– ¿Sabe en qué facultad?
– No, eso no lo sé. Han pasado ya algunos años desde la última vez que supe de él. Si es importante, podría hacer algunas llamadas.
– ¿No le importa? Se lo agradecería mucho.
– No tiene por qué agradecerme nada, inspector jefe Chen. Por fin un policía está haciendo algo por ella. Soy yo el que le está agradecido -dijo Xiang con sinceridad-. Aunque hay algo que quiero pedirle. Cuando acabe su investigación, ¿podría darme una copia de esas fotografías?
– Por supuesto, le enviaré las copias mañana mismo.
– «Diez años, diez años, / la nada / entre la vida y la muerte» -añadió Xiang, cambiando de tema-. Creo que podría averiguar más en el barrio de Mei.
– ¿Tiene su dirección?
– Es la famosa mansión antigua de la calle Hengshan. Cerca de la calle Baoqing. Cualquiera que viva en aquella zona podrá indicarle cómo encontrarla. La han convertido en un restaurante. Fui una vez y cogí una tarjeta -explicó Xiang, levantándose para alcanzar una caja de cartón-. Aquí está. La Antigua Mansión.
Chen llegó a la calle Hengshan pasadas las ocho.
Tuvo que recorrer la calle de un extremo a otro varias veces hasta encontrar el comité vecinal. Hacía frío. Debía encontrarlo, se dijo, combatiendo un repentino amago de mareo.
Tras haber establecido la identidad de la primera mujer vestida con un qipao rojo, Chen pensó en enfocar el caso desde una nueva perspectiva.
Pese a la respuesta negativa de Xiang, no se podía descartar la posibilidad de que Mei hubiera tenido otros admiradores, incluso durante la época comunista y puritana que le había descrito. Al fin y al cabo, tal vez el profesor jubilado no fuera un narrador del todo fiable.
El miembro de la Escuadra de Mao podía ser otra vía para la investigación. Quizás el camarada Actividades Revolucionarias se había unido a la escuadra con tal de acercarse a Mei, y eso lo convertía en un posible causante de la tragedia posterior.
Cualesquiera que fueran las posibles hipótesis, Chen tendría que conseguir más información sobre Mei a través del comité vecinal.
El despacho del comité vecinal resultó estar escondido en una sórdida calle lateral situada detrás de la calle Hengshan. La mayoría de casas de la calle eran idénticas: dos plantas de cemento descolorido, casi todas sin reformar, como hileras de cajas de cerillas. Un letrero de madera señalaba un mercado de verduras y hortalizas a la vuelta de la esquina. El despacho del comité oslaba cerrado, pero un vendedor ambulante de cigarrillos que esperaba agazapado cerca de allí le dio el nombre y la dirección de la presidenta del comité.
– Weng Shanghan. ¿Ve la ventana del segundo piso que da al mercado? -preguntó el vendedor, tiritando a causa del frío viento invernal mientras Chen le ofrecía un cigarrillo-. Ésa es su habitación.
Chen se dirigió al edificio y subió las escaleras hasta la segunda planta, donde se encontraba la habitación. Weng, una mujer baja y enérgica de cuarenta y tantos años, lo miró desde la puerta frunciendo mucho el ceño. Debió de confundirlo con algún vecino nuevo que buscaba ayuda. La presidenta del comité sostenía una bolsa de agua caliente en la mano y no llevaba zapatos: andaba por el suelo de cemento gris con los pies enfundados en medias de lana. Era una habitación multiuso, poco apropiada para recibir a visitantes inesperados.
Casualmente, Weng estaba ocupada doblando dinero del más allá a los pies de la cama. Su marido la ayudaba a alisar el papel de plata. Era una actividad supersticiosa, impropia de la presidenta de un comité vecinal. Pero Weng lo hacía para celebrar la noche de Dongzhi, cayó en la cuenta Chen. Él también había comprado dinero del más allá, aunque había quemado el suyo en el templo en honor de Hong. Quizás esto explicara la reticencia de Weng a recibir visitas.
– Siento molestarla a estas horas, camarada Weng -se excusó Chen, entregándole su tarjeta. A continuación le explicó el propósito de su visita, haciendo hincapié en que estaba investigando a la familia Ming.
– Me temo que no podré decirle demasiado -replicó Weng-. Cuando nos mudamos a este barrio, hará unos cinco años, los Ming ya no vivían aquí. En los últimos años ha habido muchos cambios de residentes, sobre todo en la calle Hengshan. Según la nueva normativa, las casas en propiedad se han devuelto a sus antiguos propietarios. Así que algunos volvieron a sus casas, y muchos otros tuvieron que marcharse.
– ¿Por qué no regresó la familia Ming?
– Existía un problema con la nueva normativa. ¿Qué pasaba con los residentes que estaban viviendo en las casas? Es cierto que algunos las habían ocupado de forma ilegal durante la Revolución Cultural, pero seguían necesitando un sitio donde vivir. Así que el Gobierno intentó comprarles los edificios a los antiguos propietarios. Éstos podían negarse, pero Ming, el hijo del antiguo propietario, aceptó. Ni siquiera volvió para echarle un vistazo a la casa. Más tarde la mansión fue reconvertida en restaurante, pero ésa es otra historia.
– Perdone que la interrumpa -dijo Chen-. ¿Cuál es el nombre completo de Ming?
– Déjeme comprobarlo -respondió Weng. Sacó una libreta de direcciones y revisó varias páginas-. Lo siento, no aparece aquí. Le van muy bien las cosas, por lo que recuerdo.
– Gracias -respondió Chen-. ¿Cuánto sacó con la venta de la mansión?
– Las autoridades del distrito organizaron todas las transacciones, nosotros no tuvimos nada que ver en el asunto.
– ¿Consta en alguna parte lo que le sucedió a la familia Ming durante la Revolución Cultural?
– Ya casi no quedan registros de aquella época en nuestra oficina. Durante los primeros años, nuestro comité estuvo prácticamente paralizado. Al parecer, mi predecesora se deshizo del único libro de contabilidad que hubo entre 1960 y 1970.
– ¿Se refiere a la antigua presidenta del comité vecinal?
– Sí, falleció hará cinco o seis años.
– Es fácil olvidar estas cosas -dijo Chen-, pero tengo que hacerle una pregunta. La madre de Ming, Mei, murió durante la Revolución Cultural. Posiblemente a causa de un accidente. ¿Sabe algo al respecto?
– Hace muchísimos años de eso. ¿Por qué me lo pregunta?
– Podría ser relevante para una investigación de asesinato.
– ¡Vaya!
– He oído hablar del inspector jefe Chen -interrumpió el marido de Weng por primera vez, dirigiéndose a su esposa-. Ha participado en varios casos importantes.
– Si sabemos alguna cosa acerca de la familia Ming -explicó Weng-, se debe a una estratagema de Pan, el propietario del restaurante Antigua Mansión.
– Eso puede interesarnos. Cuéntemelo, por favor.
– En cuanto Ming vendió su mansión al Gobierno, Pan le echó el ojo a la casa. Ninguno de los residentes quería trasladarse, y tal vez también había varios compradores potenciales. Así que Pan hizo circular el rumor de que la mansión estaba embrujada, y esas supersticiones se extendieron muy deprisa. Tuvimos que intervenir.
– Tiene muchas responsabilidades, camarada Weng.
– Descubrimos que esas patrañas se remontaban a la época de la Revolución Cultural. Las había difundido la familia Tong, que vivía bajo el desván del garaje. Después de que muriera Mei, los Tong afirmaron haber oído ruidos en la habitación que tenían encima, y pasos en las escaleras. Incluso después de que el hijo de Mei se marchara de allí. Los vecinos de Mei se hacían muchas preguntas sobre su extraña muerte y pensaban que había sido víctima de una injusticia, así que era comprensible que creyeran que su espíritu había vuelto para rondar por la casa, al menos por el desván. Y por eso los Tong consiguieron que les cedieran el «desván embrujado», que nadie más quería.
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