, creo que es una explicación demasiado simplista. El matrimonio de mis padres fue concertado. Un matrimonio muy feliz, por lo que yo sé -explicó Sansan, sirviéndose otra copa de vino-. Pero piense en la cantidad de divorcios que hay hoy en día entre parejas jóvenes que se han jurado amor eterno junto a mares y montañas.
– ¡Menuda afirmación viniendo de una profesora de estudios sobre la mujer! -exclamó Chen-. Los clásicos confucianos no mencionan otro tipo de matrimonio que no sea el concertado, por eso me pregunto cómo pudo vivir el pueblo chino durante dos mil años sin hablar del amor romántico.
– Bueno, todo depende de la interpretación que le dé. Si se la cree, me refiero a la interpretación de que los padres comprenden a los jóvenes y siempre defienden sus intereses, entonces vivirá de acuerdo con esta creencia. Lo mismo sucede en la actualidad: si cree que una base material es esencial para cualquier superestructura, en la que el amor romántico es como un jarrón decorativo sobre la repisa de la chimenea, entonces no le sorprenderán los anuncios clasificados de todas esas mujeres que buscan millonarios en nuestros periódicos.
– Este es sin duda un tipo de socialismo muy chino.
– Y que lo diga. ¿Cree que el amor es algo que siempre ha existido, desde tiempos inmemoriales? -preguntó Sansan con cinismo-. Según la obra de Denis de Rougemont El amor y Occidente, el amor romántico no existió hasta que lo inventaron los trovadores franceses.
Chen sintió un escalofrío al notar el perfume de su cabello. Durante los últimos años, mientras se ocupaba de un caso tras otro, no había tenido demasiado tiempo para leer, mientras que ella, como muchos otros, había leído libros de los que Chen ni siquiera había oído hablar. «Siete años en lo alto de las montañas, miles de años abajo en el mundo.» Quizás era demasiado tarde para ponerse a soñar con otra profesión.
– ¿Así que está leyendo clásicos confucianos para un trabajo sobre el matrimonio concertado? -preguntó Sansan.
– He estado leyendo unas cuantas historias de amor clásicas, y todas tienen un aspecto en común. Inevitablemente, las heroínas parecen estar demonizadas de una forma u otra, y el tema amoroso queda así deconstruido. -Después añadió-: Usted es una experta en este campo. ¿Me lo podría aclarar?
– Me gusta su forma de explicarlo: la demonización de las mujeres y la deconstrucción del amor -observó ella-. Hace mucho tiempo, Lu Xun dijo algo al respecto. Los chinos siempre culpan a las mujeres. La dinastía Shang se vino abajo a causa de la concubina imperial Da; el rey Fucha perdió el control, y también su reino, por la hermosa Xishi; el ministro Dong Zhu cayó presa de los encantos de Diaochan. La lista podría ser mucho más larga. Incluso hoy, culpamos a la señora Mao de la Revolución Cultural, aunque todo el mundo es consciente del hecho de que, sin Mao, la señora Mao no habría sido más que una actriz de películas de serie B.
– Eso no sucede únicamente en China -puntualizó Chen-. En Occidente hay un concepto similar, el de la femme fatale. Y también existen las historias de vampiros, como ya sabe.
– Tiene razón. Pero ¿se ha fijado en que hay una diferencia? Los vampiros son seres tanto masculinos como femeninos. ¿Se le ocurre algo similar en este caso? Además, la femme fatale no es la imagen más habitual de las mujeres en la corriente principal del pensamiento occidental, ni la más importante en el discurso dominante u oficial.
– Eso es cierto. El matrimonio concertado fue sin duda una parte intrínseca del confucianismo. Entonces, ¿cree que todas estas historias acabaron distorsionadas por la influencia de las ideologías dominantes?
– Y todas esas mujeres tan bellas tienen que ser anuladas, de un modo u otro. Es inevitable.
– Es inevitable -repitió Chen, mientras volvía a pensar en el caso.
Puede que los escritores fueran tan incapaces de controlarse como los asesinos en serie. Según la crítica literaria posmoderna, los individuos son hablados por el discurso, más que a la inversa. Una vez un discurso particular ejerce el control, o, como reza una expresión china, una vez el diablo se apodera del corazón, es el diablo el que actúa, sin que el hombre pueda evitarlo. Según la teoría freudiana, las acciones del hombre están dictadas por su subconsciente, o por el inconsciente colectivo. Sería muy fácil tildar al asesino de chiflado, pero sería difícil, aunque necesario, descubrir qué sistema discursivo le dictaba llevar a cabo los asesinatos, y cómo se había implantado dicho sistema en él.
– Por ejemplo, en Flor de ciruelo en un jarrón dorado -siguió diciendo Sansan, creyendo que la expresión absorta de Chen se debía a su explicación-, Ximenqin tiene que morir porque ha mantenido relaciones sexuales con demasiadas mujeres, y la historia acaba con una imagen final de su semen manando sin cesar en la boca de Pan Jinlian, la furcia desvergonzada que, literalmente, se lo sorbe hasta dejarlo seco.
– Sí, me acuerdo de esa parte.
– Y en otra novela, Almohadón de carne, el héroe acaba castrándose porque no puede resistir la atracción sexual de las mujeres.
Por lo que se veía, el trabajo de Sansan se centraba en la representación injusta de las mujeres. La conversación estaba resultando muy productiva para su trabajo de literatura, porque indirectamente apoyaba su tesis.
– Sí, se me ocurren varias expresiones frecuentes que respaldan esa idea -apuntó Chen-. Hongyan huoshui, funesta agua de belleza, y meiren shexie, guapa mujer mitad serpiente y mitad araña.
Esos razonamientos le parecieron alentadores. De hecho, tal vez aquel tema no se hubiera investigado antes. No de manera específica, al menos. El suyo era un trabajo original, tal y como había dicho el profesor Bian.
– Las expresiones tienen un significado más que evidente -afirmó Sansan, y entonces cambió de tema-. Usted citó una frase de Wang Wei. Un forastero solitario. ¿Así que ha venido hasta aquí para escribir su trabajo de literatura?
– Bueno, en parte he venido por esa razón. -Y añadió-: Estaba algo estresado, y pensé que me vendrían bien unas vacaciones.
Читать дальше