No se le ocurrió ninguna idea sobre el trabajo de literatura, ni tampoco sobre el caso.
Le llegó otro paquete por correo urgente enviado desde el Departamento, que incluía un informe de Hong sobre sus actividades como señuelo haciéndose pasar por acompañante para bailes.
Chen hizo entonces una segunda cafetera. A continuación se tragó un puñado de pastillas de ginseng coreanas con el café y se fumó un cigarrillo.
Poco después, se sintió mareado y tembloroso y comenzaron a entrarle sudores fríos.
Sintió el impulso incontenible de actuar de forma irracional: dar patadas a la pared, aullar como una lechuza, romper algo, gritar consignas políticas blasfemas.
Sudando, se metió el puño en la boca como si luchara contra un dolor de muelas y se apresuró a cerrar la puerta con llave antes de tragarse un par de pastillas para dormir y desplomarse sobre la cama.
Se despertó un poco más tarde, sintiéndose como un espantajo asustado. Pensó que estaba sufriendo una crisis nerviosa, y recordó el colapso de T.S. Eliot en Suiza. Se alarmó sólo de pensarlo.
¿Qué sucedería si una compulsión irracional volviera a apoderarse de él? Afortunadamente, ahora estaba en su casa, pero era imposible saber dónde podría ocurrirle la próxima vez. Sería desastroso que perdiera la cordura de esta forma en público.
Buscó en el botiquín sin encontrar nada, viéndose a sí mismo como el hombre vacío en el poema de Eliot.
Hacia las nueve, cuando llamó Nube Blanca para ofrecerle el informe de rutina sobre su búsqueda en Internet, Chen apenas tenía fuerzas para hablar.
– No te muevas -le ordenó ella denotando preocupación en la voz-. Ahora mismo voy a tu casa.
Llegó media hora más tarde y, para sorpresa de Chen, vino acompañada de Gu, su antiguo jefe y actual presidente de la Corporación Nuevo Mundo. Gu había traído una gran bolsa de plástico llena de suplementos herbales chinos.
Desde que se conocieran durante la investigación de otro caso de asesinato, el ingenioso empresario se había declarado amigo del inspector jefe. Un contacto como Chen podría ser valioso para su negocio, pero Gu también había ayudado a Chen a su manera.
– Le hacen falta unas vacaciones, inspector jefe Chen -afirmó Gu-. Unas vacaciones en el complejo de la montaña y el lago Ting. Váyase hoy mismo, yo me encargo de todo.
Gu había invertido dinero en varias propiedades, incluyendo el conocido complejo vacacional situado junto a la frontera entre Shanghai y la provincia de Zhejiang.
Era una sugerencia tentadora. A lo largo de los últimos días, los casos del complejo residencial y del vestido mandarín, las intromisiones políticas dentro y fuera del Departamento y la deconstrucción de las historias de amor clásicas habían dejado exhausto a Chen. Unas cortas vacaciones podrían venirle bien.
– Gracias, señor Gu -respondió Chen-. Estoy en deuda con usted.
– ¿Para qué son los amigos, jefe? -preguntó Gu-. Le enviaré un coche.
– Yo también podría hacerte de secretaria y ocuparme allí de tu salud -se ofreció Nube Blanca con una sonrisa de complicidad-. Está claro que necesitas tomarte un respiro.
– Gracias por todo, Nube Blanca. Creo que necesito pasar un par de días solo. Pero si se me ocurre algo que puedas hacer por mí, me pondré en contacto contigo enseguida.
– Estate disponible por si te necesita, Nube Blanca -ordenó Gu-. Házmelo saber.
Nube Blanca había trabajado anteriormente como acompañante para karaokes a las órdenes de Gu, y más tarde empezó a pagarle para que hiciera de «pequeña secretaria». A eso se refería Gu probablemente. No estaba insinuando nada indecoroso.
Después de organizado todo, Gu y Nube Blanca se marcharon y Chen empezó a hacer las maletas. Si quería recuperarse rápidamente, tendría que olvidarse de todas sus preocupaciones y responsabilidades durante esas vacaciones. Con todo, si allí se encontraba mejor tal vez intentara acabar su trabajo de literatura, así que decidió llevar consigo un par de clásicos confucianos por si le resultaban útiles para redactar la conclusión del trabajo. Ésta sería probablemente su última oportunidad, pensó, de aspirar a una «realización personal» diferente. Si no se esforzaba, nunca dejaría de ser el inspector jefe Chen.
Se metió un paquete de pastillas para dormir en la cartera, ocultándolas tras la fotografía de Nube Blanca vestida con un qipao en el Mercado del Templo del Dios de la Ciudad Antigua. No llamaría la atención si miraba de vez en cuando la fotografía de una chica, pero necesitaba asegurarse de que los tranquilizantes estaban allí, disponibles detrás de la sonrisa de su amiga.
No iba a llevarse el móvil, o se quedaría sin vacaciones. Tendría que esforzarse para dejar de ser inspector jefe durante un par de días. Además, ahora no sería demasiado útil como policía. Su enfoque psicológico no había dado frutos.
Sin embargo, cuando el conductor que Gu le había enviado tocó la bocina bajo su ventana, Chen metió en las bolsas, casi de forma mecánica, las carpetas con los expedientes del caso.
Ya en el interior del Mercedes, Chen le pidió prestado el móvil al conductor para llamar a su madre y decirle que estaría fuera de la ciudad unos días. Su madre debió de creer que se trataba de una de esas misiones misteriosas a las que solían enviarlo, y ni siquiera 1e preguntó adonde se dirigía.
Después se puso en contacto con Nube Blanca y le pidió que llamara a su madre de vez en cuando, insistiendo en que no revelara a nadie su paradero.
Al fondo se vislumbraba el contorno de las colinas ocultas tras unas nubes pasajeras.
Chen llegó al complejo de vacaciones bien entrada la tarde.
Resultó ser un gran complejo formado por un edificio principal a modo de hotel y varios chalés y bungalós, además de una piscina, saunas, pistas de tenis y un campo de golf. Todos parecían incrustados en las colinas, que se recortaban tras un gran lago reluciente.
No le pareció que mereciera la pena alojarse en el chalé que, c omo invitado especial de Gu, el director le había ofrecido. Chen prefirió una suite en el edificio principal. El director le entregó un talonario de vales.
– Los vales son para sus comidas y otros servicios. No tiene que pagar nada. El director general Pei ofrecerá una cena especial en su honor esta noche: un banquete bu, no a base de hierbas aromáticas, sino de exquisiteces.
– ¡Un banquete bu! -exclamó Chen, divertido.
Bu era una palabra casi imposible de traducir. Podía significar, entre otras cosas, un aporte nutritivo a base de hierbas y manjares especiales, concepto surgido de las teorías médicas chinas, en concreto relacionado con el sistema del yin y el yang. Pero Chen no tenía ni idea de cuáles serían los efectos de un festín de este tipo. Supuso que habría sido una sugerencia de Gu.
La suite que le habían asignado consistía en una sala de estar, un dormitorio y un espacioso vestidor. Chen sacó los libros y los colocó sobre un escritorio alargado situado junto a la ventana, desde la que se divisaban las colinas envueltas en nubes invernales.
Aquel día no abriría los libros, se recordó a sí mismo.
En lugar de eso se dio una larga ducha de agua caliente. Después, reclinado en el sofá, no pudo evitar dormirse.
Cuando se despertó ya era casi la hora de cenar. Quizá fuera un efecto tardío de la dosis adicional de somníferos. O quizá ya había empezado a relajarse en el complejo de vacaciones.
El restaurante se encontraba en el extremo este del complejo. Contaba con una magnífica fachada de estilo chino, con dos leones dorados sentados a ambos lados de una puerta pintada de rojo bermellón. Unas camareras que llevaban chaquetas rojas con brillantes solapas negras lo saludaron a la entrada inclinando la cabeza. Una azafata lo condujo a través de un enorme comedor hasta un reservado separado por cristales esmerilados.
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