Chen sacó su cuaderno. Algunas de sus primeras notas de investigación parecían guardar relación con los ritos confucianos. Según Confucio, los ritos están siempre presentes y en todas partes. Mientras la gente se comportara conforme a los antiguos ritos, como había hecho supuestamente en los viejos tiempos, todo iría bien. Aunque parecía haber ritos relacionados con cualquier cosa, Chen nunca había oído hablar de ningún rito relacionado con el amor romántico.
Aquella mañana no consiguió encontrar ningún dato interesante en los libros que había llevado consigo. Los maestros confucianos habían pasado por alto la pasión romántica: era como si nunca hubiera existido.
Entonces Chen amplió su búsqueda al término matrimonio: hunli significaba, literalmente, «ritos matrimoniales» en chino. Encontró varios párrafos sobre los ritos matrimoniales, pero ni una sola palabra referida a la pasión entre parejas jóvenes. Por el contrario, se suponía que los jóvenes no debían conocerse, y mucho menos enamorarse, antes de la boda. Sólo los padres podían concertar su matrimonio.
En el Libro de los ritos, uno de los cánones confucianos, aparecía una clara afirmación sobre la naturaleza del matrimonio.
Los ritos del matrimonio existen para establecer una feliz conexión entre dos [familias de distintos] nombres, con la intención, en su carácter retrospectivo, de garantizar los servicios en el templo ancestral, y en su carácter futuro, de garantizar la continuidad del linaje familiar. Por consiguiente, el varón les da mucha importancia…
Los ritos matrimoniales consisten en seis pasos rituales consecutivos, que son, a saber, la visita de la casamentera, las preguntas sobre el nombre y la fecha de nacimiento de la muchacha, el horóscopo de la pareja, los regalos por el compromiso matrimonial, la elección de la fecha de la boda y la bienvenida del novio a la novia el día del casamiento.
Pese a todas estas actividades, continuó leyendo Chen, el hombre y la mujer no tenían ocasión de conocerse hasta el mismo día de su boda. El matrimonio, celebrado por decisión de los padres con el propósito de dar continuidad al linaje familiar, no tenía nada que ver con el amor romántico.
Chen subrayó un párrafo en su ejemplar de Mencio, en el que se condenaba a los jóvenes que se enamoran y actúan por su cuenta sin tener en consideración los matrimonios concertados.
Cuando nace un hijo varón, lo que se quiere para él es que pueda tener una esposa; cuando nace una hija, lo que se quiere para ella es que pueda tener un marido. Este sentimiento paterno lo manifiestan todos los hombres. Si los jóvenes, sin aguardar la orden de sus padres ni la intervención de los intermediarios, hacen agujeros para poder verse, o trepan por un muro para estar juntos, serán objeto del desprecio de sus padres, así como de cualquier otra persona.
Chen sabía que las situaciones que el filósofo Mencio describía como «hacer agujeros y trepar muros» se habían convertido en metáforas habituales para referirse a las citas entre jóvenes amantes.
Chen cerró el libro e intentó poner en orden todo lo que acababa de leer. Los matrimonios concertados reforzaban la estructura social basada en la familia, porque el amor romántico podía impedir que los padres fueran siempre el centro del afecto, la lealtad y la autoridad.
– Disculpe, ¿me puedo sentar aquí?
– ¡Ah! -exclamó Chen, levantando la vista para contemplar a una mujer joven que colocaba una silla reclinable al lado de la suya-. Sí, por favor.
La joven se acomodó en la silla junto a él. Era una mujer atractiva de poco más de treinta años y rasgos bien definidos, boca recta y rostro enmarcado por unos rizos delicados. Llevaba sobre el bañador un pareo o sari blanco de tela vaporosa, probablemente un caftán blanco, que flotaba alrededor de sus piernas largas y esbeltas. También tenía un libro en la mano.
– Es tan agradable leer aquí… -La mujer juntó las piernas y encendió un cigarrillo.
Chen no tenía ganas de hablar, pero no le molestó que una mujer atractiva se pusiera a leer a su lado. El inspector jefe sonrió sin decir nada.
– Lo vi en el restaurante hace un par de días -comentó ella-. ¡Menudo banquete!
– Lo siento, no recuerdo haberla visto allí.
– Estaba sentada a una mesa del comedor exterior, mirando el interior a través de las ventanas. Todo el mundo parecía muy ocupado brindando en su honor. Deben de irle muy bien las cosas.
– No, la verdad es que no.
– ¿Un «bolsillos llenos»?
Chen volvió a sonreír. Ella no habría creído que era policía y que había venido solo para intentar acabar un trabajo de literatura. No tenía ningún sentido revelar su identidad.
Pero ¿quién era ella? ¿Qué hacía una mujer atractiva sola en una lujoso complejo de vacaciones? Chen se contuvo al percatarse de que estaba pensando como un investigador. Era una turista sin nombre que estaba de vacaciones; él no tenía ninguna obligación de entrometerse en las vidas de los demás.
– ¿Qué está leyendo? -preguntó ella.
– Un clásico confuciano -respondió Chen.
– Es interesante -observó la mujer, echando un vistazo a las muchachas que nadaban en la piscina-. Leer a Confucio junto a una piscina.
Chen captó la sutil ironía del comentario. Confucio tenía razón al afirmar lo siguiente: «Nunca he visto a nadie al que los estudios le gusten tanto como las beldades».
Ella también empezó a leer su libro. Su cabello parecía negro como el azabache bajo la luz del sol, y los ojos le brillaban con «olas otoñales», posiblemente una expresión sacada de esas historias de amor. Chen la notó cerca, y se fijó en su axila sin depilar cuando la joven estiró un brazo detrás de la cabeza. Llevaba una esclava hecha con hilo de seda roja que acentuaba su bien torneado tobillo. Chen recordó algunos versos sobre las divagaciones de un hombre ante la visión de las piernas de una mujer, blancas y desnudas pero recubiertas de una leve pelusilla negra visible a la luz del sol.
El inspector jefe se reprendió a sí mismo y comenzó a cuestionarse la necesidad de esas vacaciones. La aterradora experiencia que había tenido en su casa se debió a un exceso de café. Tal vez se dejó llevar por el pánico. Ahora sentía que volvía a ser el de siempre. Entonces, ¿por qué continuar sus vacaciones? Un asesino en serie andaba suelto por Shanghai, pero él estaba leyendo junto a la piscina, en un complejo de vacaciones a cientos de kilómetros de distancia, pensando en imágenes poéticas de carácter romántico.
Al menos debería escribir unas cuantas páginas más de su trabajo de literatura, así que abrió su cuaderno y empezó a anotar algunas frases para la conclusión.
En la sociedad china tradicional, la institución de los matrimonios concertados conllevaba hostilidad hacia el amor romántico. Sin embargo, ¿cómo pudieron surgir todas esas historias de amor? Aunque Chen sólo había analizado tres, había muchas más. La publicación y la difusión de estos relatos contrarios a la norma social de los matrimonios concertados, debería haber sido imposible…
Lo interrumpió un camarero que, tras reconocerlo como el «distinguido huésped» de la sala del banquete, se acercó con una botella de vino en una cubitera.
Quizá forme parte del servicio habitual en el complejo, pensó Chen.
– Lo siento, no llevo encima el vale.
– No se preocupe, señor -respondió el camarero, depositando la cubitera sobre una mesita junto a su silla reclinable-. Invita la casa.
Chen le indicó por señas que sirviera primero una copa a la mujer sentada en la silla de al lado.
– «Un forastero solitario, muy lejos de su hogar» -dijo Chen, citando un verso de un poema de la dinastía Tang.
Читать дальше