Qiu Xiaolong - Seda Roja

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Un asesino en serie acecha a las jóvenes de Shanghai. Sus crímenes han creado gran expectación y alarma en la prensa y entre los ciudadanos, sobre todo porque suele abandonar a los cadáveres enfundados en un vestido muy llamativo, rojo y de estilo mandarín. Cuando el caso comienza a complicarse, el inspector jefe Chen Cao está de permiso: acaba de matricularse en un máster sobre literatura clásica china en la Universidad de Shanghai. Pero en el momento en que el asesino ataca directamente al equipo de investigadores del Departamento, a Chen no le queda más remedio que volver al trabajo y ponerse al frente de la investigación. Mientras intenta dar con el asesino antes de que se cobre nuevas víctimas, irá descubriendo que la raíz de estos asesinatos se remonta al trágico y tumultuoso pasado reciente del país.

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Este comentario convenció definitivamente a Xiang.

– ¿Lo dice en serio? -preguntó Xiang-. Sí, ustedes los policías deberían haber hecho algo por ella.

Chen asintió con la cabeza, sin decir nada por temor a interrumpirlo.

– Habrá oído hablar de la campaña de las Escuadras Obreras para la Propaganda del Pensamiento de Mao Zedong y lo que hicieron en las universidades, ¿no? -Xiang continuó hablando sin esperar una respuesta-. Representaban la corrección política durante aquellos años de Revolución Cultural. Una de esas escuadras vino también a nuestro instituto, y amedrentó a todo el mundo con la excusa de reeducar a los intelectuales. El jefe de la escuadra no tardó en recibir un mote que susurrábamos entre nosotros: camarada Actividades Revolucionarias. Se lo pusimos porque hablaba continuamente de su «actividades revolucionarias»: golpearnos, criticarnos y maldecirnos a nosotros, los supuestos «enemigos de clase». ¿Qué podíamos hacer salvo ponerle un mote a sus espaldas?

– ¿Fue Mei el objetivo de algunas de esas «actividades revolucionarias»?

– Bueno, siempre le estaba dando «charlas políticas». Circularon bastantes rumores sobre esas charlas a puerta cerrada, pero, para ser justos con él, nunca vi nada realmente sospechoso. Sus conversaciones no eran demasiado largas, y la puerta no siempre estaba cerrada. De todos modos, Mei se encogía como un ratón delante de un gato. Me refiero a cuando estaba en su compañía, que hacía todo lo posible por evitar.

– ¿Le comentó usted que le preocupaba lo que sucedía?

– No. Habría sido un delito sospechar de esta forma de un miembro de una Escuadra de Mao -respondió Xiang con una sonrisa amarga-. Entonces sucedió algo. No pasó en el instituto, sino en casa de Mei. Apareció un eslogan contrarrevolucionario escrito con tiza en la tapia del jardín. Por aquel entonces había más de diez familias viviendo en la casa, pero el comité vecinal lo consideró un ataque contra el Partido por parte de otro contrarrevolucionario de la familia de Mei. Uno de sus vecinos afirmó haber visto a su hijo con una tiza en la mano, y otro declaró que Mei lo había orquestado todo. Así que el comité se presentó en nuestro instituto. El camarada Actividades Revolucionarias los recibió y formaron un comité investigador conjunto. Una de las tácticas de la investigación consistió en mantener incomunicado al chico: lo encerraron en el cuarto trasero del comité vecinal hasta que estuviera dispuesto a confesar su delito.

– Es horrible -exclamó Chen-. ¿Lo torturaron durante el tiempo que estuvo incomunicado?

– No sé exactamente lo que hizo el comité investigador. El camarada Actividades Revolucionarias pasaba mucho tiempo en el barrio de Mei, iba allí cada día. Sin embargo, a ella no la sometieron a un interrogatorio en una celda de aislamiento, como habían hecho con su marido y como hicieron con su hijo. Mei continuaba viniendo al instituto, y parecía muy preocupada. Hasta que una tarde, inesperadamente, salió corriendo del desván desnuda, tropezó, se cayó por las escaleras y murió allí mismo. Hubo quien dijo que debió de volverse loca. Otros dijeron que se estaba bañando, y que salió corriendo al enterarse del retorno inesperado de su hijo.

– ¿Liberaron a su hijo aquel mismo día?

– Sí, volvió a casa aquella tarde, pero cuando llegó a la puerta del desván, se dio la vuelta y bajó a toda prisa por las escaleras. Según uno de los vecinos de Mei, ésta se cayó al salir corriendo tras él.

– Qué raro. Incluso si la hubiera encontrado en la bañera, el niño no tenía por qué huir, ni ella tenía por qué salir corriendo desnuda.

– Mei estaba muy unida a su hijo. Puede que, loca de contento, perdiera el control.

– ¿Qué dijo el miembro de la Escuadra de Mao sobre su muerte?

– Dijo que había sido un accidente, eso es todo.

– ¿Alguien hizo alguna pregunta sobre las circunstancias en que ocurrió?

– No, al menos no en aquel momento. Yo me había metido en problemas por «envenenar a los alumnos con decadentes clásicos occidentales». Como una figura de arcilla que cruza el río, apenas podía protegerme a mí mismo -explicó Xiang-. Después de la Revolución Cultural, pensé en acercarme a la fábrica en la que había trabajado el camarada Actividades Revolucionarias. Nunca explicó qué hacía en el barrio de Mei. Como jefe de una Escuadra de Mao, se suponía que debía estar en nuestro instituto, no en el barrio de Mei. Entonces, ¿por qué iba allí? Pero vacilé porque no tenía ninguna prueba de peso, y porque mi denuncia podría volver a arrastrar el recuerdo de Mei por el fango. Además, me enteré de que a él también le fueron mal las cosas. Sufrió una sucesión de desgracias, desde perder el empleo hasta ir a la cárcel.

– Un momento. ¿Recuerda el nombre del camarada Actividades Revolucionarias?

– No, pero puedo enterarme -respondió Xiang-. ¿Va a investigarlo?

– ¿Le llamó la atención algo más sobre él?

– Sí, me fijé en otra cosa. Normalmente, la Escuadra de Mao que enviaban a una escuela estaba integrada por obreros de una misma fábrica, pero, en nuestra escuela, el jefe de la escuadra, el camarada Actividades Revolucionarias, venía de una fábrica distinta.

– Sí, parece raro -admitió Chen, sacando un cuadernito-. ¿En qué fábrica trabajaba?

– En la fábrica de acero Número Tres de Shanghai.

– ¿Qué edad tenía él entonces?

– Treinta y muchos, o cuarenta y pocos.

– Lo investigaré -dijo Chen. De todos modos, fuera lo que fuese lo que hubiera hecho aquel miembro de la Escuadra de Mao, ahora tendría unos sesenta años, y, según Yu, el sospechoso que aparecía en la cinta del club Puerta de la Alegría tendría probablemente unos treinta y tantos-. ¿Alguien hizo algo después de la muerte de Mei?

– Yo quedé destrozado. Pensé en mandar un ramo de flores a su tumba, era lo menos que podía hacer. Pero enviaron su cuerpo al crematorio, y aquella misma noche se deshicieron de las cenizas. No hubo ataúd, ni tampoco lápida. No hice nada por ella mientras vivía, ni tampoco después de su muerte. ¡Qué cobarde tan patético!

– No se torture así, profesor Xiang. Todo esto pasó durante la Revolución Cultural. Hace ya mucho tiempo.

– Hace ya mucho tiempo -repitió Xiang, sacando un disco de una funda nueva-. Musiqué un poema clásico chino en su memoria.

Chen examinó la funda, en la que aparecía un poema de Yan Jidao impreso al fondo. En primer plano se veía una figura difuminada que bailaba ataviada con un vaporoso vestido rojo.

Me despierto con resaca, levanto la vista

y veo la alta balconera

cerrada, con la cortina

corrida. La primavera pasada,

aún reciente el dolor de la separación,

permanecí un buen rato de pie, solo,

entre los pétalos que caían:

un par de gorriones revoloteaban

bajo la llovizna.

Aún recuerdo el momento en que

apareció la pequeña Ping por primera vez

vestida con sus ropas de seda bordadas

con dos corazones,

derramando su pasión

por las cuerdas de una pipa.

La luna brillante iluminaba su retorno

como una nube radiante.

– Mei lo habría agradecido… desde el más allá -sugirió Chen-, si es que el más allá existe.

– Se lo habría dedicado -afirmó Xiang con inesperado rubor-, pero nunca le he hablado de Mei a mi esposa.

– No se preocupe, todo lo que me ha contado será confidencial.

– Va a volver pronto -dijo Xiang, guardando de nuevo el disco en el estante-. No es que sea una mujer poco razonable, ¿sabe?

– Sólo una pregunta más, profesor Xiang. Ha mencionado al hijo de Mei. ¿Se supo algo más de él?

– No se descubrió nada sobre el eslogan contrarrevolucionario. Quedó huérfano y se fue a vivir con algún pariente. Me dijeron que después de la Revolución Cultural ingresó en la universidad.

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