– Quiero que entienda que es un trabajo voluntario -comenzó a decir Liao, empujando el recorte de periódico hasta el otro lado del escritorio-. A diferencia de lo que ha hecho hasta ahora, no está obligada a esta misión. Puede negarse, aunque es la persona más cualificada para el trabajo.
Hong le echó un vistazo al recorte, se apartó el pelo de la frente con la mano y asintió, mientras su negro flequillo oscilaba con suavidad sobre sus arqueadas cejas.
– Si va a la sala Puerta de la Alegría esta noche -siguió explicando Liao- nosotros también estaremos allí. Sólo tiene que hacernos saber que el sospechoso se acerca.
– ¿Cómo puedo saber si es él? Todos esos hombres emplean las mismas artimañas con las chicas.
– No creo que intente hacerle nada en el interior del club, tendrá que sacarla de allí. Cuando lo intente, se lo impediremos. Estaremos preparados para cualquier eventualidad.
Pero sólo les quedaba medio día para prepararse, pensó Yu. Los policías apenas tendrían tiempo. Quizás Hong no tuviera dificultades para interpretar ese papel, gracias a su anterior experiencia como señuelo.
– Hagámoslo -ordenó Li-. Esta noche me quedaré en el despacho. Manténganme informado en todo momento.
Así que tendrían que ir al club Puerta de la Alegría. Hong tomó un taxi para volver a su casa y cambiarse de ropa. Yu y Liao solicitaron una furgoneta con el letrero «Servicio de calefacción y de refrigeración» pintado en un costado, que serviría como campo de operaciones. Varios agentes se reunirían con ellos más tarde frente al club.
Puesto que el asesino podía tener algún contacto entre el personal del club Puerta de la Alegría, Yu y Liao decidieron entrar sin revelar su identidad y así poder echar un vistazo como si fueran clientes.
Según un folleto muy vistoso que Yu cogió en la entrada, las tres primeras plantas del edificio, destinadas exclusivamente al baile, albergaban salas de distintos tamaños y ofrecían servicios como «parejas de baile masculinas y femeninas», de distintos precios. Además de la entrada, según un particular sistema de tarifas era preciso pagar por cada unidad, equivalente a un baile, de 25 a 50 yuanes. Esta cantidad no incluía la propina, por supuesto.
– Además de esas «parejas de baile profesionales» -dijo Liao-, también hay «acompañantes para bailes», que no ganan dinero bailando, sino con los servicios que ofrecen después de bailar.
Aún era temprano, por lo que sólo estaba abierta al público la primera planta. La sala de baile tenía hileras de mesas a ambos lados y un escenario en el extremo opuesto. Una cantante ataviada con un llamativo vestido mandarín actuaba acompañada de una pequeña orquesta. Las luces de neón producían un espejismo nostálgico de sueños dorados y quimeras de riqueza. La mayoría de las parejas que bailaban eran de mediana edad, y las acompañantes para bailes tampoco parecían demasiado jóvenes.
– En estas fechas es relativamente barato -comentó Liao, examinando la lista de precios en el folleto.
Las parejas que se encontraban ahora en la sala podían bailar hasta las siete. Los bailes de la sesión de noche tendrían lugar en las plantas segunda y tercera. En la tercera planta estaba programada la actuación de un grupo de chicas rusas para esa misma noche, por lo que la mayoría de clientes se encontrarían allí disfrutando del espectáculo. La policía sólo tendría que vigilar la segunda planta. Las plantas cuarta y quinta estaban destinadas a habitaciones de hotel.
– ¿Quién querría hospedarse en una habitación aquí, con esta música que te perfora los tímpanos y este ruido insoportable durante toda la noche? -preguntó Yu.
– Bueno, el lugar es muy céntrico -respondió Liao-. Puede que algunos de los huéspedes bajen a bailar, y que se lleven después a una chica a la habitación.
Tanto los clientes de la sala de baile como los del hotel tenían que entrar y salir por la entrada principal, situada en la calle Huashan. Había una cámara de vídeo instalada sobre la entrada, así que no tuvieron que preocuparse de instalar otra.
Cuando volvieron a la furgoneta, Hong y varios agentes más se reunieron con ellos para organizar el plan de acción de esa noche.
Hong se dirigiría a la sala de baile de la segunda planta, enfundada en un vestido mandarín rosa. Llevaría un móvil en miniatura programado especialmente para la ocasión. Si apretaba una tecla, los policías que esperaban en el exterior se mantendrían en estado de máxima alerta, y al apretar otra tecla más, estos mismos agentes entrarían sin dilación. Hong había practicado artes marciales Shaolin en la academia de policía para poder enfrentarse a una situación inesperada, al menos hasta que sus compañeros acudieran en su ayuda. También debía llamarlos a intervalos regulares, aunque prefería no tener que hacerlo para no despertar sospechas.
El sargento Qi entraría con ella, haciéndose pasar por un cliente que no la conocía. No se alejaría de la sala de baile, se mantendría en contacto constante con los demás agentes y tendría la doble responsabilidad de protegerla y de detectar cualquier comportamiento que pudiera resultar sospechoso.
También había dos policías emplazados frente a la sala de baile de la segunda planta. Se turnarían para sentarse en el sofá próximo a la entrada, simulando ser clientes que están descansando allí. Tenían la responsabilidad de vigilar la salida de Hong, en compañía de alguien o sola.
Aquella noche no tenía sentido vigilar la tercera planta. Resultaba inconcebible que el asesino se acercara a una chica rusa que no hablaba chino, y que además estaba en el escenario. A instancias de Li, sin embargo, también enviaron a un agente de paisano a la tercera planta.
Finalmente, situaron a varios agentes más alrededor de la puerta de entrada al edificio en la calle Huashan. Uno iba disfrazado de vendedor del periódico vespertino, otra se había vestido de florista, y el tercero simulaba ser un fotógrafo que ofrecía sacar instantáneas de los turistas que paseaban por la calle.
Yu y Liao se quedaron en la furgoneta estacionada frente al club. Ambos esperaban inmóviles con los auriculares puestos, como dos soldados de juguete, intentando prever lo que pudiera salir mal.
La primera hora transcurrió sin incidentes. Aún era demasiado pronto, supuso Yu, mirando hacia el club. Para su sorpresa, vio a una madre joven arrodillarse temblorosa junto a un cartel colocado sobre la acerca cercana a la entrada de la sala de baile. La mujer, desgreñada y harapienta, sostenía en sus brazos a un niño de unos siete u ocho meses. Junto a la madre y al niño había un cuenco mellado con algo de dinero en su interior. La gente entraba y salía del club Puerta de la Alegría sin siquiera mirarlos. Nadie le echó ni una moneda.
La ciudad se estaba dividiendo en dos, una parte para ricos y otra para pobres. La propina que solía pagarse después de un baile podría haber alimentado y proporcionado cobijo a esa mujer y a su hijo durante un día. Yu pensó en salir de la camioneta con algunas monedas en la mano, pero un guardia se acercó a la mujer y la obligó a marcharse.
El sargento Qi continuaba informando desde el interior de que todo iba bien. Yu lo oía silbar de vez en cuando, como un experto, mientras el volumen de la música de fondo subía y bajaba. «Cuándo vas a volver, querido mío», melodía que Yu reconoció como una de las más populares en los años treinta.
Hong sólo se puso en contacto con ellos una vez, para decir que había recibido varias invitaciones.
En el exterior de la furgoneta, las luces comenzaron a encenderse gradualmente y los nuevos clientes, muy animados, fueron entrando en el club Puerta de la Alegría. En los años treinta, Shanghai había sido bautizada «la ciudad sin noche».
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