Qiu Xiaolong - Seda Roja

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Un asesino en serie acecha a las jóvenes de Shanghai. Sus crímenes han creado gran expectación y alarma en la prensa y entre los ciudadanos, sobre todo porque suele abandonar a los cadáveres enfundados en un vestido muy llamativo, rojo y de estilo mandarín. Cuando el caso comienza a complicarse, el inspector jefe Chen Cao está de permiso: acaba de matricularse en un máster sobre literatura clásica china en la Universidad de Shanghai. Pero en el momento en que el asesino ataca directamente al equipo de investigadores del Departamento, a Chen no le queda más remedio que volver al trabajo y ponerse al frente de la investigación. Mientras intenta dar con el asesino antes de que se cobre nuevas víctimas, irá descubriendo que la raíz de estos asesinatos se remonta al trágico y tumultuoso pasado reciente del país.

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La camarera esperó junto a su mesa, observándolo con una atenta sonrisa.

– ¿Puedo pedir una taza de café?

– El café sólo se sirve después de la cena. Aquí el gasto mínimo son doscientos yuanes -explicó la camarera-. ¿No le parece que es un poco tarde para tomar café?

La camarera tenía razón. Después de aquella terrible mañana, tendría que ser más precavido con el café.

– Una tetera, entonces. Y un par de platos fríos para cubrir el gasto mínimo. Veamos: lengua de cerdo en vino Shaoxin, raíz de loto rellena de arroz glutinoso, pies de ganso deshuesados en salsa especial de la casa y tofu frío mezclado con cebolleta troceada y aceite de sésamo. No traiga los platos enseguida, de momento sólo el té.

– Como usted prefiera -respondió la camarera-. Aquí tiene el té.

Chen se dio cuenta de que aquí lo verían como a uno de esos clientes de poca monta que eligen los platos más baratos. Le pareció detectar un deje de esnobismo en la voz de la camarera.

Se sirvió una taza de té. No era demasiado fuerte. Empezó a mascar una hoja de té, pensando en la información que había recopilado a lo largo del día.

Según la tía Kong, el viejo fotógrafo se metió en problemas a causa de la fotografía, así que lo mismo podría haberle sucedido a Mei. El vestido mandarín que llevaba en la foto parecía ser idéntico a los de las víctimas del caso. Según el profesor Xiang, el camarada Actividad Revolucionaria, posible responsable de la muerte de Mei, no era otro que Tian, cuya hija Jazmín había sido la primera víctima. Y según la camarada Weng, Mei murió en circunstancias sospechosas, en las que posiblemente un hombre estuvo involucrado.

Ahora al menos comprendía mejor la conexión entre el vestido mandarín original de Mei y los vestidos mandarines rojos de las víctimas. Como le dijo a Yu, Jazmín, la primera víctima, podría haber sido el auténtico objetivo, mientras que las demás posiblemente fueran elegidas por alguna otra razón. El asesino podría ser alguien relacionado con Mei, alguien que conociera las circunstancias de su muerte y la implicación de Tian.

También tenía respuestas parciales para algunas de sus otras preguntas, como el porqué de la prolongada espera entre la muerte de Mei y la de Jazmín: puede que el asesino quisiera disfrutar de los largos años de sufrimiento de Tian en lugar de acabar con él de un solo golpe.

Por todo ello, hablar con el policía de barrio podría ser crucial para la investigación. Probablemente era la única persona que conocía las circunstancias exactas de la muerte de Mei, así como la relación entre esta muerte y las actividades revolucionarias de Tian.

Sólo tras resolver esta cuestión podría continuar formulando nuevas hipótesis.

La camarera empezó a colocar los platos fríos en la mesa.

– También tenemos platos especiales para la noche de Dongzhi -explicó-. ¿Le gustaría probar alguno?

– Ah, platos para la noche de Dongzhi -dijo Chen-. Ahora no, gracias.

No tenía apetito, aunque la combinación de colores del tofu blanco y la cebolleta verde parecía muy apetecible. Probó una cucharada sin saborearla, y a continuación volvió a sacar su cuaderno.

Era demasiado tarde para llamar a Yu a su casa, de modo que marcó el número de su móvil. Nadie contestó.

Tampoco había llamado a su madre desde el día en que se fue al complejo de vacaciones. Su madre solía acostarse tarde, así que marcó su número.

– Sabía que llamarías. Tu compañero Yu ya se ha puesto en contacto conmigo -le explicó su madre-. No te preocupes por mí, pero tú cuídate mucho. Para mí sigues siendo el Pequeño Cao.

«Pequeño Cao» era un nombre que no había oído en mucho tiempo. Ella también se volvía sentimental en la víspera de la festividad de Dongzhi.

Chen era vagamente consciente de una idea que iba cobrando forma en los recovecos de su mente.

– Intentaré ir a verte lo antes posible, madre.

– Mañana será la noche de Dongzhi. Sería estupendo que pudieras venir -dijo al final de la conversación-, pero no importa si no puedes.

Chen se acabó el té y le hizo un gesto a la camarera para que añadiera más agua caliente. La chica trajo una bandeja con la cuenta también.

– ¿Podría pagar la cuenta ahora, señor? Es muy tarde ya.

Chen sacó doscientos cincuenta yuanes.

– Quédese con el cambio.

En principio, la gente no tenía que dar propina en la China socialista, pero el restaurante era propiedad de un «capitalista».

Chen intentó elaborar un plan de trabajo para el día siguiente. Sólo le quedaba un día, y debía estar preparado para cualquier imprevisto.

Cuando volvió a levantar la vista, Chen observó que la camarera estaba recogiendo las otras mesas del comedor. Era el último cliente en el restaurante. A causa de la propina, quizá, la camarera no intentó meterle prisa.

Le vino a la cabeza el estribillo de un poema que había leído hacía mucho tiempo. «Date prisa. Por favor, es la hora.»

Chen se levantó, sin haber probado la mayoría de los platos.

– Buenas noches, señor -saludó otra camarera en la puerta, temblando un poco.

– Buenas noches.

Una vez más, Chen dudó si volver a su casa.

Tenía que estar ahí a primera hora del día siguiente. Al fin y al cabo, con tanto ir y venir no podría dormir demasiado. Tampoco sabía si encontraría un taxi a las cinco de la madrugada para acudir a un encuentro que no podía perderse de ningún modo.

Quizás alguno de esos cafés que abren toda la noche fuera una buena alternativa: le permitiría ir andando hasta el mercado hacia las cinco y media.

Las luces de neón centelleaban en el cielo azul metálico de la noche. Chen sacó un cigarrillo, consciente de que una mujer surgida de entre las sombras del restaurante se dirigía hacia él.

– Soy una madama del club nocturno Hengshan -dijo en un dialecto pequinés-. Venga conmigo, señor, allí hay cientos de chicas para usted. Sólo cien yuanes por la habitación. Sin gasto mínimo obligatorio.

Chen la miró desconcertado. Parecía como si lo hubieran arrastrado hasta una escena de una película sobre los prostíbulos del antiguo Shanghai. Nunca se hubiera imaginado que algo así pudiera sucederle a él.

Por una vez, Chen no rechazó la oferta de inmediato.

Los servicios de las chicas de triple alterne no le resultaban desconocidos. En compañía de algunos «bolsillos llenos», sin embargo, Chen nunca había «llegado hasta el final», sintiéndose obligado a mantener la imagen de policía decente ante hombres como Gu, que se empeñaban en pagarlo todo.

Pero esta noche era distinto. No pensaba llegar hasta el final, pero conocer más a fondo la profesión de las víctimas podría ser útil para la investigación.

Y podría pasar el resto de la noche cómodamente en el club nocturno en compañía de una chica, en lugar de deambular como una mofeta sin hogar, corriendo de aquí para allá en una noche tan fría.

– Por favor, jefe -siguió insistiendo ella con una sonrisa suplicante-. Usted es un hombre distinguido, no le tomaría el pelo.

Probablemente atribuía su distinción al hecho de haber salido del restaurante Antigua Mansión, uno de los más lujosos de la ciudad. Con todo, Chen pensó que aún le quedaban algo más de mil yuanes en la cartera, sin contar las monedas que llevaba en los bolsillos. Lo suficiente para pasar una noche en el club.

– Nuestras chicas son muy bellas, y además tienen un enorme talento. No hará falta que cante si no le apetece. Algunas son muy cultas, tienen licenciaturas o másters. Hablan como flores comprensivas.

– Lléveme hasta allí entonces -ordenó Chen en el dialecto de Shanghai. Puede que alguna de esas chicas le explicara cosas que nunca se hubiera atrevido a preguntar a Nube Blanca.

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