Varios hombres con aspecto de tipos duros aguardaban de pie frente a la entrada del club. Algunos bostezaban y otros miraban con desconfianza a Chen, quien no tenía aspecto de cliente habitual.
La mujer lo condujo hasta una habitación de la segunda planta. Acababa de sentarse en un sofá funcional de cuero negro cuando varias muchachas, en combinación o en bikini, irrumpieron en la habitación. Sus hombros y sus muslos, desnudos, resaltaban contra la pared que tenían a sus espaldas, como si fuera una pantalla de jade de cuerpos femeninos.
– Elija a una -sugirió la madama con una amplia sonrisa.
Chen señaló con la cabeza a una chica que llevaba una combinación negra muy corta. La muchacha, de ojos almendrados y labios color cereza, le dirigió una dulce sonrisa. Tendría probablemente unos veinticinco o veintiséis años, por lo que era un poco mayor que las demás. Se sentó junto a él y apoyó la cabeza en su hombro con naturalidad, como si se conocieran desde hacía mucho tiempo.
Después de que las otras chicas salieran de la habitación entró un camarero, depositó una bandeja con fruta sobre la mesita baja y le entregó la carta. Con la chica acurrucada a su lado, Chen se sentía demasiado turbado para examinar la carta detenidamente, por lo que pidió una taza de té, y ella un vaso de zumo de fruta. Un zumo no sería demasiado costoso, pensó Chen, quien había oído rumores de cómo se forraban estas chicas pidiendo siempre el vino más caro.
– Esta noche estoy reventado -dijo Chen-. Hablemos.
– Está bien. Podemos hablar sobre cualquier tema que le guste: sobre la aparición de las nubes y de la lluvia, para luego mezclarse entre sí; sobre las flores de melocotón riéndose del viento de primavera; o sobre los amantes que hacen agujeros en una pared para poder verse. Usted debe de haber visto el mundo. Por cierto, me llamo Jade Verde.
Nubes y lluvia de nuevo, tan frecuentes en las historias de amor clásicas, y hacer agujeros para verse el uno al otro, una metáfora negativa de Mencio. La chica era inteligente y quizá, como en el poema de Liu Guo, capaz de enjugar las lágrimas de un héroe con un pañuelo rojo sacado de sus mangas verdes.
Pero su combinación no tenía mangas, y dejaba la espalda al descubierto. Jade Verde se sacó los zapatos de tacón alto de una patada, se sentó sobre los talones y se le arrimó más en el sofá.
– Por favor, cuéntame algo sobre lo que haces aquí -le pidió Chen.
– Si eso es lo que desea, señor -respondió ella tras dar un sorbo a su zumo-. Con este trabajo no se gana dinero tan fácilmente como la gente cree. Recibo propinas de los clientes generosos como usted, claro, doscientos o trescientos yuanes. Si tengo una buena racha, puede que consiga dos clientes en una noche. Sin embargo, con tanta competencia es posible no tener ningún cliente en varios días. El club no me paga ni un céntimo. Todo lo contrario, yo tengo que pagarle al club una tarifa por la mesa.
– ¿Por qué? Eso no tiene sentido. Tú eres la que hace el trabajo y no el club.
– Según el propietario, él tiene que pagar el alquiler, a los que gestionan el club y también a los que lo protegen, tanto a los gángsteres como a la policía.
– ¿Y qué hay de los otros servicios, aparte del karaoke?
– Depende de lo que necesite el cliente, y de dónde y cuándo lo necesite. Tendría que ser más específico -dijo Jade Verde-. Pero primero déjeme cantarle una canción.
Quizá le molestaban sus preguntas. Tenía que cantar una o dos canciones para ganarse una propina, de todos modos. La canción que eligió fue, para su sorpresa, «Shuidiao Getou» de Su Dongpo, sobre la festividad celebrada a mediados de otoño. Jade empezó a cantar y a bailar, con sus pies descalzos moviéndose sensualmente como flores de loto sobre la alfombra roja al ritmo de la segunda estrofa del poema.
Rondando por la mansión roja,
tras entrar por la ventana de madera tallada,
la luna brilla sobre los insomnes.
¿Hay algún motivo para que sea
tan maliciosa como para decidir
aparecer, llena y brillante,
mientras permanecemos separados?
Al igual que la gente tiene alegrías y penas,
y se encuentra o se separa,
cuando la luna crece y mengua
en cielos despejados o nublados,
puede que las cosas nunca sean perfectas.
Ojalá vivamos todos muchos años, compartiendo
la misma luna clara,
aunque estemos a miles de kilómetros de distancia…
La madama volvió como una aparición de la luna.
– ¡Qué chica tan maravillosa! ¿Sabe?, antes estudiaba ballet. Ojalá vivamos todos muchos años compartiendo la luna clara. Una propina generosa por habérsela presentado, por favor.
– Eso no es lo que me dijo -contestó Chen, sacando dos billetes de diez yuanes.
– Cualquier habitante de Shanghai lo sabe -repuso ella con brusquedad, metiéndose el dinero en el bolsillo mientras se iba con gesto airado-. ¡Qué tacaño! ¿Quiere que viva del viento que aulla desde el oeste?
Puede que algunos de los «bolsillos llenos» a los que conocía hubieran pagado más, pero Chen no sabía qué cantidad se consideraba suficiente en un sitio como ése.
– No se preocupe por ella -lo tranquilizó Jade Verde, sentándose en su regazo-. En realidad no es una madama, sino una proxeneta.
Quizá sería mejor hacerle las preguntas rápidamente y acabar cuanto antes.
– Me han dicho que hay un asesino en serie rondando por la ciudad, en busca de chicas que trabajan en el negocio del entretenimiento. ¿Te preocupa, Jade Verde?
– Claro que sí -respondió ella, revolviéndose incómoda contra él-. He oído que una de las víctimas trabajaba en un club nocturno como éste. Todo el mundo está en guardia, pero eso no sirve de nada.
– ¿Por qué?
– ¿Por qué? Usted es un nuevo cliente aquí. Un triunfador. No un simple advenedizo podrido de dinero, sino un hombre culto, un abogado de éxito o algo por el estilo. Lo supe nada más verlo. Pero eso es todo lo que sé. De todos modos, si quiere salir conmigo, accederé sin hacerle ninguna pregunta. Nuestro negocio se ha visto afectado por el caso. Los clientes están preocupados por las redadas policiales, como la del club Puerta de la Alegría. Algunos esperarán hasta que amaine la tormenta.
Alguien llamó suavemente a la puerta.
Antes de que Jade Verde dijera nada, la puerta se abrió y un niño de unos cinco o seis años entró en la habitación.
– Mamá, el tío Oso Marrón quiere que cantes «Arenas Llorosas» para él. La madama quiere que te lo diga.
– Lo siento. Es mi hijo. Esta noche no hay nadie en casa para cuidarlo -explicó Jade-. Oso Marrón es un cliente habitual. Es su canción favorita, no tardaré.
– Oso Marrón es tu cliente habitual -repitió Chen. No sabía si era un arreglo acordado de antemano con la madama. Jade Verde debía de haberse percatado de que él no era ningún «bolsillos llenos».
– Ya sé que usted es distinto -dijo ella, inclinándose para besarlo en la frente antes de dirigirse a su hijo-. Vuelve al despacho y no vuelvas a salir.
Por un momento, Chen no supo qué hacer al quedarse solo en la habitación. Tras echar un vistazo, se dio cuenta de que no era tan distinta de otras salas privadas de karaoke, salvo que ésta estaba amueblada de forma más lujosa. Lo desconcertó el leve ruido de pasos al otro lado de la puerta. Quizá fuera el niño. Jade no debería haber traído a su hijo a un sitio así. Afortunadamente, él era «diferente» y no un cliente habitual. Si no el niñito podría haberse topado con una escena traumatizante…
De repente, Chen se estremeció.
Ahora tenía un sospechoso con un móvil: el hijo de Mei.
Aquella fatídica tarde años atrás, cuando el hijo de Mei volvió a casa, lo que se encontró fue a su madre viuda manteniendo relaciones sexuales con otro hombre. Eso explicaba que huyera horrorizado y que ella saliera corriendo desnuda tras él.
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