Después la conversación derivó hacia otros temas.
– Cuando el único criterio para sopesar la valía de un hombre es su dinero, ¿cuánto tiempo puede uno esperar ocultarse en algo como la poesía de la dinastía Tang? Durante una mañana romántica, quizá. Por eso mi marido, que siempre ha ganado dinero, puede ser tan importante para mí. -Después agregó-: No sea tan duro consigo mismo. Reprimirse no le irá nada bien.
Aquel comentario no se lo esperaba. Parecía un eco freudiano, y se sentía un tanto incómodo con ella. No porque se mostrara algo cínica, ni porque fuera feminista. La mirada de Chen se posó en la esclava de hilo de seda roja con cascabeles de plata que Sansan llevaba alrededor de su bonito tobillo.
Aspirando profundamente, consiguió disipar las ideas que lo confundían. No era un erudito, y puede que ése no fuera su destino, ni tampoco un «bolsillos llenos» que tenía una aventura en un hotel de lujo. No era el hombre que Sansan imaginaba.
Sólo era un policía que viajaba de incógnito y disfrutaba de unas vacaciones pagadas por otra persona.
Chen se fijó en que la piscina comenzaba a vaciarse. Quizá ya era hora de cerrarla al público.
– Esta noche habrá un baile aquí. ¿Asistirá usted? -Su voz sonó suave bajo el sol de la tarde.
– Me encantaría -aseguró Chen-, pero puede que tenga que hacer varias llamadas.
¿Era una excusa profesional o su trabajo lo mantenía tan ocupado como al marido de ella?
– Nos alojamos en el mismo edificio, creo. Mi número de habitación es el ciento veintidós. Muchas gracias por el vino -dijo Sansan-. Hasta pronto.
– Adiós.
Chen contempló cómo se mecía su larga melena al alejarse. Al llegar a la curva del sendero, Sansan miró hacia atrás y saludó ligeramente con la mano.
– Adiós -dijo Chen de nuevo, y después, en voz tan baja que sólo él pudo oírla-: que se divierta esta noche.
Fue el peor golpe que Yu había sufrido en toda su carrera como policía.
Después de pasar la noche entre el cementerio y el Departamento, Yu se frotó los ojos inyectados de sangre y decidió volver al club Puerta de la Alegría, donde habían raptado y asesinado a una joven compañera mientras él esperaba fuera con el deber de protegerla. No podía pensar en otra cosa.
En el club Puerta de la Alegría los policías seguían registrando una y otra vez todas las habitaciones, sin perder la esperanza de encontrar alguna prueba que se les hubiera pasado por alto. Yu no creyó que unirse a ellos pudiera servir de nada.
Se dirigió al mostrador de recepción y pidió una lista de clientes habituales. Para poder elaborar un plan así el criminal debía de conocer muy bien el edificio. Ante su insistencia, el director del turno de día sacó un listado impreso.
– En realidad no significa na… nada -tartamudeó el director, tragando con dificultad-. No son más que buenos clientes, clientes que nos visitan con frecuencia.
– Buenos clientes, ya veo -dijo Yu-. ¿Y con qué frecuencia les visitan?
– La tarifa básica no es cara, pero con bebidas y propinas es fácil gastar quinientos o seiscientos yuanes en una noche. Un cliente habitual viene al menos una vez a la semana.
– ¿Se ha alojado en el hotel de arriba alguno de los clientes habituales?
– El hotel no es tan lujoso. Muy pocos quieren alojarse aquí, con tanto ruido durante toda la noche. Y tampoco es muy buena idea. La gente suele especular sobre lo que hacen los clientes y las acompañantes para bailes en las habitaciones de arriba, así que muchos prefieren irse a otro sitio.
– Es comprensible -admitió Yu, asintiendo con la cabeza.
En la lista aparecían nombres, direcciones y números de teléfono. Algunos clientes también indicaban su profesión o sus preferencias. Puede que se tratara de una lista elaborada por el departamento de relaciones públicas del club.
– Cuando celebramos actos especiales -explicó el director-, nos gusta notificárselo a los clientes.
Yu pensó que valdría la pena llamar por teléfono a algunas de las personas que aparecían en la lista. Uno de los nombres le llamó la atención: Jia Ming, abogado de profesión. Yu recordaba ese nombre. Chen le había pedido que lo investigara en relación a un caso importante sobre un complejo residencial.
Le pareció raro que Jia, un célebre abogado ocupado con un caso polémico, tuviera tiempo para acudir al club con regularidad.
– ¿Me puede decir algo acerca de este hombre?
– Jia Ming -respondió el director con una sonrisa de disculpa-. Me temo que no puedo decirle mucho. No viene con demasiada frecuencia.
– ¿Qué quiere decir?
– La mayoría de hombres de esta lista son «bolsillos llenos». Vienen aquí para «quemar el dinero», lo despilfarran en chicas y en servicios. Jia viene algunas veces, pero se limita a pagar la entrada, se sienta en un rincón y observa lo que sucede a su alrededor mientras se toma un café. Casi nunca baila, y nunca le pide a ninguna chica que salga con él. Viene sólo una o dos veces al mes.
– Entonces, ¿por qué aparece en su lista?
– No nos habríamos fijado en él de no ser por una llamada del Gobierno municipal hace algunos meses. Alguien nos pidió que avisáramos si Jia se comportaba aquí de forma indecorosa. Pero la verdad es que nunca se ha pasado de la raya. Nunca lo hemos visto salir con ninguna de las chicas, así que hemos dicho la verdad. Una petición extraña, podríamos decir, pero nosotros siempre cooperamos con las autoridades.
Al parecer, las autoridades habían estado siguiendo a Jia con la esperanza de encontrar alguna prueba contra él que desbaratara el caso del complejo residencial. Puede que las visitas de Jia al club no significaran nada. Los intelectuales solían ser excéntricos. El inspector jefe Chen, por citar a uno de ellos, aún se veía con una antigua acompañante para karaokes.
Yu volvió a preocuparse al pensar en su jefe. Había intentado ponerse en contacto con Chen repetidamente desde el miércoles, pero no lo había conseguido. La noche anterior Yu clasificó su llamada como «urgente» y solicitó que se la devolvieran de inmediato, y tampoco obtuvo respuesta. Aquella mañana, a primera hora, Yu le pidió a Pequeño Zhou que lo llevara en coche hasta el piso del inspector jefe, pero no había nadie allí.
¿Cómo podía desaparecer en un momento así?
Yu decidió volver al cementerio, aunque estaba seguro de que no iba a encontrar nada nuevo. Con todo, en pleno día quizá viera algo más.
Habían precintado el cementerio como el escenario del crimen. A lo lejos, una cabaña cubierta de barro se recortaba contra las escarpadas colinas. Nadie parecía ocuparse del cementerio. Yu se dirigió al lugar en el que habían encontrado el cuerpo. Encendió un cigarrillo resguardándose del viento helado sin dejar de temblar, como si estuviera reviviendo la pesadilla. La imagen lo acompañaría siempre: Hong yacía con la parte superior del cuerpo semioculta por la maleza y las piernas, muy abiertas, estiradas sobre la tierra húmeda. Tenía la piel levemente azulada, y su negro cabello le cubría la mejilla. Iba descalza, y llevaba un vestido mandarín que se le había subido hasta la cintura, revelando los muslos desnudos…
Un cuervo solitario volaba en círculos en lo alto, graznando, sin un hogar al que acudir en invierno.
En el Departamento circulaban diversas teorías descabelladas sobre el escenario del crimen. A diferencia de los lugares en que fueron abandonadas las tres primeras víctimas, el cementerio se encontraba lejos del centro de la ciudad. El secretario del Partido Li afirmó que el criminal había arrojado allí el cadáver debido a la presión policial. Pequeño Zhou añadió una historia de fantasmas de la dinastía Qing a su teoría anterior. Yu no creyó ninguna de esas dos versiones, pero tampoco se le ocurrió una teoría mínimamente convincente.
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